lunes, 31 de enero de 2022

HORACIO REGA MOLINA Hoy, como hace mil años



CANCIÓN ETERNA 

Hoy, como hace mil años, 
en aquel bosque, lejos, 
cae un pájaro muerto. 
Hoy, como hace mil años. 

Vendrán mil años. Cierto 
que han de venir mil años, 
y el día señalado, 
con su pájaro muerto. 

Oíd, propios y extraños, 
y pájaro en la selva; 
nada nuevo os espera 
dentro de otros mil años. 



HISTORIA

¿Qué dirán, acercándose a mi lecho 
junto al yeso caliente de la almohada, 
en el preciso instante en que ya nada 
pueda oír, de mi muerte satisfecho? 

Yo mismo cruzaré sobre mi pecho 
las manos, como rosa terminada, 
y rondarán mi oreja clausurada 
voces de musgo y de medro helecho. 

Voces piadosas porque no me obligan 
a la respuesta. A nadie escucharé. 
Poco me importa, entonces, lo que digan. 

Con ese tono estéril que se advierte 
en las salas de espera. Y yo seré 
el primer convencido de mi muerte.



En Poesía de Horacio Rega Molina, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1965 / Selección y presentación de Manuel Alcobre / El primer poema es de Patria del campo, 1946; el segundo de Sonetos de mi sangre, 1954 / 
Horacio Rega Molina (San Nicolás de los Arroyos, provincia de Buenos Aires, 10 de julio de 1899 - Buenos Aires, 24 de octubre de 1957) / Fotos: jmp

viernes, 28 de enero de 2022

MARÍA DEL CARMEN SUÁREZ Dos fuerzas contra el olvido



ENTENDIMIENTO DE LOS CUERPOS 

Los cuerpos se entienden 
se abrazan 
redimen 
los cuerpos son algas flotando en la vida 
lazos del viento en el crepúsculo 

yo naufrago 
me agoto 
traduzco la noche y me calmo 
entiendo tu cuerpo y adivino tu alma 
perezco y abrazo la parte de olvido que integra la vida 

los cuerpos se entienden 
más allá del dolor y la dicha 
no mienten 
no ocultan 
arriegan temblando 
se entienden en juegos 
en la ceniza del tiempo 
ellos son nuestro dominio 
el arcano que somos aquí 
en esta frontera donde fuimos convocados 

los cuerpos se enlazan por poder de vibración 
se auscultan 
se rozan 
se pulen 
se entregan 
se aman 
demuestran al mundo que el origen fue plegarse 
fundir dos fuerzas contra el olvido. 


GENERACIÓN DEL ´60

Somos una tribu que quisieron dispersar
pero hicimos pequeñas alianzas
aun en torno de la locura y la zozobra
no pudieron sofocar el ímpetu de nuestra palabra
fraguada en la tiniebla de las habitaciones
cuando el miedo llamaba a la puerta

muchos se hundieron en vanos alcoholes
y otros dieron su espalda al amor
sin embargo la tribu persiste
busca entre las estaciones
aviva la lámpara de los deseos
atisba el vuelo de una mariposa en la tarde

quisieron contener la búsqueda de un paisaje interior
donde la creación surgía
como un antiguo universo de destellos
pero la generación de magos
poetas y trapecistas
en un circo donde el payaso llora su lenta agonía
quiebra los espejos buscando Alicias imaginadas y tenues
para desterrar la miseria y el olvido
en esta ciudad la tribu se reúne y canta
a pesar de los enemigos que tejieron una trama oscura
y sueña con una temporada que extinga el tiempo del horror.



En El ´60 poesía blindada, antología, selección de Rubén Chihade, prólogo de Ramón Plaza, Los Libros de Gente Sur, Buenos Aires, 25 de julio de 1990 / El primer poema es de Entendimiento de los cuerpos, 1982; el segundo se mantenía inédito hasta la edición de esta antología / 
María del Carmen Suárez (Barrio de La Boca, Buenos Aires, 3 de agosto de 1943) / Fotos: jmp

miércoles, 26 de enero de 2022

RAÚL BRASCA La noche en que



EL SENTIDO DE LA LIBERTAD

        La noche en que, ya viejo, se apagó definitivamente su fuego sexual, Sócrates oyó que el bello Alcibíades murmuraba: “Al fin libre”. No se ofendió. Comprendió que la realidad se había equivocado de persona, porque la frase le correspondía. Y tuvo razón: no bien sus labios se la apropiaron, la vulgar expresión de alivio se cargó de noble sentido, de agudeza, de profundidad moral y, lo más importante, de trascendencia. 




En El límite de la palabra / Antología del microrrelato argentino contemporáneo, edición de Laura Pollastri, Menoscuarto Ediciones, España, 2007 / 
Raúl Brasca (Marcos Paz, provincia de Buenos Aires, Argentina, 1948) / Fotos: jmp

viernes, 21 de enero de 2022

SYLVIA IPARRAGUIRRE Lila y las luces



LILA Y LAS LUCES

A Ana María Borzone 

   Falta poco para el amanecer. En las estribaciones de los Andes patagónicos el viento corre ladera abajo y estremece los techos de las cinco o seis casitas del valle. Lila se acerca a la espalda de su hermano Ramón en busca de calor. Se vuelve a dormir con un sueño liviano, de pájaro. Un rato después, la luz fría de la mañana los despierta. La madre ya ha salido y el bebé está moviendo los bracitos en silencio. Somnolienta, lo levanta y lo cambia. En la cocina, el fogón ha guardado algo de rescoldo. Rápida y eficaz, Lila hace brotar el fuego.   Con el bebé en brazos, se asoma a la puerta. Lejos, en la ladera del cerro, las manchas blancas le señalan dónde está su mamá con las cabras. Pone los jarros sobre la mesa y sirve el mate cocido. Sus tres hermanos se sientan y empiezan a hacer ruido y a reírse. Se pegan en las manos cada vez que uno estira el brazo para alcanzar el pan. El de tres años, todavía un poco dormido, tiene el pelo parado y la ropa torcida. ¿Vendrá el maestro hoy?, piensa Lila. 
   –¿Hoy viene el maestro? –pregunta el hermano mayor. 
   –Y claro, por qué no ha de venir. Con ocho años, su hermano Ramón es siempre el que más sabe. 
   –Digo. El viento mueve la puerta, la leche se derrama en el fuego, el bebé llora. Lila le cierra los dedos sobre un trozo de pan; mientras, ella enfría la leche en el jarro. Sus hermanos salen al patio.
   –Por qué no te dormís vos, ¿eh? –le habla al bebé con el tono enérgico que usa su madre–. Si no te dormís viene el enano y te lleva. Con cuidado lo vuelve a acostar en la cama grande y sale. En el patio se pelean los más chicos y Lila los separa. Uno de ellos se ha caído y tiene un moretón en la frente y la cara llena de lágrimas y moco. 
   –Ya van a ver cuando venga la mamá –los amenaza. 
   Lila corre junto a Ramón, que juega a subirse a las piedras a un costado de la casa, donde la ramada del corral de las cabras se recuesta contra la roca viva. El sol ya está alto pero el viento es frío. Las manchitas blancas se han desplazado un poco hacia la parte baja del cerro; Lila igual alcanza a ver la pollera azul y hasta el pañuelo en la cabeza. Unas nubes cruzan veloces el cielo. Oscurecen la montaña y cuando ya pasan y todo vuelve a ser claro y brilla. Esto le gusta a Lila. Baja saltando de las piedras y entra en la casa para ver que no se apague el fuego. Recién entonces saca el cuaderno y el libro de la bolsa de nailon y los lleva a la mesa. Toma el lápiz para hacer la tarea. Lila se pregunta por centésima vez cuántas patitas debe dibujarle a la E. El maestro dijo que es como un rastrillo, pero el rastrillo tiene muchos dientes y la E no tiene tantos. Ha borrado muchas veces y tiene miedo de que el papel del cuaderno se rompa. El maestro dijo que había que aprender palabras del libro de lectura y copiarlas en el cuaderno. Las manos morenas y delgaditas lo abren con cuidado. Lila no se cansa de mirar los dibujos llenos de detalles y colores brillantes. Lo mandaron de regalo para su escuela. Esta semana le tocó a Lila llevarlo a su casa. En ese libro hay que aprender a leer, dijo el maestro, porque es el único libro que hay. Lila ya ha mirado muchas veces al chico de la lectura que sale de su casa y va a la escuela, pero por más que mira no puede acordarse de lo que dicen las palabras. 
   –Escuela... –deletrea en voz baja. 
   Ahora tiene que copiarla, pero en la lectura está con la e y Lila debe escribirla con la E. En ese momento el bebé llora, guarda todo en la bolsa y va a atender a su hermano más chico. 
   Al mediodía, su mamá ha vuelto y las cabras están en el corral. Lila y Ramón caminan entre los cerros.  Desde lejos saben que el maestro vino: la bandera se ve arriba, ondeando. En el patio, se juntan con sus compañeros hasta que toca la campana, pero Lila no juega, está inquieta. No pudo hacer la tarea y tiene miedo de que el maestro se enoje. Es el segundo año que viene a la escuela y su mamá dice que si otra vez repite, la saca. A muchos chicos no les da la cabeza, y hay que ver si a Lila la escuela no le hace perder el tiempo. Abre el libro sobre el pupitre pero las palabras siguen mudas. Por su cabeza cruza el anchimallén. Cuando oscurece, antes de que su mamá encienda la lámpara, a Lila le da miedo. El enano malo se ríe en el aire y se aparece como una luz que anda por los techos o entre las patas de los caballos. Su tío dijo que una mujer se quedó ciega porque lo miró de frente. Lila piensa en su mamá, que está en los cerros con los más chicos. En el dibujo del libro, el alumno de guardapolvo blanco va a la escuela en una ciudad muy grande, llena de casas. “Es la capital de nuestro país”, ha dicho el maestro. El chico se queda parado y mira unas luces. Ella también las mira. El maestro ya ha explicado qué es esa cosa con luces, pero Lila ha olvidado para qué sirven y la palabra escrita no le dice nada. 
   –¿Para qué era esto? –pregunta bajito a su compañera. 
   La chica mira un momento, duda, acerca la cara al libro, y después dice: 
   –Para que no te pise el auto. Si te pisa te mata. 
   Cada cinco días pasa el colectivo que va hasta Neuquén. Una vez su mamá se fue en ese colectivo, cuando Ramón estuvo enfermo, y allá había luz eléctrica, dijo. En sus siete años, Lila nunca fue a una ciudad. Piensa si las luces no servirán para que el enano no te agarre en el cerro. Se lleva los chicos a una cueva, dijo su tío, después los saca muertitos. Pero en los cerros no hay luces, salvo el relámpago y la luz mala del anchimallén cuando alguien se va a morir. Por eso Lila le dice a su mamá que a la noche tranque bien la puerta. Su papá hace mucho tiempo que no está; una vez se fue a trabajar y no volvió. Después vino hace como un año y se volvió a ir. Su papá es más alto que su mamá. Lila se acuerda bien de su cara y del pelo. 
   –Lila ¿copiaste las palabras de la lectura? 
   Asustada, Lila mira su cuaderno y no contesta. 
   –¿Aprovechaste el libro? Mañana se lo lleva Mario. ¿Copiaste las palabras que marqué? 
   Lila siente la cara ardiendo. Los ojos se le llenan de lágrimas. Sin saber qué hacer, tira de la blusa para abajo. 
   –¿Quién copió las palabras? –pregunta, en general, el maestro. Lila vuelve a sentarse. En el libro, el chico ha subido a un colectivo y habla con el conductor. El colectivo es más nuevo que el que pasa por el valle para Neuquén. El maestro habla de la ciudad y dice que la lectura se llama “El ritmo de las ciudades”. Lila mira las letras y las empieza a deletrear: El..., pero el maestro ya está explicando otra cosa: que en las ciudades se hacen embotellamientos de tránsito de tantos autos que hay. A Lila la palabra embotellamiento no le parece difícil y cree que la puede copiar porque la e chica no es como la E. El maestro está diciendo que algún día ellos van a ir a la ciudad, entonces tienen que saber cómo es. A Lila esto le gusta y a la vez no le gusta. Se siente inquieta. Mira a su compañera y le dice: 
   –¿Vos vas a ir? 
   –¿Adónde? –dice Yarita. 
   –Ahí, donde dice el maestro. 
   La chica hace que no con la cabeza. A Lila esto la tranquiliza. ¿Su mamá ya habrá vuelto del cerro con sus hermanos? Había dos cabras por parir y su mamá estaba nerviosa. 
   –Copien las palabras –repite el maestro. 
   Lila borra otra vez. La timidez la paraliza. De golpe, toma coraje. 
   –Maestro, maestro, yo no puedo hacer esta letra... –dice en voz baja. 
   En el otro extremo del aula, el maestro está distraído. Rodeado por el grupo de los más grandes, donde está su hermano Ramón, no presta atención para el lado de los más chicos y no la escucha. Lila vuelve a mirar el dibujo del libro: muchos coches en una calle, también hay colectivos y un camión. Parecen los chivos queriendo salir del corral. Arriba, las letras dicen ¡tuuu!, ¡tuuu! Eso Lila lo lee perfectamente. El maestro ahora está a su lado y Lila se sobresalta. 
   –Lila, copiá las palabras... que Yarita te ayude. 
   Pero Yarita dice: 
   –No quiero... yo estoy escribiendo, maestro. 
   –Bueno, Lila, copiá esta palabra –dice el maestro. 
   Con alivio Lila empieza a dibujar la e, la m, la b... Yarita mira por encima de su hombro. 
   –Ahora poné el cero –dice Yarita; Lila la interrumpe. 
   –No es el cero, es la o. 
   –Es el cero –porfía Yarita. 
   –Ya está –dice Lila satisfecha–: embote... –deja de escribir porque suena la campana. 
   En el patio, el maestro recomienda a Ramón que ayude a su hermana. Es el único que lo puede hacer. Dice que con ayuda Lila va a salir adelante. Ramón no mira al maestro, hace un hoyo con el talón en la tierra y dice que a lo mejor su mamá la saca, que como es mujer va a ayudar en la casa o a lo mejor va de niñera a Neuquén. El maestro insiste y le recuerda a Lila que mañana le toca a otro compañero llevarse el libro. 
Emprenden la vuelta. En el camino, Ramón junta piedras y se las tira a los tordos. Lila va pensativa. 
   –¿Qué son las luces, Ramón? 
   –¿Qué luces? 
   –Ésas, las de colores, para que no te pisen los autos. 
   –¿Dónde? –dice su hermano, probando su puntería en una piedra grande, a unos diez metros. La piedra rebota y sale disparada para arriba. 
   –En el libro del maestro... 
   –Si te pisa un auto te destripa –dice su hermano y, sin esperar contestación, sale corriendo. 
   Su hermano tampoco sabe lo de las luces, si no, le hubiera dicho. Las montañas se han puesto violetas y el viento es cada vez más frío. En las cimas todavía hay sol, pero en las laderas, el atardecer ha hecho un hueco negro. Desde una loma oscurecida, un guanaco muy erguido la mira. Lila empieza a correr. 
   –¡Ramón, Ramón...! 
   Su hermano sale de atrás de una piedra y la asusta. Se ríe a carcajadas. Se para en el medio del camino: 
   –Te agarra el anchimallén y te lleva a la cueva... –otra vez sale corriendo y gana distancia. 
   A todo lo que dan las piernas, Lila sigue a su hermano sin mirar atrás. A la vuelta del camino, bajando la cuesta, aparece su casa. Un humo delgado se levanta del techo. El perro viene a su encuentro y Lila lo abraza con fuerza. Entre ladridos, corre y cruza la puerta. La felicidad de Lila es que su mamá está adentro, de espaldas, frente al fogón. 
   –Mamá, el Ramón me dejó sola y me asusta –dice sin aliento. 
   Su hermano ni la mira porque está luchando con el perro en un rincón. Lila se da cuenta de que su mamá no está nerviosa, está contenta porque han nacido cuatro chivitos nuevos, más de lo que esperaban. Pero la leche de las cabras no alcanza, dice. Hay que preparar las botellas para darles; si no, se les mueren. Eso es lo único en el mundo que Lila sabe que no puede pasar. La madre dice que cambie al bebé que está mojado y lo ponga a dormir. Ramón ya está echando la leche en las botellas y tapándolas con la tetina de cuero. Lila tiene ganas de ver los cabritos, pero primero debe hacer lo que su mamá le ha dicho. 
   –¡Duérmase de una vez! –ordena impaciente–. Viene el enano y lo lleva –el bebé sonríe y la mira con los ojos redondos, sin asomo de sueño–. ¡Le pongo las luces! –amenaza Lila–. ¡Le pongo las luces y lo pisa el auto! 
   Al fin, el bebé se duerme y Lila corre excitada afuera. Ramón acarrea el balde con las cuatro botellas. En el corral de palo ya oscurecido, su madre da órdenes cortas y precisas que Lila y Ramón obedecen al instante.   De un lado al otro, el perro vigila que ningún chivo se escape. Lila es todo ojos. En las sombras, su madre sujeta con brazos y piernas una cabra; cuando la tiene segura, con una mano toma el chivito y lo pone a mamar. Lila entiende. Tienen que aprender a mamar los chivitos para que después tomen de la mamadera y no se mueran. Ramón ya sostiene la otra cabra. Lila se agacha y levanta uno de los recién nacidos. Los balidos son débiles y lastimeros. 
   –Tiene hambre –dice Lila. 
   Rápida, busca la ubre de la cabra y mete el dedo en la boca del cabrito. Escucha el ruido de succión. 
   –Éste ya toma –dice su hermano. 
   El corral se llena de balidos, de viento y de noche. Una racha fría alborota la pollera de la madre y el pelo de Lila que, en cuclillas, deja a un recién nacido y levanta a otro. En su palma late desenfrenado el corazón del chivito que toma con avidez. Se va a salvar, piensa Lila. No se van a morir. Se deja caer, jugando, sobre el costado de una cabra que se mueve y la empuja. Son calentitas, piensa contenta. 
   –Éste se tomó todo, ya. 
   Recortados contra la luz débil de la cocina, los más chicos miran desde la puerta. La madre le dice a Ramón que vaya a la pieza, saque el colchón y traiga el elástico de la cama. Le ordena a Lila que le ayude. El corral tiene la puerta rota y los animales pueden salirse durante la noche. Obedecen, su hermano pone el colchón en el piso y apoya el elástico de canto. Lila toma el otro extremo y, entre los dos, lo llevan afuera. Van tropezando en la oscuridad. Su madre acomoda el elástico a la entrada del corral y lo sujeta con unas sogas. Le está diciendo a Ramón que mañana debe buscar unos palos buenos y arreglar la puerta. 
   Todo terminó. Su mamá y Ramón entran a la casa, pero Lila se queda. Con la cara entre los palos, mira la oscuridad estremecida del corral, siente el olor áspero, familiar, y escucha el roce de los cuerpos. El viento sisea entre las piedras, las cabras se acomodan y las crías, al abrigo de sus madres, no balan más. La noche bajó sobre la Patagonia entera. El perfil de las montañas es apenas el trazo de las cumbres nevadas. No hay luna. Un arco portentoso de estrellas resplandece en el frío nocturno y cubre el cielo de un extremo al otro del valle con sereno esplendor. 
   –¡Lila! 
   Lila corre a la casa y su madre tranca la puerta. 
   Sentados a la mesa, los cuatro miran silenciosos la espalda de la madre frente al fogón. El olor de la tortilla llena la cocina. El más chico se ha quedado dormido con la cara sobre la mesa. A Lila se le cierran los ojos, pero el hambre la mantiene despierta. Comen en silencio. La madre quiere saber si ha venido el maestro y qué les ha dicho. El que contesta es Ramón. Lila va a preguntar de las luces, pero mastica y se le cierran los ojos. La voz de su mamá se va apagando. En el techo silba el viento y el anchimallén está lejos. Mañana va a aprender lo de las luces para que el maestro vea que ella sabe. El viento sigue su canto, monótono. Lila se queda dormida. 




En El país del viento, Alfaguara, Buenos Aires, 2003; y en Lila y las luces, Plan de lectura de 2009, Ministerio de Educación, Buenos Aires, 2009 / 
Sylvia Iparraguirre nació en Junín, provincia de Buenos Aires, el 4 de julio de 1947 / Escritora / Fotos: jmp

martes, 18 de enero de 2022

LUIS ALBERTO MURRAY Gente igualmente atendible



GENTE IGUALMENTE ATENDIBLE

El perro 

a Raúl Alonso

Debido, en cierto modo, 
a que no sabe nada, 
mirando su mirada 
lo comprendemos todo. 


El gato

Sí, desdeñoso, finge 
ser meramente un gato, 
incomodadlo un rato, 
y surgirá la Esfinge. 


El cordero 

Con su postrer balido 
alcanza a perdonarnos. 
Si logra avergonzarnos, 
no todo está perdido. 


La gacela 

Indefensa hermosura. 
De este mundo no es. 
Del próximo, tal vez, 
como la paz segura. 


El facocero

No sepa que lo viste, 
increíble, horroroso. 
Ante él, sé piadoso, 
y dile que no existe. 



LA COPA 

Qué poderoso lo que nada pesa. 
Ah, muchacha, qué Orden te asegura. 
Siento, sobrecogido de pureza 

que al ceñirte mi brazo la cintura, 
vibra como una copa mi belleza, 
una copa de fuego y de ternura. 

Y digo el brindis único que expresa 
la gracia toda de tu arquitectura: 
-A la salud de la naturaleza... 




En Antología de la Poesía Argentina, tomo II (1919 - 1930) de III, selección e introducción de Raúl Gustavo Aguirre, Ediciones Librerías Fausto, Buenos Aires, 1979 / De Primera colección, 1940 - 1950 (1950) /
Luis Alberto Murray (Buenos Aires, 10 de marzo de 1923 - 31 de julio de 2002) / Fotos: jmp

martes, 11 de enero de 2022

MARCEL PROUST Parten para respirar esos minutos profundos



ALBERT CUYP

Cuyp, sol en declinación disuelto en el aire límpido
Que un vuelo de pichones turba como el agua, 
Trasudor de oro, nimbo en la frente de un buey o un abedul,
Incienso azul de los días hermosos humeando en la colina,
O pantano de claridad estancada en el cielo vacío.
Unos jinetes están listos, sombrero con pluma de rosa, 
A un lado la palma; el aire vivo que enciende su piel,
Hincha levemente sus finos rizos rubios,
Y, tentados por los campos ardientes, las ondas frescas,
Sin perturbar con su trote los bueyes cuya manada
Sueña en una niebla de oro pálido y reposo,
Parten para respirar esos minutos profundos.


CHOPIN 

Chopin, mar de suspiros, de lágrimas y de sollozos
Que atraviesa sin posarse un vuelo de mariposas 
Jugando con la tristeza o bailando sobre las aguas.
Sueña, ama, sufre, grita, apacigua, encanta o arrulla,
Siempre haces correr entre cada dolor 
El olvido dulce y vertiginoso de tu capricho 
Como las mariposas que vuelan de flor en flor; 
De tu pesar entonces tu alegría es cómplice:
El ardor del torbellino aumenta la sed del llanto. 
De la luna y de las aguas, pálido y dulce camarada,
Príncipe de la desesperación o gran amor, 
Te exaltas aún, más hermoso cuanto más pálido
Del sol que inunda tu cuarto de enfermo, 
Que llora sonriéndole y sufre al verlo, 
Sonrisa del remordimiento y lágrimas de la Esperanza. 




En Retratos de pintores y músicos, Colección El Búho Encantado, Rosario, Argentina, 1978 / Director: Francisco Gandolfo / Traducción Marcelo Menasché / (Estos poemas forman parte del primer libro publicado por MP en 1896, Los placeres y los días, con prólogo de Anatole France) / 
(Valentin Louis Georges Eugène) Marcel Proust (Francia, 10 de julio de 1871 - 18 de noviembre de 1922) / Fotos: jmp

domingo, 9 de enero de 2022

MICHEL HOUELLEBECQ ¿Cómo es posible que nuestra soledad sea tan grande?



50”

H:
    Me gustaría anunciar buenas nuevas, prodigar palabras de consuelo; pero no puedo hacerlo. Sólo puedo observar cómo se abre el abismo entre nuestros pasos y nuestras actitudes. 
Surcamos el espacio, el ritmo de nuestros pasos corta el espacio con la exactitud de una navaja; surcamos el espacio y el espacio es cada vez más oscuro. 
Hubo un momento preciso en que se rompió el contacto. No consigo recordarlo, pero debió de producirse a cierta altura. 

M:
    Tuvo que haber algún momento de comunión en el que no teníamos ninguna objeción contra el mundo; entonces, ¿cómo es posible que nuestra soledad sea tan grande? 
Debió de ocurrir algo, pero el origen de la deflagración nos resulta impenetrable; 
miramos a nuestro alrededor, pero ya nada nos parece concreto, ya nada nos parece estable. 




En El mundo como supermercado, Anagrama, Página / 12, Buenos Aires, 2011 / Traducción Encarna Castejón / De Opera bianca, instalación móvil y sonora del escultor Gilles Touyard y del músico Brice Pauset con textos de MH / primera representación en Centro de Arte Contemporáneo Georges Pompidou, París, 10 de septiembre de 1997 / 
Michel Houellebecq (Michel Thomas, Saint-Pierre, isla de Saint-Pierre Reunión, 26 de febrero de 1956) / Fotos: jmp 

viernes, 7 de enero de 2022

FRANZ KAFKA La desdicha en la otra orilla



24 [de enero de 1922] 
(…)
    Mi desarrollo ha sido sencillo. Cuando todavía estaba contento, quería estar descontento, y con todos los medios de la época y de la tradición que me eran accesibles me empujaba a mí mismo al descontento, y entonces quería volverme atrás. Por lo tanto, siempre estaba descontento, también con mi descontento. Es notable el hecho de que, con una sistemática suficiente, la comedia pueda convertirse en realidad. Mi decadencia espiritual comenzó con un juego pueril, aunque puerilmente consciente. Contraía artificialmente, por ejemplo, mis músculos faciales, caminaba por el Graben con los brazos cruzados detrás de la cabeza. Un juego puerilmente repelente, pero que salió bien. (Algo parecido ocurrió con el desarrollo de mi escritura, sólo que, por desgracia, ese desarrollo se atascó más tarde.) Si es posible forzar de ese modo a la desdicha a que venga, entonces debería ser posible forzar a todo a que venga. A pesar de que mi desarrollo parece refutarme y a pesar de que pensar así contradice mi naturaleza, no puedo de ningún modo admitir que los inicios de mi desdicha fueran íntimamente necesarios, quizá respondieran a una necesidad, pero no una necesidad íntima, llegaron volando como moscas y habrían sido tan fáciles de ahuyentar como éstas. 

    La desdicha en la otra orilla habría sido igual de grande, probablemente más grande (a consecuencia de mi debilidad), todavía tengo la experiencia, todavía está temblando en cierta medida la palanca desde la época en que la invertí por última vez, pero por qué incremento luego, con mi nostalgia de la otra orilla, la desdicha de estar en ésta. 

25 [de enero de 1922] 
    Triste con motivo (…) 




En Diarios, Random House Mondadori, Buenos Aires, Argentina, 2015 / Traducción de Joan Parra y Andrés Sánchez Pascual /
Franz Kafka (Praga, Imperio austrohúngaro, actual capital de República Checa; 3 de julio de 1883-Kierling, Austria; 3 de junio de 1924) / Fotos: jmp

jueves, 6 de enero de 2022

JOAN BROSSA Este verso es el presente



EL TIEMPO 

Este verso es el presente.

El verso que habéis leído es ya el pasado
-ha quedado atrás después de la lectura-.
El resto del poema es el futuro,
que existe fuera de vuestra
percepción.

Las palabras
están aquí, tanto si las leéis
como si no. Y ningún poder terrestre
lo puede modificar.


LUNA

Avanza poco 
a poco hacia mí, 
la cola le llega al suelo.
El gato me lame la mano 
y me mira como si se diera cuenta 
de que hablo de él. 


TERNERO DISFRAZADO DE TIGRE

Al tigre 
le quito la cabeza de cartón 
y me la pongo yo. 

Un hombre con cabeza de tigre. 
Un tigre con cabeza de ternero. 


POEMA

A Joaquim Belsa

Es en este mes cuando se inicia 
el florecimiento de los árboles 
y de las plantas. 

La mecedora.


VIROLAI

Y quiso que sus cenizas 
fueran esparcidas 
sobre la tumba de su 
marido.


TENTETIESO

A Lluís Solà 

Muñeco
que lleva un
peso en la base y que,
desviado de su posición
vertical, vuelve a levantarse.

El pueblo.


DESCALABRO

A Manolo Millares 

La mesa 
está puesta como tal debe quedar 
hasta el final del banquete. En el centro hay 
un ramo de flores. En los extremos, candelabros 
con pantalla, las compoteras y los platos 
delante de los cubiertos. Las copas están 
colocadas según las medidas. Brillan 
los cubiertos de plata, y la vajilla es 
de porcelana antigua. 

¡Basta! El poeta, hecho una furia, arranca 
el mantel y vuelca a la mesa gritando, 
indignado. 


VIAJE

El poema
se pone en movimiento
y os mete por la boca
de un túnel.
 
Lunes
martes
miércoles
jueves
viernes
sábado
 
Aquí
el poema se detiene
para que bajéis y salgáis
a la luz del día.


ENTONACIÓN

Son tantas las diferencias que advierto 
entre lo que oigo y lo que veo, 
que si me acuerdo de tragedias 
personales enciendo un cigarrillo 
y salgo del poema. 


HÁLITO

Saco la regla, 
la caja de compases, 
y empiezo a trazar 
y dibujar. 

Pasa un pájaro y acaba el poema. 


POEMA

Careta 

Levanto la cabeza 
y veo la inmensidad 
sembrada de soles y de planetas. 
Llega la primavera y veo 
los troncos de los árboles rebosantes 
de savia, las ramas pobladas 
de hojas y de brotes, 
los brotes cargados de flores, 
las flores colmadas de frutos, 
y los frutos de semillas 
que han de dar vida 
a otros árboles. 

Cara 


¡ADELANTE!

Si no supiéramos lo que es 
y lo que no es; si sólo 
atendiéramos a ciertos motivos 
y ciertos colores; si las raíces 
del existir se encontraran en 
otra vida; si la esperanza fuera 
poca y mal dibujada y si 
la palabra no fuera un acto, 
tampoco estas líneas 
serían un poema. 

Verano de 1963


En El tentetieso (El saltamartí), Plaza & Janés, Barcelona, España, 1998 (primera edición 1969) / Traducción: Carlos Vitale / 
Joan Brossa - Joan Brossa i Cuervo (Barcelona, 19 de enero de 1919 - 30 de diciembre de 1998) / Fotos: jmp

domingo, 2 de enero de 2022

ROSALBA CAMPRA Una rosa roja como mi corazón



PAPEL DE LA POESÍA

    Él piensa que lo único adecuado es llevarle un ramo de flores, flores que él mismo podría cortar en los campos. Pero en los campos no encuentra, y para las florerías no le alcanza el sueldo. 
    Escribe entonces un soneto con lirios en la primera estrofa, nardos y azucenas en la segunda, tímida violeta en la tercera, y en la última una rosa roja como mi corazón. 
    Ella, que siempre comprendió a sus enamorados, toma el soneto, dice es precioso, y lo pone en el florero, donde con el tiempo se marchitó. 


En La flor del día. Trofeos de la lectura, Ediciones Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Buenos Aires, 2007 / Antólogos: Raúl Brasca y Luis Chitarroni / 
Rosalba Campra (Jesús María, Córdoba, Argentina, 9 de septiembre de 1940) / Reside en Roma, Italia / Foto: jmp