jueves, 22 de febrero de 2024

JOSÉ EMILIO PACHECO En el silencio de la noche



II: El arte de la sombra 


SIGLO 

En el silencio de la noche se oye 
el discurso del polvo como un murmullo incesante. 
Pues todo lo que abarca la mirada 
está por deshacerse. 


ILUSIÓN 

Cuando esperaba el día se hizo la noche. 
Y nunca aprendí 
a caminar en tinieblas. 


FOTOS 

No hay una sola foto de entonces. 
Mejor así: para verte 
necesito inventar tu rostro. 


BIOGRAFÍAS 

Ningún sendero quedará. 
Nuestros pasos 
conducen siempre a la nada. 
Todo lo devora 
el sol desconoce la piedad 
y arrasa lo inventado por el vacío. 


MAÑANA 

El alba está lejana. 
No sé qué busca el pájaro 
entre la noche densa. 

Habla, murmura, insiste. 
Se acerca a la ventana. 

Dice que el sol no ha muerto 
y existe otro mañana. 



En Tarde o temprano (Poemas, 1958-2009), Fondo de Cultura Económica, 2009 / De La arena errante (1992-1998) / Ph: jmp / 
José Emilio Pacheco (México, 30 de junio de 1939 – 26 de enero de 2014) / 
Los autores y textos seleccionados forman parte de estudio en ejercicios de taller, y su destino es solo para este objetivo.-

sábado, 17 de febrero de 2024

CONSTANTINO CAVAFIS En el brillo del mediodía


Ph Mirella Moretti, c. 1974 / 



CUANDO APAREZCAN 
(1916) 

Trata de asirlas, poeta, 
aunque no consigas retenerlas 
Esas visiones eróticas. 
Sitúalas, veladas, en tus versos. 
Trata de asirlas, poeta, 
cuando aparezcan en tu cerebro 
a medianoche, o en el brillo del mediodía.


EN EL ORÍGEN 
(1921) 

Han satisfecho su placer 
prohibido. Y del lecho se levantan, 
vistiéndose apresuradamente sin hablarse. 
Abandonan por separado, furtivamente la casa; y mientras 
caminan algo inquietos por las calles, parece 
como si sospecharan que algo en ellos traiciona 
en qué clase de lecho cayeron hace poco. 

Pero cuánto ha ganado la vida del artista. 
Mañana, otro día, años después escritos serán 
los versos vigorosos que aquí tuvieron su principio


MELANCOLÍA DE JASON HIJO DE CLEANDRO, POETA DE KOMAGENE, 595 d. C.
(1921) 

El envejecimiento de mi cuerpo y su apariencia 
son heridas de terrible puñal. 
Resignación no tengo. 
A ti recurro oh Arte de la Poesía, pues algo sabes de remedios; 
tentativas de envolver el dolor en la Imaginación y la Palabra. 

Son heridas de terrible puñal. — 
Ahora tráeme oh Arte de la Poesía 
tus consuelos para que —aunque sólo sea por un instante— no perciba la herida


ÉL VINO PARA LEER 
(1924) 

Vino para leer. Abiertos están 
dos o tres libros; historiadores y poetas. 
Pero apenas ha leído diez minutos, 
cuando los deja a un lado. Sobre un diván 
duerme ahora. Ama mucho los libros 
—pero tiene veintitrés años, y es hermoso; 
y esta tarde el amor atravesó 
su carne maravillosa, su boca. 
A través de la total belleza 
de su cuerpo pasó la fiebre de la voluptuosidad; 
sin remordimientos ridículos por la forma de ese placer… 


EN EL MISMO LUGAR 
(1929) 

Alrededores de la casa, mi barrio, vecindades 
que contemplo y por donde camino; hace ya tantos años. 

Con alegría o con dolor os he creado: 
con tantos acontecimientos, con tantas cosas. 
Y todos tus sentimientos eran para mí.


EL ESPEJO DEL RECIBIDOR 
(1930) 

En el recibidor de aquella opulenta casa 
había un enorme espejo muy antiguo; 
adquirido cuando menos cien años atrás. 

Un hermosísimo joven, recadero del sastre 
(los domingos, atleta amateur), 
estaba de pie allí con un paquete. Lo entregó 
a una persona de la casa, quien lo llevó dentro 
para traer el recibo. El recadero del sastre 
quedó solo, aguardando. 

Se acercó entonces al espejo y se miró en él 
arreglándose la corbata. Cinco minutos después 
trajeron el recibo. Lo tomó y se fue. 

Mas aquel espejo que había visto, 
durante sus muchísimos años de existencia, 
miles de cosas y de rostros; 
el viejo espejo quedó esta vez alegre 
y orgulloso de haber recibido, aunque fuese un momento, 
la imagen de la belleza perfecta.


EN LA ESCALERA
(1904) 

Bajando por aquella escalera, 
junto a la puerta nos cruzamos, y por un instante 
vi tu cara desconocida y tú me viste. 
Yo me oculté en las sombras, y 
pasaste rápido, alejándote, 
y te perdiste en aquella casa vulgar 
donde no encontrarías el placer, 
como tampoco yo habría de hallarlo. 

Y sin embargo el amor que deseabas yo lo tenía para dártelo; 
el amor que yo deseaba, tus ojos me lo ofrecían 
con su ambigüedad y abandono. 
Se sentían los cuerpos y se buscaban; 
la sangre y la piel comprendían. 

Pero turbados los dos nos escondíamos.


Y SOBRE AQUELLOS LECHOS ME ABANDONABA Y ERA FELIZ
(1915) 

Al entrar en la casa de placer 
no permanecí en la sala donde celebraban 
los desconocidos amantes su gozo. 

Otra habitación secreta era la mía 
y en su lecho me abandonaba feliz. 

Oh aquella habitación secreta 
cuya sola mención hace avergonzarse. 
Mas no soy yo quien se avergüenza —¿qué clase 
de poeta o artista sería? 
Mejor entonces haber elegido una vida ascética. Más acordes, 
mucho más acordes con mi poesía son estos lugares; 
más me alegra este regocijo promiscuo.



Ph Mirella Moretti, s/t c. 1974 / 
En Poesías completas, Ediciones Hiperión, 1981/ Versiones directa del griego de José María Álvarez / Ph Mirella Moretti, c. 1974 / Ph jmp / 
Konstantinos Petrou Kavafis, también llamado Constantino Cavafis y C. P. Cavafis (Alejandría, 29 de abril de 1863 – 29 de abril de 1933) / 
Los autores y textos forman parte de estudio en ejercicios de taller, y su destino es solo para este objetivo.-

lunes, 12 de febrero de 2024

ROBERT WALSER Un poeta se inclina sobre sus poemas




"Lejos del mundo"

DE UN POETA 

     Un poeta se inclina sobre sus poemas: ha hecho veinte. Pasa una página tras otra y descubre que cada poema despierta en él un sentimiento muy particular. Se devana penosamente los sesos tratando de averiguar qué es lo que planea por encima o en torno a sus poesías. Presiona, mas no sale nada, golpea, mas no logra sacar nada, tira, pero todo sigue tal cual, es decir, oscuro. Se apoya sobre el libro abierto entre sus brazos cruzados y rompe a llorar. Yo, en cambio, el pícaro autor, me inclino ahora sobre su obra y descubro con infinita indeliberación en qué consiste el problema. Se trata simple y llanamente de veinte poemas, uno de los cuales es sencillo, otro pomposo, otro mágico, otro aburrido, otro conmovedor, otro delicioso, otro infantil, otro muy malo, otro bestial, otro inhibido, otro ilícito, otro incomprensible, otro repugnante, otro encantador, otro comedido, otro extraordinario, otro esmerado, otro abyecto, otro pobre, otro inefable y otro que ya no puede ser nada más, porque sólo son veinte poemas distintos que en mi boca han encontrado una valoración, si no precisamente justa, al menos rápida, lo que para mí supone siempre el mínimo esfuerzo. Una cosa es, sin embargo, segura: el poeta que los escribió aún sigue llorando, inclinado sobre el libro; el sol brilla encima de él; y mi risa es el viento que corre impetuoso y frío entre sus cabellos.


ÉRASE UNA VEZ UN POETA… 

     Érase una vez un poeta tan enamorado del espacio de su habitación que se pasaba el día entero sentado en su sillón y empollaba las paredes que tenía ante sus ojos. Retiró los cuadros de aquellas paredes para que ningún objeto lo distrajese o lo indujese a contemplar algo que no fuera una pequeña pared, manchada y poco amable. No puede decirse que estudiara adrede aquel espacio, sino que —preciso es confesarlo— yacía, con la mente en blanco, en los lazos de un insondable ensueño, en el que su estado de ánimo no era alegre ni triste, ni jovial ni melancólico, sino tan frío e indiferente como el de un loco. Pasó en aquel estado tres meses, y el día en que empezaba el cuarto, ya no pudo levantarse de su asiento. Estaba pegado a él. Esto es algo extraño y hay cierta inverosimilitud en la promesa del narrador, quien asegura que a continuación vendrá algo todavía más extraño. Pues resulta que, en aquellos días, un amigo de nuestro poeta fue a buscarlo a su habitación y, al entrar en ella, cayó en la misma ensoñación ridícula o melancólica de la que el otro era presa. Tiempo después le ocurrió la misma desventura a un tercer poeta o novelista que llegó a interesarse por su amigo, y así fueron cayendo uno tras otro seis poetas que vinieron a preguntar por su amigo. Y ahora están los siete en ese pequeño espacio oscuro, lóbrego, frío, poco amable y vacío, y fuera está nevando. Están pegados a sus asientos y nunca más harán, sin duda, un estudio de la naturaleza. Sentados, miran fijamente ante ellos, y la amable carcajada que premia esta historia no consigue liberarlos de su triste encantamiento. ¡Buenas noches!


EL LUGAR BONITO 

     Aunque dude de su verosimilitud, la historia me divirtió muchísimo cuando me la contaron, y aquí la ofrezco ahora como mejor puedo, con la única condición, eso sí, de que no me interrumpan hasta el final con ningún bostezo. 

     Había una vez dos poetas, uno de los cuales se llamaba Emanuel y era un joven muy nervioso y sensible. El otro, de naturaleza más cerril, llamábase Hans. Emanuel había descubierto, en el bosque, un rincón a salvo de todo el mundo en el que solía hacer poesías muy a gusto. Con este fin escribía versitos juiciosos y sin importancia en una libreta que heredara de su abuelo, y parecía muy contento con esta ocupación. Y, en verdad, ¿por qué no habría de estarlo? El lugar en el bosque era tan silencioso y agradable, el cielo encima de él tan azul y sereno, las nubes tan amenas, los árboles de la orilla opuesta tan variados y de tan exquisito colorido, el prado tan suave y el arroyo que regaba aquel prado solitario tan refrescante que el señor Emanuel hubiera tenido que estar loco para sentir algo que no fuera dicha. Viéndolo poetizar candorosamente desde lo alto, el cielo sonreía sobre él tan azul y bello como lo hacía sobre los árboles del bosque; y la paz de aquel idilio parecía tan indestructible que la perturbación que se producirá de aquí a un instante, como rayo caído de cielo sereno, habrá de parecer bastante increíble. Pero el asunto es el siguiente: ya os he nombrado a Hans. Impelido por el azar, este segundo poeta deambulaba una vez por el bosque, cerca de aquel lugar solitario, cuando descubrió el rincón y a su ocupante, el hermano Emanuel. Al instante, y aunque jamás se hubieran visto antes, reconoció Hans al poeta en Emanuel, tal como un pájaro reconoce a otro en seguida. Se le acercó deslizándose por detrás y, para abreviar, diré que le asestó un golpe tan fuerte en la mejilla que el otro lanzó un grito y, sin volverse a ver quién lo había tratado así, puso pies en polvorosa tan rápido que se perdió de vista en un instante. ¡Hans había triunfado! Podía esperar haber ahuyentado para siempre a su rival de aquel bello y productivo lugar, y al punto se puso a meditar sobre la forma más eficaz de recrear la amenidad de ese solitario paraje del bosque. También él llevaba una libreta repleta de versos, malos y buenos, que esperaba publicar poco después. Sacó, pues, la libreta y se puso a garrapatear en ella mil y una tonterías, como suelen hacer los poetas para colocarse en el estado anímico adecuado. Pero parecía tener grandes dificultades para comprimir en tiernas sílabas la suave y plácida belleza del paisaje recién conquistado, y hacerlo de modo que aún pudiera asomar en ellas un atisbo de vida. Y mientras estaba en ésas, torturándose de aquella forma, una nueva aflicción le surgió por delante o por detrás, y era tal que también le echó a perder el paraíso que, como un perro gruñón, él le había arrebatado al otro. Entró entonces en escena una tercera persona en la figura de una poetisa. Hans, que alzó la vista asustado por el ruido, la reconoció en seguida como tal y no perdió un solo minuto en galanterías, sino que desapareció al instante como su predecesor. 

     Aquí se interrumpe el hermoso relato, y yo comprendo y apruebo perfectamente su impotencia, pues, al igual que él, sería incapaz de proseguir ahora que cualquier prosecución conduciría necesariamente al abismo de la infructuosidad. Pues ¿no sería infructuoso seguir canturreando el comportamiento de la poetisa tras haber celebrado ya a dos poetas? Me conformo con informar que la primera no encontró nada bello en la belleza del paraje del bosque y nada singular en su singularidad, y desapareció tan silenciosamente como había aparecido. ¡Que el diablo se haga poeta! 



"Lejos del mundo"
En Historias, Edición digital Titivillus, 2020 / Primera edición: 1914 / Título original: Geschichten / Traducción: Juan José del Solar / Ph Mirella Moretti, "Lejos del mundo" / 
Escribe Hermann Hesse: “Si los poetas como Walser se contaran entre los espíritus que gobiernan, no habría guerras. Si tuviera cien mil lectores, el mundo sería mejor. Sea como fuere, el mundo está justificado por haber gente como Walser.” / 
Robert Otto Walser (Biel, Suiza, 15 de abril de 1878 - cerca de Herisau, Suiza, 25 de diciembre de 1956) / 
Los autores y textos forman parte de estudio en ejercicios de taller, y su destino es solo para este objetivo.- 



miércoles, 7 de febrero de 2024

JORGE CURINAO Un puñado de viento en la memoria

City Bell, un día de calor, 07 02 2024 /



PUERTAS ADENTRO 

Con sus muertos 
acomodándole la sonrisa 
se sienta a la mesa 
sólo para comprobar 
que la soledad 
es un puñado de viento en la memoria. 


CRUZ DEL SUR 

Entro en mi cama
como quien espera 
ser rescatado de este mundo. 


ÁNGELES PERDIDOS

Esta mano 
que lleva tu mano 
nunca termina de borrarme. 


MANIFIESTO 

Lo realmente difícil de la poesía 
es escribir sobre la felicidad
lo intenté 
pero no pude
no sé
debo ser algo masoquista
porque siempre cuando escribo la palabra felicidad
la tacho y la vuelvo a escribir.

Imagino que la felicidad es también eso:
borrar y volver a escribir.


LEYENDO A ANAHÍ LAZZARONI

Mis amigos poetas
también me escriben cartas
me preguntan por el viento
les digo
que sigue aquí,
galopando en los cerros nevados
del corazón.

De Restos de ciudad (Fondo Editorial Santacruceño, 2023) / 


/


     Quien mira el cielo sabe que los límites son de agua. 


     Abrir un libro y leer, en la primera página, que todos los pájaros se han ido.


     De noche, el viento se detiene. Un perro que ladra inventa el desierto.


     El viento abre una herida en la noche. Ahí los pájaros hacen sus nidos. 


     Como una hoja caída, de esas que nadie pisa por temor a lastimarse. 


     Se trata de la misma soledad: las hojas golpeando en la pared, la caída de la nieve sobre lo que se creía perdido.


     No sé si alma o cuerpo, pero algo duele. Los gorriones, que juegan en el techo de mi casa, saben que la muerte viene y desordena todo.


     Casi no he conocido a mi padre, pero siempre lo he extrañado. 
Su ausencia es un niño sin alas: dibuja un pájaro.

De Gorriones de la noche (Editorial Remitente Patagonia, 2020) / 


/

     Desnudo te enseño mis poemas. Uno a uno mis silencios. Tiene rostro mi dolor. Existe. No quisiera hablar pero lo hago. No sé del sol. El mar es sombra encendida. Mi habitación, una cajita musical. Un fuego.


     Las veredas ocultan mis pasos. Deambulo con el cansancio del mundo, el cansancio de las luces apagadas. De aquí brotaron ruidos jamás oídos. Aquí mis muertos, pajaritos de la noche, empezaron a soñar con el mar. Y pude volver al poema. 


     Mi vida, mi única vida sabe que no pedí nacer pero acá estoy, en el lugar preciso: no poder salir porque no hay afuera. Y adentro es sólo el viento. Y el viento es herida que viene del mar. 

De Plegarias del humo (Editorial Remitente Patagonia, 2019)


/

     He sido mi gran abismo, una sombra desaparecida entre luces lejanas, un pequeño ausente en el corazón de los días. 
La creencia va más allá de la propia creencia: ser pájaro y no saberlo. 

De Otros animales (2014) / 


El poeta santacruceño Jorge Curinao (Río Gallegos, 3 de mayo de 1979)  me envió por correo tradicional cuatro de sus libros. Los recibí el 25 de enero y ahora puedo hacer acuse de recibo. (Gracias Jorge). 
Jorge Curinao (Río Gallegos, Santa Cruz, 3 de mayo de 1979) / Selección y fotos: jmp / 
Los autores y textos forman parte de estudio en ejercicios de taller, y su destino es solo para este objetivo.-