LA SIESTA DEL DOMINGO
Entreabierto a las miradas, el pulcro
panteón donde reposan, unos frente a otros, los miembros de una familia.
El sol que cae casi a plomo, penetra
sin embargo en el inmóvil grupo. Aquí, a la izquierda y por poco en el suelo,
el padre. Sobre esa oscura encina, la madre. En el tercer estante, el más joven
de los hijos, muerto joven. A la derecha, las muchachas, muertas de muchos
años. En lo que es el piso, si se levantara de su argolla la losa, se vería
reposar, en el fervor de la penumbra, con los amigos que más tarde fueron sus
cuñados, los restantes hijos varones repitiendo el prolijo conjunto de arriba.
Pero hay una repetición más densa en
la muerte: los hermanos mayores vivieron, aún solteros, apartados de la casa
por un enorme patio, hermoso como un bosque. En esas habitaciones recibían
amigos, tenían una guitarra.
Ahora, entre ellos mismos en severo
desnivel, y debajo de los padres, de las buenas hermanas, de su hermano más
joven, descansan. Se diría que allá abajo, ocultos por la pesada losa como
antes por el bosque, siguen conspirando hermosuras, siguen fuertes en la
cacería nocturna, ajenos a la severidad paterna, a la inocencia pacífica, al
candor de los blanquísimos paños bordados.
Hay una repetición en la muerte.
También la casa, cuando todos ellos estaban en la tierra, permanecía abierta, y
con los días festivos hasta el humo de la chimenea despachaba limpieza. Ahora
que la muerte recata la puerta y la entreabre sólo, todos duermen la siesta
campesina.
En: “Cartas para que la alegría / Iguana
iguana”, Libros de Tierra Firme, 1988.
Arnaldo Calveyra (Mansilla, Entre Ríos,
Argentina, 23 de febrero de 1929 - París, Francia, 16 de enero de 2015).
No hay comentarios:
Publicar un comentario