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LAS MANOS
Se conocen muchas maneras
de ocupar las manos.
Algunos le añaden una copa sedienta
que termina goteando su soledad en los bares.
Algunos una mesa y unos naipes grasientos
que le cantan el mus a un reloj distraído.
Algunos usan las manos como bolsos de viaje
y en ellas cargan niños, desconsuelo y hastío.
Muchos las aposentan sobre cuerpos deseados
y se vuelven hormigas ansiosas de alimento.
Otros mueven papeles y fragorosos émbolos
desatendiéndolas de la luz y la gracia.
Muchos otros, aún, tienen manos vacías
preguntándole al tiempo por alguna esperanza
y las dejan durmiendo en los bancos de un parque,
quietas sobre el regazo como perros cansados.
Hay maneras de ocupar las manos.
A veces con palomas; otras, con vientos trágicos.
A veces con pedazos manoseados de sueño,
con caricias hipócritas,
con crucifijos y destierros.
Pero ¿qué hacer con estas manos
que no se atreven a cerrar
los ojos de sus muertos?
En “Umbral de Otoño”, 1990.
Foto: Roberto Díaz, archivo de la talita dorada.
Roberto Díaz nació en Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, en 1938. Poeta, periodista y traductor.
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