martes, 14 de enero de 2020

KHALIL GIBRÁN Heme aquí sentado entre mi hermana, la montaña, y mi hermano, el mar



EL ESPANTAPÁJAROS

Cierta vez dije al espantapájaros: “Debes estar cansado de permanecer de pie en este prado solitario.”
Y él me respondió: “La alegría de espantar es profunda y duradera, y nunca me canso de ello.”
Luego de pensar un momento, dije: “Es verdad, pues yo también he conocido esa alegría.”
Y dijo el espantapájaros: “Sólo quienes están rellenos de paja pueden conocerla.”
Entonces, lo dejé, ignorando si me había elogiado o despreciado.
Pasó un año, durante el cual el espantapájaros se convirtió en filósofo.
Y, cuando pasé a su lado nuevamente, vi dos cuervos construyendo un nido bajo su sombrero.


EL ZORRO

Un zorro contempló su sombra al amanecer, y dijo: “Hoy comeré un camello en el almuerzo.”  Y pasó toda la mañana buscando camellos. Mas, al mediodía miró su sombra otra vez, y dijo: “Un ratón será suficiente.”


EL NUEVO PLACER

Durante la noche de ayer inventé un nuevo placer y cuando lo probaba por vez primera, un ángel y un demonio irrumpieron en mi casa. Se encontraron en el umbral y discutieron, cada uno desde su posición, sobre mi nuevo placer creado; uno gritaba: “¡Es un pecado!” y  el otro: “¡Es una virtud!”.


EL OTRO IDIOMA

Tres días después de nacer, mientras yacía en mi cuna forrada de seda, mirando con asombrada desilusión el nuevo mundo que me rodeaba, mi madre dijo a mi nodriza: “¿Cómo está mi hijo?”. “Muy bien, señora -mi nodriza le contestó-, lo he alimentado tres veces, y nunca he visto a un niño tan alegre, no obstante lo tierno que es.” Y yo me indigné, y lloré, exclamando: “No es verdad, madre: porque mi lecho es duro, la leche que he succionado es amarga, y el olor del pecho es desagradable a mi nariz, y soy muy desgraciado.” Pero mi madre no me comprendió, ni la nodriza; pues el idioma en que había yo hablado era el del mundo del que yo procedía.
Y cuando cumplí veintiún días de vida, mientras me bautizaban, el sacerdote le dijo a mi madre: “Debe usted ser muy feliz, señora, de que su hijo haya nacido cristiano.” Me asombré mucho al oír aquello, y le dije al sacerdote: “En ese caso, la madre de usted, no está en el Cielo, debe ser muy infeliz, pues usted no nació cristiano.” Pero el sacerdote tampoco entendió mi idioma.
Y siete lunas después, cierto día, un adivino me miró y le dijo a mi madre: “Su hijo será un estadista, y un gran líder de los hombres. “¡Falso! -grité yo -. Esa es una falsa profecía; porque yo seré músico, ¡y nada más que músico!”. Y tampoco en esa ocasión y teniendo yo esa edad entendían mi idioma, lo cual me asombraba mucho.
Y después de treinta y tres años, durante los cuales han muerto ya mi madre, mi nodriza y el sacerdote (la sombra de Dios proteja sus espíritus), sólo sobrevive el adivino. Ayer lo vi cerca de la entrada del templo, y mientras conversábamos, me dijo: “Siempre supe que serías músico; que llegarías a ser un gran músico. Eras muy pequeño cuando profeticé tu futuro.”
Y le creí, pues ahora yo también he olvidado el idioma de aquel otro mundo.


LAS DOS JAULAS

En el jardín de mi padre hay dos jaulas. En una habita un león traído por los esclavos de mi padre desde el desierto de Ninavah; en la otra, un gorrión que no canta.
Cada día, al amanecer, el gorrión saluda al león diciendo: “Buen día, hermano prisionero.”


LAS TRES HORMIGAS

Tres hormigas se encontraron en la nariz de un hombre que yacía dormido al sol. Y después de saludarse cada hormiga a la manera y usanza de su propia tribu, se detuvieron allí, a conversar. “Estas colinas y estas llanuras -dijo la primera hormiga- son las más áridas que he visto en mi vida; he buscado todo el día algún grano, y no he encontrado nada.”
“Yo tampoco he encontrado nada -comentó la segunda hormiga- aunque he visitado todos los escondrijos. Esta es, supongo, la que llama mi gente la blanda tierra móvil donde no crece nada.”
“Amigas mías -dijo la tercera hormiga, alzando la cabeza-, estamos paradas ahora en la nariz de la
Suprema Hormiga, la poderosa e infinita Hormiga, cuyo cuerpo es tan grande que no podemos verlo, cuya sombra es tan vasta que no podemos abarcar, cuya voz es tan potente que no podemos oírla; y esta Hormiga es omnipresente.”
Al terminar la tercera hormiga de decir esto, las otras dos se miraron, y rieron.
En ese momento el hombre se movió, y en su sueño alzó la mano para rascarse la nariz, y las tres hormigas fueron aplastadas.


SOBRE LA ESCALINATA DEL TEMPLO

Ayer tarde, sobre la marmolada escalinata del Templo, vi a una mujer sentada entre dos hombres. Un lado de su rostro palidecía, el otro se sonrojaba.


ROSTROS

He visto un rostro con mil expresiones, y un rostro que no era sino una sola expresión, como sujeto a un molde.

He visto un rostro a través de cuyo esplendor pude contemplar su fealdad interior, y un rostro cuyo esplendor hube de elevar para ver cuán hermoso era.

He visto un rostro viejo, arrugado por nada, y un rostro terso sobre el que todas las cosas fueron grabadas.

Conozco rostros, porque miro a través de la tela que mis propios ojos tejen  contemplo por debajo a la realidad.


EL ASTRÓNOMO

A la sombra del templo, mi amigo y yo vimos a un ciego solitario que estaba allí sentado.
Mi amigo dijo: “Contempla al hombre más sabio de nuestra tierra.”
Entonces me aparté de mi amigo y me acerqué al hombre ciego y lo saludé. Y conversamos.
Instantes más tarde le dije: “Disculpa mi pregunta; mas ¿desde cuándo eres ciego?”.
“Desde mi nacimiento”, respondió.
Dije yo: “Y ¿cuál camino de sabiduría sigues?
Dije él: “Soy un astrónomo”.
Luego apoyó sus manos sobre su pecho, diciendo: “Yo contemplo todos estos soles y lunas y estrellas”.


EL GRAN DESEO

Heme aquí sentado entre mi hermana, la montaña, y mi hermano, el mar.

Los tres somos uno en soledad, y el amor que nos une es profundo, fuerte y extraño. No sólo eso, es más profundo que la profundidad de mi hermana, y más extraño que la extrañeza de mi locura.

Eternidades tras eternidades han pasado desde la primera aurora gris que nos hizo visibles unos a otros; y, aunque hemos contemplado el nacimiento y la madurez y la muerte de muchos mundos, aún somos ávidos y jóvenes.

Somos jóvenes y ávidos y, sin embargo, somos solitarios y desconocidos, y, aunque descansamos sobre un medio brazo indestructible, no nos conformamos. ¿Acaso existe algún consuelo para deseos controlados y pasiones en desuso? ¿Cuándo llegará la diosa flameante para entibiar el lecho de mi hermano? ¿Y qué torrente apagará el fuego de mi hermana? ¿Y quién es la mujer que gobernará mi corazón?

En la quietud de la noche, mi hermano murmura en sueños el nombre ignoto de la diosa-fuego y mi hermana llama en voz al frío y lejano dios. Mas, a quién llamo yo en sueños no lo sé.

Heme aquí sentado entre mi hermana, la montaña, y mi hermano, el mar. Los tres somos uno en soledad, y el amor que nos une es profundo, fuerte y extraño.



En El loco (1918), Editorial y Librería Goncourt, Buenos Aires, 1975. Traducción Jorge Sarhan.
Khalil Gibrán (Líbano, 6 de enero de 1883 – Nueva York, 10 de abril de 1931). El loco es su primer libro publicado en lengua inglesa. Foto: Jmp

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