sábado, 4 de agosto de 2012

Mario Trejo, Ele, Ele, nunca te hemos abandonado



JUAN L. ORTIZ, MORDIDO POR LA PALABRA TIGRE 

                    Entre argentinos, el tema del exilio es tan folklórico como el tango y tan silencioso como el mate. Quién no conoce de memoria el catálogo de los proscriptos, de aquellos que, desde 1810, han elegido o debido (no hay tiempo para polémicas) vivir o morir en otras tierras. 


                    Pero hay un exilio hacia adentro: el que comienza en la soledad que tiene el atrevimiento a asumirse y que, a veces, el olvido y la indiferencia de los otros perfecciona. 


                    Vamos al grano, daré nombres: Macedonio Fernández, Benito Lynch, Baldomero Fernández Moreno, Oliverio Girondo, Juan Carlos Paz, Jorge Enrique Ramponi, el chileno Juan Emar, los uruguayos Horacio Quiroga, Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti. A todos ellos les debemos algo; a algunos les debo, además, la amistad para el adolescente desconocedor y desconocido. Hablaré de Juan Ele. 


                    Así me lo nombraron por primera vez a lo largo de tres jornadas completas sin reposo ni anfetaminas. Otros tiempos, sí. 


                    Recuerdo un laberinto de caras queridas y perdidas que me peregrinaba sobre el totémico

                    Paraná hacia la Poesía Prometida. Recuerdo que Juan Ele estaba fuera de la ciudad. 


                    Como en el amor, a partir del segundo recuerdo comienzan los verdaderos. 


                    Paraná: una caminata a orillas del río. 


                    Juan Ele tiene un estilo curioso de mostrarme el paisaje, de demostrarme que entre uno y la naturaleza la distancia es menor de la que suponemos. 


                    Me habla de un sitio preciso; no lo busca, va directamente a él. De pronto se detiene, se agacha, levanta una piedra y una flor azul se despierta y una mariposa verdinegra echa a volar. Me pregunto si no será que el paisaje, el que cuenta, lo llevamos adentro. 


                    Pero, a partir de ese momento, de una cosa estoy seguro: Juan Ele inventó esa flor y esa mariposa. En ese lugar y en ese momento. Siento un tímido espanto. Lo miro y le agradezco con un silencio. 


                    Pampa Gringa: un polvoriento viaje de cientos de kilómetros luego de una tarde y una noche entre sus poemas largos y finos como su corbata, su boquilla, sus costumbres. 


                    Un estilo, en fin. 


                    Juan Ele me pregunta sobre la vida y la música de Charlie Parker. Juan Ele me escucha tan intensamente que, por un momento, lo juro, fui Charlie Parker. Para disimular mi turbación, me cuenta sus días en China entre hombres que le hablaban de Klee y de Éluard. 


                    Comienzo a sospechar que Juan Ele, en ese instante, está en todas partes. De una cosa estoy seguro: Juan Ele es eterno. 


                    Mendoza: un melancólico congreso de escritores. Juan Ele ausculta las intermitencias de mi corazón. Con la delicadeza del humo me toma de la palabra y comenzamos a levitar; luego seguimos remontando hasta llegar a una nube y terminar siendo una nube con forma de pantalones, un paisaje, un lugar turístico. 


                    Nunca me imaginé que el Aconcagua fuese tan calvo y tan pequeño y tan rubio el pelo de la niña en cuestión y tan grandes sus ojos. 


                    Buenos Aires: módico viaje en trolebús desde plaza Once hasta la Casa Rosada, que, en rigor de verdad, no era nuestro destino. El mío era Medio Oriente; el de Juan Ele, el Paraná, brazo desarmado de su poesía. Comienzo a pensar seriamente si alguna vez nos hemos conocido. De una cosa estoy seguro: desde ese momento nunca nos separamos. 


                    Paul Valéry pensaba como un racionalista y sentía como un místico. Juan Ele tiene una cicatriz; una vez lo mordió la palabra tigre. Siempre se le dio por ser más un realista de la mística que un místico del realismo. 


                    Juan Ele, mucho gusto, me alegra haberlo conocido. 


                    Ele, Ele, nunca te hemos abandonado. 

(Diciembre 1970)


En: “El uso de la palabra, antología personal”, Ediciones Colihue, 2004.
Mario Trejo (La Plata, 13 de enero de 1926 – Buenos Aires, 13 de mayo de 2012).

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