miércoles, 29 de junio de 2022

MARIO MORALES Un poema es vida para siempre




Porque no podemos sino cantar. 
Porque ese es nuestro destino. 
¿Lo diré de nuevo?
                              Porque la única visión es repetirse. 
Oh Belleza     Oh Destruida 
                       Así comienza este canto. 
Cada palabra una semilla de fuego, 
cada silencio un acto, 
cada hombre un grito, 
cada mujer un fruto, 
                               una oscuridad, 
                                                       un destino. 

Aquí o allá: En ninguna parte. 
                               Pero éste es el reino. 
Acá comienza el poema. 
                                  Acá concluye el sueño. 

¿Y para qué ojos? 
                           ¿Y para qué la realidad sino para el único instante, 
                           para lo que aún no existe? 
Y para qué el poema 
                                 sino para el grito, 
                                 para la desfiguración absoluta, 
para ese espasmo que une la visión a lo visto 
como se une la Palabra a la tierra 
                                 y el corazón a las cenizas. 
Porque un poema es vida para siempre.



En La canción de occidente, Ediciones Último Reino, Buenos Aires, 1981 / Poema I de la Primera parte / Fotos: jmp / 
Mario Morales (Pehuajó, provincia de Buenos Aires, 15 de febrero de 1936 - Buenos Aires, 29 de enero de 1987) / 

Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. - 




lunes, 27 de junio de 2022

PAUL AUSTER Este idioma hecho de odios




Labios proféticos, 
Labios desprovistos de imagen. Mudo 
el que espera, asombrado, 
sabio entre urnas. 
La blasfemia desborda 
la predicción: la rosa helada 
entrega sus espinas al aliento, 
y el aliento se esfuerza,
ronda ojo y olvido. 
Sólo nos queda prepararnos. 
Desde nuestro primer paso, la voz 
Establece su alianza 
con las piedras del campo. 

*

Fragilidad del alba: en el límite 
de tu lámpara oscurecida: aire 
sin palabras: flor de ceniza, corola 
plegada. Desde el más pequeño 
de tus soles, retienes 
la escaldadura: vaina 
de luz aplacada. Tu palma 
en barbecho: su semilla 
entrando en la mudez. Más allá de esta hora, el ojo
te enseñará. El ojo aprenderá 
a desear. 

*

Los muertos 
mueren y mueren: y en ellos 
los vivos. Espacio y ojos: acosados 
por frágiles herramientas, confinados 
a sus hábitos. 
Respirar es aceptar 
esta falta de aire, el único aliento, 
rastreado en las fisuras 
de la memoria, en el lapso que divide 
este idioma hecho de odios, 
sin el cual la tierra 
hubiera otorgado un augurio 
aún más poderoso 
para nivelar los huertos 
de piedra. Ni siquiera 
el silencio me persigue. 


En Pista de despegue / Selección de poemas y ensayos, 1970-1979, Editorial Anagrama, Barcelona, 1998 / Traducción: Jordi Doce / Fotos: jmp 
Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, el 3 de febrero de 1947) / Desde 1974 reside en Nueva York / 

Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-

viernes, 24 de junio de 2022

OSVALDO ROSSLER A Carlos Gardel


A CARLOS GARDEL 

Señor de la canción porteña, 
de la ciudad que continúa 
considerándote tu ídolo. 
No vengo a repetir tu nombre, 
ese que se ha identificado 
con una de las devociones 
más entrañables de mi pueblo, 
no vengo, no, ni a reclamarte 
porque el estado de nostalgia 
tiene su ardor, su propia ley 
entre las cosas del olvido, 
se satisface con la ausencia, 
no con la pena de tu muerte. 
Pasan los años y es en vano, 
la imagen crece de tu voz, 
pasan y agravan tu recuerdo, 
pasan y el canto te devuelve 
perenne condición de vida. 
Cada uno de nosotros pone 
su juventud para escucharte, 
por eso es tan hermoso oírte 
y es a la vez tan desolado. 
Otros llegaron y se fueron, 
otros vendrán y serán tu eco 
¿quién te podría reemplazar 
en este extraño sentimiento 
de estar cantando desde antaño 
con una voz y una conciencia 
que siendo tuya es la de todos?



En Protagonistas del tango, Emecé Editores, Buenos Aires, 1974 / Fotos: jmp / 
Osvaldo Rossler (Buenos Aires, 1927 – 14 de noviembre de 2004) / 

“El día que me quieras” (1935) / Alfredo Le Pera – Carlos Gardel – 24 de junio de 1935 – inmortales 

Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-



jueves, 23 de junio de 2022

ANAMARÍA MAYOL Dos poemas de Para no espantar a los pájaros




LAS LÍNEAS

En el silencio yacen las líneas 
que nos unen 

no hay puertos arenas 
donde encallar los sueños 

sólo un mundo con redes 
que nos acercan bordes 
donde apoyo los ojos 
abrazo tu imagen 

Sólo un mundo con líneas 
donde la sombra permanece 
adherida a la piel 

donde hallo las huellas 
que siempre te regresan 


ÉL ME MIRA 

Él me mira y yo sé que me mira/ me hago la inocente/ la que no sé/ pero él me mira/ y mis vestidos cuelgan de mis brazos/ se deshacen y me siento al desnudo/ descubierta/ y me hago la inocente/ la distraída/ la que no me importa/ pero él me mira/ me ve/ me inquieta/ sabe de mí temor/ me ama/ me ilumina/ me derrumba. 



En Para no espantar a los pájaros / Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2012 / Fotos: jmp / 
Anamaría Mayol (Victorica, La Pampa, Argentina, 7 de mayo de 1958) / Poeta / Profesora de Historia y Geografía Especialista en Planificación Urbana y regional / Consultora en temas Ambientales / Por You Tube dirige el ciclo “Leyendo poesía en casa” / Vive en San Martín de los Andes, Neuquén, Argentina / 

Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-


miércoles, 22 de junio de 2022

ALBERTO PIPINO Dos poemas de Meneo fúnebre




MENEO FÚNEBRE

A Dora María Téllez 

Una vivandera con la noche de trofeo 
baila, sacude el delantal naranja 
con jactancia, silban las 
corolas desnudas 

entre las ondas de la melena, el rocío 
de caña le brota de la piel y 
bajo la saya la aurora 
se despereza. 

Han vuelto los tiburones a las aguas 
del Xolotlán y los nacatamales 
están con la carne viva, 
máscaras de ave 

carroñera golpean a la presa entre 
tambores, flautas, pitos 
y trompetas; aletea 
la pesadilla;

los dientes de la marimba rechinan 
cuando el aire cruza las 
teclas de hueso; 
un viejo 

retintín la rechaza del carnaval, agria 
la leche y la miel, la encierra 
hasta una bocacalle en 
Manhattan 

donde emblema de vivaz quimera 
cabalga en pelo por la pérdida 
y el abismo; entre aroma 
a sudor y ron al son

de monedas que dolientes dejan 
al pie del luto ante los pichones 
devorados por el zopilote 
rojinegro.


SALTA, SALTA Y SIGUE

En medio de la pista de arena y aserrín tiembla 
un frutal usurpado. En lugar de flores da 
signos que muestran a la esperanza 
como un anhelo voraz. 

Entre el follaje un gorrión salta de un lado a otro, 
ansioso sacude la cola, con el plumaje 
entrecano, espera que lo urjan 
a mostrar su juego 

mientras la lengua del látigo del domador rompe 
la barrera del sonido al encontrar silencio 
ante la añoranza de los rugidos de un 
pasado sin fin. 

Las gradas aún tibias están llenas de soledad, ya 
no se goza con el arte de arrojar palabras 
al aire sin dejar que caigan 
como ilusiones rotas. 

Llegan gritos y abucheos cuando al cruzar la línea 
floja un funámbulo choca con el piso, 
un payaso salta a la pista 
para aflojar 

los rezongos golpeándose clac clap clac las nalgas 
con palmetas de madera, muestra 
sumisión y a la vez domina 
el espectáculo. 

Además en un cruce de manos una maga 
disimula la memoria y la muestra 
cautiva del todo es según 
como se recuerde

La función sigue a pesar de que la inclemencia 
del tiempo desgarra las lonas de la carpa 
del circo y el vendaval las zarandea 
en un redoble siniestro. 

Ay, viejo gorrión salta, salta que todo sigue, 
la fiesta aún no acaba, cruza a través 
del aro de fuego que el vacío 
está impaciente. 




En Meneo fúnebre, Selección de poemas, 2022 / Fotos: jmp / 
Alberto Pipino (Buenos Aires, 4 de noviembre de 1942) / Poeta / Vive en Manhattan, EE.UU /
Leemos en la última página de este libro digital: 
“Periodista y militante político, en 1976 durante la dictadura militar tuvo que irse del país. Durante el exilio vivió en Estados Unidos, Nicaragua, México, Haití, República Dominica, y Francia donde ejerció el periodismo. En 1984 publicó en España Espeso país, en el prólogo Juan Gelman destacó que “Alberto Pipino transitó los caminos del dolor, de la derrota, de la furia. Por eso sus palabras son de piedra. Y tienen la belleza de la piedra.” Con la democracia regresó al país. En Buenos Aires entre 1990 y 1991 editó Utopías del Sur, publicación dedicada a difundir el pensamiento y creación desde una izquierda crítica donde entre otros, colaboraron León Rozitchner, Ramón Plaza, Esteban Moore y Osvaldo Bayer. Desde hace 15 años reside en Estados Unidos. Meneo fúnebre es su último libro.”

domingo, 19 de junio de 2022

JOAQUÍN GIANNUZZI Uvas rosadas


UVAS ROSADAS

Este breve racimo
de uvas rosadas pertenece
a otro reino.
Yace, sobre mi mesa,
en la fría integridad de su peso terrestre
mientras yo permanezco silencioso
imposibilitado
de oponer mi vida a su carnal exuberancia.
Casi con horror admiro allí
la dura tensión del agua
hacia la piel mortal
como una realidad insoportable.
He aquí un remoto acontecer:
todo transcurre del otro lado, fuera
del rumor insensato
de la existencia humana.
Comprendo que hay un límite
cuyo paso en el tiempo
me está vedado
de modo que el puro conocimiento
sólo cabe en la mera travesura de la mente.
Más allá está la misma tierra
a la que regresamos como extraños;
en el racimo de uvas rosadas yace
la imagen de otro regreso
y este enigmático existir
dulcemente en el rosa
tiende a cumplir el ciclo
que comenzó, radiante, en el verde lejano.

Otros días transcurren
aquí, en otro espacio
que colmó la inutilidad
de una vida ocupada. Ajeno
a la región de las uvas permanece
mi estupor desalentado;
pero nunca la esperanza
tuvo mejor imagen que esto:
la travesía del límite
que da a lo secreto vendrá
de la misma costumbre de la luz
con que las uvas rosadas
van a entrar en la muerte.



En Obra Poética, Emecé Editores, 2000 / De Nuestros días mortales (Sur, 1958) / 
Joaquín Giannuzzi (Buenos Aires, 29 de julio de 1924 - Campo Quijano, Salta, 26 de enero de 2004) / Fotos: jmp / 





martes, 14 de junio de 2022

PASCAL QUIGNARD El que escribe busca la iluminación



*

     Todo sueño es imposible: pero los sueños que son posibles no existen. Es su sorpresa la que paraliza el rostro y lo levanta. El sueño es el que persiste en soñar bajo el lenguaje, debajo del lenguaje, desdeñando el sucedáneo. Un libro que abriese la puerta sobre la realidad nunca vista en una lengua que fuera una sorpresa, que se agarrase de pronto a la garganta hasta el punto de  hacer daño, o bien que fuese de pronto tan suave o tan suntuosa o tan digresiva que ganase por la mano al espíritu en el goce inopinado. Todo goce es aquello que agarra desprevenido. Lo que se espera de un escritor no sólo es desconocido para quien lo redacta, sino que es desconocido para quien redacta, tan es así que algo que no es nunca un objeto no podría ser nunca un proyecto. Todo aquel que escribe se zambulle en la palabra ausente para encontrar algo que el lenguaje ignora, que no es ni bueno ni bello, que aterroriza al lenguaje y apasiona a los días, que ataca por atacar, que nace, que no está en lo que está, que desova, que desova y espanta, que molesta a los muertos que están en los infiernos, que rompe con el orden que existe antes que él, que rompe con los vivos que con él coexisten, que vive por vivir.

     Rompe con lo que es; le gusta romper; le gusta odiar lo visible. Se consagra apasionadamente a lo que todos los demás ignoran de él. Se consagra a la cosa que no nunca es un objeto, al libro abierto como la boca abierta sobre la palabra que se extingue y que está a punto de recobrar, que va a resucitar más viva que si la hubiera sabido. 

     Como los marineros de Ulises, cuando el viento está en calma, rema. Todo pasa. “Linguae cessabunt. Scienti destruetur.” (¿Las lenguas? Se callarán. ¿La ciencia? Desaparecerá.) Es repatriar una y otra vez el mundo al antemundo, revivifica la vida, reiluminar el sol. El que escribe busca la iluminación.

*


En El nombre en la punta de la lengua, Editorial Debate, Madrid, España, 1994 / Versión de Fabián Chueca / Capítulo “Breve tratado sobre Medusa” / 
Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, Francia, 23 de abril de 1948) / Fotos: jmp 

Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-

lunes, 13 de junio de 2022

LEOPOLDO LUGONES Narración de un espíritu


EL ORIGEN DEL DILUVIO

     ...La tierra acababa de experimentar su primera incrustación sólida y hallábase todavía en una oscura incandescencia. Mares de ácido carbónico batían sus continentes de litio y de aluminio, pues éstos fueron los primeros sólidos que formaron la costra terrestre. El azufre y el boro figuraban también en débiles vetas.
     Así, el globo entero brillaba como una monstruosa bola de plata. La atmósfera era de fósforo con vestigios de flúor y de cloro. Llamas de sodio, de silicio, de magnesio, constituían la luminosa progenie de los metales. Aquella atmósfera relumbraba tanto como una estrella, presentando un espesor de muchos millares de kilómetros.
     Sobre esos continentes y en semejantes mares, había ya vida organizada, bien que bajo formas inconcebibles ahora; pues no existiendo aún el fosfato de cal, dichos seres carecían de huesos. El oxígeno y el nitrógeno, que con algunos rastros de bario entraban en la composición de tales vidas, completaban los únicos catorce cuerpos constituyentes del planeta. Así, todo era en él extremadamente sencillo.
     La actividad de los seres que poseían inteligencia, no era menos intensa que ahora, sin embargo; si bien de mucho menor amplitud; y no obstante su constitución de moluscos, vivían, obraban, sentían, de un modo análogo al de la humanidad presente. Habían llegado, por ejemplo, a construir enormes viviendas con rocas de litio; y el sudor de sus cuerpos oxidaba el aluminio en copos semejantes al amianto incandescente.
     Su estructura blanda, era una consecuencia del medio poco sólido en que tomaron origen, así como de la ligereza específica de los continentes que habitaban. Poseían también la aptitud anfibia; pero como debían resistir aquellas temperaturas, y mantenerse en formas definidas bajo la presión de la profunda atmósfera, su estructura manteníase recia en su misma fluidez.
     Esbozos de hombres, más bien que hombres propiamente dicho, o especies de monos gigantescos y huecos, tenían la facilidad de reabsorberse en esferas de gelatina o la de expandirse como fantasmas hasta volverse casi una niebla. Esto último constituía su tacto, pues necesitaban incorporar los objetos a su ser, envolviéndolos enteramente para sentirlos. En cambio, poseían la doble vista de los sonámbulos actuales. Carecían de olfato, gusto y oído. Eran perversos y formidables, los peores monstruos de aquella primitiva creación. Sabían emanar de sus fluidos organismos, seres cuya vida era breve pero dañina, semejantes a las carroñas con los gusanos. Fueron los gigantes de que hablan las leyendas.
     Construían sus ciudades como los caracoles sus conchas, de modo que cada vivienda era una especie de caparazón exudado por su habitante. Así, las casas resultaban grupos de bóvedas, y las ciudades parecían cúmulos de nubes brillantes. Eran tan altas como éstas, pero no se destacaban en el cielo azul, pues el azul no existía entonces, porque faltaba el aire. La atmósfera sólo se coloreaba de anaranjado y de rojo.
     Apenas dos o tres especies de aves cuyas alas no tenían plumas, sino escamas como las de las mariposas, y cuyo tornasol preludiaba el oro inexistente, remontaban su vuelo por la atmósfera fosfórica.
     Era ella tan elevada, y el vuelo tan vasto, que las llevaba cerca de la luna. El arrebato magnético del astro solía embriagarlas; y corno éste poseía entonces una atmósfera en contacto con la terrestre, afrontábanla en ímpetu temerario yendo a caer exánimes sobre sus campos de hielo.
     Una vegetación de hongos y de líquenes gigantes arraigaba en las aún mal seguras tierras; y no lejanos todavía del animal, en la primitiva confusión de los orígenes, algunos sabían trasladarse por medio de tentáculos; tenían otros, a guisa de espinas, picos de ave, que estaban abriéndose y cerrándose; otros fosforecían a cualquier roce; otros frutaban verdaderas arañas que se iban caminando y producían huevos de los cuales brotaba otra vez el vegetal progenitor. Eran singularmente peligrosos los cactus eléctricos que sabían proyectar sus espinas.
     Los elementos terrestres se encontraban en perpetua inestabilidad. Surgían y fracasaban por momentos disparatadas alotropías. La presión enorme apenas dejaba solidificarse escasos cuerpos. Las rocas actuales dormían el sueño de la inexistencia. Las piedras preciosas no eran sino colores en las fajas del espectro.
     Así las cosas, sobrevino la catástrofe que los hombres llamaron después diluvio; pero ella no fue una inundación acuosa, si bien la causó una invasión del elemento líquido. El agua tuvo intervención de otro modo.
     Ahora bien: es sabido que los cuerpos, bajo ciertas circunstancias, pueden variar sus caracteres específicos hasta perderlos casi todos con excepción del peso; y esto es lo que recibe el nombre de alotropía. El ejemplo clásico del fósforo rojo y del fósforo blanco debe ser recordado aquí: el blanco es ávido de oxígeno, tóxico y funde a los 44°; el rojo es casi indiferente al oxígeno, inofensivo e infusible, sin contar otros caracteres que acentúan la diferencia. Sin embargo, son el mismo cuerpo, para no hablar de las diversas especies de hierro, de plata, que constituyen también estados alotrópicos.
     Nadie ignora, por otra parte, que el calor multiplica las afinidades de la materia, haciendo posibles, por ejemplo, las combinaciones del ázoe y del carbono con otros cuerpos, cosa que no sucede a la temperatura ordinaria; y conviene recordar, además, que basta la presencia en un cuerpo de partículas pertenecientes a algunos otros, para cambiar sus propiedades o comunicar las nuevas, siendo particularmente interesante a este respecto lo que sucede al aluminio puesto en contacto, por choque, con el mercurio; pues basta eso para que se oxide en seco, descomponga el agua y sea atacado por los ácidos nítrico y sulfúrico, al revés exactamente de lo que le pasa cuando no existe el contacto.
     A estas causas de variabilidad de los cuerpos, es menester añadir la presión, capaz por sí sola de disgregar los sólidos hasta licuarlos, cualquiera que sea su maleabilidad, y sin exceptuar al mismo acero; pues nada más que con la presión se ha llegado a convertirlo en una masa blanduzca, trabajándolo con entera comodidad.
     Mencionaré, por último, una extraña propiedad que los químicos llaman acción catalítica, o en términos vulgares, acción de presencia, y por medio de la cual ciertos cuerpos provocan combinaciones de otros, sin tomar parte en las mismas. Entre éstos, uno de los más activos, y el que interviene en mayor número de casos, es el vapor de agua. Los datos que anteceden, nos ponen ya en situación de explicar el fenómeno al cual están dedicadas estas líneas.
     Sucedió por entonces que la atmósfera terrestre, condensándose en torno al globo, empezó a ejercer una atracción progresiva sobre la atmósfera de la luna. Al cabo de cierto tiempo, esta atmósfera no pudo resistir aquella atracción, y empezó a incorporar con la nuestra sus elementos más ligeros. La falta de presión causada por este fenómeno, vaporizó los mares de la luna que estaban helados hacía muchos siglos; y una niebla fría, a muchos grados bajo nuestro cero termométrico, rodeó el astro muerto como un sudario.
      Cierto día el vapor acuoso se precipitó en la atmósfera terrestre, y ésta vio aumentado su peso en varios miles de millones de toneladas. A tal fenómeno, unióse la acción catalítica del vapor, y entonces fue cuando empezaron a disgregarse los sólidos terrestres.
     Un ablandamiento progresivo dio a todos la consistencia del yeso; pero cuando el fenómeno siguió, deleznándose aquéllos en una especie de lodo, empezó la catástrofe. Las montañas fueron aplastándose por su propio peso, hasta degenerar en médanos que el viento arrasaba. Las mansiones de los gigantes volviéronse polvo a su vez, y pronto hubo de observarse con horror que el elemento líquido cambiaba de estado en la forma más extraordinaria; secábase sin desaparecer, volviéndose también polvo por la disgregación de sus moléculas, y se confundía con el otro en un solo cuerpo, seco y fluido a la vez sin olor, color ni temperatura.
     Lo raro fue que el fenómeno no se efectuaba al mismo tiempo en la materia organizada. Esta resistía mejor, sin duda por su condición semilíquida; pero semejante diferencia comportaba la muerte violenta en aquella disgregación. Poco después no hubo en el globo otra existencia que la flotante sobre esa especie de arenas cósmicas; mas ya la mayor parte de los seres animados había muerto de inanición; pues aunque no comían como nosotros, absorbían del aire sus principios vitales, y el aire estaba cambiado por los elementos de la luna.
     Apenas uno que otro gran molusco se revolvía sobre la universal fluidez sin olas, bajo el horror de la atmósfera gigantesca, preñada de tósigos mortales, donde se operaba la futura organización. Tampoco pudieron ellos resistir a esas combinaciones, ni adaptarse al estado de disgregación; y, por otra parte, éste los afectaba a su vez. Ellos fueron también disolviéndose hasta desaparecer; y entonces, sobre el ámbito del planeta, fue la soledad y la negra noche.
     Millares de años después, los elementos empezaron a recomponerse.
     Formidables tempestades químicas conmovieron el estado crítico de la masa, y los catorce cuerpos primitivos revivieron, engendrando nuevas combinaciones.
     El litio se triplicó en potasio, rubidio y cesio; el fósforo en arsénico, antimonio y bismuto; el carbono engendró titano y zirconio; el azufre, selenio y teluro… 
     Los océanos fueron ya de agua, el agua de la luna periódicamente exaltada hacia su origen por la armónica dilatación de las mareas. La atmósfera se había vuelto de aire semejante al nuestro, aunque saturado de ácido carbónico.
     Ningún ser vivo quedaba de la anterior creación. Hasta sus huellas habían sido destruidas. Pero los vapores de la luna trajeron consigo gérmenes vivificantes, que el nuevo estado de la tierra fue llamando lentamente a la existencia.
     El mar se cubrió de vidas rudimentarias. La costra sólida pululó de hierbas, y el dominio de éstas duró una edad.
     Pero yo no sabría repetir el enorme proceso. Réstame decir que los primeros seres humanos fueron organismos del agua: monstruos hermosos, mitad pez, mitad mujer, llamados después sirenas en las mitologías. Ellos dominaban el secreto de la armonía original y trajeron al planeta las melodías de la luna que encerraban el secreto de la muerte.
     Fueron blancos de carne como el astro materno; y el sodio primitivo que saturaba su nuevo elemento de existencia, al engendrar de sí los metales nobles, hizo vegetar en sus cabelleras el oro hasta entonces desconocido...
     …He aquí lo que mi memoria, millonaria de años, evoca con un sentido humano, y he aquí lo que he venido a deciros descendiendo de mi región, el cono de sombra de la tierra. Os añadiré que estoy condenado a permanecer en él durante toda la edad del planeta.
     La médium calló, recostando fatigosamente su cabeza sobre el respaldo del sofá. Y Mr. Skinner, una de las ocho personas que asistían a la sesión, no pudo menos de exclamar en las tinieblas:
     –¡El cono de sombra! ¡El diluvio!... ¡Disparatada superchería!
     Nada pudimos replicarle, pues un estertor de la médium nos distrajo.
     De su costado izquierdo desprendíase rápidamente una masa tenebrosa, asaz perceptible en la penumbra.     Creció como un globo, proyectó de su seno largos tentáculos, y acabó por desprenderse a modo de una araña gigantesca. Siguió dilatándose hasta llenar el aposento,
envolviéndonos como un mucílago y jadeando con un rumor de queja. No tenía forma definida en la oscuridad espesada por su presencia; pero si el horror se objetiva de algún modo, aquello era el horror.
     Nadie intentaba moverse, ante el espantoso hormigueo de tentáculos de sombra que se sentía alrededor, y no sé cómo hubiera acabado eso, si la médium no implora con voz desfallecida:
     –¡Luz, luz, Dios mío!
     Tuve fuerzas para saltar hasta la llave de la luz eléctrica; y junto con su rayo, la masa de sombra estalló sin ruido, en una especie de suspiro enorme.
     Mirámonos en silencio.
     Algo como un lodo heladísimo nos cubría enteramente; y aquello habría bastado para prodigio, si al acudir a su lavabo, Skinner no realiza un hallazgo más asombroso.
     En el fondo de la palangana, yacía no más grande que un ratón, pero acabada de formas y de hermosura, irradiando mortalmente su blancor, una pequeña sirena muerta. 



En El cuento argentino de Ciencia Ficción, antología / Edición de Pablo Capanna / Ediciones Nuevo Siglo, Argentina, 1995 / 
Leopoldo Antonio Lugones (Villa de María del Río Seco, Córdoba, 13 de junio de 1874 - San Fernando, Buenos Aires, 18 de febrero de 1938) / Fotos: jmp / 

Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller.-

lunes, 6 de junio de 2022

MARIO BENEDETTI Se trataba de un muchacho corriente


EL OTRO YO

     Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando. Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
     El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
     Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehízo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
     Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
     Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable”.
     El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo. 




En Cuentos completos, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1972 / 
Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (Paso de los Toros, 14 de septiembre de 1920 - Montevideo, 17 de mayo de 2009) / Fotos: jmp /