X
A muerte
Nunca fuimos tan lejos como al amor;
hasta el orgasmo
hasta que solloce la estrella
y entra al cóncavo la luna
y en el convexo
Y en la unión de dos hembras
un lento medanal,
un pensamiento besando a un pensamiento;
el del travesti, la centaura
que voló las ventanas de su metamorfosis
y se esculpió despierta en otro sueño;
el del onanista que tiene
el cuerpo en la quimera
y una fuente en el cerebro;
el del necrófilo
que sale con ojos de mosca de los cementerios;
el de dos machos martirizando un caballo,
el hermafrodita lanceado por un anturio
y también el eunuco que oye un lobo
al fondo, muy al fondo de la nieve de su deseo.
Estalla el sexo libre en la manada.
La manada se vuelve firmamento.
XII
Andaba oculto el tiempo.
A veces parecía un nublazón,
Cuando se apenaban lo veían. Y también
en la putrefacción
Le hicieron un lugar en la manada.
Un extranjero triste.
Le daban a beber agua perdida,
hilitos de nada,
le daban a comer sus muertos.
Él devoraba sin mirarlos,
era una segunda sombra
ocupando todos los resquicios:
de la alegría el salto,
las grietas del olvido, los agujeros del miedo.
Desde entonces manda.
Desde entonces
como al fuego
a cada uno lo mata su nacimiento.
Se irá sin recordarnos.
dejándonos atrás
Y eran el viento.)
XXIII
En el patio, ahí, en el calor,
soy transparente.
Todavía no soy nadie en los espejos
pero sí el único que jamás va a volver
cuando se interne como un león
en los yuyarales del baldío.
Tengo tres secretos:
todas las noches, despierto,
veo descender la muerte por la escalera
y, dormido,
llegar
la lluvia de fuego del fin del mundo.
Y el tercero:
de día en el mercado, por una moneda,
un viborero me cuelga dos serpientes en el cuello.
A mis padres no les digo nada. Hay que ser hombre.
No saben tampoco que sé volar. Y desaparecer.
Porque todo está lleno de lo que no existe.
Que lo diga mi abuela Lola que no ve
y recuerda a los ángeles
o mi abuela Candelaria que apaga relámpagos
con una cruz de ceniza.
“Dónde andará ese chico” se preguntan, sin darse cuenta
que estoy en todas partes.
Un día me suicido para verme,
para acordarme de mí cuando sea grande.
Sé cuantos gallos asesina el alba
y que las tardes son una sola tarde. Aún no
terminé de contar las estrellas.
Yo los salvo.
Tengo una espada
y camino por el aire.
En “Manada”, Ediciones El Mono Armado, 2010
Foto: Teuco Castilla, Eduardo D’anna y el administrador de este blog en casa del poeta Guillermo Ibáñez, Rosario, octubre de 2010.
Leopoldo “Teuco” Castilla nació en 1947 en Salta.
2 comentarios:
Qué buena concentración la de sus textos.
Excelente la pagina Me encantó Anamaría Mayol
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