martes, 12 de junio de 2018

JUAN JOSÉ HERNÁNDEZ El olor de unos limones



MASTRONARDI

Bajo pérgolas serenas
de glicinas azuladas
la dama pudorosa de tus versos,
idéntica a tu alma,
mira el río, te nombra
y se eterniza
en un abrazo de agua.


BAUDELAIRE

No la toques ya más…
que así es la Musa
frígida y taciturna del poeta.

De Más allá de los Sármatas, 2001


BURGUÉS

Tiene cola de paja
y engorda por el ojo
del culo de su amo.

De Ráfagas, 2001


EL AUSENTE

El verano es propicio
para volver a la amistad del padre,
a su pecho de palomo ardoroso
que en la siesta enronquece.

A veces lo recuerdo
agitando su cimera de crines
en el día vibrante de racimos y flechas.
¡Volver, y que otra vez maduren
las viñas de su fiesta!

Pero el padre es ahora una ausencia:
palomar sin arrullo, seco laurel
de herrumbre en la casa desierta.


VERANO

Mi padre, antes de hacer la siesta,
ponía sobre la mesa del velador
su reloj de bolsillo y su llavero;
se quitaba la ropa, sus botas de gigante,
y tendido en la cama se ofrecía desnudo
a las caricias del ventilador.
El sueño iba cerrando sus puños suavemente
y desaparecía su sueño de león.

Era verano: recostado a la sombra
de la higuera del fondo,
la perra en celo de ojos de gacela
olisqueaba su sexo con unción.
Gorriones alevosos picoteaban las brevas.


SUEÑO

Ese hombre joven
que duerme bajo un árbol
del fondo, es mi padre.

Ha empezado a llover
y él sigue allí, tendido,
mientras la lluvia cae
silenciosa sobre el cuerpo.

Bajo el árbol sombrío
mi padre es una estatua
con los ojos desiertos.

No duerme, no: está muerto.
Amarga y turbia el agua
como un remordimiento.


EL INOCENTE

Risueño, contemplabas
al huésped silencioso
del espejo,
ese bello animal de ojos sumisos
que tendido a tu lado se lamía
la pelambre del sexo
con lánguido deleite.

Beatifico, ignorabas
la servidumbre de la repulsión.


EPIFANÍAS

¡Quién pudiera mirar el mundo
a través de los ojos enjoyados de un gato,

ser el palomo de buche iridiscente
que bebe agua de lluvia en la vereda,

la palmera indolente mecida por el viento
en el jardín del mediodía intacto,

o la sierpe melódica de Delmira Agustini
vibrando eterna, voluptuosamente!


EL DIPLOMA

Medio congestionadas por el corsé
que les abulta el pecho de palomas buchonas,
estas Damas de la Caridad
(mucho collar de perlas, mucho astracán
y trémulas papadas)
iluminadas fugazmente por el relámpago del magnesio
-un anticipo quizá del fuego eterno donde arden-
posan en la fotografía.

Todos los años otorgaban el Diploma de la Virtud
al esqueleto de la pobreza.

De Cantar y contar, 1999


JAULA

En rigor, una jaula
son mis ojos abiertos;
pájaros que algún día
fuera de mí, perdidos
cantarán, ay, dichosos
en la luz indistinta.


EL ENEMIGO

Sucede a veces
que voy cayendo lento
hacia mí mismo.

Ni triste ni contento
solo, a solas, conmigo.

Si miro alrededor
nada tiene sentido.
Un estéril sabor
borra la luz y crea
el exterminio.

Ventanas al jardín,
todo es fastidio
para mi estar perplejo,
desabrido.

Laberinto y espejo,
yo mismo mi enemigo.


LIMONES

A veces la ciudad
es una mancha
con bocinas, con ojos
de palomas lascivas
y prójimos borrosos.

Esa es la condición
humana, me digo:
el día con su carie, la caída.

Pero de la provincia
llega la salvación,
y soy raptado
por el olor de unos limones
a la luz, al color, a la alegría.


ANTES DE LA LLUVIA

La espiral o corona
de insectos voladores,

el canto de las ranas
en las zanjas,

el pájaro que afloja
la tensión de sus alas,

el sopor de la gata
en la silla de hamaca,

y el aire empalagoso
con moscas obstinadas.

(Muy pronto las mujeres,
temerosas del rayo
cubrirán los espejos de la casa.)


LA GARZA

Asomado a la tapia de ladrillos
una tarde con ocios de mi infancia,
en el jardín sombrío del vecino
vi la quieta elegancia de una garza.

Yo entonces no sabía
que se llamaba garza
ese pájaro alto, recortado
como una flor esbelta o una lanza.
Y amé el enigma frío de su calma.

Para su estar pausado
quise inventarle un nombre
parecido a la lluvia, al olor del azahar.
Una palabra que copiara el alma
de tanta ensimismada soledad.

Asomado a la tapia, muchas tardes
volví a ver el jardín donde la garza
junto al agua de un charco se dormía
cautiva de su propia forma exacta.
Un día me dijeron:
Ese pájaro que amas, es una garza blanca.
Y la palabra iluminó el jardín,
y fue mía la garza.

De Otro verano, 1966


EL GALLO

Por la siesta erizada
un gallo vuela.

Un gallo,
claridad cautivada,
diurna espuela.

¡Ya sube,
ya ilumina su cresta
ya se dora!

Por la siesta
-móvil punta de sol,
dulce espuma-
un incendio de plumas
me enamora.


CANCIÓN

Con lentitud silenciosa
los enigmas del sol
maduran en las frutas
dulcísimos misterios.

Hay flores viscerales
que desprenden bostezos
bajo la luz y el ocio
de unos días ambiguos.

Los insectos pasean
su irritada elegancia
y metálicas colas
de avideces, de brillo.

Los ángeles cayeron.
Todavía, arden
sus tristes cuerpos
de delirio.

De Claridad vencida, 1957


DULCÍSIMA INMINENCIA DEL DESEO…

Dulcísima inminencia del deseo
toda mi piel recibe con unción
tu reino de sueños y quimeras.

Emerges de una fuente
rodeada de laureles
donde beben las águilas solares.

Entre las nervaduras
de una hoja de níspero te encuentro.

Si me asomo al estanque de tus ojos
veo nadar furtivos peces iridiscentes.


DIRÉ TU INFANCIA BUENA…

Diré tu infancia buena,
tus juegos junto a un girasol,
tu herbario, tu traje del domingo
y las siestas de explorador en África.

Solo, siempre solo en tus juegos
descubriste que los ojos de un pez
eran como esa pesadilla donde corrías sin casa
bajo una turbia y amarilla luz de miedo.

Amabas los brotes de la higuera,
el agua de los pozos, la camisa del tío,
la cama como mapa dividido en provincias,
las tizas de colores, el trompo de hojalata.

Y en el cielo de las tarde nubladas
sorprendías naufragios de incendiados veleros,
bosques sombríos o montañas blandas
como belfos hinchados de caballos.

A veces te quedabas absorto en la ventana
mientras la lluvia caía tenaz en los mosaicos
ajedrezados del patio.
Después abrías el cofre donde guardabas
tu colección de botones y estampitas de santos.

No sabías que más allá del tesoro escondido,
y de los colmillos de elefantes en el fondo de un lago,
(más allá de África aún)
estaba un ángel triste preparando tu muerte.

De Negada permanencia y La siesta y la naranja, 1952


En Desiderátum. Obra poética, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2001; y La señorita Estrella y otros cuentos, CEAL, Buenos Aires, 1982. Foto: Jmp
Juan José Hernández (Tucumán, 17 de octubre de 1931- Buenos Aires, 21 de marzo de 2007).

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