miércoles, 6 de enero de 2016

Sergio Kisielewsky, Nada se balancea más que tu pie descalzo


PISO FLOTANTE

III

Nunca te hablé con palabras.
Me decís que vas a tomar ese avión.

Ahora tu voz es un delantal.
Vuelvo a mirarte y asusta.
El mundo se quiebra como un plato de sopa.

Damos vueltas, respirás
y dan ganas de ser el aire.

Es la caída del corazón al rocío.

En el reservado del bar te encuentro.
Es un armiño con el ruido del tren
que pasa entre nosotros como un fantasma griego.

Tenés un duende en el paladar
te subís a la taza, girás, olés al día,

vuelo en tu alcoba y deseo a tu pie
y a la terraza que se llega sin escalera.

No volveré a verte.

Comprás frambuesas en El Bucanero.
Sólo un trozo de aire en el Abasto
que gira hacia el mundo de los hoteles
que nada alumbran.
Sólo tus hombros adorados por la luz.

El tiempo se dispara como loca marquesina.
Silbás a rabiar
y no hay quien lo detenga.
No es el Parque Chacabuco.
No es Alchurrón  tocando la guitarra en las peñas del 79.
No es la tarde donde jugaban con Laura
(“Le pedí a Dios  que viniera”).
Y algo se movió de cuadro.
Creo que la tarde llegará hasta el mar.

Te veo en la calle de la Agronomía.
Veranito a las diez de la noche.
Tu corazón es un idioma con arco y flecha.

Nada se balancea más que tu pie descalzo.

Sos un deleite intratable
que ejerce su pasión por las brasas
por el calor de la carne haciéndose.

Estoy en la calle esperándote.
Es un leve motor que tengo.
Volvé te digo, la orilla es tu pie, tus manos que acarician de a cuatro.


VIII

Cuando me pasabas bronceador por la espalda no sabía que te perdía.
No hay picaporte que me lleve lejos.
Sólo cuando me hablabas de la avenida en Lomas
o cuando celebrabas mi cumpleaños te ibas por el sendero.

Traías la torta de Duna, el corazón oblicuo, la guirnalda
en el Sauce Viejo.
Mientras la yarará se muerde a sí misma y el desayuno en Varadero
no se parece a nada.

No hay poción que me lleve al cántaro y a la fuente.

“Otra vez la navidad”, me dijiste.
Tenías puesto un vestido turquesa
y ya no pude pensar.


XVI

Se reían los compañeros
mientras el cenicero se llenaba
mientras tanto papá siempre
dejaba algunos atados
por si alguien quería fumar.

En cambio con vos
caminé por última vez por Rivadavia
antes del verano en Gesell.

Buscábamos una malla
pero sólo era una excusa
porque los dos sabíamos
que ya el parque no era para nosotros.

Que ya está, fue suficiente.





En: “Nunca te hablé con palabras”, Editorial Babel, Córdoba, 2015.
Sergio Kisielewsky (Buenos Aires, 1957).
Foto: John y Yoko, la guerra ha terminado si lo queremos, 1969. Mirella Moretti Ph, 1970. 

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