Y EL RÍO CRECE
Advierto que no tengo tinta
ni papel
y el río crece. Para mí y
para mi perro
lo único seguro es el techo
de la casa.
Quiero gritar, pero mi grito
es tinta
y no tengo papel en dónde derramarlo.
Miro al cielo: Llovizna.
Detrás de la llovizna
veo la cara húmeda de Dios.
Brilla su oscuridad, su
penumbra luminosa.
Me digo: -aún tengo Dios- y
me doy bríos.
Descubro que después del
papel,
aunque mucho más alto, está
Dios,
y sinceramente agradezco.
Dije una plegaria que no
recuerdo.
La hubiera escrito, no
importa,
todos los hombres la saben,
llegado el momento.
VER
Desde la ventana del primer
piso de mi vecino
veíamos aparecer marcas,
señales, en la vereda de enfrente.
Una nueva hilera de
ladrillos, asomar un tapial,
la puertezuela del medidor
de luz y de ella
el tornillo donde la pinza
abre, más abajo
la aparición del cristal,
luego, su final
y así todos estos elementos
que durante años
estuvieron a nuestra
disposición, y no vimos,
ahora sobredimensionados por
su efecto esplendoroso:
el río comenzaba a bajar, el
río se retiraba de la ciudad.
Al final de aquel día mi
vecino dijo: mirá,
la ranura para las cartas de
aquella puerta
está a la altura del
picaporte de aquel portón.
Cuánto significado
encontrábamos a estas cosas,
¡Y eso era mirar!
Todo un día y la mitad de
otro estuvimos Viendo.
Los vecinos de enfrente,
tres familias en una casa de alto,
hacían lo mismo con nuestra
vereda
e intercambiábamos saludos y
bromas increíbles, y más, risas.
Quién sabe quién sufriría
aquel día, en aquel mismo instante
por una mancha de humedad o
por la copa
que se derrama sobre el
mantel.
SÚPLICA
En la antigüedad se lo
confundía con Dios,
hoy, y a pesar de que la
confusión no es poca,
sin incurrir en error, junto
a otra gracia,
pedí el antiguo falso dios,
a El, al verdadero:
imploré: paciencia y sol.
EPIGRAMA
Nuestro mejor gobierno es el
sol.
DINASTÍAS BAJO AGUA
Tengo junto al horno
a los poetas chinos de la
dinastía T’ang.
Secan sus páginas junto al
calor mientras
numerosas son las dinastías
que esperan su turno,
y vastas también
aquellas que han perdido
totalmente su esperanza
bajo el agua enlodada.
Li Po, se decía de él,
escribía poemas
que con tinta fresca aún
arrojaba al río.
Alguien, ¿Tal vez Li Po
desde su luna?
arrojó un río sobre mi casa,
sobre mis libros y papeles,
para enseñarme tal vez
el valor perecedero
de todo papel.
Y todavía se ríe.
SAQUEOS
A la noche se oyen los
disparos,
disparos y sus respuestas,
ráfagas
de fuego sonoro, secas,
cortantes.
El malviviente utiliza la
noche,
pero de día, sin fuego y sin
vergüenzas,
el atorrante vende azúcar a
cinco pesos.
LA PRIMERA ROPA SECA
La primera ropa seca
vino de lejos,
no huele a humedad,
huele a calor
hermano.
MI HIJO JUGÓ EN EL TRONCO CAÍDO
Mi hijo jugó en el tronco
caído
del árbol que cruzaba la
calle
y conquistó nuevos amigos.
Pateando basura en las
veredas
ya planifica juegos
para la próxima inundación.
Su inocencia es un afilado
estilete
contra nuestra incredulidad.
PAISAJE SURREALISTA
Los calendarios mojados
se parecían a los relojes
derretidos
de Dalí.
HELICÓPTEROS
Antes, en las tranquilas
siestas de mi infancia,
echado en la hierba
contemplaba los alguaciles.
Ahora pasan los
helicópteros, uno tras otro,
como si fuesen gigantes
alguaciles,
no sé qué se verá desde allá
arriba que importe tanto.
Cosas, tal vez, que
nosotros, los de abajo,
nunca logremos comprender.
Lo cierto es que mi hijo
ya se les ha acostumbrado,
tanto
que pronto los maldecirá
como yo.
COSAS INÚTILES
–Cuántas cosas inútiles
teníamos–
le dice la vecina a mi
esposa,
y las casas iban quedando
vacías,
y el vacío mismo era un
sentido, y,
aún en medio del
desasosiego,
¡se parecía a la esperanza!
SALUDO
A lo lejos mis hijos saludan,
desde el sitio seco, más
allá de mitad de cuadra.
Ellos me saludan y yo a
ellos,
intercambiamos besos y
sonrisas.
Se irán con su madre y yo me
quedaré
a la luz de la vela
rememorando
sus manos tocadas por el
sol.
PERRO EN EL TECHO
No entiende nada,
apenas sabe cómo fue a parar
allí.
Mira hacia abajo, ve agua,
tiene hambre.
Por la noche ladra y casi no
duerme.
Miles de amos que alzaron a
sus perros
miran hacia abajo, ven agua,
tienen hambre,
apenas saben cómo fueron a
parar allí.
Suerte de perro.
POR ENCIMA DE LOS TECHOS
Detrás de la vía el río
subió más allá de los techos.
Ahora, veíamos cómo se había
llevado al barrio, a su alma.
Pilas enormes de basura
bloqueando las calles,
y caminando por allí alguien
que con fruición pasa la
escoba a un mueble.
Yo no sé si de allí nacerá
algo nuevo,
desde el ruido de la escoba,
desde el músculo que se tensa.
Pero al hombre no parece
importarle otra cosa que el efecto
de la escoba sobre la
maltratada madera.
Ese hombre que cree en la
escoba
y cree en su viejo mueble
y sopla su trabajo como un
dios sobre el barro.
ES DIFÍCIL ABSTRAERSE DEL TEMA
Es difícil abstraerse del
tema,
ya casi lo estoy odiando.
Ahora las máquinas limpian
el último cúmulo de basura
de la calle:
muebles destrozados,
colchones irrecuperables,
papeles embarrados que una
vez fueron libros,
restos no identificables que
a un hogar
sirvieron de útil sustento.
Ahora la calle se limpia
pero
no tardará en salir otro
vecino y echará
otra torre de basura húmeda
y podrida a la calle.
Nadie sabe cuándo terminará
esto,
al menos las casas
recuperan cierto vacío donde
las mentes
buscan salud: desnudez después del desastre.
Esta gente sabe, conoce por
años lo que es vivir
en lo inestable, en lo
inseguro,
y persisten,
limpian la casa y vuelven,
se adelantan a todo
vaticinio, a la tristeza misma
y se resuelven a vivir.
Yo no sé cuándo abandonaré
este tema,
será hasta que ya no quede
basura por expulsar,
y un silencio blanco y
saludable me devuelva al sol
de una apacible tarde.
BARRILETE
Mínimo recurso de papel y
caña
y el sustento del viento en
la complicidad del sol.
Lo veo alzarse: bandera de
armisticio,
alto sobre el barrio bajo,
no veo quién lo remonta,
no veo desde acá quiénes
miran al azul,
quiénes siguen su dibujo de
un solo color.
Color amarillo que escapó al
río.
No veo quiénes miran a ese
juguete del viento,
pero los sé, a ellos, a
nosotros,
a todos los sé juguetes del
destino,
aunque ahora, no menos
cierto,
en este momento,
mirando alto
muy alto,
un barrilete junto al sol,
aunque sólo sea en el
viento,
somos uno,
y somos sin quebranto.
En: “Por
encima de los techos”, 2004. Santa Fe, del 30 de abril al 24 de mayo de 2003.
Selección de
textos: Jmp.
Roberto
Daniel Malatesta (Santa Fe, 1961).
Foto: Beatriz
Leguiza.
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