miércoles, 9 de marzo de 2016

Ana María Shua, La vida no es una carrera


ÚLTIMA VOLUNTAD

     Antes de morir exige que su cuerpo sea ungido con mirra y con incienso, que sea cremado, que sus cenizas se recojan en una urna de alabastro, que sus deudos las esparzan desde un helicóptero sobre toda la ciudad con la máxima ecuanimidad posible: que ningún barrio reciba más que otro.
     Después de muerto sus deudos descubren que el incienso no sirve para ungir y lo entierran en la Chacarita.


EL PADRE Y EL HIJO

     Tuvo un hijo que creció hasta ser como él cuando tenía su edad. A pesar de sus esfuerzos por dejarse alcanzar, el padre había seguido adelante sin poder evitarlo. Sin embargo, a partir de cierto número de años, la ventaja que le llevaba a su hijo comenzó a convertirse en retraso.
     —No te preocupes, papá, —decía el hijo para consolarlo—, la vida no es una carrera.
     No cuesta nada hablar así cuando se va ganando.


EXCESOS DE PASIÓN

     Nos amamos frenéticamente fundiendo nuestros cuerpos en uno. Sólo nuestros documentos de identidad prueban ahora que alguna vez fuimos dos y aún así enfrentamos dificultades: la planilla de impuestos, los parientes, la incómoda circunstancia de que nuestros gustos no coinciden tanto como creíamos.


EL PREMIO

     Todo tiene remedio, menos la muerte, aseguró el buen hombre durante toda su vida. Y tan bueno fue, que los Jueces decidieron no otorgarle la reencarnación para no decepcionarlo o desmentirlo.


POR FALTA DE PRUEBAS

     Saltos enormes, de veinte o treinta metros de largo, en los que me elevo por encima de las copas de los árboles y sin embargo son sólo eso, saltos: la prueba cruel de que no levanto vuelo.



En: “Botánica del caos”, Página 12, 2004.
Ana María Shua (Buenos Aires, 1951). Foto: Ana María Schoua.

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