UN TIEMPO HUBO
¿Hubo un tiempo
en que los danzarines con sus violines
en los circos de niños olvidaban sus penas?
Un tiempo hubo en que podían llorar sobre los libros
pero el tiempo asentó su gusano en las huellas.
Ellos no están a salvo bajo el arco del cielo.
Lo más seguro en esta vida es lo que nunca se conoce;
bajo los signos del espacio ellos, los que no tienen brazos
tienen manos limpísimas y así como el fantasma sin corazón
es el único ileso, así el ciego es quien ve mejor.
SI LOS FAROLES BRILLARAN
Si los faroles brillaran, el rostro santo se marchitaría
preso en un octógono de insólita luz,
y todos los muchachos del amor
se cuidarían de perder la gracia.
Los rasgos de sus íntimas tinieblas
están hechos de carne, pero que venga el falso día
y que los labios de ella pierdan sus ajados colores,
que el traje de la momia muestre un antiguo pecho.
Me han dicho que piense con el corazón
pero el corazón, como el cerebro, conduce al desamparo;
me han dicho que piense con el latido,
que cambie el ritmo de la acción cuando el latido se acelere
hasta que en un plano se confundan el campo y los tejados
tan rápido me muevo por desafiar al tiempo, el caballero quieto
cuya barba se agita en el viento de Egipto.
He oído el contar de muchos años
y muchos años tendrían que atestiguar un cambio.
La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque
aún no ha tocado el suelo.
ELEGÍA
Demasiado altivo para morir, murió ciego y vencido
del modo más sombrío, sin mirar hacia atrás,
un hombre amable y frío en su mezquino orgullo
el día más sombrío. Oh que siempre yazga
luminoso por fin en la colina final llena de cruces,
bajo la hierba, enamorado y que joven se vuelva
entre los largos rebaños, y nunca yazga perdido o quieto
en todos los innumerables días de su muerte aunque
por sobre todo él suspiraba por el pecho materno
que era descanso y polvo y en la tierra benévola
la más oscura justicia de la muerte ciega y profana.
Dejad que no encuentre otro descanso que ser hallado y protegido
yo rezaba en el cuarto agazapado, junto a su cama ciega,
en la casa ya muda, un minuto antes del mediodía
y de la noche y de la luz. Los ríos de los muertos
veteaban su pobre mano que sostenía yo mientras veía
las raíces del mar a través de sus ojos sin vida.
(Un viejo atormentado, tres cuartas partes ciego.
No soy tan altivo para gritar que Él y él
nunca nunca se irán de mi mente.
Todos sus huesos lloraban y pobre en todo salvo en el dolor,
aunque fuera inocente, él temía morir
odiando a Dios, pero en verdad era simple:
un viejo manso y valeroso en su quemante orgullo.
Suyos eran los postes de la casa, poseía sus libros.
Nunca había llorado, ni siquiera de niño
y no lloraba ahora, salvo ante su secreta herida.
Yo vi la última luz, que resbalaba de sus ojos.
Aquí entre las luces del altivo cielo
un viejo está conmigo dondequiera que voy
camina en las praderas del ojo de su hijo
sobre el que males infinitos cayeron como nieve.
Él gritó ante su muerte, temiendo al fin el último sonido
de las esferas, el mundo que se iba sin un suspiro
demasiado altivo para llorar, demasiado débil para aguantar las lágrimas,
y preso entre dos noches: la ceguera y la muerte.
Oh, la herida más profunda de todas, era que debía morir
en día tan sombrío. Oh, pudo al fin esconder
las lágrimas fuera de sus ojos, demasiado altivo para llorar.
Hasta que muera yo, él estará a mi lado).
En Poemas completos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1974 / Traducción, prólogo y notas de Elizabeth Azcona Cranwell /
Dylan Thomas (Uplands, Reino Unido, 27 de octubre de 1914 – Nueva York, EEUU, 9 de noviembre de 1953) Fotos: jmp
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