HAY UNA INSTITUCIÓN LITERARIA Y EL QUE CAE EN ESO SE JODIÓ
Vos entrás a una villa y ves que la señora tiene un cuadrito con un ranchito y un arbolito. Tiene un goce estético, ¿qué le vas a poner?, ¿un Picasso? Para ella es un mamarracho, no le dice nada. Eso es una historia de la pintura, igual que pasa con la literatura. Hay universalidad en el goce estético aunque sea un sorete puesto en la vereda. No le podés decir a esa señora que no sabe lo que es bueno, sí sabe, para ella es eso… Entonces todo esto es muy relativo, jode la historia de la literatura. Yo lo veo como un friso, donde está la Divina Comedia pero no me saqués el “Madrigal” de Gutierre de Cetina porque si no se me viene todo abajo:
“Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué si me miráis, miráis airados?”
Esa música, esa cosa, no lo puedo sacar.
Los pintores saben, ponen un elemento aquí, otro acá. A mí me pasa lo mismo, será una cuestión de grado pero la historia de la literatura me ha impuesto que yo no puedo comparar una cosa con la otra. No lo necesito. Para el goce estético de mi vida, me van a acompañar ciertas letras de tango, ya no se dice más que es menor, el valor que tienen lo impone.
Hay una institución literaria y el que cae en eso se jodió. Yo no me considero ni un escritor ni un poeta. Por que suena a profesionalismo. Yo soy un tipo que además de todo lo que ha hecho: cinco hijos, tres mujeres, trabajar, ser desocupado, militar (políticamente), creer en un movimiento, descreer, criticar, pecar, equivocarme, además de todo eso: escribo. Para mí nunca estuvo en primer lugar lo de ser escritor, si no escribía, reventaba. Para mí fue una válvula de escape, pero claro que no es tan fácil porque no es el vuelco de esa experiencia, hay que refinarla, darle forma, porque el arte es darle forma, qué hacemos con el qué. Me desocuparon de Crítica, me quedé en Pampa y la vía, y tenía mis hijos y los mellizos, y me tuve que ir a vivir en un rancho de lata en Lavallol, con agua de bomba, y mi mujer lavando los pañales, que no te los vendían como ahora, en una pileta con escarcha, con una letrina y te voy a poner eso y te voy a contar: no, no se sostiene… Eso, hecho arte, es otra cosa, hay una elaboración en cómo lo decís. Entonces hay gente que cree, ingenua, que dice la fusión del yo y sus penas, pero no se sostiene como poema, no hay lenguaje, no hay estructura. Se estereotipa, los modelos están, pero cuando la cátedra o la institución los esclerotiza, no sirve para nada. Por eso, lo que uno tiene en cuenta es lo que decía Nabokov: “Denme un lector creativo y me salvo.” La obra se salva por el lector. Hay alguno que puede leer el Dante como Schopenhauer, un mamarracho, pero lo puede leer así, hay una creatividad. Lo leyó así, vio que todo ese aparato alegórico era un mamarracho para él, claro que no vio la potencia del lenguaje, la construcción, la estructura, pero tiene que existir ese tipo de lectura que mueva al modelo, que lo critique, que no se deje devorar, porque está atrás esa idea peligrosa de perfección que es una idea paralizadora. No hay nada perfecto, son mentiras. La institución te puede hablar de la vaca sagrada, que es perfecta. Pero tienen que venir las otras generaciones a hacer lo suyo, y parten de una crítica de ese modelo que se les ha impuesto. Y después, como dice Pound: “Bueno, ahora puedo hacer negocios con vos, viejo Walt Whitman”. Primero lo criticó, pero después, cuando hace Los cantos, lo valora. Primero el parricidio y después, cuando sos padre y sabés las dificultades que tenés, ves que no era tan fácil…
En “Mescolanza. A modo de memoria”, Emecé, 2010.
Imagen: Tapa Mescolanza. Leónidas Lamborghini (Buenos Aires, 1927-2009).