viernes, 10 de noviembre de 2017

Daniel Viola, Las viejas fotos insisten en mirar hacia el olvido




La hoja silenciosamente se aleja
del árbol y gira en su caída.

La tierra sabe de ese peso.
Siempre ha sido ella.

Otras formas de esperarse, de
acariciarse y combinar los días.

Tal vez secretamente de olvido.



La muerte goza cuando su labor es lógica.

Ella sabe del placer de acaparar la suma de hechos,
memorias, recuerdos, equívocos,
de logros y fracasos.
Los acuna, y ellos entregan la nana que
a la muerte aquieta.
Los sembrará luego en algún lugar de su pueblo.
Deben brotar y retornar para que
exista la historia.

Cuando el hombre llega a su encuentro
vacío de recuerdos, sin ansia de perdón o premio,
olvidado el miedo, la esperanza,
en logro de carencia de palabras,
la muerte advierte su profundo silencio.
Exhala solo aliento.
Vedada de matar, no puede generar lenguaje que
mengüe esas heridas que el caos le produce.



Retornan los otros. Los que
traen aquella imagen, esa palabra.
Haber acumulado faltante de instantes.
Un tiempo de nadas.
La tarde que fue ausencia sigue
presente aún en la espera.
La ecuación encierra a quien devora y es devorado.
Atreverse a pasar de miembro.
A no ser igual, ni equivalente.

Qué días serán los que se irán conmigo.
Serán cenizas.
Hubo todo un pueblo de días en memoria;
se fue desvaneciendo junto al destino.

Las viejas fotos insisten en mirar hacia el olvido.



En El nacimiento de los ecos, El Suri Porfiado, 2017.

Daniel Viola (Buenos Aires, 1958). Selección de textos y foto: Jmp

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