miércoles, 3 de febrero de 2016

Roberto Fernández Retamar, Donde estaba empezando tranquilamente el futuro


EL TIEMPO

Cuando pongo mi mano joven,
Condescendiente,
Sobre el hombro tormentoso del anciano,
Es sólo una ilusión, sólo un instante,
El tiempo
De mirar a las nubes, a los astros,
Antes de que otra mano,
Generosa,
Se pose sobre mi hombro
Llamándome ¡oh anciano!


BIOGRAFÍA

“Es demasiado profesoral”, graznaban los longobardos.
“Es demasiado antiprofesoral”, bufaban los otomanos.
“Es demasiado señorial”, hiplaban los neoetruscos.
“Es demasiado popular”, aseguraban con la nuca los dálmatas.

Naturalmente, al cabo se pusieron de acuerdo todos,
Y lo borraron encantados de la vida.


QUE

Que mientras quede un hombre muerto, nadie
Se quede vivo.
Pongámonos todos a morir,
Aunque sea despacito,
Hasta que se repare esa injusticia.


COMO A ELLOS

No tenías más que una vez para nacer
Y naciste cojo, tuerto, enano
O un poco tonto.
Desde luego que nadie se daría cuenta de que eres cojo
Si te quedaras sentado tranquilo;
Y nadie sabría, tuerto, lo que te pasa,
Poniéndote así, de perfil;
Y quién iba a averiguar que eras enano
Si te limitaras a escribir cartas o a llamar por teléfono;
Y callado, sin decir nada,
No hay forma de que sepan que eres tonto.
Ah, pero yo los conozco como si fuera ustedes mismos:
Y sé, cojo, que te levantarás y echarás a andar;
Y que tú, tuerto, de pronto vas a mirar de frente;
Y que tú, enano, dejarás esa pluma, colgarás el teléfono
Y te plantarás imprudentemente cara a cadera;
Y que tú, tonto (como quien dice) de capirote,
Vas a echarte a pensar y a hablar.
Y así todo el mundo, todo el mundo,
Va a saber lo que les ha pasado a ustedes
La única vez que tenían para nacer.

Vaya, como a ellos.


NOTA

Vivo donde quería.
Me casé con quien quise.
Tengo la descendencia que quisiera tener.
Hago lo que pensaba.

No se culpe a nadie de mi muerte.


MADRIGAL

Había la pequeña burguesía,
La burguesía compradora,
Los latifundistas,
El proletariado,
El campesinado,
Otras clases,
Y tú,
Toda temblor, toda ilusión.


A UN POETA DE ANTES

Vivió. Sufrió. Murió. ¿Monotonía?
¿Deslumbramiento? Júzguelo quien pueda.
En su tiempo amó al tiempo y al espacio.
Hoy su espacio no es casi nada, y nada
Aquel tiempo, que el nuestro ha devorado,
Y quizás a él también, bajo la forma
De aves, de caracoles o legumbres.
Tuvo una historia que se nos escapa.
Algo ha llegado, sin embargo, de él:
Lo festejaron por lo que no era,
Y lo atacaron por lo que no fue.
¡Ah, poeta de antes!
                                   ¡Ah, poeta!


ARTE POÉTICA PARA REGALAR

Rápido, denles la onda,
Díganles por dónde va la cosa:
No quieren quedarse atrasados,
Ellos, que las otras veces
Llegaron tarde a las palabras,
Y cuando lo de la mierda
Andaban todavía por los lirios;
Háblenles de la maraña,
Que seguramente tendrán listo en media hora
El poema contra la burocracia,
Contra los que discriminan a los otros
(Ahora que ellos no tienen dónde
Excluir también a los otros);
Rápido, denles la onda,
Ayúdenlos a lograr ese poema
Salvaje, audaz,
Apenas
Atrasado.


HACIENDO UNA ANTOLOGÍA

Improvisamos un simulacro de posteridad,
Y, solemnes a la manera del día,
Es decir, con la menor solemnidad aparente,
Nos ponemos a repartir premios,
Lugares, bandas azulceleste a todo lo largo del pecho
Coloquial pero bien trabajado,
Y un que otro soplamocos al niño de la linda corbata
Y la hoy inaceptable manzana lustrada.

Llegan las tazas de café. No falta el ingenioso
Que improvisa suspiros por tabacos
(Eusebio, ¡nomeolvides!).
Hojeamos luego nuevas páginas
(¡Oigan esto!).
Buscamos treintiocho veces el imprescindible poeta
De aquel país sin poetas.

A la tarde de muchas mañanas,
Cuando quién distinguiría a Garcilaso de la Vega
Del Inca Garcilaso de la Vega,
Y está a punto de desgajarse el grupo como una fruta demasiado madura,
Es entonces que pasa inadvertido el poema
Donde estaba empezando tranquilamente el futuro.


MUCHACHA

Esta ruda muchacha de Vinh,
No tuvo miedo cuando el avión a chorro norteamericano
Descendió en picada, disparando sobre su grupo;
No tuvo miedo cuando el avión llegó a setecientos metros:
No tuvo miedo cuando entró en su mirilla;
Y esta muchacha disparó y disparó;
Y vio caer envuelto en llamas al terrible aparato.
Esta muchacha sólo tuvo miedo
Cuando le pedimos que lo contara a nosotros.
-cámaras, luces, lápices, papeles-.
A nosotros, impresionados del otro lado de la mesa,
Ante esta terrestre niña de Vinh que esconde la cara entre las manos temblorosas.


En: “Poeta en La Habana”, Selección e introducción de José María Valverde., Laia Literatura, 1982.
Roberto Fernández Retamar (La Habana, Cuba, 9 de junio de 1930).
Foto: JMP. RFR en La Plata, 2 de mayo de 2012.

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