DIEZ COMUNICADOS ACERCA DE LA
ENTEREZA ANTE LOS MUROS
(octubre de
2004)
1
Dice un proverbio chino: “El viento se
levantó en la noche, y lejos llevó nuestros planes”.
2
Los pobres no tienen residencia.
Tienen hogares porque recuerdan a las madres o a los abuelos o a la tía que los
crió. Una residencia es una fortaleza, no un relato; mantiene a los salvajes a
raya. Una residencia requiere muros. Casi todos los pobres sueñan con
una pequeña residencia. Es como soñar un descanso. No importa cuán enorme sea
la congestión, los pobres viven en lo abierto donde improvisan lugares para sí
mismos, no residencias. Estos lugares son tan protagonistas como sus ocupantes;
tienen vidas propias que vivir y no esperan, como las residencias, la llegada
de otros. Los pobres viven con el viento, con la humedad, con el volátil polvo,
con el silencio y el ruido intolerable (a veces con ambos: sí, eso es posible),
con hormigas, con animales grandes, con olores que vienen de la tierra, con
ratas, humo, lluvia, vibraciones de otras partes, rumores; con la caída de la
noche, y unos con otros. Entre los habitantes y estas presencias no hay líneas
divisorias claras. Confundidos inextricablemente, juntos forman la vida del
lugar.
“Caía el crepúsculo; el cielo
envuelto en una fresca niebla gris empezaba a cerrarse en lo oscuro; y el
viento, después de pasar el día haciendo crujir el rastrojo y los arbustos
desnudos, muertos en preparación del invierno, ahora se posaba en las partes
bajas, quietas, de la tierra…”.
Colectivamente, los pobres son
inasibles. No sólo son la mayoría del planeta, están por donde quiera y el
suceso más diminuto habla de ellos. Es por esto que la actividad esencial de los
ricos de hoy es construir muros -paredes de concreto, vigilancia electrónica,
barreras de misiles, campos minados, controles fronterizos y opacas pantallas
mediáticas.
3
En la vida de los pobres casi
todo son penurias, interrumpidas por momentos de iluminación. Cada vida
tiene su propia propensión a iluminarse y no hay dos iguales. (El conformismo
es un hábito que cultivan los acomodados.) Los momentos de iluminación arriban
por medio de la ternura y el amor -el consuelo de ser reconocidos, necesitados
y abrazados por ser lo que repentinamente uno es. A otros momentos los ilumina
la intuición, pese a todo, de que la especie humana sirve para algo.
“Nazar, dime cualquier cosa -algo
que sea más importante que lo demás".
Aidym bajó el tamaño de la mecha en
la lámpara para usar menos parafina. Comprendió que, ya que en la vida había
algo más importante que lo demás, era esencial cuidar de todos los bienes que
existieran.
''No conozco eso que realmente
importa, Aidym", dijo Chagataev. ''No lo he pensado, nunca tengo tiempo.
Pero si ambos nacimos, debe haber algo en nosotros que de verdad importa."
Aidym coincidió: ''Es poco lo que
importa... y mucho que no".
Aidym preparó la cena. Sacó pan
plano de un costal, lo embarró con manteca de cordero y lo partió a la mitad.
Le dio a Chagataev la mitad más grande y se quedó con la chica. En silencio
masticaron su comida a la débil luz de la lámpara. En el Ust-Yurt y en el
desierto, todo estaba quieto, incierto y oscuro.”
4
En las vidas donde casi todo son penurias
penetra de tiempo en tiempo la desesperanza. Esta es la emoción que acomete
tras sentir una traición: al derrumbarse la posibilidad erguida contra toda
probabilidad (algo todavía lejos de ser una promesa) la desesperanza inunda el
espacio del alma que antes ocupaba el confiar. La desesperanza nada tiene que
ver con el nihilismo.
En su sentido contemporáneo, el
nihilismo es negarse a creer en cualquier escala de prioridades más allá de la
búsqueda de ganancias; es considerar que ésta es el fin último de toda
actividad social, de tal modo que, precisamente: todo tiene precio. El
nihilismo es la forma más actual de la cobardía humana, la resignación ante el
alegato de que el precio lo es todo. No es frecuente que los pobres sucumban
ante esta cobardía.
“Comenzó a compadecer su cuerpo y
sus huesos; su madre los había juntado para él a partir de la pobreza de su
propia carne -no por amor o pasión, tampoco por placer, sino a causa de las más
cotidianas necesidades. Se sintió como si le perteneciera a otros, como si
fuera la última posesión de aquellos que no tenían ninguna. Sintió estar a
punto de ser despilfarrado sin propósito, y lo acometió la más grande y vital
furia de su vida.”
Una nota explicando estas citas.
Provienen de los relatos del gran escritor ruso Andréi Platónov (1899-1951),
quien escribió acerca de la pobreza durante la guerra civil y luego durante la
colectivización forzada de la agricultura soviética a principios de los años
30. Lo que hizo de esta pobreza algo diferente de las anteriores, fue que su
desolación traía consigo muchas esperanzas rotas. Era una pobreza que rodaba
por el suelo extenuada, se levantaba, se tambaleaba, proseguía por entre los
fragmentos de las promesas traicionadas y las palabras aplastadas. Platónov usó
con frecuencia el término dushevny
bednyak que significa, literalmente, pobres almas: aquellos a quienes les
habían arrancado todo, de tal suerte que era inmenso su vacío interior. En esa
inmensidad sólo quedaba su alma -es decir su capacidad de sentir y aguantar.
Pero sin sumarle penurias a lo vivido, los textos de Platonov salvaban algo.
''De nuestra fealdad surgirá el corazón del mundo", escribió a principios
de los años veinte. Los textos de Platónov salvaban algo sin sumarle penurias a
lo vivido.
El mundo de hoy sufre otra forma
moderna de la pobreza. No es necesario citar datos. Se conocen ampliamente y
repetirlos una vez más sólo levanta otro muro, de estadísticas. Más de la mitad
de la población mundial vive con menos de dos dólares diarios. Las culturas
locales, con sus remedios -físicos y espirituales- para algunas de las
aflicciones de la vida, son sistemáticamente destruidas y atacadas. La nueva
tecnología y los medios de comunicación, la economía de libre mercado, la
abundancia productiva, la democracia parlamentaria, no están cumpliendo, por lo
menos en lo concerniente a los pobres, con ninguna de sus promesas, más allá
del suministro de ciertos bienes de consumo baratos, que los pobres pueden
comprar cuando roban.
Platónov entendió la pobreza moderna
más profundamente que ningún narrador con quien me haya topado.
5
El secreto del impulso narrativo de los
pobres yace en la convicción de que contar historias permite que se escuchen en
algún otro lugar donde alguien, o tal vez una legión de personas, entiendan
mejor que el narrador o los protagonistas lo que la vida significa. Los
poderosos no pueden contar historias: un alarde es lo opuesto a un relato.
Cualquier historia, por afable que sea, tiene que ser valiente, y los poderosos
de hoy viven con nerviosismo.
Una narración remite la vida a un
juez alternativo o más concluyente, que está lejos. Tal vez ese juez se sitúe
en el futuro, o en un pasado pendiente, o quizá en otro lugar, tras de la loma,
donde el sino del día cambió (los pobres tienen que referirse con frecuencia a
la buena o mala suerte) y donde los últimos son ya los primeros.
El tiempo de los relatos (el tiempo
dentro de la narración) no es lineal. Los vivos y los muertos se reúnen como
oyentes y jueces dentro de este tiempo: mientras más hagan sentir su presencia
ahí, lo narrado se vuelve más íntimo para quien escucha. Los relatos son una manera de compartir la convicción de que la justicia es
inminente. Apelando a tal convicción, los niños, las mujeres y los hombres
lucharán con ferocidad sorprendente llegado el momento. Es por eso que los
tiranos temen el acto de narrar: de alguna manera, todas las historias aluden a
la historia de su caída.
“Adondequiera que iba, bastaba que
prometiera contar alguna historia, y la gente le permitía quedarse por la
noche: un relato es más fuerte que un zar. Pero ocurría algo: si comenzaba a
contar historias antes de la cena, nadie sentía hambre y no le daban de comer.
Por eso, primero que nada, el viejo soldado pedía un tazón de sopa.”
6
Las peores crueldades de la vida son sus
injusticias asesinas. Casi todas las promesas están rotas. La aceptación que
muestran los pobres ante la adversidad no es ni pasiva ni resignada. Es una
aceptación que atisba tras la adversidad y descubre algo innombrable. No es una
promesa, porque (casi todas) las promesas se rompen; es más bien una especie de
corchete, de paréntesis en el flujo irremisible de la historia. La suma total
de estos paréntesis es la eternidad.
Esto puede plantearse desde otro
lado: en esta tierra no existe la felicidad sin anhelo de justicia.
La felicidad no es una búsqueda, uno
se topa con ella, es un encuentro. Casi todos los encuentros, sin embargo,
tienen una secuela; ésta es su promesa. El encuentro con la felicidad no tiene
secuela. Todo está ahí, al instante. La felicidad perfora las penurias.
“Pensábamos que no había nada más en
este mundo, que todo había desaparecido hace mucho. Y si fuéramos los últimos,
¿para qué seguir viviendo?
Fuimos a ver, dijo Allah. ¿Había
alguna otra persona por ahí? Queríamos saber.
Chagataev los comprendió y preguntó
si esto significaba que estaban convencidos de la vida y que ya no insistirían
en morir.
Morirse no tiene caso, dijo
Cherkezov. Morir una vez, bueno, puede uno pensar que es útil y necesario. Pero
morir sólo una vez no te hace entender tu propia felicidad -y nadie tiene la
oportunidad de morir dos veces. Así que morir no te lleva a ningún lado.”
7
“Mientras los ricos bebían té y
comían cordero, los pobres estaban a la espera de algún calorcito, y de que las
plantas crecieran.
La diferencia entre las estaciones
del año, la diferencia entre el día y la noche, el sol y la lluvia, son
vitales. Es turbulento el flujo del tiempo. La turbulencia hace que los tiempos
de vida se acorten -de hecho y subjetivamente. La duración es breve. Nada se
prolonga. Esto es una plegaria, pero también un lamento.
La madre lamentaba haber muerto y
haber forzado a sus hijos a llorar por ella; si hubiera podido, habría seguido
viviendo por siempre para que nadie sufriera por su causa, para que nadie
desgastara, por su culpa, el corazón y el cuerpo que ella les diera al nacer...
pero la madre no había podido aguantar la vida por mucho tiempo.”
La muerte ocurre cuando la vida no
tiene ya un solo jirón que defender.
8
“…era como si estuviera sola en
el mundo, liberada de la felicidad y el sufrimiento, y quiso bailar un poco, de
inmediato, y oír música, y tomarse de la mano con otras personas...”.
Los pobres están acostumbrados a
vivir en proximidad cercana unos con otros, y esto crea su propio sentido
espacial; el espacio no es tanto un vacío sino un intercambio. Cuando la gente
vive apiñada, cualquier acción que alguien emprenda tiene repercusiones sobre
los demás. Repercusiones físicas inmediatas. Todos los niños aprenden esto.
Hay entonces una incesante
negociación espacial que puede ser cruel o considerada, conciliadora o
dominante, espontánea o calculada, pero que reconoce que un intercambio no es
algo abstracto sino un acomodo físico. Sus elaborados signos o gestos de
lenguaje son una expresión de ese compartir físico. Fuera de los muros
colaborar es tan natural como luchar; las bribonadas son frecuentes, pero la
intriga, que implica tomar distancia, es algo raro.
La palabra privado tiene una resonancia totalmente diferente de ambos lados
del muro. De un lado denota propiedad; del otro, reconocer la necesidad
temporal de alguien, de que lo dejen a solas por un rato. Dentro de los muros
todo sitio es rentable -cada metro cuadrado cuenta. Fuera, como todo lugar
corre el riesgo de volverse ruina, vale cualquier rincón de refugio.
El espacio de las opciones es
también limitado. Los pobres escogen tanto como los ricos, tal vez más porque
cada decisión es más tajante. No existen catálogos de colores que ofrezcan
alternativas entre 170 matices diferentes. La opción está cerrada entre esto o
aquello. Con frecuencia esto se hace vehementemente, porque entraña la negación
de lo que no se escogió. Cada decisión es muy cercana al sacrificio. Y la suma
de decisiones es el destino de una persona.
9
De aquel lado de los muros no se
otorgan seguros, no se dan garantías, sin desarrollo (la palabra se escribe con
D mayúscula, como artículo de fe, muros adentro) no hay seguridad. No existe un
futuro abierto ni asegurado. El futuro no se aguarda. Y no obstante, hay
continuidad; cada generación se vincula con otra. Es por eso que hay un respeto
hacia la edad de las personas, pues los viejos son la prueba de esta
continuidad -o incluso la demostración de que hubo un tiempo, hace mucho, en
que existía el futuro. Los niños son el futuro. El futuro es la lucha incesante
por ver que tengan suficiente para comer y la posibilidad azarosa de aprender,
con la educación, algo que los padres nunca aprendieron.
“Cuando terminaron de hablar,
extendieron sus brazos mutuamente. Quisieron ser felices de inmediato, ahora,
sin esperar a que su futuro y celoso trabajo les trajera una felicidad general
o personal. El corazón no admite demoras, enferma, como si no fuera posible
creer en nada.”
Aquí, el único regalo del futuro es
el deseo. El futuro induce el brote del deseo en sí mismo. Los jóvenes son más
flagrantes en su juventud que dentro de los muros. Este regalo es como un don
de la naturaleza en toda su urgencia y suprema reafirmación. Las leyes de la
comunidad y de lo religioso siguen vigentes. De hecho, en medio del caos, más
aparente que real, estas leyes se vuelven reales. Y con todo, el silencioso
deseo de procreación es incontrovertible y avasallador. Es el mismo deseo que
buscará comida para los niños y luego buscará, tarde o temprano (mientras más
pronto, menor) el consuelo de fornicar de nuevo. Este es el regalo del futuro.
10
Las multitudes tienen respuestas
a preguntas que nadie ha formulado aún, y la capacidad de sobrevivir a los
muros.
Las preguntas aún no se han planteado
porque hacerlo requiere palabras y conceptos que resuenen con la verdad, y los
que se utilizan actualmente han quedado vacíos: Democracia, Libertad,
Productividad, etcétera.
Con nuevos conceptos pronto se propondrán
las preguntas, porque la historia entraña precisamente un proceso de
cuestionamiento. ¿Pronto? En el lapso de una generación.
Entretanto, las respuestas abundan en los
múltiples ingenios de las multitudes para ir tirando, en su rechazo a las
fronteras, en su búsqueda de agujeros en los muros, en su adoración por los
niños, en su premura cuando es necesario ser mártires, en su creencia de una
continuidad, en su reconocimiento recurrente de que los dones de la vida son
pequeños y no tienen precio.
Esta noche, sigan con un dedo la línea de
su pelo (de ella, o de él) antes de dormir.
En:
Con la esperanza entre los dientes, Alfaguara, 2011. Traducción de Ramón Vera
Herrera. Todo lo encomillado es de Soul, y otros textos de Andréi Platónov.
John
Berger (Londres, Inglaterra, 5 de
noviembre de1926 – París, Francia, 2 de enero de 2017). Foto: Jmp