jueves, 14 de noviembre de 2019

JORGE BOCCANERA Mejor es que se vayan aves negras




 XVIII

qué cazador derribó aquellas cartas que nunca me mandaste
qué fuego las quemó
en qué río se ahogaron
quién convenció a tus manos de que no
quién a tu corazón
quién a tu boca
mejor es que se vayan aves negras
mejor me dejan solo
que estoy enamorado de otra muerte

(de esto ni una palabra a los carteros)



De Oración (para un extranjero), poema “XVIII”. En Polvo para morder, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, Argentina, 1986.
En elepé Dejo Constancia, 1982. Grabado en sólo 45 horas en diciembre de 1981. Tema 4 del lado A. Tocan y cantan: Alejandro del Prado (Buenos Aires, 2 de abril de 1955): Guitarra, voces. Litto Nebbia (Rosario, 21 de julio de 1948): Sintetizador de cuerdas, voces. Silvio Rodríguez (San Antonio de los Baños, Cuba, 29 de noviembre de 1946): Voz principal, voces.
Poema: Jorge Boccanera (Bahía Blanca, 18 de abril de 1952).
Música: Alejandro del Prado.


Otra version, en vivo:


lunes, 11 de noviembre de 2019

MARÍA ROSA LOJO Ésas son cosas de Sartre



LA PENA

El hombre tiene una pena grande, domesticada como un animal, maciza. Es torpe, el pelo le tapa los ojos, y apenas puede mirar hacia adelante. En las noches de invierno se sienta con el hombre junto al fuego. Él la protege, la alienta, no la deja morir porque la pena se le confunde con su vida misma.

Por las mañanas le abre la puerta hacia el mundo y ella corre por calles implacables, de cara al viento, extremada y oscura en un deseo que no sabe su objeto.


MADRES E HIJOS

Algunos padres serán hijos de sus hijos en el Cielo. Los esperarán, absurdamente jóvenes, como lo eran cuando los despidieron a la puerta de casa para ir a una guerra o al viaje que los mataría. O cuando los besaron por última vez, en una cama de hospital, tragándose las lágrimas, pensando “qué será de ellos cuando yo me vaya”, mirando ansiosamente hacia el futuro en esos ojos asustados por el beso demasiado largo y demasiado intenso.

Pero ellas, sobre todo, no podrán entenderlo. Las que se fueron cuando eran casi niñas y los parieron con su propia muerte. Esos bebés, pequeños como muñecos, a los que abrazaron apenas un momento, llegarán con una fotografía, un retrato, un camafeo, entre las manos incrédulas. Viejos o viejas, encorvados, renqueantes, con dentaduras postizas, con dedos deformados por la artritis, las encontrarán por fin entre la multitud de madres muertas y se apretarán contra su pecho y buscarán el latido remoto de su corazón y el olor inconfundible que nunca más se repitió sobre la Tierra.


ÉSTE ES EL BOSQUE

Cuando llego, jadeante, mi padre está esperándome sentado sobre un tronco. El aire se había puesto oscuro y empañado un instante atrás, pero aquí, bajo los arcos verdes, la luz tiene un espesor de miel y sólo se respira un oxígeno burbujeante y diáfano.
Me siento junto a él. Está tan delgado como cuando murió, pero los ojos vivos contradicen su cuerpo.
–Papá, decíamos ayer que la vida es una herida absurda.
–Ésas son cosas de los tangos, hija. Aquí nadie vive en vano. Éste es el bosque.
–Pero decíamos que la vida es una pasión inútil.
–Ésas son cosas de Sartre. Aquí no hay pasiones, aquí nada es inútil, aquí cada vida sirve a su función. Éste es el bosque.
Y su brazo –apenas un hueso con las venas tatuadas— agrupa en un solo gesto los robles y los castañares, los pinos y los eucaliptos, los musgos y los líquenes, las espinas del toxo.
–Pero nacemos y morimos y es como si no hubiéramos vivido y somos apenas hojarasca que se pudre bajo los pies que pasan.
–Aquí nada se pierde y todo se transforma. Aquí nada muere. Somos la gente de la tierra, las criaturas del árbol, la semilla que florece sin fin. Éste es el bosque.



En El límite de la palabra, antología del microrrelato argentino contemporáneo,
Edición de Laura Pollastri, Menoscuarto, Buenos Aires, 2007
María Rosa Lojo (Buenos Aires, 1954)
Foto: Jmp

lunes, 4 de noviembre de 2019

ALBERTO PIPINO Con el oído debajo del agua



“Estoy solo en el mundo. Ver es estar alejado. Ver claro es detenerse.
Analizar es ser extranjero. Todos pasan sin ni siquiera rozarme.
Sólo hay aire a mí alrededor. Me siento tan aislado que puedo palpar
la distancia entre mí y mi presencia”
Libro del desasosiego, Fernando Pessoa

PERFIL

Mi memoria envejece,
abandona el sepia y la tinta
se viste de polvo, la voz
se licúa sin ton ni son

una porción de mi corazón
agoniza y otra bajo un sudario
de moscas con azul y dorado
aleja la luz, al aire de la flor

baila, mi ser gira en la
losa y vuela su falda de ceniza
hasta diluirse en la brisa
que madura en una breva impía

un olvido ahoga casi como
la muerte, se vuelve lema
de agua seca, bandera zurcida con
hilos de sangre, un verso fugaz.


INCONCLUSO

Al andar sobre algunas hojas
que este otoño se soltaron
y van de un lado a otro,
leo entre ángulos obtusos y
abiertos que un coágulo
furtivo dejó su seña,
una gota atascó
el túnel de la luz al final.

Las hojas no dejan de caer,
me tocan desde la cabeza
a los pies casi como escarabajos
en busca de estiércol, alguna
planta secreta y caracoles.

La misma lágrima de sangre
al diluirse me despejó la vía,
ahora una extensión de vida
vibra sin apología.

Con cada paso que hago llego
parece que no me fuera
y, sin embargo, es una ilusión,
pues en un instante me fui
sin aviso en esta
vieja estación donde un
temblor me posee en un vaivén.

Ni duró lo que una chispa
en una pradera húmeda,
lo que un gusano en un anzuelo,
no sé si yo estaba leyendo o
soñando o si fue cuando
reíamos y bebíamos vino,
cuando morí y volví.


EQUILIBRIO

Uno de los fracasos del
rebelde fue un golpe que
al inicio apenas significó
una cagada de paloma en la
cabeza desnuda al llegar a
un desencuentro sin fin. Otra
de las derrotas implosionó
como un salivazo entre
sus músculos y huesos, en
su sangre, vistiéndolo con
una mortaja con encaje
zurcido en noches y
días con hilos de vino
y aguja de cristal. Caído,
pero no subyugado forjó
una piedra, un canto, una
fábula para rechazar
la lengua, el tentáculo de
intolerancia asaltando sin
piedad la esencia sublevada.
El icono al alcance de su
mano le disolvió la ilusión
de aferrarse a una salida;
también hecho polvo de tiza
y humo de astillas su ídolo
desertó entre la brisa.
La guerra se derrama sin
reposo desde la carne
abierta del sedicioso y
hasta la victoria siempre,
símbolo, fetiche, además
de espejo se barajan
como corazón, diamante,
trébol y espada para alejar
el vacío de la esperanza
y poder vivir sin tregua.


DESDE LO SUCEDIDO

Hubo un delirio, época festiva,
en donde un amanecer puso
entre bastidores lo absoluto de
la esperanza y el prejuicio. El
paso del tiempo fue lentísimo,
el viento cayó en trozos de hielo,
y la ilusión de atender al débil
se diluyó en el yo dominante,
el diseño de un ser nuevo quedó
en el boceto de un nuevo ícono
y unas voces que entre la lluvia
mudaron la piel. La retórica ondea
más allá de la piedad y cerca
de la apología o la justificación.
Víboras deslumbradas en juego
de manos, trazando una señal
para ir al encuentro de los que
estaban y ya no están, sueñan,
y los que aún quedamos, sea por
azar, prestidigitación o comedia,
oficiamos en el centro de la piedra.
Puede la víctima besar la mano
que escribe en el fuego, la belleza
rizar la razón, puede una palabra
desbordar el corazón, la claridad
deformar el adiós y la nube
derretir la luz del horizonte, pero
la tragedia no acabará su ciclo
aunque en la quimera y en la aurora
celebremos la caída del telón.



HOY ME ARREPIENTO

Hoy me arrepiento
no haber estado en el
lugar equivocado en
el momento justo, así
te hubieras ido con mi
dolor en tu mano.
Todavía sigo cavando
con las manos el pozo
en aquel verano, deseo
llegar al sitio elegido
antes de oscurecer,
antes que acabe de
escarbar la última
palabra. Hoy me
arrepiento no haber
astillado sin piedad
el minuto, dividir el alias,
así te hubieras ido con
mi voz en tu oído. Querías
ir solo, velando por
el viento y la época que
no vino, en tanto yo
aquí todavía cavo
el pozo con las manos,
intento parar y no puedo.


TERMINAL

Las nubes se alejan
casi quietas, en el cielo
opaco un pájaro se para
en el aire, parece
que vuela. Mi hermano
tiene su mano en
mi hombro izquierdo, mi
hermana apoya su
mirada en mi cabello,
protegen mi ilusión, en
una foto movida.
En las paredes del patio
cuelgan macetas sin
flores, es una casa donde
la memoria cabalga
un caballito de madera
en Santos Lugares, sí,
es un espejismo, como
el relámpago de un día.
La curiosidad de
mis hermanos, todavía
resiste en el trazo
que no fue ni será.
Hay imágenes como
versos que no necesitan
cruzar sobre redes o
tinta para ir de un lado
a otro por la vida,
son una aparición.
También hay un tiesto
de tres patas con una
tupida planta en flor,
viciando su aroma
en el truco, simula
una canción sin
oficio ni trama.


TRAVESÍA

Emerge del vértigo un ropero
abierto, en donde una soledad
cruza de la pesadilla al sueño.
El aire deja ir a la transparencia
y el fuego se desprende de la luz,
exhausto sobre una mesa de cedro
una vez más bailo en un remolino
negrísimo de racimos de uva.
La balsa gira sobre mi propio eje,
sigo un espiral ascendente y
descendente y, al contrario,
hasta reconciliar a la ilusión
conmigo, pero sin zanjar
la crisis entre la ética y la utopía.
En las paredes del torbellino afloran
y se ahogan y viceversa visiones de
mí, en un costado del lugar que
ocupo, una niña —que será mi
madre—, enjaulada junto a otras
en un taller porteño, pule el oro
de una joya para una máscara.
El mueble que habito tiene tres
lunas biseladas, agave, hielo, un
engranaje óseo, humo, un pasaje
vacío de religión y folclore
que sostiene que no hay dos
demonios ni tampoco uno,
en el cubículo del centro solo
subsiste nervio y deseo,
inserción y curiosidad.


RIVERSIDE

Apoyado en la baranda que
me une al río Hudson,
todavía sueño con peces
que se asoman y se esfuman
como manos que saludan
en los prietos rulos del agua.
Apoyado en la baranda veo
que las luces de la luna
invitan a garabatear líneas
leves, sonidos vagos en el
fondo que tu solo notarás
en la fría noche del agua.


DICEN Y DIGO

Dicen los que
saben que la luz
en sus ojos iluminaba
una vía a la verdad
y que su vista ya
no brilla. Y digo yo
no obstante, él insiste
en la travesía y
en el ser.

Dicen los que
saben que no está.
Y digo yo que su
luz que ya no brilla
da tibieza en la
senda que no es
atajo, en la energía
que no es dogma.

Está en la memoria
dicen los que saben.
Sin embargo, digo
que él permanece
en la noche más
oscura, esa que con
el tiempo y su aroma,
altera y fortalece
tu corazón.


CON EL OÍDO DEBAJO DEL AGUA

Entre naufragios inhallables y
limo vencido, atravesado por
sedimento de mercurio y oro el
inundado tocó fondo en el vientre
de la víbora, en silencio se desliza
el Amazonas bajo un cielo de
ceniza y ya la fauna se agita ante la
patada del ahogado que lo sube en
eterna agonía a la superficie.





Alberto Pipino (Buenos Aires, 4 de noviembre de 1942). Selección y foto: Jmp