martes, 15 de febrero de 2011
Cristian Vitale – Seguro que no hay nada
DETRÁS DE LA ESQUINA
pensaba en el instante inesperado…
en el pasaje de lo conocido a lo desconocido
(Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles)
Seguro que no hay nada. Vas a ver. Estos pueblos de provincia siempre igual. Una calle hundida por dos ruedas y dos ruedas más y dos ruedas más y así. Sí, la arena es poética cuando no te entra en los ojos y te quedás ahí tratando de sacarte esa molestia que es un granito pero molesta y hasta da vergüenza que uno se embronque por tan poca cosa pero la cosa es así, qué le vas a hacer. Qué se yo... yo antes había llegado a la conclusión por ese pequeño hecho del grano de arena de que la verdadera tristeza estaba en las pequeñas cosas pero ya no sé si es así. Aunque algo de razón tenía. Mirame ahora. Caminando por esta calle de pueblo inhóspito pensando para adentro como un tarado o en el mejor de los casos como un loco imaginándome de puro aburrido nomás qué cosa es la que puede esperarme cuando llegue yo a la esquina. Y no sé si es verdadera pero me da un poco de tristeza pensar que en esa esquina...que cuando llegue yo a esa esquina y mire casi esperanzado para los dos lados haciéndome el desentendido el indiferente no sea cosa de que venga alguien y me vea y diga... qué sé yo... la gente habla pavadas por que no sabe qué hacer. Lo que digo es que cuando yo llegue a esa esquina y mire para los dos lados con una ilusión de chico yo sé que no va a haber nada si en este pueblo nunca pasa nada y eso es triste. Mirá, ya hace no sé cuántos pasos que empecé a caminar por esta cuadra y ni un auto ni una moto ni... (o sí me parece que recién pasó no me acuerdo si una bici si una moto no sé) pero ni un accidente de autos ni un escándalo de gente qué sé yo. Decía que no ha pasado casi nada y el polvo de las calles que es muy poético para los que viven en la ciudad que se vuela porque ni el regador. En estos pueblos del interior yo no sé si eso es bueno o es malo pero uno tiene tiempo para pensar en cosas que yo creo que valen tan poco la pena como valen tan poco la pena las cosas que se piensan allá en las ciudades. Pero claro, la verdad es que acá uno piensa cada cosa... Mirá que ponerme a pensar en qué cosa puede haber detrás de una esquina...Yo nunca había hecho semejante cosa pero lo cierto es que las calles así se acortan. Cierto suspenso cierto deseo cierta cosa que te pasa por adentro acá en estos pueblos del interior que tienen las calles tan largas y tan largas y tan largas. Yo tengo la teoría de que las calles de los pueblos del interior son más largas que aquellas de las ciudades. Y no porque uno camina y camina y le parece a uno que no llega nunca porque ni un quiosco ni una farmacia ni una congregación de extranjeros para descifrarles la lengua...no. Son más largas porque tiene uno que caminar más pasos para llegar por fin a la esquina. Y además uno camina con todo el empeño y el paredón del patio del vecino que nunca termina ni cambia de color ni nada y los árboles se repiten cada diez once metros y las puertas y las ventanas y las puertas y las ventanas y las baldosas a veces... No. No. No hay nada. No va a haber nada. Qué va a haber. ¿Un perro? A lo mejor ¿quién sabe? un perro muy pero muy lanudo y con unos ojos que yo no había visto nunca. Y decir ¡qué barbaridad! ¡mirá qué perro y yo nunca haberlo visto! ¿de quién será? Seguro que es del barbudo del mercado. O del viejo Ádez. Él siempre con cosas raras nomás para impresionar y para decir que él tiene un perro que es muy lanudo y guarda no te vaya a morder porque uno nunca sabe con esos perros del diablo. Pero no. Los perros todos se parecen y por más lana que tenga es un perro y eso no es lindo para imaginar. Mucho mejor descubrir un asesinato. ¡Qué barbaridad tanto loco suelto y pensar que uno dice que en estos pueblos nunca pasa nada! Pero no. Tampoco. Más vale un amor oculto. Incestuoso ¿por qué no? por que ellos no van a creer que a esta hora y con este calor y por esta calle tan sin nadie siempre no van a creer que por esta calle tan sin nadie siempre viene alguien y menos que ese alguien soy yo y que enseguida lo voy a contar en el barrio para que de una vez por todas en este pueblo pase algo porque ya me está cansando esta vida de pueblo sin cataclismos ni volcanes ni terremotos ni huracanes ni nada. Sí. Seguro que descubro una infidelidad. Una trampa como le decimos acá. Un engaño. Pero me pregunto si será bueno o será malo llegar a la esquina y descubrir un engaño. En cierto modo es bueno porque al fin seré un privilegiado. Se supone que los engaños son engaños porque son tramposos y por ser tramposos están ocultos y si yo lo veo entonces la gente me distinguirá del resto de la gente y dirá de mí: “mirá, ahí va el que descubrió al fin que el Alberto le caminaba la azotea a la Hilda” o “el que vio al Búho y al primo...” Sí, tiene su parte buena. Pero igual creo que descubrir que era todo una mentira como esos cuentos que vos entrás como un chiquilín y después colorín colorado... Bah, no sé, pero igual me voy a apurar no sea cosa que se les dé por espiar y se asomen y yo como un gil acá caminando como si nada y llego a la esquina y ellos silbando y mirando como dos estúpidos cómo cantan los pájaros como si el canto de los pájaros no fuera siempre el mismo canto de siempre que no tiene forma de canto pero que en la ciudad se dice y se empecinan en decir que los pájaros cantan. Sí, pero si el engaño...? ¿Y si resulta que el engaño viene a desvendarme los ojos como en el juego del gallo que está ciego y busca como un condenado por toda la pieza y nunca encuentra nada hasta que al fin le sacan la venda y por ahí era Roberto y no Esteban al que tenía del brazo y qué lástima porque yo había creído que era Esteban y resulta que he vuelto a perder. ¿Y si resulta entonces que abro los ojos todavía un poco nublados de tanta venda y encuentro ¿qué sé yo? y encuentro... No. No va a haber nada. Detrás de las esquinas nunca hay nada. Eso pasa en las películas o en los libros y este pueblo por más que se empeñen algunos no es ni una película ni un libro. Es un pueblo. Además es mejor que no haya nada porque mirá si después de caminar y caminar pensando en qué se esconde detrás de la esquina descubro que sí, que había un perro lanudo ¿y qué hago, me querés decir?... ¿lo acaricio y le digo perrito menos mal que estabas vos porque me hubiera desilusionado mucho si no había nada y aunque vos no sos mucho, bueno, sos algo y algo es algo? O le digo que ¡fuera perro! que ¡qué anda haciendo un perro del diablo a estas horas que anda quitando la ilusión a la gente de ver un incesto o una orquesta de esas que tienen un director que les dice que tienen que tocar tal o cual nota y que si no lo hacen más vale que salgan corriendo porque los directores de orquesta son más malos que no sé qué! Pero es como siempre digo. Si uno va a perder el tiempo en imaginarse uno tiene que imaginarse cosas lindas... total... Pero ¿qué cosa linda puede haber detrás de una esquina en un pueblo tan del interior como este? Un cantero. Claro. Un cantero nuevo que puso ayer la señora de Pagela porque el marido albañil tanto y tanto insistirle le hizo al fin el cantero que tanto y tanto le insistía y ahí tiene su cantero y espero que ahora no se le ocurra poner un árbol en la cocina porque no vamos a tener lugar para comer y además queda como la mona. Y qué lindo cantero con ladrillos rojos pero la señora de Pagela lo pintó ella misma con unos colores que no sabés y le puso flores de todos los colores unas grandes y las otras chicas y de todas las especies que es un jardín, sí ¡un verdadero jardín! y esa es la novedad del pueblo. Y yo que no me había enterado porque, claro, si me la paso pensando taradeces todo el día qué me voy a enterar que la mujer de Pagela tan osada ella ha puesto un jardín al otro lado de la esquina con yo no sé qué cantidad de claveles y jazmines blancos. Pero ya lo esperaba yo. Siempre me pasa cuando me acerco a las esquinas. Las esquinas me hacen pensar en... ¿Acaso llegar a una esquina no es un poco morir? ¿Acaso una esquina no es un poco una pequeña muerte? No sé, quizá exagero. No sé, pero me dan unas ganas de volverme... Además esta esquina es distinta, no sé, es demasiado real y yo... ¿qué sé yo?... me había encariñado tanto... Siempre uno se encariña con la calle anterior. Es como una condena che. Pero esta esquina tiene algo de distinto. Yo no sé qué es. Es distinta y es peor. Y me acerco y algo se me acaba y es peor. Ahora que miro el cielo y está tan lindo... No sé, ahora me han dado como unas ganas de volverme que parezco un chico. Me ha dado como un frío que yo no sé si es el miedo o la nostalgia o esta manía mía de querer ver el misterio donde apenas hay una calle, una calle que se termina y una esquina vulgar. Es que las esquinas tienen algo... ¿Y si era cierto lo del asesinato? ¿Y si yo resulto ser el muerto? ¿y si de repente un cuchillo se asoma cuando llego y yo indefenso como un cordero me vine así sin nada en este verano que ni ropa ni mangas donde fingir un revólver con el dedo de la mano o un cuchillo para asustarlo para mirarlo de frente para mirarlo a la cara y no permitirle, claro, que me mire de soslayo que es muy fea la indiferencia y decirle que qué se cree andar matando a un pobre hombre que llega cansado ya de tanto verano y tanto pueblo y tanto llano pampeano y tantas ganas de llegar y repetirle con más firmeza que antes que qué se ha creído que uno no es nada, que uno no es digno y que me espere, ahora sí, que me espere que voy a buscar un cuchillo a mi casa y que vuelvo para pelearlo.
En “De espaldas”, relatos, 2011.
Cristian Vitale nació en la ciudad de La Plata el 16 de febrero de 1980. Músico, escritor y periodista.
Foto: CV en FB.
Blog De espaldas.
Etiquetas:
Cristian Vitale,
Narrativa argentina
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