UNA CONSIDERACIÓN DE LUIS BENÍTEZLuis Benítez nació en Buenos Aires en 1956. (…) En esta selección de sus poemas, Luis Benítez nos presenta diversos temas a los que se acerca desde un lugar preciado y original: su cosmovisión. Percibir la existencia de un cosmos que contiene a los seres y las cosas es un tesoro poco común. El poeta es una parte de ese mundo, y es desde allí, a través de sus poemas, donde se encuentra con otros seres, observa su esencia, se descubre poeta, reconoce a sus congéneres, ama, se admira ante lo sublime, considera la muerte, y celebra el milagro de la vida.
El cosmos y los seres que lo habitan son, por momentos, uno y el mismo, como una gota de agua y las olas son uno con el océano. Mientras que esa fusión existe, el poeta se identifica como individuo y ve las otras existencias; no está sólo. Ser parte del cosmos implica que hay otros a los que observa y con los que se relaciona.
Luis celebra la vida en este universo, la propia y la de sus pares. El egocentrismo y la auto-referencia no lo han ganado; está en el todo y con sus prójimos, sean personas o animales. Es muy interesante reparar en la relación que entre ellos se establece. Lejos de darle lugar al poder, entre el poeta y los otros la relación es de igualdad. De esta forma, en la mayoría de sus poemas Luis Benítez no es el protagonista, no dice en primera persona; protagonistas son los que están a su alrededor. Vale la pena notar que los describe con una especial mirada: no son seres heroicos ni les da la investidura de maravillas lindantes con dioses que despiertan nuestra fascinación, sino que nos hermana con aquellos que nombra. Son bellos por estar; su mera existencia es lo que importa en el universo, y es su triunfo. Paralelamente, su relación con elementos de otras índoles, como el acto creativo, tampoco le da poder sobre los demás.
En este universo
Luis Benítez expresa su noción del tiempo. El pasado y presente por momentos se fusionan, y otras líneas divisorias también se desdibujan para encontrarse en una persona, animal o cosa. Por cada ser pasan el ahora, el pasado, la humanidad.
Para abordar estos aspectos un poco más de cerca, veamos qué tienen en común los poemas sobre animales de Luis Benítez y los de otros poetas.
En “Un Insecto en Enero”, el insecto condensa el paso del tiempo, que se transforma en un presente en el que pasado y futuro pierden sus distintivos rasgos; por las delicadas membranas del insecto pasan tanto el hombre que lo mira en este momento como los dinosaurios y las copas de los árboles de eras pasadas. Todo esto sucede en torno a la victoria del insecto por existir. Estos versos manifiestan que Luis Benítez considera que ser parte del universo es el triunfo: “allí donde refleja el todo otro vasto mundo/que también le pertenece/ su victoria de un silencio seguro como todas las cosas”.
El hombre y el insecto tienen cada uno su propio ser, y el poeta sitúa ambas existencias en un mismo plano valor, considerándolas desde una perspectiva horizontal; le da al insecto el contexto del cosmos y le otorga delicadeza: “apenas diferente del aire en su elemental dibujo”. Esta imagen en que une casi por completo al insecto volador con el aire revela la devoción de Luis por acercarse cuanto le sea posible a la esencia de su prójimo.
Tal es la voz de Luis Benítez; en su decir no hay palabras para el poder, sino un camino que se recorre entre pares. A su vez, tiende con su mirada un puente hacia el otro, a quien llega muy de cerca. Es, sin duda, una voz genuinamente propia.
Ted Hughes se sitúa de forma muy diferente en su excelente poema “El Pensamiento-Zorro”. Aquí el poeta crea al zorro y al poema simultáneamente, tomando al zorro para dar vida a su creación, y privando al zorro de su existencia al terminar los versos; lo que importa es que “la página está impresa”. El zorro no tiene independencia del poeta, quien lo hace suyo para poder crear. Lejos de este zorro, los animales de Luis Benítez están más cerca de los de D. H. Lawrence; aunque en “Serpiente”, la serpiente resulta ser muerta por el poeta, finalmente retorna a su mundo; en “El Elefante se Aparea Lentamente”, los elefantes disfrutan por sí mismos del amor y de su forma de ser; el poeta los mira con admiración y respeto. En Luis Benítez la admiración no es expresada con exaltación; su mirada es más bien cercana y certera.
Raymond Carver comparte el espíritu con el que escribe Luis Benítez. En su poema “Mi Cuervo”, Carver toma partido por lo opuesto a los seres que son objetos de poesía por ser extraordinarios o heroicos; el cuervo de Carver es simplemente un bello cuervo que vio a través de su ventana, no como los cuervos de otros autores que menciona en el poema. Carver no sólo defiende la vida por sí misma, sin sus posibles glorias; en “Tu Perro Muere”, le resta valor a que el poeta se constituya en torno al efecto de su poder de creador. En Luis Benítez se lee que no busca el efecto que produzca su poesía; se manifiesta su humildad.
En “Una Garza en Buenos Aires”, Luis nos dice: “Algún pincel trazó una rápida letra S/delgada y blanca/sobre el agua castaña y allí estaba/de improviso la garza”. Estos versos presentan tres aspectos de la poesía de Luis Benítez. Por un lado, que algún pincel la haya trazado nos remite a que Luis no se arroga la creación de la garza, sino que la observa como ya existente. Por otro lado, se revela nuevamente su precisa percepción de la forma de ser del prójimo, que es aquí el ave. La forma de “S” es tal vez lo más propio y distintivo de una garza ante nuestros ojos. También su cosmovisión cobra fuerza; ¿qué es, si no, el agua del estanque donde está la garza, un ojal abierto que abrochó en un solo momento/toda la ropa vestida por el invierno, qué sino el espacio y el tiempo unidos en el espejo de agua?
En este poema aparece otro tema de la poética de Luis Benítez: la celebración de la vida: el agua, el logrado equilibrio de la garza, que en tanto es logrado, es perenne, eterno en el ahora de nuestras vidas, como el instante en que Luis ve la garza que le imprime la señal hacia el poema en el que le rinde homenaje.
Ahondando en su habilidad para describir rasgos nítidos de quienes comparten el mundo con él, es claro que Luis Benítez observa íntimamente su cotidianeidad. En el poema La Ingenua el título nos da una clave: la mujer del poema es ingenua porque algo de su propia esencia se le escapa. Ella es, para sí, la vida que ha logrado, sus elecciones, su historia; Luis percibe todo esto, que sin duda hace al ser. Sin embargo, hay algo que trasciende los hechos tangibles de la vida y es comúnmente inasible. El poeta sabe que esto sucede, pero no decide qué es lo que a ella se le escapa, porque no la crea ni es su dueño, sino que la observa y comprende con precisión y calidez. Ese observar es en sí un acto amoroso.
Con esta mirada cercana, en “Cuando no se Espera” el poeta despierta a lo que busca y entonces celebra la vida y la poesía, aquello que nos da un color propio, la siempre nuestra cancioncilla del poema. Una vez más, el tiempo cede en lo cronológico, acercando el nacimiento al inmediato ahora. El poeta nos llama la atención a que lo que creemos inhallable está ante nosotros: Cuando no se espera/Surge de los labios sola y sin ayuda esa antigua melodía. Para dejar la búsqueda racional que nos separa de lo que deseamos es necesario salir de la individualidad propia y conectarse con el todo.
De otra forma,
D. H. Lawrence en su poema The Uprooted se dedicó al mismo tema, tomando el sentimiento de soledad como un síntoma que nos impide conectarnos con el universo: people who complain of loneliness must have lost something, /lost some living connection with the cosmos, out of themselves. No es este sentimiento en especial el que aqueja a Luis; para él, por momentos, tener discernimiento es una carga difícil de sobrellevar. En "César Vallejo", se hermana con su par hombre y poeta, declarando cuánto le pesa su cuerpo de hombre adulto; el adulto discierne – en contraposición con el niño, como lo dice en el poema. Ese peso, afuera de sí mismo, o de su conciencia, y en el cosmos, no existe. En línea con los malestares del poeta, en La Yegua de la Noche se cierne sobre él lo que él no fue, lo que amó y murió; sólo puede percibir el rasgo efímero de su arte y la vida. En “El Cotillón de la Tinieblas”, nos habla de lo inútil, lo amenazante, la incomunicación, y alude a la incomunicación propia de quien habita las ciudades: “alguien nos observa desde un lejano edificio, / exactamente cuando vemos sin oírlo/que nos está diciendo algo”.
Más allá de sus pesares, en la poesía de Luis Benítez la alegría de vivir ocupa un espacio mayor; es fuerte la intensidad con que le canta a la vida. Tal es el motivo de “Esta Mañana escribí Dos Poemas” y “El Observado”, poemas en los que define su rol en el cosmos; en “El Observado” nos dice: “sí, una vertiginosa sensación de mundo,/inmune al invierno o al zumbido del verano, acompañó la tarde”; con estas palabras celebra su papel: el del poeta; y luego “mío es el peso, la longitud y el ancho de las cosas”; él existe para comprender lo tangible y mensurable. A él lo ha observado el cosmos para que fuera poeta, y su labor de creador lo hace trascender su tristeza o alegría. En “Esta Mañana Escribí Dos Poemas”, ser poeta es su única forma posible de vivir. Mediante la creación, modifica en algo al mundo, y ante el acto creador se maravilla; no sabe a ciencia cierta a qué responde este fenómeno. El prójimo, una vez más, se hace presente: hay otros poetas como él en alguna parte, además de que todo ser humano crea: para Luis, cientos de personas han donado los versos. La creación es en comunión. El tiempo es un hilo que ha unido este mundo con sus seres.
“La Tómbola de los Mundos” nos acerca su júbilo por el milagro de la vida; casi se pueden sentir los ojos del niño que descubre la belleza de lo inexplicable; aquí, las semillas sobrevivientes y el poeta disfrutan a la par de haber sido elegidos por la fortuna para la vida. En "El Extravagante Viajero Río Arriba", un luciente salmón lucha por su vida, inmerso en su hábitat condenado por el ser humano. El pez desea seguir viviendo a toda costa. Este poema tiene su correlato en “Por Quitarle a la Muerte su Soberbia”, en el que el poeta batalla como el salmón; siente que únicamente un amor poderoso iguala a todos en la tarea de vivir. Su quehacer como poeta es generado por ese amor, el talismán contra la muerte. Esa fuerza amorosa que impulsa a los seres a la vida es sublime.
Lo sublime es también el tema de “Conversaciones”: el origen del universo, que desconocemos, y lo maravilla; la luz de la vida que resulta de ese origen; el último alarido que dará la luz antes de que la muerte todo lo oscurezca. Esto es para Luis lo sublime; lo inconmensurable y desconocido.
La celebración de la vida y lo sublime lo acercan a la poesía de
Dylan Thomas, poeta que Luis Benítez reconoce como uno de los que influyó significativamente en su obra, y lo aleja, a mi parecer, de
T. S. Elliot, otra de sus influencias. Dylan Thomas dijo sobre sus propios poemas, "con todas sus tosquedades, dudas, y confusiones, son escritos por amor al hombre y en alabanza de Dios." Para Luis, lo sublime es aquello que los seres humanos no podemos explicarnos, lo que nos excede y surge ante nosotros como un milagro. Lo celebra tanto como a la vida del hombre. Su visión de lo sublime se alinea con su poética: se trata de lo que está afuera de él y de su comprensión; se siente humilde ante ello, y se admira.
Sublime puede también ser la obra del ser humano; tal es el tema del poema “Deja que Hable Ezra Pound”, en el que el autor homenajeado realiza al acto poético de forma tan excelsa que su resultado va más allá de lo que logra la mayoría.
Además, en este poema Luis Benítez expresa que toma partido por aquello que cree incuestionable. Describe la poesía de
Ezra Pound como una delgada línea de agua que no adorna sino que llega a lo visceral; la comunión entre la fina línea de agua y las vísceras vivas donde corre la sangre real, nos brinda un hallazgo poético de Luis Benítez, con el que ofrenda a quien considera artífice de la creación más plena. Para el autor, Ezra Pound entra a lo hondo, a lo real del ser y al ponerlo sobre el papel, lo hace palpitar. Se trata del verdadero artista, no el que ornamenta, sino el que da la vida. Este poema está relacionado con “De lo que Huye”; allí Luis retrata a aquél que, ingenuamente, cree saber qué es la poesía, queriendo en vano asirla y explicarla.
En el cosmos de Luis Benítez hay un lugar para hablar sobre el encuentro con sus semejantes, y también con la muerte.
En “El Forastero” expresa que en el marco de la relación entre los seres humanos, el otro, el que no es uno, es siempre un extraño. La presencia de ese extraño de algún modo nos perturba, pero eso no atenúa la riqueza que nos brinda; genera una conmoción en el camino que recorremos, y a la vez, lo pavimenta. El carácter del encuentro con el otro es ligero en tanto el tiempo es un continuum mucho más abarcativo que el momento en que ese encuentro se produce. Los seres humanos solamente tenemos el devenir; en ese devenir, las relaciones entre las personas traman una parte del cosmos. Al final del camino está la muerte, representada con estas palabras: “Cuando todo se quede Él dirá que ha llegado”. En el quedarse, dejar de moverse el ser, la muerte no adopta la característica de la tragedia; además, “quedarse” es también, en español, permanecer. Aparece, entonces, Dios, que ha llegado. Luis Benítez retrata la muerte con verbos que indican la quietud y la permanencia, por un lado y la llegada, por otro. Se trata de una concepción de la muerte que carece de la pátina de lo terrible.
En estos versos de “Los Leopardos” describe la ágil destreza de esos animales y su encuentro con los seres humanos: “los leopardos emigrados a las copas de los árboles/son unas etéreas y fatales sombras”; el encuentro entre ellos y nosotros, que nos lleva a la muerte, también está descargado de horror; alude a la muerte como “la alegre nada”. Vamos allí de la mano de los leopardos mediante los delgados corredores que la comunican con el mundo. Esos corredores que hilvanan al mundo con la nada inscriben a la muerte dentro del cosmos; lo mismo sucede en el poema “Del Útero a la Tumba un Sueño te Llevará”, en cuyo último verso, “sólo una muesca en un reloj enorme”, indica que la vida y muerte del ser humano son parte del todo.
Así, Benítez pavimenta un sendero por donde se llega al espacio de la muerte. En "Conversaciones", "La Gran Noche nos devora", es total y contundente. Por eso, como
Dylan Thomas en Do Not Go Gentle Into That Good Night, Luis Benítez propone darle batalla. La batalla consiste en el hacer, iluminado por el amor absoluto que mueve a la creación toda, del que nos habla en "Por Quitarle a la Muerte su Soberbia". En su hacer como poeta le da batalla a la muerte, más que por temor, por amor a la vida.
En sus poemas de amor,
Luis Benítez también se sitúa en el cosmos. En “La Cambiante” está perplejo, es conciente de que no sabe qué hacer, que no comprende, pero sí sabe que está “en el bosque del mundo”. Otro aspecto de su relación con la mujer se presenta en La Ingenua, poema que ya he mencionado en cuanto a la contemplación del otro en su esencia como ser humano. Lo que “Decía el Poeta” pinta el amor idealizado que se aparta de la lucha diaria, del paso del tiempo, de todos y del todo: “Otra guerra hay que la del pan/otra embriaguez que la del vino/otra tierra hay en esta tierra:/Eterna es nuestra primavera”.
La vida cotidiana de la pareja se refleja en “En el Cantero Arrasado por el Frío Resistía”, junto al indefectible paso del tiempo y la apretada vida de la ciudad y su dolor. El contrapeso es un grillo, que como un extranjero en ese mundo representa el incesante deseo que todo lo ilumina con su canto. Ese deseo, esa resistencia, detiene la repetición de la rutina, incluso detiene el tiempo cuando por un momento nos detenemos a escucharlo.
Además del amor entre hombre y mujer, Luis Benítez nos manifiesta el amor a sus congéneres. Tal vez “El Pescador de Perlas” sea el poema dedicado especialmente a este tema, aunque allí se combinan varios aspectos sobre los que el poeta reflexiona. Luis Benítez refleja la incertidumbre que domina la existencia del ser humano, a pesar de la que descubre, entre otras cosas, la posibilidad de dar algo valioso. Se unen el aquí y el allá, la orilla y el espeso mar donde vivimos en el presente, y en el que probablemente estaremos en la muerte. “Esta tarde y parte de la noche/volví a sumergirme en el espeso mar/ donde flotamos los seres y las cosas”. El poeta se sumerge en la aventura de la vida; sus hallazgos son sus prójimos y lo que puede ofrecerles: el tesoro de las perlas.
El decir del poeta brilla en los últimos versos, porque le da voz a su aprendizaje personal: “Pero cuando quise volver/no vi a ningún hombre en la orilla./No vi orilla. Todo era mar. /Esos que temen la orilla/no saben que caminan en el mar”. No tenemos el consuelo de la existencia de una orilla que, aunque temida, que nos protege. Es hombre y poeta, y ha comprendido su situación en el mundo.
Del libro de Luis Benítez “A Heron in Buenos Aires, Ravenna Press, EE.UU., 2011. Versiones al inglés del poeta norteamericano Cooper Renner. El volumen se cierra con un ensayo epilogal (que ahora presentamos, casi completo, en Aromito) de la traductora argentina Carmen Vasco Fernández Moreno (Buenos Aires, 1965).