lunes, 16 de enero de 2017

Enrique Lihn, El desfile de los harapos humanos en homenaje a la Libertad y a la Democracia


LA DERROTA
(Fragmento)

(…)
Pero de los bárbaros, qué se puede esperar.
Finalmente no hemos reemplazado todas nuestras
     costumbres por las suyas, una curiosa falta
     de concentración en el modelo
condena nuestras copias a la dorada medianía;
y, en cualquier caso, el resto de lo que hemos
     convenido en llamar la dignidad nacional,
     sería seriamente lesionado en caso de que
     resolvieran adoptar el aire de nuestra derrota
     para sumarse a la celebración del
     triunfo, en esta lejana factoría,
de la perpetuación del cáncer de su imperio
en las entrañas ajenas.
Hace algunas horas (esta noche y la noche pasada se
     confunden; el vocerío triunfante con el
     silencio del fracaso)
uno de ellos, con la mona ardiendo,
venía disfrutando del carnaval de la calle en el
     carnaval de la micro, el gran carajo,
parados los dedos en la V de la victoria: las trenzas
     de una poderosa niñita anglosajona que
     montara un potro furioso con una
     impasible cara de puñete.
El hombre-dogo
se arremolinaba en torno a su eje como la ropa en
     la máquina lavadora, codeando a su vecino
     de asiento en el pecho y resoplando:
“Me norteamericano. Me norteamericano.”
Yo hubiera deseado que se le hundiera el mundo.
Se dirá: “un caso individual”, y el índice acusador
     debe apuntar allí donde se incuban los
     factores impersonales que mueven a los
     individuos el río a las carpas en la época
     del desove;
“de la sociologie avant toute chose”, pero qué montón
     de obviedades en los casos extremos
cuando la claridad brota de los poros mismos del
     cuerpo del delito
arrojado apresuradamente a los baldíos que exhibe la
     luna frente a los grandes edificios colectivos.
Bastaba ver a ese sujeto para obtener una visión
     panorámica y bien articulada, las cifras
     innecesarias en los últimos planos.
La diferencia que va de un yanqui a otro sólo
     representa, para nosotros, un margen de
     imprevisible brutalidad en el trato con las
     fuerzas de una ocupación que se dice
     pacífica,
y un margen, también, para el cultivo de las
     amistades personales en la tierra de nadie.
El culto de la amistad es una afición personal, la
     atención con los huéspedes,
la moderación por parte de moros y cristianos, el
     cese de todo antagonismo a la hora del
     almuerzo.
En un pequeño país cargado de tradiciones, la
     formalidad ante todo, y el empleo de la
     violencia sicológica
sólo en los casos desacostumbrados.
El control, a una distancia flagrante, de nuestra vieja
     máquina junto con la promesa de su
     restauración
a manos de técnicos especializados sobre la base de
     excedentes de la industria pesada.
No se puede dudar:
de los sesenta mil agentes de la FBI y de la CIA,
     sólo uno que otro ha mostrado la hilacha
en su intento por trepar a los carros alegóricos y
     ocupar un lugar bamboleante
junto a esas bellezas que lo eclipsaban todo en la
     apoteosis del triunfo, menos el sentido de
     nuestra derrota.
Todo estaba claro a pesar de tanto resplandor y el
     brillo de las miradas y los fuegos artificiales.

El invisible ejército de ocupación puede batirse
     en una retirada incruenta
y reconocer sus cuarteles de primavera y verano:
     temporadas de pesca en los lagos del sur y
     de cosecha en los desiertos metalíferos.
Al Pacífico, al Atlántico los barcos de guerra: aquí
     no se precisa importar la paz
en la persona de franco tiradores e infantes de marina.
Puede aflojarse un poco el cinturón de hierro
hacia el otro lado de los Andes y estrecharlo en los
     lugares verdaderamente estratégicos
donde la sangre escuece, burbujea y grita.
La lucha entre demócratas y republicanos sólo
     parece posible solventarla lejos de casa
mediante el empleo, en pequeña escala, de la Bomba,
rasando el vivero, en los pastizales
de esos pequeños comunistas de ojos oblicuos. Un
     arañazo en profundidad,
y luego el desfile de los harapos humanos en homenaje
     a la Libertad y a la Democracia.

(…)


En: Poesía social del siglo XX: España e Hispanoamérica, Centro Editor de América Latina, 1971.
Enrique Lihn Carrasco (Santiago, Chile, 3 de septiembre de 1929 – 10 de julio de 1988). Foto: Jmp

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