1
LA ENAGUA CUELGA DE UN CLAVO EN
LA PARED
Nadie quiere a nadie. Sólo sombras líquidas se
mueven en el aire sucio.
La
pasión es la altura y la enfermedad.
El
cómico ha dejado su copa en la baranda peligrosa. La noche es arqueada como un
pétalo sobre las ventanas iluminadas.
La
noche es de estrellas carnívoras.
Qué
amor nos tocará la frente ácida? Las paredes son desdichadas y con musgo en el
hotel donde persisto la fiebre es alta como una
adolescente con las ropas azules y mojadas.
Con un
alfiler podría atrapar esa mariposa; se desliza en la luz del foco que cae como
una lágrima entre la pestaña de los cables.
Con un
alfiler insistiría en su corazón.
He tenido el terror de los bichos humildes en la
tormenta. Me mortificó la duda. Me mortificaron los grandes helechos
ponzoñosos, los ojos de las modistas, las palabras habladas en la boca de mi
madre.
La duda comió de mi corazón como un chino
inclinado sobre su arroz cocido.
El deseo vino con un peso de barco que
divide las aguas y termina siendo sólo veneno
blanco cae en gotas de un raro espesor.
La boca agrandada por el deseo como por
trazos de carmín y los ojos agrandados por la lectura.
Eso es
todo.
Es la grieta de una pared la que miro hace días.
Lentos insectos blancos duermen en un ángulo más oscuro y más húmedo.
La pared parece hecha para que apoye en ella mi frente y duerma (paño frío
de cal sobre los labios)
"pobres mujercitas, pobres chicas
abandonadas"
es el único viento que silba en nuestros corazones
silba entre las persianas flojas de nuestras cabecitas desatinadas
-una mano venía por el aire para golpear mí
oído
silencio desprende veneno una cápsula rota
el pequeño strass que adornaba mi oreja estalló
polen que brilla en las maderas del suelo
ahora la visión de unas manos con
uñas cuadradas nos da taquicardia
mujercitas siempre tensas
continuando la línea de unos tacos negros
siempre perfumadas de aburrimiento y pasión
de nucas desnudas
de nucas embalsamadas por el aire que devuelven las enaguas
mujercitas del sur con una mirada que insiste hacia
las estrellas frías
de dedos mojados en ungüentos en fósforo
mujercitas perdidas
en su musitar palabras improbables
pesadilla/perfume
y después la cámara
sigue la caída de un pétalo desde los balcones de
piedra.
¡qué tonto es todo lo que hicimos!
¡qué fastidioso el espiar de nuestras madres sobre
nuestro corazón! así
miran las modistas la casa incendiada, la casa muerta de ceniza incrustada
en el pasaje estrecho de una
ciudad moribunda.
qué mal hicimos todo la
torpeza de nuestros dedos en el cuaderno enfermo, en la batista de cursis
bordados ¿qué falta no absorbieron nuestras manos decaídas y pálidas?
abrimos la llave del gas, los frascos, las puertas de las terrazas y desalentadas
vamos a ducharnos sin honor ¿cuándo seremos heroicas cuándo ahorcarnos
en un cable cuándo provocaremos un temblor?
mujercitas mujercitas
ni putitas ni niñas ni madonas
el humo arrancado a las agujas de pino, ése el calor de nuestras miradas
sobre los lentos objetos, las piernas de los hombres y los animales
mutilados. El hambre de bondad nos hace estremecer en lo oscuro; el hambre
de palabras plácidas palabras calmantes cómo una capucha para nuestras
nucas volcadas como flores, que ya no pueden sostenerse en un jarro.
2
LA MUERTE ARGENTINA
Como si morir a balazos
fuera el mejor juego bajo el sol.
W. B. Yeats
el mal, como un ala de murciélago, vino
a rozar nuestras rodillas. Estábamos en el balcón; en la noche mirábamos la
oscuridad, el grisado verde de un álamo contra la tormenta.
La Fiesta hace años terminó.
Con la
respiración detenida, en las tinieblas miramos el árbol
el mal
nos corrigió las rodillas
hizo
de nosotros esa historia.
Años
He
perdido. Hemos perdido y llorado al fondo de los gallineros.
No hay más consuelo que estas plumas,
estas aves de corral mirándonos compasivas.
La muerte argentina
eran épocas de símbolos, de tatuajes.
Ya derrotado, ya muerto; su cabeza es cortada, hincada en una pica y exhibida
en plaza pública en una ciudad casi asiática.
El
paludismo hace crecer flores malsanas.
En los
patios los adolescentes se estiran en los mosaicos y buscan con ojos relucientes
la humedad
para oprobio de la familia
tres
gallinas con las patas atadas mueven sus convulsivas alas, sin sonido agonizan
entre plumas sangrantes
para escarmiento de ese pueblo retobado
la
cabeza de un hombre enterrada en un clavo, alzada en una caña que la noche hace
de bronce, en una plaza mezquina, de rotos arbustos de tristísimas palmeras.
En La
enagua cuelga de un clavo en la pared, Ediciones Último Reino, Buenos
Aires, 1993.
Leonor García Hernando (San Miguel de Tucumán,
1955 - Buenos Aires, 30 de marzo del 2001). Foto: Jmp