viernes, 15 de febrero de 2013

César Cantoni, en la vieja terminal de ómnibus




NI PERRO QUE VIGILE MI CASA

Primero, murió mi padre.
Después, murió mi madre.
(Antes habían muerto mis cuatro abuelos.)
Más adelante, murieron el médico,
que me curaba los resfríos,
y el cura, que me eximía de los pecados.
Finalmente, murieron los poetas que tanto amaba,
mis viejos maestros en el arte oscuro.
No tengo esposa, tampoco tengo hijos
ni perro que vigile mi casa en soledad
(el último perro que tuve murió sin avisarme).
Cuando era chico, un ángel de yeso
sabía velar por mí desde la hornacina,
pero me lo incautó la jerarquía eclesiástica.
Ahora yo soy mi propio dios
y me invoco a mí mismo.



A LAS TRES DE LA TARDE

A las tres de la tarde,
en la vieja terminal de ómnibus,
la música que sale de los altavoces
tiene la estricta monotonía de las horas.

A las tres de la tarde,
en la vieja terminal de ómnibus,
la música que sale de los altavoces
tiene la estricta, sórdida monotonía de las horas.

A las tres de la tarde,
en la vieja terminal de ómnibus,
la música que sale de los altavoces
tiene la estricta, sórdida, fatal monotonía de las horas.




En: “El fin ya tuvo lugar”, Hespérides, 2012.
César Cantoni (La Plata, 1951).
Foto: César Cantoni. Archivo de la talita dorada. 

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