lunes, 26 de diciembre de 2016

Marcial y Cardenal, Epigramas




Los que queréis tener siempre a mano mis plaquettes
y las lleváis de compañeras de viaje en la valija,
comprad esta edición manual de pocos pergaminos.
Los cásicos son para los estantes. Yo soy para el bolsillo.
Pero para que sepáis donde estoy a la venta
y no reccorráis toda Roma, os doy mi dirección:
estoy donde Secundo, el liberto del doctor Lucensio,
junto a la entrada de “La Paz” y el foro de Palas.


¿Por qué me envías, Pola, estas rosas intactas?
Las hubiera preferido deshojadas por ti.


Mis epigramas los canta y los ama la Roma mía.
Ando en los bolsillos y las manos de todos.
Pero hay uno que enmudece y palidece y se enfurece:
Y por eso estoy contento de mis cantos.


Desde una raza nórdica te envío estos cabellos
para que compruebes que los tuyos son más rubios.


Sólo lo bonito quieres decir, Matón. Di
también lo bueno, y lo regular, y lo malo.


Sólo admiras a los antiguos, Vecerro,
y no alabas sino a los poetas muertos:
Perdona, Vecerro, pero no vale
tanto, tu elogio, para morirme.


No sé, Feliz, lo que escribes a tantas muchachas.
Sólo sé, Feliz, que ninguna de ellas te contesta.


Con mis once pies y mis once sílabas
y mi abundante (no insolente) sal,
yo, Marcial, famoso internacionalmente
y en el pueblo -¿por qué me envidian?-
no soy más celebre que el caballo de “Andraemon”.

Te ruego, Rufo, que Chione no lea este libro.
Estos versos la hieren, y ella hiere también.


Comprando todo, Cástor: lo venderás todo.


Sírveme, Calixto, dos dobles de Palermo,
y tú, Alcimo, ponle nieve a mi copa.
Que empape mi pelo el húmedo amomo
y doblegue mi cabeza el peso de las rosas.
Ese Mausoleo de enfrente nos incita a la vida,
recordándonos que se mueren los Césares.


Los que leéis macabras historias de Edipo y Tiestes,
y Cólquidas, y Escilas, y sólo cuentos de horror:
¿qué interés encontráis en el rapto de Hilas,
o en Patenópeo, o Atis, o el Durmiente Endimión,
o Hermafrodita indiferente al Agua enamorada?
¿Por qué gozáis con viejas chismografías mitológicas?
Leed esto que la Vida puede reclamar como suyo.
Aquí no hay ni centauros, ni Gorgona ni Harpías.
Mi poesía está hecha de seres humanos.
Pero tú no quieres conocer la vida, Mamurra,
ni conocerte a ti. Lee los Orígenes de Calímaco.


Te quejas, Velox, de que escriba epigramas largos.
Tú no escribes ninguno. Los tuyos son más cortos.


Sólo os sabéis resentir, amigos ricos:
esto no es elegante, pero es económico.


¿Por qué no te envío, Pontiliano, mis libros?
Para que tú no me envíes, Pontiliano, los tuyos.


Porque Oppiano ahora padece de anemia
se ha puesto, Castrico, a escribir versos.


¿Qué es lo que dice esa puta? No me refiero
a tu mujer, Gongylion, sino a tu lengua.


¿Cómo explico “que los vivos no tengan fama
y pocos lectores amen su propio tiempo”?
Es ya costumbre tradicional de la envidia, Régulo:
preferir siempre los antiguos a los actuales.
Preguntamos por la sombría columnata de Pompeyo.
Los viejos suspiran por sus templos ruinosos.
Lees a Ennio, oh Roma, y ahí anda vivo el Virgilio;
a Ovidio solamente lo conoció su Corina.
Sin embargo, no tengáis prisa, mis libritos:
si la fama viene con la muerte, no me apresuro.


El libro que recitas, oh Fidentino, es mío,
pero por tu mala recitación ya es casi tuyo.


¿Preguntas, Lino, qué me renta mi villa de Nomenta?
Que no te veo a ti, Lino: eso me renta.


Dices que eres bella, Bassa, y que eres joven.
Las dos cosas dicen, Bassa, las que no lo son.


Hay un notario que ataca mis versos. Quién es
no lo sé. Si lo averiguo, ¡ay de ti, notario!


El que es pobre, Emiliano, siempre será pobre.
Hoy nadie tiene dinero, sino los ricos.


Miente el que te llama vicioso, Zolio.
Tú no eres vicioso, Zolio, sino el Vicio.


Aunque tú no publicas, atacas mis versos, Lelio.
O no ataques los míos, o publica los tuyos.


Mi libro es desigual, proclama Matón:
si eso es verdad, Matón elogia mis versos.
Libros iguales escriben Calvino y Umbro.
Libro igual, Creticio, es el mal libro.


Hoy improvisó el Señor Rector:
sin llevarlo escrito exclamó: ¡Hola Calpurnio!


Recházame, Gala: el amor que no atormenta
aburre: pero, Gala, no me rehaces demasiado.


Quieres que te llamemos poeta, y no recitas.
Te llamaremos poeta, Mamerco; si no recitas.


Más bella que todas las que son o han sido,
y más mala que todas las que son o han sido:
O sé menos bella o sé más buena mi Catulo.


He aquí Quinto Ovidio, a tu Máximo Caesonio,
cuyas facciones conserva esta estatua de cera.
A él lo condenó Nerón. Pero tú condenaste a Nerón,
siguiendo la suerte de un perseguido, y no la tuya,
y acompañaste a un exiliado por el Mediterráneo,
tú que antes te negaste a acompañar a un cónsul.
Si se preservan los nombres escritos en mis páginas,
si después de mi muerte yo continúo viviendo,
oirán esto mis contemporáneos y las generaciones
futuras: que tú fuiste solidario con él,
como él había sido solidario con Séneca.


De mi tierrita te envío, como ves,
Juvenal, nueces de Saturnalia.
Las otras frutas el dios lascivo
ya se las dio a muchachas alegres.


Vete a Roma, mi libro, y si te pregunta
de dónde llegas dile que de la Vía Emilia.
Y si quieres saber en qué ciudad estoy
le puedes decir que en Foro-de-Cornelio.
“¿Por qué se fue?”. Y tú confiésale:
“No aguantaba estar en toga.”
“¿Cuándo vuelve?” Contéstale: “Se fue poeta;
volverá cuando sea tocador de arpa.”


Si te entristece la perspectiva de cenar solo
Toranio, puedes venir a ayunar conmigo.
Si prefieres primero un elegante “peopinein”
tendremos lechugas baratas de Capadocia;
puerros picantes, huevos rellenos con atún,
repollitos tiernos de mi hortaliza
humeando en la negra olla de barro,
salchichas en nívea sopa de pasta,
y frijoles bayos con tocino dorado.
Y después como postre, si te apetece,
tendremos uvas pasas , peras sirias,
castañas universitarias a la napolitana.
El vino, se vuelve bueno bebiéndolo.
Y si tras este menú, Baco, como suele,
nos despierta otra vez el apetito,
hay aceitunas aristocráticas de reserva
y altramuces y petit-pois calientes.
Humilde es la cena (¿quién puede negarlo?)
pero tendrás una cena sin etiqueta
y te podrás recostar a tus anchas
y no te leerá el anfitrión ningún libro
ni bailaoras gitanas agitarán sus caderas
con un temblor estudiado. Sólo la flauta
de mi pequeño Cóndilo tocará un son
ni demasiado serio ni vulgar tampoco.
Esta es la cena. Tú te sentarás con Claudia.
¿Qué muchacha te parece como compañera mía?


“Cinco libros son bastantes y seis o siete
demasiado ¿no te parece mi musita loca ?
Más fama de la que tengo ya no puedo tener.
Mis gastadas ediciones están en todas partes.
Y cuando ya no exista el Mausoleo de Messala,
y los mármoles de Licinio sean polvo,
labios me leerán y extranjeros que no conozco
traducirán estos versos en su patria.”
Dije –y la novena hermanita de las musas,
Talía, la musa del epigrama, me contestó:
“¿Quieres renunciar, tonto, a la frivolidad?
¿En qué otra cosa mejor ocuparás tu ocio?
¿Deseas cambiar por coturnos tus zapatos,
o cantar a la Guerra en sonoros hexámetros
para que te dicte en clase un profesor pedante
y aburras a la adolescente alta y al muchacho?
Deja esos temas a los poetas pesados y clásicos
encorvados hasta medianoche bajo su lámpara.
Pero tú escribe con humor tu poesía romana,
y que la Vida se encuentre retratada en ella.
Porque no importa cantar con una débil flauta
si esa flauta se impone a las trompetas de muchos.”


Cardenal tradujo estos textos entre 1956 y 1957, cuando aún no se había convertido al catolicismo. En 1965 es ordenado sacerdote católico. En: Catulo - Marcial. En versión de Ernesto Cardenal, Editorial LAIA B, Barcelona, 1978. Foto: Jmp.
Marco Valerio Marcial (Marcus Valerius Martialis, Bibilis, Antigua Roma -Calatayud, Zaragoza, España-, 40 – Roma, 104).
Ernesto Cardenal Martínez (Granada, Nicaragua, 20 de enero de 1925).

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