10 de enero de
2016
Todo el tiempo, hasta donde se pueda,
empezar a ver todo de nuevo.
18 de enero de
2016
La poesía imbeciliza a las personas. No,
por supuesto, leer poesía (si se asume en serio lo que implica “leer”), ni
necesariamente escribir poesía, sino cuando "poesía" viene pegado a
creerse “poeta”: se queda uno embobado en una burbuja de narcisismo y confortable
autocomplacencia que le impide atender a cualquier otra cosa. El mundo sigue
andando, para bien o para mal, destrozándose y sangrando o reclamando el
trabajo de sostener las perspectivas de una vida menos limitada que puedan
existir, y uno mientras tanto preocupado solamente porque alguien se fije en
sus versitos y le prodigue las palmadas correspondientes.
26 de enero de
2016
Lo peor de entrar a denunciar a los
miserables y a los que se quedan en la chiquitada (no estoy hablando de
política, por si hace falta aclarar, aunque también puede suscitarse por
cuestiones supuestamente políticas) no es que uno les habilita un campo para
que puedan desplegar, en respuesta, más chiquitada y miserabilidad, sino que es
uno el que, al entrar en ese terreno, se vuelve uno de ellos, consolida esa
manera de vivir en la que están hundidos, y que ante cualquier estímulo se
extiende sobre todas las cosas. Como la de las arenas movedizas o la de los
agujeros negros, tanta es la atracción de la que la chiquitada y la
miserabilidad son capaces –porque convocan a lo más inmediatista y narcisista
de cada uno, como ciertas drogas o como el alcohol mal consumido– que salir se
vuelve muy difícil, requiere un fuerte y sostenido esfuerzo de lucidez y
voluntad. Si uno lo consigue, y si desde ahí uno puede volver a echar una
mirada hacia lo que lo llevó a ponerse en denunciador, va a darse cuenta de
hasta qué punto es imbécil denunciar o atacar a esas personas: a lo que
corresponde atacar es a la imbecilidad y a la chiquitada mismas, y a la cultura
que las suscita y promueve, que tienen a esas personas atrapadas,
autolimitadas, sacrificando su vida en el altar de tonterías que no merecen
atención y ante las que uno, al prestarles atención justamente, termina
sacrificando también valiosos tramos de su vida, restando precisamente tiempo a
la vida para dedicarlo a los modos por los cuales la cultura real nos mantiene
entretenidos y estupidizados. Lo único bueno que tienen tropezones como ese es
que, al percibir que uno tiende a ser tan mediocre y miserable como esos a los
que atacó, empieza a estar en mejores condiciones para evitarlo, y así vivir
mejor, es decir ser más libre.
En
blog de DF, Días después del diluvio. Un block de apuntes. Selección y foto:
Jmp.
Daniel
Freidemberg (Resistencia, Provincia de Chaco, 27 de septiembre de 1945). Reside
desde 1966 en Buenos Aires.