martes, 18 de octubre de 2016

Juan José Saer, Fumábamos tranquilos bajo la luna



LA DISPERSIÓN

     La gente de mi generación se dispersa, en exilio. Del ramo vivo de nuestra juventud no quedan más que dos o tres pétalos empalidecidos. La muerte, la política, el matrimonio, los viajes, han ido separándonos con silencio, cárceles, posesiones, océanos. Años atrás, al comienzo, nos reuníamos en patios florecidos y charlábamos hasta el amanecer. Recorríamos la ciudad a paso lento, de las calles iluminadas del centro al río oscuro, al abrigo en el silencio de los barrios adormecidos, en las veredas frescas de los cafés, bajo los paraísos de la casa natal. Fumábamos tranquilos bajo la luna.

     De esa vida pasada no nos quedan hoy más que noticias o recuerdos. Pero todo eso no es nada, si se compara con lo que le sucede a los que no se han separado. Entre ellos el exilio es más grande. Cada uno ha ido hundiéndose en su propio mar de lava endurecida: y cuando miman una conversación, nadie ignora que no se trata más que de ruidos, sin música ni significación. Todo el mundo tiene los ojos vueltos hacia adentro, pero esos ojos no miran más que un mar mineral, liso y grisáceo, refractario a toda determinación. Y si, por casualidad, uno logra contemplar sus pupilas, lo que sucede rara vez, alcanza a ver como el reflejo de un desierto desde el cual el Sahara ha de tener sin duda los atributos de la Tierra Prometida.



En La mayor, Centro Editor de América Latina, 1982.
Juan José Saer (Serodino, Santa Fe, 28 de junio de 1937 - París, 11 de junio de 2005). Foto: JJS, s/d.

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