EL ESPANTAPÁJAROS
Cierta
vez dije al espantapájaros: “Debes estar cansado de permanecer de pie en este
prado solitario.”
Y
él me respondió: “La alegría de espantar es profunda y duradera, y nunca me
canso de ello.”
Luego
de pensar un momento, dije: “Es verdad, pues yo también he conocido esa alegría.”
Y
dijo el espantapájaros: “Sólo quienes están rellenos de paja pueden conocerla.”
Entonces,
lo dejé, ignorando si me había elogiado o despreciado.
Pasó
un año, durante el cual el espantapájaros se convirtió en filósofo.
Y,
cuando pasé a su lado nuevamente, vi dos cuervos construyendo un nido bajo su
sombrero.
EL ZORRO
Un
zorro contempló su sombra al amanecer, y dijo: “Hoy comeré un camello en el
almuerzo.” Y pasó toda la mañana buscando
camellos. Mas, al mediodía miró su sombra otra vez, y dijo: “Un ratón será
suficiente.”
EL NUEVO PLACER
Durante
la noche de ayer inventé un nuevo placer y cuando lo probaba por vez primera, un
ángel y un demonio irrumpieron en mi casa. Se encontraron en el umbral y discutieron,
cada uno desde su posición, sobre mi nuevo placer creado; uno gritaba: “¡Es un
pecado!” y el otro: “¡Es una virtud!”.
EL OTRO IDIOMA
Tres
días después de nacer, mientras yacía en mi cuna forrada de seda, mirando con
asombrada desilusión el nuevo mundo que me rodeaba, mi madre dijo a mi nodriza:
“¿Cómo está mi hijo?”. “Muy bien, señora -mi nodriza le contestó-, lo he
alimentado tres veces, y nunca he visto a un niño tan alegre, no obstante lo
tierno que es.” Y yo me indigné, y lloré, exclamando: “No es verdad, madre:
porque mi lecho es duro, la leche que he succionado es amarga, y el olor del
pecho es desagradable a mi nariz, y soy muy desgraciado.” Pero mi madre no me
comprendió, ni la nodriza; pues el idioma en que había yo hablado era el del mundo
del que yo procedía.
Y
cuando cumplí veintiún días de vida, mientras me bautizaban, el sacerdote le
dijo a mi madre: “Debe usted ser muy feliz, señora, de que su hijo haya nacido
cristiano.” Me asombré mucho al oír aquello, y le dije al sacerdote: “En ese
caso, la madre de usted, no está en el Cielo, debe ser muy infeliz, pues usted
no nació cristiano.” Pero el sacerdote tampoco entendió mi idioma.
Y
siete lunas después, cierto día, un adivino me miró y le dijo a mi madre: “Su
hijo será un estadista, y un gran líder de los hombres. “¡Falso! -grité yo -.
Esa es una falsa profecía; porque yo seré músico, ¡y nada más que músico!”. Y
tampoco en esa ocasión y teniendo yo esa edad entendían mi idioma, lo cual me
asombraba mucho.
Y
después de treinta y tres años, durante los cuales han muerto ya mi madre, mi
nodriza y el sacerdote (la sombra de Dios proteja sus espíritus), sólo
sobrevive el adivino. Ayer lo vi cerca de la entrada del templo, y mientras
conversábamos, me dijo: “Siempre supe que serías músico; que llegarías a ser un
gran músico. Eras muy pequeño cuando profeticé tu futuro.”
Y
le creí, pues ahora yo también he olvidado el idioma de aquel otro mundo.
LAS DOS JAULAS
En
el jardín de mi padre hay dos jaulas. En una habita un león traído por los
esclavos de mi padre desde el desierto de Ninavah; en la otra, un gorrión que
no canta.
Cada
día, al amanecer, el gorrión saluda al león diciendo: “Buen día, hermano
prisionero.”
LAS TRES HORMIGAS
Tres
hormigas se encontraron en la nariz de un hombre que yacía dormido al sol. Y
después de saludarse cada hormiga a la manera y usanza de su propia tribu, se
detuvieron allí, a conversar. “Estas colinas y estas llanuras -dijo la primera
hormiga- son las más áridas que he visto en mi vida; he buscado todo el día
algún grano, y no he encontrado nada.”
“Yo
tampoco he encontrado nada -comentó la segunda hormiga- aunque he visitado
todos los escondrijos. Esta es, supongo, la que llama mi gente la blanda tierra
móvil donde no crece nada.”
“Amigas
mías -dijo la tercera hormiga, alzando la cabeza-, estamos paradas ahora en la
nariz de la
Suprema
Hormiga, la poderosa e infinita Hormiga, cuyo cuerpo es tan grande que no
podemos verlo, cuya sombra es tan vasta que no podemos abarcar, cuya voz es tan
potente que no podemos oírla; y esta Hormiga es omnipresente.”
Al
terminar la tercera hormiga de decir esto, las otras dos se miraron, y rieron.
En
ese momento el hombre se movió, y en su sueño alzó la mano para rascarse la
nariz, y las tres hormigas fueron aplastadas.
SOBRE LA
ESCALINATA DEL TEMPLO
Ayer
tarde, sobre la marmolada escalinata del Templo, vi a una mujer sentada entre
dos hombres. Un lado de su rostro palidecía, el otro se sonrojaba.
ROSTROS
He
visto un rostro con mil expresiones, y un rostro que no era sino una sola
expresión, como sujeto a un molde.
He
visto un rostro a través de cuyo esplendor pude contemplar su fealdad interior,
y un rostro cuyo esplendor hube de elevar para ver cuán hermoso era.
He
visto un rostro viejo, arrugado por nada, y un rostro terso sobre el que todas
las cosas fueron grabadas.
Conozco
rostros, porque miro a través de la tela que mis propios ojos tejen contemplo por debajo a la realidad.
EL ASTRÓNOMO
A
la sombra del templo, mi amigo y yo vimos a un ciego solitario que estaba allí
sentado.
Mi
amigo dijo: “Contempla al hombre más sabio de nuestra tierra.”
Entonces
me aparté de mi amigo y me acerqué al hombre ciego y lo saludé. Y conversamos.
Instantes
más tarde le dije: “Disculpa mi pregunta; mas ¿desde cuándo eres ciego?”.
“Desde
mi nacimiento”, respondió.
Dije
yo: “Y ¿cuál camino de sabiduría sigues?
Dije
él: “Soy un astrónomo”.
Luego
apoyó sus manos sobre su pecho, diciendo: “Yo contemplo todos estos soles y
lunas y estrellas”.
EL GRAN DESEO
Heme
aquí sentado entre mi hermana, la montaña, y mi hermano, el mar.
Los
tres somos uno en soledad, y el amor que nos une es profundo, fuerte y extraño.
No sólo eso, es más profundo que la profundidad de mi hermana, y más extraño
que la extrañeza de mi locura.
Eternidades
tras eternidades han pasado desde la primera aurora gris que nos hizo visibles
unos a otros; y, aunque hemos contemplado el nacimiento y la madurez y la
muerte de muchos mundos, aún somos ávidos y jóvenes.
Somos
jóvenes y ávidos y, sin embargo, somos solitarios y desconocidos, y, aunque
descansamos sobre un medio brazo indestructible, no nos conformamos. ¿Acaso
existe algún consuelo para deseos controlados y pasiones en desuso? ¿Cuándo
llegará la diosa flameante para entibiar el lecho de mi hermano? ¿Y qué
torrente apagará el fuego de mi hermana? ¿Y quién es la mujer que gobernará mi
corazón?
En
la quietud de la noche, mi hermano murmura en sueños el nombre ignoto de la
diosa-fuego y mi hermana llama en voz al frío y lejano dios. Mas, a quién llamo
yo en sueños no lo sé.
Heme
aquí sentado entre mi hermana, la montaña, y mi hermano, el mar. Los tres somos
uno en soledad, y el amor que nos une es profundo, fuerte y extraño.
En El
loco (1918), Editorial y Librería Goncourt, Buenos Aires, 1975. Traducción
Jorge Sarhan.
Khalil Gibrán (Líbano, 6 de enero de
1883 – Nueva York, 10 de abril de 1931). El
loco es su primer libro publicado en lengua inglesa. Foto: Jmp
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