jueves, 24 de diciembre de 2015

Daniel Ponce, Como la monja del poema


LA MUJER QUE REZA

Como la monja del poema de Vitier,
la mujer del subterráneo
iba rezando el rosario,
fija en su oración,
mientras la ventanilla, a su espalda,
era un fondo líquido y urgente.
Es seguro que rezaba
por todos y por mi.
El rostro era reconcentrado,
oscurecido por la profundidad
de la intención
como el de un jazzista.
El mentón contra el pecho,
las manos hilando sus cuentas,
el sabor secreto de ciertas frases.
Yo esperaba que abriese los ojos.
Su ímpetu la llevaba
lejos de todo,
lejos de mi mirada interrogativa.
Creí, durante un rato,
que sus palabras inaudibles
eran mi consuelo.


YO FUI SHAKESPEARE

Si estas temblorosas manos hablaran
como alguna vez hablaron para dar noticias
a los que susurraban desde los asientos
tan apegados a su mugre y a sus mendrugos
que el aliento ganaba el escenario, ajo, cebollas,
vahos de animales que respiran su agonía,
dirían que ya no consiguen
sostener ni una gardenia ni una mansa hormiga
delante de los ojos para estudiar su cuerpo:
escuetas partes anudadas y acción sin sosiego.
Y si sostuvieran algún peso, por módico que fuera,
no sería para levantar la pluma y firmar, de nuevo,
delante de los usureros que me incriminaban
con los ojos, uno enclenque, de cara plana,
sin gestos, como un pupitre, y otro
seboso, comido de viruela y voz de trueno,
con cincha de caballo en el abdomen,
para convertirme en el vicario de Shakespeare,
en el testaferro que distraería al enemigo
cuando arreciaran los reclamos, abandonado
a su suerte, como los reos que se envían
a morir a las Indias o tragados por el mar.
Firmé fingiendo que era Shakespeare
y vestí sus ropas que olían a hervor de coles
y lo espié cuando urdía sus intrigas
sumando pagarés y escondiendo monedas.
Fui Shakespeare para los que no pisaban el teatro,
aquellos señores golosos del infortunio ajeno,
los dueños del oro, reptiles de la codicia,
los prestamistas, y también fui Polonio,
Gertrudis, Oliver Matatextos
y, mientras Heminges estuvo enfermo,
fui Macduff y Goneril.
Durante meses usé una barba falsa,
tejida con pelo de nutria, y un aro brilloso,
similar al de Shakespeare aunque menos notorio.
Debía comparecer en sitios prohibidos,
conducirme con modales olvidados, dejar rastros
en rincones de mala reputación
y, si me importunaban acerca del estilo,
repetir que la poesía debe causar perplejidad.
Mi naturaleza sumisa me hizo pecador

de pecados impropios y recibía mi paga:
un jornal de bufón y algunas propinas
de impostor y de mensajero.
Viví de favores hasta hoy,
luego de que Shakespeare se retirara
para morir en el cottage de Will Underhill
que fue envenenado por un hijo mezquino.
Los años me amigaron con el hinojo,
las rosas y el perdón.
Condell me hizo posar para un grabador
luciendo la vieja barba postiza
con el fin de remedar a Shakespeare
en la portada del libraco
que reuniría sus libretos.
El impresor hizo suprimir la barba
por indecorosa
y sólo preservó mi bigote.


POEMA

De algún sitio
debo obtener el poema,
allí donde se esconda
estoy obligado a extraerlo,
sucio de barro o iluminado
por una palabra enigmática,
detrás de un concepto
o cautivo en una historia,
en las páginas del diccionario
u oculto en el poema de otro.
Debo deducirlo
de una escena pasajera
o de la terca obsesión
que malgasta mis días.
Debo atraparlo vivo
a riesgo de que se desvanezca
en el aire.
Debo abandonarlo, falsificado,
en esta página,
y recomenzar su búsqueda.



Poemas inéditos del libro “Tiempo y azar”. Capítulo “Transfiguraciones”. Selección de textos: Jmp.
Daniel Ponce (Buenos Aires, 1956). 
Foto: Cecil A. Sarandon, Alemania, 1974. 

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