viernes, 28 de octubre de 2016

Carlos Drummond de Andrade, El pueblo, poema mío, te atraviesa


CONSIDERACIÓN SOBRE EL POEMA

No rimaré la palabra sueño,
con la inconveniente palabra empeño.
La rimaré con la palabra carne
o con cualquier otra, que todas me convienen.
Las palabras no nacen amarradas,
saltan, se besan, se disuelven,
en el cielo libre a veces un dibujo,
son auténticas, anchas, puras, insuperables.

Una piedra en medio del camino
o apenas una huella, no importa.
Estos poetas son míos. Con todo orgullo,
con toda precisión se incorporaron
a mi fatal lado izquierdo. Robo a Vinicius
su más límpida elegía. Bebo en Murilo.
Que Neruda me dé su corbata
llameante. Me pierdo en Apollinaire. Adiós Maiakovski.
Todos son hermanos míos, no son periódicos
ni deslizar de lancha entre camelias:
es toda mi vida que aposté.

Estos poemas son míos. Es mi tierra
Y es aún más que ella. Es cualquier hombre
al mediodía en cualquier plaza. Es la lámpara
en cualquier pensión, si todavía las hay.
—¿Hay muertos? ¿hay mercados? ¿hay dolencias?
Es todo mío. Ser explosivo, sin fronteras,  
¿por qué falsa mezquindad me rasgaría?
Que se depositen los besos en la faz blanca, en las nacientes arrugas.

El beso aún es todavía una señal, aunque perdida,
de la ausencia de comercio,
boyando en tiempos sucios.

Poeta de lo finito y de la materia,
cantor sin piedad, sí, sin frágiles lágrimas,
boca tan seca, pero ardor tan casto.
Dar todo por la presencia de los lejanos,
sentir que hay ecos, pocos, pero cristal,
no roca apenas, peces circulando
bajo el navío que lleva este mensaje,
y aves de pico largo confiriendo
su derrota, y dos o tres faroles
¡últimos! esperanza del mar negro.
Ese viaje es mortal, y comenzarlo.
Saber que hay todo. Y moverse en medio
de millones y millones de formas raras,
secretas, duras. Ese es mi canto.

Es tan bajo que ni siquiera lo escucha
el oído a ras del suelo. Pero es tan alto
que las piedras lo absorben. Está en la mesa
abierta en libros, cartas y remedios.
Se infiltró en la pared. El tranvía, la calle,
el uniforme del colegio se transforman,
son olas de cariño que te envuelven.

¿Cómo huir al mínimo objeto
o recusarse al grande? Los temas pasan,
yo sé que pasarán, mas tú resistes
y creces como fuego, como casa,
como rocío entre dedos,
en la hierba, que reposan.

Ahora te sigo a todas partes,
y te deseo y te pierdo, estoy completo,
me destino, me hago tan sublime,
tan natural y lleno de secretos,
tan firme, tan fiel… Como una lámina,
el pueblo, poema mío, te atraviesa.



En: Mundo grande y otros poemas, CEAL, 1987. Traducción: Rodolfo Alonso.
Carlos Drummond de Andrade (Itabira, Minas Gerais, Brasil, 31 de octubre 1902 – Río de Janeiro, 17 de agosto de 1987). Foto: Jornal do Brasil.

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