Cuartetas 8-17/57
La vida, campo afuera, se contempla en jazmines,
o va en alegres carros cuando perfuma el trigo
cortado, cuando vuelve la brisa a trenzas jóvenes
y el ocio, en la guitarra, menciona algún cariño.
Se puede, es un agrado, saludar la esperanza,
que suele quedar sola, y los medidos actos
del hombre que se afirma con la reja en la escarcha
o rige noche y día la marcha del ganado.
Cruzan como dormidos los troperos, al paso,
tras largas polvaredas; vuelven de las tormentas,
de los bañados cuando la provincia es del viento,
de unos campos ardidos por la luz veraniega.
Leguas, y en ese brillo la torcaz y el aromo,
pausado el movimiento del otoño flotante,
y luego auroras de agua, temporadas de sombra,
y el tedio hacia las tardes que los vientos deshacen.
El inconstante cielo, las plagas vencedoras,
los nacientes sembrados que empiezan la alegría,
los anhelos atados a un destello del campo,
el riesgo, siempre hermoso, y el valor que no brilla.
Las revueltas manadas que arrecian libremente,
y después la incansable dulzura, la honda calma,
y el esplendor desierto donde se abisma el pájaro,
donde se pierde el claro vivir de las estancias.
Es bueno ver los hombres, allí, alegres de campo,
rigiendo altos motores, sudando entre las parvas.
Estas gentes descifran su futuro en el cielo,
y sus mansas acciones confirman bestias y albas.
Conocen duras penas y alguna vez la dicha,
entienden las tormentas, las promesas del campo,
los soles y los tímidos modales de esa tierra
de ocioso color suave. (La he mirado despacio.)
Cariñosas distancias, favores del silencio,
poblados que hacia fuera relucen en jardines,
unas casas extremas y solas frente al llano,
cercos de fronda, huraña dulzura de unos lindes.
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2 comentarios:
Como siempre, muy bueno lo que publica Aromito, es un gusto leerlo.
Gracias, Nélida. Estas pequeñas caricias nos permiten seguir. Abrazo.
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