lunes, 22 de enero de 2018

Héctor Viel Temperley, Otros caballos que galopé en el sur y que montaba en pelo


  
Ayer volví a caballo
por la tarde,
de vuelta de un arroyo.

Hoy he vuelto
a calzarme las botas.
He salido a caminar
por esta pampa alta.
Y a los pocos pasos
he hallado una larga piedra
y me he acostado
de espaldas sobre ella,
de cara al sol y con mis manos
junto a los duros pastos.




Y recuerdo el caballo
que murió con un ojo estallado por su dueño,
cuando mi madre era muchacha
y los carreros la saludaban
con el mismo silencio
que las dos torres de nuestra casa.

Y recuerdo otros caballos
que galopé en el sur
y que montaba en pelo
por una laguna de sal,
contra el viento que olía a mar,
hasta que la lluvia
lo lavaba en la arena.



EL NADADOR

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Soy el hombre que quiere ser aguada
para beber tus lluvias
con la piel de su pecho.
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo
para tus lluvias mansas,
para tus fuertes lluvias,
para todas tus aguas.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y las de los lagos,
que no son más que cielos arrastrados
por tus caídos ángeles.

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Tuyo es mi cuerpo que hasta en las más bajas
aguas de los arroyos
se sostiene vibrante,
como en medio del aire.
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente,
dándoselo a aspirar
a la corriente.

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada
hasta las lluvias
de su infancia
que a las tardes crecían
entre sus piernas salpicadas
como alto y limpio pajonal que aislaba
las casonas
y desde sus paredes
celestes se ensanchaba.

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada
por la memoria de las aguas
hasta donde su pecho
recuerda las pisadas,
como marcas de luz,
de tus sandalias.
Y recuerda los días cuando el cielo
rodaba hasta los ríos como un viento,
y hacía al agua tan azul que el hombre
entraba en ella y respiraba.
Soy el hombre que nada hasta los cielos
con sus largas miradas.

Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.


A MI CUERPO

Señor, mira mi cuerpo.
Mira mi cuerpo antes que yo lo llame
y él me llame, gritándonos
de lejos.
Mira mi cuerpo, este animal antiguo
como el río más antiguo,
y joven, todavía, como el agua
cuando aprendía a nadar,
sola entre cerros.

Señor, mira mi cuerpo.
Mira mi cuerpo, torre de mi infancia,
mira mi cuerpo, cueva a la que vuelvo
siempre
a sentarme solo
ante tu fuego.

Señor, mira mi cuerpo
como yo lo veo.
Oh cazador del agua en los veranos,
oh cazador, de mi alma
prisionero.
Oh cazador sediento de su caza,
más antigua que mi alma,
más joven que su miedo.

Lo amamantaron entre pajonales
donde ya se perdía
el viento, con tristeza.
Lo amamantaron entre pajonales,
oh cuerpo mío, antiguo cuerpo mío,
cueva para el amor,
torre para la guerra.
Señor, mira mi cuerpo. Es inocente.

Oh cueva de tu fuego,
oh torre joven.
Por los largos veranos que aún le esperan,
por estar junto a mí,
que me perdone.


 
A los 22 años HVT publica su primer libro, Poemas con caballos (1956), en la ciudad de La Plata. En revista de poesía El espiniyo, número 01, otoño de 2005. Director: Jmp. Ensayo “El ángel de las botas” de Alejandro Fontenla. En Quince poetas, Ediciones Centurión, abril de 1963.

Héctor Viel Temperley (Buenos Aires, 1933 – 1987).

1 comentario:

Por Estrella Koira dijo...

Hola José:

Hermosos los poemas de Viel. Gracias por compartirlos.
Un pedido, ¿podrás escanear el artículo de Fontenla de El espiniyo? Me gustaría leerlo ya que estoy realizando mi tesis de doctorado en Letras sobre Viel.
Te dejo mi correo: estrellakoira@gmail.com
Gracias.
Saludos.