GERIÁTRICO
A Jorge Aulicino
Y la muerte hará ¡gulp!
La vida te da una de sus
últimas patadas y… ¡ya estás en el geriátrico!
*_*
Antes a vos la muerte no te
iba a llevar así nomás.
En cada etapa de tu
existencia planeaste enfrentarla según un autor diferente:
Primero, imbuido de Sartre,
proyectabas recibirla amenazándola con el puño en alto;
después, ibas a tener
preparado, para espetárselo, un verso de Mallarmé;
y, hasta poco antes de llegar
aquí, todavía andabas buscando una frase similar a la célebre ¡Veo luz negra!”
para murmurarla hasta que
asomara… ¡el otro cabo de la piola!
¡No no! ¡Antes a vos la
muerte no te iba a llevar así nomás!
Y siempre que la nombrabas,
te indignaba que los otros humanos se cruzaran los dedos o pidieran cambiar de
tema.
¡Le volvían la cara, siendo
que ella era el harapo universal!
En tus soliloquios los
llamabas “autómatas”.
¡Y flor de susto que se
pegaban los autómatas cuando elegías a uno y, mirándolo fijo, pronunciabas:
“Quien va a pulsar el arpa de tus huesos ya se quitó los guantes”!
¡Ah! Si alguno te hubiera pedido un consejo, ¡con
qué gusto le hubieras dicho: “Cada mortal debe morir de su propia muerte”!
Y en las tertulias acechabas
las pausas en que, para recordarles su condición de humo,
pudieras exclamar: “¡Humo,
polvo, sombra, nada!”.
Había que hacerlo. No
quedaba alternativa.
*_*
Pero la vida te dio una de
sus últimas patadas y…. ¡ya estás en el geriátrico!
¡Ahora te las ves vos con la
lisa sustancia!
Ahora te arrastrás por salas
donde yacen viejos despatarrados
y en ellas no hay día que no
se te pierda algún remedio
ni que algún enfermero no te
rete a los gritos hasta hacerte temblar.
El mismo impulso que antes te
investía atalaya
ahora se endereza a que
consigas que te cambien más veces de pañal,
a que seas más diestro que
nadie en esconder comida bajo la sábana,
a que te apropies antes que
los otros viejos de las revistas del corazón,
a que roces durante más segundos las piernas de la
médica.
¡Y a que siempre se vea el
canal que elegís vos!
(Un monje microscópico
que se extravió en tu sangre
y que hace sus asanas
en un glóbulo rojo
te pide que prediques:
“ahora y aquí
no se recomienda
estar en el aquí y el ahora”).
Los lentos pensionistas
quieren saber por qué ya no
clamás que los humanos son fantasmas,
ni los comparás ya con
rosas, -¡antes lo hacías aunque se tratara sólo de varones!-
ni les sugerís ya epitafios,
ni susurrás más al oído del
agonizante: “¡Es sólo una zambullida!”.
Se amontonan a tu alrededor
y sacuden la cabeza y enderezan las orejas como perros. ¡Decíles algo!
¡Vamos! ¡Pensá que estos
viejos son la primera fila de la gran batalla!
Son, de todas las ristras de
humanos que se formaron y deshicieron durante tu vida,
aquella a la que le tocará
atisbar el color desconocido de tu muerte.
¡Son los que apagarán la
televisión! ¡Los que soltarán las revistas!
*_*
¡Despertá…! Si no a vos la
muerte te va a llevar así nomás…
En: “Poesía reunida”, Ruinas Circulates, 2012.
Rubén Reches (Buenos Aires, 5 de diciembre de 1949).
Foto: RR x Lidia Rocha, en FB.
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