viernes, 29 de junio de 2018

ÁNGELA PRADELLI Voy hacia ese sol que vive detrás del limonero



  1. El sol detrás del limonero
  
A veces, cuando se cierra el sol de los días
el sonido del agua llega
desde una respiración de infancia

y nos salva;

¿es ahí donde quedaron las palabras?,

¿encerradas en la luz de los frutales?

voy hacia ese sol que vive detrás del limonero.


2.   Peli, Italia (1895-1923)

GRANOS DE SAL

Cuántos granos de sal entran en la mano abierta,
cuántos se pierden por los bordes,
vuelan, caen al piso;

cuántos granos de sal raspan la seda de la piel,
laten en los ojos ásperos,
en la boca ácida,
en el río de la sangre de un cuerpo feliz.


EL CUERPO Y LAS HORAS

La oscuridad cae sobre la casa,
es puntual, desarma los cuerpos sobre las horas,
los deshilacha en la penumbra,
y los oculta hasta el amanecer.


CAMINAR

La vida de las horas
aprieta el camino
bajo una sola condensación:

nuestro paso.


  1. Burzaco, Argentina (1923-2010)

EL ÚLTIMO VERANO

Comíamos uvas maduras y pisábamos descalzos
la tierra fresca bajo la sombra de los árboles.
Las flores blancas del verano trepaban por la montaña. Y reíamos.
Hoy, hace frío aquí en la casa
pero yo iré por leña para encender el fuego y plantaré una vid
que crecerá sobre nosotros.


EN LA MEMORIA

Tal vez el dolor
              esté primero
                   en la memoria

y recién después sigan los olores, la piel erizada, el viento en la cara, un revoltijo en la boca, los estruendos, las olas que rompen sobre la pared del barco, el tren que cruza en el insomnio de las madrugadas, la fiebre en el estómago; y habrás más, es un mazo de recuerdos comprimidos por el deseo y las ausencias, la omisión, y el consuelo que nunca alcanza para cubrir la falta, un vacío,

               el dolor que se queda para siempre en la memoria.


  1. Peli y Génova, Italia (2010-2015)

CONDENSACIÓN DEL UNIVERSO

La brisa ligera que sopla casi siempre por las mañanas
desata los pétalos astillosos de las flores blancas

todo aquí es frágil
y tan grumoso a la vez

la brisa suelta también los granos de polen
que vuelan en el aire tibio

entonces el universo se condensa ahí:
en el centro desnudo de una flor.


LA AGITACIÓN EN LA MIRADA

El vuelo de una mariposa inquieta un corazón en silencio
el aleteo se aleja y todo es más leve aún
sin embargo la mariposa queda en mitad del pecho
y agita por unos segundos
la espesa capa de la mirada sobre el mundo.


UN VUELO

Es un mundo tan incierto que a veces se sostiene
sólo por el delicado vuelo de una mariposa
que hace acrobacias
para ampliar el recorrido del instante

y después emigra para siempre.





Un libro bello el de Ángela Pradelli. Ayer, en la espera de inicio del taller de los jueves, fui a la Biblioteca Popular de mi barrio platense, y como novedad, a la vista del mundo, estaba este, repito, bello libro de Ángela. Y me lo traje, y lo devoré entre el ayer de espera y el hoy de la mañana. Me recuerda a John Berger, pero es un libro único, un libro de Ángela, y ahora de todos nosotros.

En El sol detrás del limonero, El Bien del Sauce edita, Buenos Aires, 2016.
Ángela Pradelli (Buenos Aires, 26 de octubre de 1959).

martes, 26 de junio de 2018

DANIEL PONCE En la cocina, las palabras son siempre duraderas


El estudio de Charles Ives

En las gavetas, sobre el escritorio, subsisten
un caracol, una lata de té oxidada y una raíz
con forma de garra. Luego, la cama cerca del escritorio,
detrás del piano. Los libros en los anaqueles van
torcidos en una marcha inmóvil.
Todos los objetos dan a una ventana que relata el mundo
de un jardín tan poblado de insectos y microorganismos
que ilumina y reordena el interior del estudio.
Lucha la quietud de los objetos
contra el universo cambiante.
El sombrero ajado del dueño y el metrónomo detenido
dicen que algo ocurrirá aunque mienten.
El pequeño reino del silencio posee notas incrustadas
que brillan en los papeles.


Chomsky

Descartes creó al dios geómetra
que, a su vez,
creó las frases.

Y alguien consiguió,
con la serenidad del criptógrafo,
develar la gramática del dios geómetra
que está en cada cual.

Y la música de las esferas
fue la música de la razón.


Para Denise Levertov

En la cocina, las palabras son siempre duraderas,
más que en los libros o en los documentos,
las ollas son cámaras de eco y las hornallas
pasiones que esperan su oportunidad
para arder hasta bien entrada la noche.

Luego, los vasos, que se vacían
a medida que las palabras crecen en grosor;
los manteles con sus islas de manchas.

Debe haber un reloj, a cierta altura,
al que nadie preste atención.
La jarra se colmará de sonidos huecos.

Así, la cocina es un ágora mínima
pero ágora al fin, la caja de resonancia
de aquellos acordes que se repiten.


Lemuel Gulliver

Quizás deba regresar por donde vine
aunque aventurarme a reencontrar
el mundo astillado
sea alzar un prisma delante de los ojos.

El náufrago extravió las nociones
y las medidas.
Está vivo de a partes.
¿Volver adonde no se vuelve
será el porvenir?

La noche tiene la mejilla cortada.
El frío instinto de los gatos nunca será
parte de mis razones.
Poco reconozco fuera de mi niebla.

A tientas, ir hacia recuerdos
escondidos y caprichosos.
Retornar al punto irreconocible
de uno mismo, decepcionarse
una vez más ante el otro que fui.


Elegía para Delmer Berg

Se volvió tiempo inexacto tu aliento
que flota donde se mecen los sueños.

Ruinas luminosas
en tu historia desmembrada.

Debajo de las galerías,
los escombros.
Bajo el puente, el río
que muda las piedras.

Pero como patriarca sonriente, herido
por todas las lanzas,
el valor fue tu linterna:
la cruda certeza
de los oprimidos.

Saludaste con tu sombrero
a los compañeros de ceniza
e inclinaste la cabeza, mellada
por cien inviernos.


Dos fotografías de Isaak Babel

Para Petrusov, la tensión entre la penumbra
y el retratado resuelven la toma. No se equivocó:
la mirada del escritor sobre el Moleskine, la estilográfica,
el gesto de orfebre trazando las letras.
Ninguna biblioteca detrás, ninguna ventana.
El telón de sombra hace el resto.

Para el NKVD, la fotografía de Babel
debía ser meramente informativa:
un judío arrestado por conspirador.
Sin anteojos –los ojos son de miope fatigado-
sin corbata, el cuello de la camisa desprolijo,
el aura de interrogatorio.

Suprimida de la iconografía oficial,
la fotografía de Petrusov se conservó en un negativo,
el negativo dentro de una caja 
y la caja debajo de otras cajas.

La fotografía del NKDV sobrevivió
en un expediente, con sellos, huellas dactilares,
ajaduras, firmas, datos en tinta negra.

El sueño de la razón y sus monstruos
entre las dos fotografías.


Rimbaud a Ilg, enero de 1885

¿Cuántos negros
vale una mula?

Hay que llevar una pistola
cruzada sobre el pecho
para ganar confianza
durante la noche.

Es una quimera creer
que estos negros
sirvan para algo mejor
que empaparse de recelo.

La brutalidad del sol,
la voracidad de los piojos,
los salteadores.

¿Cuántos quintales de sal
vale un negro?

La vida cabe en la pupila
de una lagartija.
Es ancho el desierto.
El sol es cruel.


Longino

La pica hundida en el pecho
del reo
hizo brotar sangre y agua.

La madre del reo, la hermana de la madre,
llamada María de Cleofás
y la mujer nacida en Magdala
lloraban de pie.

Un olor agrio inundó
la barraca de los soldados.
El cielo era negro.

Durante la noche,
el soldado de la pica
durmió inquieto.

El vino pobre que apura
siempre que remata un infeliz
no mitigó las pesadillas.


Coleridge

Demasiado ardiente el enigma del mar
con su náusea y sus cuentas de sal
para que mi letra narre su evidencia.

Ha desaparecido la nube terca
que cegaba la arena
mientras yo
buscaba unirla a las ideas kantianas,
nube alejada, omnisciente e insomne.

Así, como no hay poema chino con injurias
el ideograma del mar es intenso y, a la vez,
amable, persuasivo
por el reto de su misterio.

Yo pienso, en calma,
mientras se despliegan
los rumores, voces de travesías
hundidas, confesiones de duros marinos
que nunca hallarán consuelo.


Luego de la muerte de Elpénor

Los remeros, de noche, van hacia un hueco
que acoge a los extenuados, cantan
o murmuran como si cantaran, rezan,
tensan los músculos, huelen el olor
de los remeros muertos.

Ya están cerca aunque llegar
no es cobijo ni consuelo.
Persisten, tosen, reman.

El agua es espesa, sin memoria.

Prevalecerán como la copa
de la sed eterna, vacíos,
sin ojos, ni rostros,
en la vaga penumbra
del sacrificio.


Frost

El mundo tenebroso dio los bosques
como quien amontona ilusiones
sobre el rojo violento de los días.

Con su brazo de luchador, sus músculos
tensos, el mundo reposa en la placidez
de los bosques, esperando regresar
al sepulcro donde renacer.

Todo será de los bosques o no será,
aun el palo inerte debajo de la camisa
de los crueles y la sutil alondra y los molinos.

El cabello húmedo de los árboles,
la niebla silenciosa, el puñado de arena,
todo se escribirá, de nuevo, con una astilla,
unido al perfume de la tierra.


Wittgenstein en las trincheras

La lluvia impregna las cintas de algodón
de las pantorrillas y ahoga los piojos.

Una carga de obús creó una letrina colosal
en el barro, al lado de un muerto sin piernas.

Se constela el cielo de bengalas
rápidas o demoradas según el propulsor.

¿Sanguijuelas u hombres?

El alambrado corona los parapetos.

En la libreta con tapas de hule
las frases a lápiz respiran.

Como un fuego tenue
contra el vendaval.


El copista de Flavio Josefo

Jacobo o Iacobi o, dicho de otro modo, Santiago,
llamado el Menor, debe ser mencionado
porque María apañó a otros hijos
del primer matrimonio de José.
Murió por lapidación, el buen hermano
de crianza del Señor.

Juan, llamado el Bautista, es prenda
para revelar la ira de Dios
que castigó a Herodes Antipas.
Lo apropiado es parafrasear a Marcos.

De Cristo sólo se dirá que fue delatado
por el Sanedrín, que era hombre sabio,
apegado a la verdad y milagrero.

Conviene que un judío romanizado
hable del Señor. Y de su coetáneos.
Sus palabras espurias se tornarán nobles
con el correr del tiempo.


Cernuda

De la sombra soy las cenizas.
De las cenizas, el cuerpo que fui, la memoria.
Algo imprevisto hizo de mí un páramo
de arduas voces perdidas.
Lagos días, inmensos como ciclos
de quebrantos, como grietas
que ganan, pacientes, el muro.
Ahora, en el confín del exilio,
imposible custodiar el verbo.
Palabras sin dueño me llaman
y no acudo, distraído ante el mar.


Foa en el destierro

Foa podría haber escrito
acerca de molinos perdidos
con una tristeza de fin de mundo
y hasta podría haber aceitado
en una aldea de analfabetos
las ruedas dentadas
con una sola frase.

Podía haber encendido su pipa
mientras una garúa suave
trazaba líneas
sobre el muro antiguo
que luego, en sus palabras,
serían el callar de las mujeres
cuando tejen.

Ciertas líneas en inglés
que transformaría en dialecto
eran el secreto,
labores del hastío.

Podría haber escrito
acerca de las bolsas de grano
que serían pan
con palabras de Isaías.

Era enjuto y prudente.


Rosencrantz

No soy un Judas. Mi vida o cumplir
el mandato. Carezco de otra moneda
que la sumisión, indigente entre ricos,
cortesano decorativo,
tragado en el inventario
de las armas y las mandolinas.

No sé recitar, mi memoria es frágil,
ignoro la cartografía, neófito en leyes,
no fabrico artefactos, ni hablo lenguas.

Mi existencia depende de una carta.
Debo llevarla a destino y regresar.

El remordimiento
será la sobrevida.


Edith Sitwell de perfil

Las guadañas incesantes de sus labios
no permitían que sorbiese ningún néctar,
antes prodigaban dicterios y sentencias,
ofertas de hiel, túmulos
antes que cunas, patíbulos.

La larga dama del rodete escabullido
en el vendaje espeso del turbante
amaba la música, reía con la ardilla
ladrona de frutos caídos, dormía
en un diván de tapicería, fumaba
una pipa interminable y rústica.

La poesía no es una razón, dijo,
sino un desenterrar lo que se sabe
para aventurarse.
Laberintos verbales, extravíos.

Los campanas le dejaban una mirada
de apetito sin límite
en su imperturbable rostro de pelícano.


La alondra de Larkin

El viento exhala su vida
bajo la caparazón del cielo, una excavadora
va abriendo las caries del terreno,
un poste reclina su sombra
sobre el perro dormido.

Por la ventana, escapan las notas de Lester Young
no sin antes dejar gotas de vapor
en los vidrios. Un saxo es razón suficiente
para vengarse del olvido.

El bibliotecario miope, calvo, con gesto irónico
busca una palabra en los anaqueles
y se dispersa pensando en los muslos de una mujer.
Atisba los transeúntes que se inclinan
cuando el viento recrudece su marcha.

Nuestra vida, piensa, está cargada de tácticas
inútiles, de funerales y de farsas. Cargada
con balas de salva y con balas de plomo.

Ahora, la calle se convirtió en pantano.
El bibliotecario escéptico ve una alondra
que será el secreto de sus versos limpios.


Poemas inéditos. Del libro La luz, 2018. Capítulo tres “Tintas”.
Daniel Ponce (Buenos Aires, 1956). Foto: Jmp

lunes, 25 de junio de 2018

WALLACE STEVENS Me acordé del grito de los pavos reales


TATUAJE

La luz como una araña.
Se arrastra por el agua.
Se arrastra sobre los bordes de la nieve.
Se arrastra debajo de tus párpados
y esparce allí sus telarañas;
sus dos telarañas.

Las telarañas de tus ojos
se pegaron
a tu carne y tus huesos
como la viga y tu hierba.
Hay hilos en tus ojos,
en la superficie del agua,
y en los bordes de la nieve.

Versión de Alberto Girri


DOMINIO DE LO NEGRO
(Domination of Black)

De noche, junto al fuego,
Los colores de los arbustos
Y de las hojas caídas,
Repitiéndose así mismas,
Giraban en el cuarto
A igual que las hojas
Girando en el viento.

Sí, pero el color de los densos abetos
Se vino a grandes pasos.
Yo me acordé del grito de los pavos reales.
Los colores de sus colas
Eran como las hojas
Girando en el viento,
En el viento del crepúsculo.
Se deslizaron por el cuarto,
Como se desprendieron de las ramas de los abetos
Hasta llegar al suelo.
Los oí gritar - los pavos reales.
¿Era un grito contra el crepúsculo
O contra las mismas hojas
Girando en el viento,
Girando como las llamas
Giraban en el fuego,
Girando como colas de pavos reales
En el crispar del fuego,
Fuerte como los abetos
Llenos del grito de los pavos reales?
¿O fue su grito contra los abetos?
Afuera, por la ventana
Vi cómo los planetas se juntaron
Como si fueran hojas
Girando en el viento.
Vi cómo llegaba la noche,
A grandes pasos como el color de los demás abetos.
Sentí miedo.
Y me acordé del grito de los pavos reales.

Versión de Alfredo Casey


DOMINGO A LA MAÑANA

I

El placer de estar en bata, y a una hora tardía
el café y naranjas en una silla al sol,
y la verde libertad de un papagayo,
sobre un tapiz fúndense para disipar
el sagrado silencio del antiguo sacrificio.
Ella sueña un poco, y siente la oscura
intromisión de esa vieja catástrofe,
como entre las luces del agua se ensombrece una calma.
Las acres naranjas y las brillantes, verdes alas,
parten de un fúnebre cortejo,
serpenteando a través del agua, sin ruido.
El día es cual anchurosa agua sin ruido,
aquietado por el paso de ella con sus pies soñadores
sobre los mares, hacia la callada Palestina,
reino de la sangre y del crepúsculo.

II

¿Por qué habría de dar su dádiva a los muertos?
¿Qué es la divinidad si solamente
puede llegar en sigilosas sombras y en sueños?
¿No encontrará en los consuelos del sol,
en la fruta acre y en las brillantes verdes alas,
o en cualquier otro bálsamo o belleza de la tierra,
cosas que amar tanto como el pensamiento del cielo?
La divinidad debe vivir dentro de ella:
pasiones de la lluvia, o estados de ánimo con el caer de la nieve,
lamentos en soledad, o insumisos
entusiasmos cuando la selva florece, borrascosas
emociones por caminos mojados en noches de otoño;
todos los goces y todas las penas, recordando
la verde rama del verano y el ramaje invernal.
Tales son las medidas consagradas a su alma

III

En las nubes tuvo Júpiter su inhumano nacimiento.
Ninguna madre lo amamantó, ninguna dulce tierra
dio majestad a su mítica mente.
Pasó entre nosotros como un gruñón
y magnífico rey pasaría entre sus siervos,
hasta que nuestra sangre, mezclándose, virginal,
con el cielo, trajo al deseo recompensa tal
que hasta los siervos lo reconocieron en una estrella.
¿Fracasará nuestra sangre? ¿O tornárase
sangre del paraíso? ¿Y la tierra
semejará al paraíso que conocemos?
El cielo será entonces más amistoso que ahora,
una parte de esfuerzo y una parte de dolor,
y cercano en la gloria al amor perdurable,
no este divisorio e indiferente azul.

IV

Ella dice: “Me gusta cuando los pájaros, al despertar,
antes de volar prueban con sus dulces preguntas
la realidad de los brumosos campos;
pero cuando los pájaros se han ido y sus tibios campos
no vuelven más, ¿dónde está, entonces, el paraíso?
No ronda ninguna profecía,
ni quimera alguna de la tumba,
ni el dorado subterráneo, ni isla
melodiosa donde los espíritus retornan a su hogar,
ni visionario sur, ni nebulosa palmera
remota sobre la colina celestial, que haya perdurado
como perdura el verde de abril, o que perdure
como el recuerdo de los pájaros despiertos,
o su ansia de junio y del atardecer, tocada
por el extenuarse de las alas de la golondrina.

V

Ella dice: “Pero en la satisfacción siento aún
la necesidad de una dicha imperecedera”.
La muerte es la madre de la belleza; por eso
sólo de ella vendrá el cumplimiento de nuestros sueños
y nuestros deseos. Aunque ella esparce por nuestros
senderos las hojas de la destrucción,
el sendero que tomó la doliente pena, los muchos senderos
por donde el triunfo hizo sonar su fanfarria descarada,
o donde el amor impulsado por la ternura algo susurró.
Ella hace que el sauce tiemble al sol
para las doncellas que solían sentarse y contemplar
los prados, abandonados a sus pies.
Ella induce a los muchachos a amontonar más ciruelas y peras
en desdeñadas bandejas. Las doncellas prueban
y se extravían apasionadamente por las desordenadas hojas.

VI

¿No habrá en el paraíso otra muerte?
¿No cae jamás el fruto maduro? ¿O las ramas
cuelgan siempre henchidas bajo ese cielo perfecto,
inmutable y sin embargo tan similar a nuestra perecedera tierra
con ríos como los nuestros, siempre en busca
de inencontrables mares, y playas que se alejan
y que nunca tocan con articulado dolor?
¿Por qué plantar el peral en las márgenes de esos ríos,
o perfumar las playas con el aroma del ciruelo?
¡Ay, que luzcan allí nuestros colores,
la sedosa trama de nuestras tardes,
y hagan vibrar las cuerdas de nuestros insípidos laúdes!
La muerte es la madre de la belleza, mística,
y en su ardiente regazo entrevemos
a nuestras madres terrestres que esperan, insomnes.

VII

Ágil y turbulento, un círculo de hombres
cantará, orgiástico, una mañana de verano,
su tumultuosa adoración del sol,
no como un dios, sino como uno que podría ser un dios,
desnudo entre ellos, como una fuente salvaje.
Su canto será un cántico del paraíso,
salido de la sangre, retornando al cielo;
y en su canto entrarán, voz tras voz,
el tempestuoso lago donde su señor se deleita,
los árboles como serafines, y las colinas con sus ecos
que prolongan el coro hasta mucho tiempo después.
Ellos conocerán bien la celestial camaradería
de los hombres que sucumben y de la estival mañana.
Y el rocío de sus pies dirá de dónde
han venido y hacia dónde irán.

VIII

Ella escucha, sobre esa agua sin ruidos,
una voz que grita: “La tumba en Palestina
no es el pórtico de los espíritus que se demoran.
Es la sepultura de Jesús, donde Él yació”.
Vivimos en un antiguo caos del sol,
o en la vieja dependencia del día y la noche,
o en la soledad insular, libre, sin tutela,
de esas anchurosas aguas, ineludibles.
Los ciervos recorren nuestros montes, y las codornices
silban en torno de nosotros sus espontáneos gritos.
Dulces bayas maduran en el páramo,
y en la soledad del cielo, al atardecer,
peregrinas bandadas de palomas describen
ambiguas ondulaciones al hundirse en la oscuridad,
sobre las abiertas alas.

Versión de Alberto Girri



En Dos siglos de poesía norteamericana. Selección, traducción y presentación de Alfredo Casey, Ediciones Antonio Zamora, primera edición, Buenos Aires, septiembre de 1969: y en Wallace Stevens, Domingo a la mañana y otros poemas, selección y prólogo de Daniel Chirom, CEAL, Buenos Aires, 1988. Varios traductores, en los poemas aquí presentados, versiones de Alberto Girri.
Wallace Stevens (Reading, Pensilvania, EE.UU, 2 de octubre de 1879 – Hartford, Connecticut, 2 de agosto de 1955).