viernes, 22 de junio de 2018

VÍCTOR HUGO MORALES Juego a que escuchás las palabras que escribo



AZUL


amor tatuado
                   en letra dolorida      juramentos
que se intervalan
                        en      vas      venís
     amor de acá                             amor de allá
                             pero volvés
y está la herida
                                  azul.



recostada en la tarde vacía
ya nunca, a mi puerta.



acecha la tormenta
azul
                              en árboles furiosos
            fantasmas
                                    de siempre
mujer de jamases
                                      manejás
                                             la copa desordenada
        agitás el tronco
                                       soy
                                                  solo
la rama quebrada
                                la hoja que vuela
el impreciso zigzagueo
                                         del viento.



olas besan mis pies
bajamar
               de frente
                              pensándote
con gusto a sal.



te besaré en la playa debajo de la luna
bajo la luna-playa,
te besaré mi luna llena.



tu sonrisa se enmarca a solas por la ventana
                        hacia el parque
               los pies cuelgan de la mesa
                                y las manos se extienden
desde el parque hasta la espalda de tu sillón verde
       mi sonrisa, a solas, si pudiera,
entrar como un ladrón
                                     por el patio de atrás.



amé el peligro
     tu mirada de hombre ya jugado
mi rebeldía indefinible,
                                el roce de tu mano
escribo sin signos de interrogaciones
                                                   sin respuesta
desvelada de tus ojos fijos en el techo
                                                            de la celda
toqué los barrotes de mi cama
                                  y palpité el deseo de hacer mía
tu causa.



te beso todavía en un portal de París, madera
                                                hierro
un patio empedrado de carruajes y fantasmas
                                                       apenas una luz
las manos en mi pecho la denuncia
                                                 me estás marcando
protestabas    la mirada azul, el desafío de quedarme
todavía,
portal adentro y para siempre
                                en tus labios.



delgada, ojos verdes
el pelo atado en una colita graciosa
una mujer como vos
                         (pero no veo a nadie)
¿habrá?
                         una ciudad como vos.



quisiera un sin tiempos
de lo que fue
y nunca será
abrazarte sin reparos

y, después, pasa,
quizás te vea en sueños.



besos, donde no caben otros
si eso fuese posible
pues
no caben otros que no sean los tuyos
besos de umbral lejano
cuelgan de tus labios
cornisa
de adioses
y reencuentros.



(temí   tu abandono, pronóstico atroz)

                     ha sido un error, dice
otro médico                        y mira
a trasluz
                                   la placa
                                            nunca me iré de tu lado,
el paciente en pantuflas,
sale, salgo
                    un sol cuchillero enceguece
tibio, el mundo.



juego a que escuchás las palabras que escribo
en un amor de cartas que
iban
y venían
de cuando el otro leía en un tiempo impreciso
oigo tu voz en ellas y me encanto
en la precisión de las palabras
salgo a buscarlas,
desnuda, enajenada,
hasta volver al real, donde no estás.



un plano de sala
y cada rostro es su película en lo oscuro:
por ajenidad a la trama, la mía es amor imposible,
Corín Tellado de bolsillo: lloro un poco
la última página,
te lloro.



enredadera y patio
                                        verde mañana
el sol oblicuo
                          línea de luz y sombra
vas por el
          rectángulo
                 naranja

                        iluminada
                                   diagonal
                               amo de los cuerpos
                                            los besos
                                            las palabras
                                                   línea simétrica,
patio final:
                        darse, igual.



Cómo pudiste pensar que encontrarías en mí algo para amar.
Chéjov, Platónov

una frase que late desde Chejov,
¿en mí?, ¿para amar?

o a lo Platónov,
en el derrumbe
la helada mañana del invierno azula mi vergüenza
el tibio sol transparenta,
mientras mirás
como quien
circula
las promesas baldías.
                         y tu cuerpo tiembla de rabiamor
ni tiempos ni palabras de retorno:
así, esperante traicionado,
                      te apura a desenfantasmar mi cama.
Pero cómo, cómo pude pensar que podías:
ni vos ni Platónov. Con Chejov, a otra parte.
un sonido propio a tu nombre
                                            en mi cabeza,
                  lo grito
              y me moja los ojos
un rocío reverbera como un ardor.



pasa y despeina una brisa de primavera,
y pienso en el aliento que soplabas en mi nuca
después del amor,
hay un rumor de hojas en los árboles de la plaza
y parece el murmullo de tu voz mientras te dormías
veo una pareja abrazada en un banco a lo lejos
te extraño horrores.



una flor desde la ventanilla
                                                  roja en mí
roja en vos
                     respirada en el aire de octubre
                                                        era roja también
en peligro
roja la ruta en
                                         tu desfachatez.


De diario Tiempo Argentino, 13 de enero de 2018. En La herida azul (intención poética), Colihue, Buenos Aires, Argentina, 2017.
Víctor Hugo Morales (Cardona, Uruguay, 1947). Foto: Jmp

“Escribí este libro como una forma de descanso espiritual frente a lo que está ocurriendo con mi vida periodística, en el país, en el mundo. Ante la amenaza de un cierto stress, mi forma de evitarlo es una elaboración personal o la búsqueda de la familia o los amigos, pero no siempre tenemos uno a mano. Muchas veces estamos solos. Para elaborar esa soledad y convertirla en algo positivo y no en un padecimiento, en la carga tan dura que tenemos en este tiempo, tan agredidos por las circunstancias políticas, económicas. Ponerme a escribir durante estos tres meses, fue tirar a la basura miles de intenciones, y quedarme con cien para el libro. Es algo maravilloso saber que además de los libros políticos, de los periodísticos, de las luchas que uno ha encarado en el lugarcito que ocupa en el mundo, en las librerías podré compartir con la gente mis sueños poéticos, mi intención poética. La poesía es el alimento más exquisito al que podemos aspirar: la prosa es el eje en nuestra vida de lectores. Pero la sublimación de esta forma de vivir es la poesía.” (Diario Tiempo Argentino, 9 de diciembre de 2017)

1 comentario:

Anónimo dijo...

GABRIELA STOPPELMAN acerca de La herida azul

Hay días muy oscuros, en que hablar de poesía parece una ingenuidad. Sin embargo, si hay algo que ella nunca fue es ingenua…
La poesía ha sido y es siempre una conmoción: ese acorde, esa palabra que se cruza con el caminante, ese aroma en la sala, ese contorno sobre una pared en la calle que golpea el pecho, una sensación excepcional para el cuerpo, una crisis para todo orden establecido en la gramática.
Una síntesis, una contracción, un subrayable.
Y, sin embargo, la poesía no tiene demasiada buena prensa. O la tiene como veleidad estética, como rebuscamiento del lenguaje, como complicación de aquello que podría decirse simple pero, por cierta pretensión del escritor, se dice complejo. Mi maestra Lucila Févola solía decir. Todo aquello que puedas decir en prosa, decilo en prosa. Cuando ya no puedas, probá el poema. Después queda la música, el grito o dar patadas contra la pared.
Es decir, el poema es siempre una situación límite del lenguaje. Algo desborda y a la vez no entra en las formas habituales en que organizamos las palabras, algo frunce la nariz en las habitaciones tan caminadas de la pura causa efecto.
Y entonces llega ella, siempre un paso más delante de nosotros, siempre en punta hacia el real donde no estamos. Y empiezan las incomodidades
Que no se entiende su lógica, que es imposible organizarla como certeza
Cuánto habrán calado en nosotros ciertos rigores, que tanta gente desenvaina sus defensas ante el juego y el atrevimiento de lo poético y a la vez es capaz de abrazar, como verdad y solo porque las cuenta una vulgar prosa, noticias inventadas sin ningún asidero en el real donde estamos.
Cuánto habrán calado en nosotros ciertos rigores que reclamamos claridad cuando un verso señala nuestras oscuridades: “al borde de la razón hamaco un cuerpo que ya no alcanza para amarte”, “el aire es un escándalo que flota en la esquina” y asumimos como claras y evidentes las patrañas más grotescas que nos venden por televisión
¿En qué clase de sujetos nos habremos convertido que debemos salir a reivindicar el valor de lo poético, mientras el hastío, la decadencia y la humillación diarias se reivindican solas, como si fueran parte de una naturaleza obtusa desviada hacia la tristeza el horror y el oprobio?
Somos la única especie en esta tierra que tiene la capacidad de poetizar. Ya que, con la edad vamos cada vez más agachados y que la razón sin sueños no está volviendo al mundo demasiado razonable, en vez de homo erectus, o racionalis, deberíamos reivindicarnos homo poeticus. Y no sería solo cuestión de rebautizarnos, que no es cosa menor. Si no de poner al alcance de todos y cada una y uno la potencia que adquieren las palabras cuando se las refresca de sus corsés de sentido. Es de no creer el espectáculo de liberación. La multiplicación de los horizontes: la descarga, el alivio, la expansión de la voz en una lluvia de matices.