miércoles, 27 de septiembre de 2017

Daniel Freidemberg, Empezar a ver todo de nuevo


10 de enero de 2016
     Todo el tiempo, hasta donde se pueda, empezar a ver todo de nuevo.


18 de enero de 2016
     La poesía imbeciliza a las personas. No, por supuesto, leer poesía (si se asume en serio lo que implica “leer”), ni necesariamente escribir poesía, sino cuando "poesía" viene pegado a creerse “poeta”: se queda uno embobado en una burbuja de narcisismo y confortable autocomplacencia que le impide atender a cualquier otra cosa. El mundo sigue andando, para bien o para mal, destrozándose y sangrando o reclamando el trabajo de sostener las perspectivas de una vida menos limitada que puedan existir, y uno mientras tanto preocupado solamente porque alguien se fije en sus versitos y le prodigue las palmadas correspondientes.


26 de enero de 2016
     Lo peor de entrar a denunciar a los miserables y a los que se quedan en la chiquitada (no estoy hablando de política, por si hace falta aclarar, aunque también puede suscitarse por cuestiones supuestamente políticas) no es que uno les habilita un campo para que puedan desplegar, en respuesta, más chiquitada y miserabilidad, sino que es uno el que, al entrar en ese terreno, se vuelve uno de ellos, consolida esa manera de vivir en la que están hundidos, y que ante cualquier estímulo se extiende sobre todas las cosas. Como la de las arenas movedizas o la de los agujeros negros, tanta es la atracción de la que la chiquitada y la miserabilidad son capaces –porque convocan a lo más inmediatista y narcisista de cada uno, como ciertas drogas o como el alcohol mal consumido– que salir se vuelve muy difícil, requiere un fuerte y sostenido esfuerzo de lucidez y voluntad. Si uno lo consigue, y si desde ahí uno puede volver a echar una mirada hacia lo que lo llevó a ponerse en denunciador, va a darse cuenta de hasta qué punto es imbécil denunciar o atacar a esas personas: a lo que corresponde atacar es a la imbecilidad y a la chiquitada mismas, y a la cultura que las suscita y promueve, que tienen a esas personas atrapadas, autolimitadas, sacrificando su vida en el altar de tonterías que no merecen atención y ante las que uno, al prestarles atención justamente, termina sacrificando también valiosos tramos de su vida, restando precisamente tiempo a la vida para dedicarlo a los modos por los cuales la cultura real nos mantiene entretenidos y estupidizados. Lo único bueno que tienen tropezones como ese es que, al percibir que uno tiende a ser tan mediocre y miserable como esos a los que atacó, empieza a estar en mejores condiciones para evitarlo, y así vivir mejor, es decir ser más libre.


En blog de DF, Días después del diluvio. Un block de apuntes. Selección y foto: Jmp.
Daniel Freidemberg (Resistencia, Provincia de Chaco, 27 de septiembre de 1945). Reside desde 1966 en Buenos Aires. 

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