sábado, 28 de marzo de 2020

NÉSTOR TELLECHEA Tus ojos me despertaron




QUIZÁS TAL VEZ APENAS

“Y mi vida es un perfecto borrador, bien borroneado, bien tachado,
vuelto a reescribir, nunca completo, nunca terminado.”
Haroldo Conti


WIM WENDERS ESQUINA / PETERHANDKE

     Pasos. Pasos y casi nada de importancia hasta sentarme y empezar a ver una tela de humo que hubiera sido golpeada por una piedra invisible, yéndose hacia el fondo de la oscuridad de los ojos cerrados. Fue en la ruta. Caía tanta agua que el vidrio estaba lleno de vapor. No se hablaba, pero yo, de vez en cuando, le espiaba sus preocupaciones. De dónde vienen. De abrazar el ánimo de un río. De guardarnos en los ojos muchos regresos del viento. De tener el honor de que el cielo y la tierra nos hayan elegido para el sacrificio en agradecimiento al sol. De un lugar que algunos de los suyos apenas si lo encontraron, pero jamás trataron de descubrir. Cómo decirte, de golpe vi un montón de movimiento que rajaba la pesadilla. Entonces qué es lo que espera usted esencialmente. Con toda humildad, el resplandor de lo ínfimo. Sí. Ahora, sentado afuera, me sigo diciendo qué se va a hacer, en qué va a terminar este único lado de la vida, en el que ahora volví a verte y anoto ese reflejo ennegrecido y diminuto de un poco de árbol, en tus ojos de agua. El miedo de los escalones gastados en el mismo lugar. Sombras secretas del diluvio de ser. Vegetación alerta. Ruidos, ruidos, ruidos. Gente toda tapada durmiendo en la calle. Casi no hay espacio en lo que quiero decir. Si el tiempo inunda lo que fue presente, y el sol aviva todo lo perdido ¿para qué vuelvo a hundirme en lo vivido, si no se apaga lo que está latente? Lo eterno arde, en este yo creciente, y que se sigue yendo sin haberse ido de la luz. Brillo que lo nombra húmedo y suave, donde resplandece lo que se supone es casi imposible de olvidar con la voz del sentimiento. Que la vida no fuese imprevisible. O sea siempre voluntad de sueño. El río de una lágrima insensible, que finja llamas, donde moja recuerdos. Bueno, ahora te dejo porque vuelven las bombas en lo que estoy soñando. Cerré la puerta y empecé a ver una semilla rompiendo su suerte y que estaba enterrada unos cuantos centímetros por debajo de donde se había parado mi abuelo a mirar su trabajo, por culpa de Bach, que retumbaba con todo en los vidrios. Me parece que sí. Todas las presencias de la luz, valen la pena. Sí, una sombra. A veces la alegría, es una sombra. Sí. En este momento, me ayuda la imagen, pero estoy muy lejos todavía. No quiero apurar la idea. El cuerpo que traiga. Hay un sol hermoso, pero difícil. Yo estoy difícil. El tiempo está difícil. Silencio en blanco. Difícil. El aire es más rápido que todos mis esfuerzos. Nadie en mi papel. Sí. César. César Vallejo. O Lluvia a secas, si lo prefiere. O Dolor al que un relámpago de verso lo asista para un final que atrape la sangre, la voz de la vista, los huesos del poema. Tragarse el asombro, y olvidar. No sé. Siempre tiene esa especie de sueño que se le vacía. Las hojas. Pan de sonido en el aire. A ver si toco bien el nervio cotidiano. El hombre sordo, de la historia invisible. Qué discreto. Se refugia en sus detalles. Estiraba la gomera, como si hubiera tratado de estirar el mundo. Tu sonido está en la vida. Mis palabras en las horas. Raro. Lindo. Vos cenizas, yo cenizas, y nos podemos seguir pensando. Me parece que sí. Porque además de todo, hablo en otro horario. De noche, en la noche. En soledad. Con la señora Naturaleza. ¿Qué? La música quedó debajo de la almohada. ¿Cómo? Miraba como quien abre un trapo con desesperación. Bueno. Quiero que ahora me cuentes cómo empezó todo. Y, empecé a pensar en la primera vez en la que alguien se haya dejado llevar acompañándose de la luna. En el primer ruido solo. En los granos de arena que se deslizan sobre otros cuando ya casi toda la lámina de agua empieza a escaparse más rápido de la espuma. En cuánto hará que lloramos. Cuál habrá sido el primer balbuceo de un idioma. En la sombra del primer abrazo. En eso, las gotas empezaron a pegarle fuerte a los zapatos flamantes. Sí. Una lágrima cayó en mi cuello y yo sentí más amor todavía. No te hagas problema. No lo vas a saber. La verdad es que el óxido parece hasta una tristeza del tiempo. Y que tenga ese color y que esté tan brotado. Parece que ni el tiempo lo quisiera. Como una hoja pegada a la pared. Después de que la tormenta de a poquito de a poquito, va dejando serena a la luz. ¿Y esa silla? No, ni se te ocurra. Esa silla es de mi memoria. Vos no la pienses, y la ventana, tranquilamente es un ojo. No, no. Yo de chiquito miraba y miraba nada más. Ahora de grande, pienso postergaciones. Don ¿no tiene una moneda? Si te doy ¿seguro que la voy a pasar bien en el otro barrio? Mirame por favor, mirame que si abro los ojos empiezo a escuchar otra cosa y te pierdo. ¿Pensás en tus manos alguna vez? ¿Viste que cuando alguien se despierta, parece que las pestañas se asustaran también? Sí. Por el espejo retrovisor todo se iba haciendo una tela larga y un pasillo infinito y angosto y una soga y un hilo de cosas que yo no podía llorar. Fue la única vez en que a la mitad del sol, que era lo que se podía ver mientras se asomaba en el horizonte detrás del agua, le alcancé a encontrar esa especie de moretones o humo fijo que latían como si de adentro de eso quisiera salir una alegría o una burla. Después, cambié de laburo. Sombritas de pájaros pasando tan ligeras, tan lindas, arriba de esta inmundicia de saludos falsos. Yo la alzaba a upa, la llevaba hasta el subte, le daba un beso, la veía irse adentro del arranque deslizado, y ahora qué estará haciendo. Nombre de flor tenía, pero no me acuerdo cuál. Copien. Qué hermoso caballo. Le daba mordisquitos al aire de una lado y del otro y levantaba la cabeza al cielo como pidiendo permiso y como avergonzado y desconfiando de si eso se podía hacer. ¿Creés en las imágenes vos? Según quién y cómo las cuide. Y, un día es como una caja, en la que vos estás adentro ¿viste? mirando. No hay otra manera. Bueno, y entonces cuándo supo usted definitivamente que iba a escribir. Cuando vi que tenía que parecerme al susurro áspero y suave del trigo inclinado sobre otro trigo, antes de volver al silencio; y cuando me enteré de que para seguirme mientras me estaba buscando tenía que aligerarme como una bolsa inflada que rueda y pega un poquito en el suelo y sigue avanzando por un fin de semana vacío y bastante feo y refresca. Algunas veces, se acierta, se da en el blanco, pero el arco puede quebrarse. Y llueve. Miro. Pienso. Me dejo invitar por la imaginación. Sentimiento que interpreta la tarde de un vidrio, permanentemente acechado por telones de agua. O si no, árboles que parecen insistir en agotar su inocencia, con tal de que no quede mal saludado el cielo. Hojas con hilos de diluvio. Ráfagas de olvido que arrasan con algunos recuerdos. Cualquier clase de zozobras en lo que sigo afirmando. De lo que oigo a lo que escucho, todo lo que veo, parece quedarse callado. Llueve. Simplemente está lloviendo hubiera dicho, pero la fuerza tan reconocida del futuro, no deja de traer abrazos ausentes y despedidas que no existen entre las ramas y el silencio resoplado y como corporizándose en lo que estoy seguro de haber vuelto a darle vida, casi como pude presentirlo. Sí, cuándo no las palabras, y su momento de cristal. Entonces raspa. El viento raspa. Hay humo de luz en el sueño y el otoño explota de hojas para que yo espere y asuma más el dolor del árbol que se mueve apenas como agua de mi voz y yo vea escuchando a ese hilo de rumor que hace un solo futuro de todas las ramas, y que la tijera del tiempo muerde, hasta que el frío grita, mientras la aguja del lenguaje sigue, y trata de hacer algo por la entretela de mi nostalgia, para que la pasión brille, se hunda, avance, desaparezca y salga sin parar, hasta que el verso despierte. Sí. Un solo silbido en una calle desierta vista desde un balcón. No hay caso. Yo. Ricardo Eufemio Molinari. Casi cien años recurriendo al cielo. A los temblores de la rosa, y al aire finísimo resoplando sobre el sueño de un pájaro. Esos recodos de ríos que se enojaron y rieron mientras los miraba acariciar sus costas de pastos intensos. Vientos impecables y llenos de ternura y llanto ante el trabajo de mis sentimientos. Árboles compañeros de mi memoria siempre. Nubes que desmenuzadas o espeluznantes decían en su mudanza como ninguna otra cosa lo infinito. Silbos perfectos del vació rozando a una espina cualquiera. Callamientos preciosos del día. Aquellos detalles abiertos y escritos gracias a las líneas rosadas del aire madrugador sobre el rocío. El parecido a su soledad, que volvía a sí mismo con respeto y ausente a cantarle a sus muertos, mientras alguna emoción ligera de la brisa golpeaba algún mechón castigador y amigo de mi frente. Mantas de hojas sagradas sobre el otoño colorado y ocre. Lluvias anchísimas detrás de los vidrios llenos de quietudes buscadas para mis ojos admiradores de los compases solitarios de las ramas del campo. Llanuras dignas de un sueño gigante. Todas las edades invencibles de mis poetas más amados. El indudable de sí mismo, mientras repasaba con los ojos las vetas tan delicadas que hacen sobre el espacio la suavidad de algunos vuelos perfectos, o esos remansos de agua que se extienden como dedos dormidos sobre la pampa, sin resignarme a ser esta postrera vez de ahora. Hueso y barro metidos en la oscuridad más fuerte de mi patria, esperando a que las nubes hablen y me recuperen para lo que fui, pero no soy, mientras la nada continúe dejando cada vez más fuerte al olvido adentro de todo, sin entender que mi fe sigue intacta. Casi imposible de creer en que la vida no sea más sensible a mi voz. Aquella animadora de una palabra acompañante de otra, cambiando a este nombre agradecido de versos por lo que ellos fueron para mí, alguna vez en la que Dios me haya escuchado. Después está la soledad de lo que hablás, de lo que sentís, de lo que soñás a la noche, de lo que sabés, de lo que averiguás de todo, qué sé yo. Para mí la memoria y el olvido son dos cosas salvajes, qué querés que te diga. La nena levantaba bien despacito y apenas apenas los talones, y la burbuja salía, y esa burbuja eras vos, yo, cualquiera. ¿Y el relámpago que a veces se hace en el pensamiento? No sé. Las ideas se arremolinan y mirás, pero no estás mirando. Ponés la vista en algún lado, pero la lluvia de tu voz no para. Después el aire sigue viajando, vuelve, revoluciona las plantas, y se hace trizas contra el futuro de la pared. Qué anotaste ahí. Hay un vaso sobre una mesa. No hay nadie. La última luz de la tarde lo atraviesa y lo hace denso y pesado. Alguien pasea con su perro y ve un pedazo de papel que se nota que fue parte de una nota que dice “volvé pronto”. El ruido del frío ventoso que hubo en todo el día, a pesar de un sol siempre fuerte, le devolvía la imagen de un barco encallado. Las manos. Hoy estuve con la misma obsesión de mirarle las manos a todo el mundo para imaginarme su historia. El color azul hielo de las vías. La gente corría más despacio, cuando tenían que superar a ese hombre que vive en la calle. Levantaba la vista y yo sé que se arrepentía. El colectivo viejo, rugiendo como un león, y el auto muy nuevo, como el desgarro larguito y perfecto de una tela. Me gustó hacerme a la idea de que los guiños de las luces del semáforo estaban mandando un mensaje, igual y al mismo tiempo de lo que yo había terminado de decirme. Cada vez que hacía otra vez el gesto con el brazo para seguir discutiendo, me lo tapaba otro colectivo. El dolor cansado que tenía esa puerta. El nene se levantaba y la sombra que proyectaba en el suelo se parecía a la de una ola feliz. Las banderas se ondeaban bien rápido, como sacándose de encima, algo muy repugnante. El humo del sahumerio se hace un hilo bastante gruesito y se levanta y baja sinuoso, como si pudiera estar disfrutando de una música que siempre lo alegrara y lo emocionara, como pocas cosas. ¡Quién hubiera dicho, hoy a la mañana, me asustó una mariposa. Nadie se ahorraba la pregunta ¿por qué te gusta sentarte en la silla floja? Dos continentes me persiguen. La rutina y el pensamiento. ¡Qué lío bárbaro! Por qué no le habré prestado atención a las señales que yo me había imaginado que me daban las hojas, cuando caían llovidas sobre el camino. Uno se alivia, porque como nada, se olvida de un mal recuerdo, y de repente, un silbido. Cómo se puede creer que un zapato tirado en la calle, pueda cambiar el mundo, y sin embargo. Hojas de diario tiradas en mi vereda. Todas llenas de pisadas recientes. Hablaba, murmuraba. Siempre que lo veía, estaba hablando solo, y a mí siempre me daba curiosidad, hasta que hoy hice que me ataba los cordones, y entonces me quedé helado. Corrí, corrí, corrí. Puse cada vez más fuerza apretando los pedales, entonces el mismo recorrido, tiene cosas nuevas, pero esta vez fue demasiado. El día espléndido. Radiante. Ramas tiradas en la calle, con forma de animal. El pedazo de afiche despegado y moviéndose en el aire, como llamando. Marcas pesadas de dedos en un vidrio. Murmullo de río, confundido con el de la lluvia. Un lápiz escribiendo delante de su sombra. Un perro durmiendo como un chico ofendido. Una ventana doble y un descanso calentándose al sol. Gotas largas de barro. Una lámpara encendida, detrás del pestañeo despacioso. Dos dedos mayores, rozándose por accidente. El agua tan iluminada dentro de una bolsa de nylon, como riéndose. El arrastre de las suelas como un chasquido que se repite y se repite para encender la realidad, así está más a la mano para cambiarla. Y ahí qué notaste. Brillo. Mucho calor. Aire opacado y espeso. Puertas, rejas, veredas, eras, techos, casas, zumbido de autos. Pasta de hojas cuando tomábamos velocidad, negocios, y cuando la ventanilla se detuvo y los ojos dejaron de filmar, la película del siglo XXI había empezado con una paloma blanca, muy inquieta porque la atacaban unos alambres cortitos de lluvia muy angustiantes, y también llenos de terror. Sí. Confié. Dejé de estar paralizado. Avancé y era cierto. Me había imaginado que la vida había terminado de expresarse en el tallo y el peso de una flor que iban y volvían de parecerse una y otra vez a un signo de preguntas que eran como para apretar los ojos. Ahora por suerte ya casi no veo. Más que nada escucho en qué forma llueve. Diluvia con preocupación. Caen gotas de pensar en el mañana. Y cómo se piensa mejor. Tratando de echar a todas las respuestas, y tratando de que adentro de vos se vaya abriendo una especie de río de ternura seria. Siesta fuerte. Momento acuoso del cielo. La luz que atravesó el ventanal y dejó posada una sensación de perla sobre la canilla. Pasa la brisa, y las pestañas se siguen abrazando igual que siempre, mientras el silencio pesa bastante en el ánimo. Atención. Salvación. Pájaro que hizo catapulta suave, de la rama leve. Decirle que sí, a la fragancia de lo desconocido. Apurarme lentamente a entender lo que siento. Le pido al papel, que tenga mis palabras. Que no me ausente. Una pregunta para oponerse a otra y nada. No me ayudan ni el murmullo, ni el temblor, ni las cosas volviendo. Tiras blancas de la ruta, tragadas por la repetición. Memoria mojada. Preguntas al suelo. Respuestas que estallan y corren. ¿Esa no es la ropa nueva? Sí, pero se me mojó con felicidad. Hoy me escondí de todo lo que miraba para apreciarlo mejor. Entonces, una palabra por día. Lluvia. Seguir. Retorno. Estrellas. Universo. Detalle. Luces. Años. Distancia. Ojos. Vidrio. Viaje. Agua. Velocidad. Quietud. Silencio. Preguntas. Qué dijo. Que hay una suerte de inteligencia en el espacio que nosotros no sabemos ni siquiera empezar a preguntárnosla. Qué. Claro. ¿Y si esa gota que bajó rozando la corteza, lo dijo todo? No entiendo. Aquellas sombras leves de varitas con hojas moviéndose todavía en esa mañana de hace mucho, para borrar los pasos. Cómo. El día en que las certezas empiecen a abrirse. ¿Entonces todavía soñás despierto con aquellos pétalos que se aterran o se duermen según cómo te sientas? ¿Y el espejo? Del lado de él, parece que todo estuviera aturdido y cansado. ¿Qué no es perjudicial? Cruzar las sendas peatonales medio que saltándole encima a las franjas como si pudieran ser las teclas de un piano revolucionario. Atención. Atención. Luces que reaccionan, según cómo las mire. Después de nadie, de nada, una piedra de papel me golpeó los pasos. Las ramas se movían girando en su propio eje y de arriba abajo como si un dedo gigante hubiera estado hundiendo su venganza. A cada uno lo suyo. Cuando se es joven, la casa es la respuesta a las preguntas, y hay que salir. Pero si se va a la guerra, el sentimiento que va ofreciendo el camino, seguro que debe ser semejante al de empezar a sentirse parte de una partida de polen a la que en cualquier instante la puede soplar un infierno. Entonces la guerra deja de ser política y femenina, y se reemplaza alta, grande y ciega. Cuando se tiene experiencia en crear a este monstruo, no hay apuro. El prestigio todo lo flota recónditamente, y no cuesta demasiado librarle una guerra a un puño mesiánico por ejemplo. Y cuanto menos usado esté ese puño, a la guerra se la agiliza, y se la prepara cómodamente para los demás, y se escribe más cantidad de violencia y de miedo para el vecino más pobre, para el menos escuchado, para el menos nacido en el lugar de ese puño, y para el enemigo. Es raro. El sol tan fuerte igual deja que se hagan imágenes sin que el polvo pegado a los vidrios no desaparezca, y que las pelusas se muevan y golpeen un poco como asintiendo. Lo único que atrasa al mar que aparece delante en mi cocina lejana del mar, es el trasfondo de lo que me salvé, mientras la guerra ya tiene sus años, y no puedo imaginarme cuánto ruido se le envejeció, porque no tengo que hacer nada para volver a lo no vivido. La ciega me busca los gritos, las angustias, los temblores anónimos que quedaron contra las piedras, entre los yuyos, y en los cuerpos, ocupando un poco las fechas, los aniversarios. Lo primero que hay que sacarle a la palabra guerra, es que pierde la cabeza. Al contrario. Se la están cuidando en la jarra con agua, y en el papel apurado con signos que hacen los cuellos con discursos, ayudándola para que crezca alta, grande, ciega, necesaria. Sí. En la parte inferior de la ciega, hubo menos alcohol en las carnes heridas que en las prepotencias, y pensarlo me paraliza la cara, porque desde esta posición, atravesado por las notas horribles del agua, las pelusas ya son más que cualquier otra cosa desesperación, porque hasta me acuerdo de que las últimas ciegas más grandes, ya tenían armas letales, y de que en el caso de la de mi cocina, al ritmo de su alcurnia, la parte superior de la ciega pagaba el doble por cada cabeza cortada durante el weekend. Por otro lado, al desprestigio del alcohol no le importó si la carne combatiente flotaba o no. Eso es recónditamente. Entonces, la parte más fuerte de la ciega, aprovechó a tocarle mal la música al agua. El agua de una guerra suena pero no sana. Por lo tanto las reliquias, los recuerdos, los amuletos, quedan a la deriva de la memoria invadida por el paso incalculable de la ciega, toda la vida. ¿Será así mi lágrima inexistente? ¿Será así mi nombre imaginariamente solo? ¿Cómo será despertarse sobre el aire de la cama por una bomba que vuelve a caer? No sé, seguro que ni las cartas, ni las fotos, ni el alejamiento de todo lo sufrido, deben estar capacitados para hacer que se callen o se eviten, las costuras del terror. En fin. ¿Cuánto hará que alguien, no presiente la voz silenciosa del mundo? En fin. Era tan suave, lo que nunca vuelve. El color tornasolado de las burbujas girando y girando. El sufrimiento de los papeles encendidos. Un pedazo de barrera rota. Astillas. Todo el que pasa, va como asustado. Comprendido sólo por el aire. ¿Sabe cuál debe ser el peor pecado contra el olvido, me dijo, el hombre más tiempo del mundo. La justificación de cualquier misterio que nos entusiasme… porque… al fin de cuentas… ¿Alguien podría negarnos que ahora mismo, no hayamos poseído sobre el revés de nuestras manos…Un instante excepcional del Universo…¡Por favor, discúlpeme esta falta de discreción… pero, le confieso que, bastante seguido, me resulta absurdo saber a lo mejor quién soy…La verdad ofrecida por la duda, o su insistencia, me parece que conmueven tanto por sí mismas ya…Y si no, fíjese… la fantasía… que es una realidad que protagonizamos durante toda nuestra permanencia en la vida, según creo…de repente, puede intervenir y convencernos de que…el oleaje breve de una rama y sus hojas, podríamos decir… sometidas a la antigüedad de la brisa …pueden haber estado encendiendo un sonido…casi de nobleza para nuestros sentidos…hasta que, algo así como…un aire renovador de nuestro pensamiento, empieza a enunciar…¡por qué no…la prudencia de un temblor que se queda digamos, nada más que en lo recóndito de nuestro ser, de la soledad de nuestro ser digamos, gracias a un sueño o al recuerdo, y entonces…para qué…comprometer con exageraciones… yo diría…hasta imprudentes, a este episodio anhelante o conocido que ya somos y que tendemos a comprender o por los menos a escuchar…Nada ni nadie, me perece, puede tener la culpa de que a un árbol, se lo pueda sentir tímidamente furioso, cuando está quieto ¿no? Bueno. ¿Cómo están las estrellas? ¿Sería posible que hoy las compartas de nuevo conmigo? Le paso la mano a lo que alcancé a escribir, y no me recupero. No me alcanzo. La antena se mueve, y deja nada. A veces somos otros, y a veces átomos. Los pétalos caen y traen sombras. Yo, soy sombras. Solamente el tiempo ahoga para otra vez. Mi propia nada, danza y es fresca. Es música de nadie. No podría decir cómo pero en este instante siento la concentración de todo el mundo, en una sola palabra. Es que te veo como al mar. Emblema para hacerse a sus pasiones que vuelven al agua y hacen más agua fervorosa y sincera, debajo del estruendo de las preocupaciones. El mar. Pedazos de levedad y hundimiento a expensas de rondar por el consumo líquido de todo su concierto quebrado. De esta otra manera creo que no traiciono ni agrego nada. Simplemente trato de alcanzar cierta lozanía y cierto inmenso, con palabras. Todo depende de la calidad del detalle con que le busque la curva perfecta a la suposición de la esperanza. Los acentos de lo que nombre tienen que caer amplios y existidos a vientos de reforma, hacia un inconfundible corazón azul para dar batalla a lo que todavía no haya sido encontrado. Una vez enseñada y aprendida, la palabra espera, levanta o desguarnece el ánimo. Emociona, estabiliza, estalla. ¿Pero se le puede tener temor a la palabra? ¿Puedo tenerle temor a la palabra aun a riesgo de que en ella y sobre ella misma me excuse apasionadamente? Ah, sí. Aquel consejo en la respiración. La brisa sigue y ya no puedo ver en serio, de qué furia venía. Monstruos difíciles que abren y cierran la boca, en nombre de todo lo que vive. Pero el agua es demasiado rápida así, y los ríos, solamente nombres. Esto que terminé de descubrir, no es más que un ovillo de polvo que gira iluminado casi entre naranja y azul. De golpe, con toda su vida, el viento habla el sol, y los pétalos se iluminan y responden. Gritan como manos fanáticas. Sí. Y cuando esa cosa que quería decir sale, y hace un silbido de queja ¿adónde se golpea la verdad? ¿Adónde da? ¿Qué hace el silencio entre las ramas? La vida es tan ansiosa que no me pertenece. Prefiero mirarte con preguntas. ¿Y el aire que viene como la memoria suavecita de un río, y hace que me siente, a festejar la distancia? Mordisqueo todas las semillas de la manzana de la creación. Aplasto mi vacío. Ese cambio de la vida constante, adentro de las cosas. Idioma de la piel y del barro. Sí. Hoy, solamente camino por debajo de mi memoria. No me sobres. No me faltes. En los vellos de mi mano se escandaliza, rumorea el día. Veo golpes que se desmayan y reaccionan al terminar cada letra. Muerto por muerto los dos, los siento en cada milonga. Uno por sangre se imponga, otro por otro silencio, aparecen siempre y pienso, lo malo que es el adiós. Me gustaría correr el paisaje, y quedarme solo. Sobre los ricos y sobre los pobres, se anticipa un relámpago. Se fue la soledad. Si miro para abajo llueve, pero si suspiro, el aire su muda en declive, y se hace ráfaga ancha que embiste el vacío que esconden los hombres prefectos. La gota pesa. El sueño lo sabe. Miedo a interrumpir. Círculos concéntricos que se desvanecen en la sensación que me dejaron. Pisa una gota de rocío y vive. Escucha los sonidos cotidianos, y sigue viviendo. Escribo viejo, porque el tiempo no está. Páa ¿cuántos años tiene dios? ¿Qué decís? Que el vértigo no se apaga, ni deja que salgas del anonimato. Entonces espero, confiando en que una ilusión me roce por dentro, como una mariposa final. Una sola hojita, hablando su casi seguro desprendimiento. Hoy no hay poesía. La negación de estar de nuevo en el recuerdo que cambió muchísimo, por no olvidarlo. Así y todo, enfrentarse a las apariencias no es fácil. Como si lloviera un yo, o como si escuchara niebla. Una ceja levantada como una marea. Una distancia que se extraña atrás de otra. ¿Oírte es sal de luz, o suspiros en sangre? Ojalá pudiese pronunciar al horizonte, como si fuera la madera más indispensable para la suavidad. Certeza que me atrevo a decidirme a que existas en vos, en mí, y que te guardo en este hermoso, enorme, desgarrado mundo de lo callado, posándote en el aire libre de los que todavía no te tienen, no te conocen, ni te escucharon. Voy a esperar otra vez a que se esfere bien el sol para que me enseñe de nuevo todas esas tormentas que me hizo ayer en la hoja, cuando la apoyé contra la primera sonrisa de la mañana. El mal humor, dos veces puesto a quemar y apagado. Ahora la raíz, ya es el temblor, y el vuelo como el lujo que no hace falta confundir. Toda la noche, tiranizo las cosas. La fiebre de lo que se vive, sumándose a la sed por lo que queda en el camino. ¿Acaso no soy la sombra de mi voz, y yo otra vez la sobra de mi voz, porque tengo que sentirme algo de la luz? ¿Qué cosa seguirá eligiendo cada situación de lo que estoy soñando? Veo que somos muy difíciles, y bastante sensibles unos cuantos, ventana por ventana. Las nubes negras. Las nubes negras. Todos las conocen. Las nubes blancas se persiguen. Se persiguen. En algún caso, todo lo que empieza encendiéndose conciso, rápido, lento, breve quejido del fósforo que me ilumina un poquito la cara. A pesar de los años, los años y los años, nunca estoy donde no llegue mi vanidad. Luna de porcelana, inaugurando más recuperaciones. Alternándonos, para repartirnos bien el aire, y limpiarnos de todos los impulsos que nos quedaron, y serenarnos. Es así y siempre va a ser así. Soplo, desalojo todo de mi vida, salvo el deseo de ser el mejor traductor de la sombra que proyectan mis alas. Un cosa más. Tus ojos me despertaron.


DESPUÉS DE TODO

     Mediodía. Hay grises arremolinándose, y cualquier relámpago es como un acercamiento a lo imposible, y no dudo, avanzo. Cuerpeo con el vacío porque todo ya está cerrado y como sagrado antes de intentarlo. Es verdad. Ahora me desperté del mundo. Sé que estoy solo en todo lo que empieza sin ningún aviso. No hacerme caso. Se vive de fugacidades donde aparentemente no pasa nada. ¿Puede ayudarme a cruzar la calle? Por qué tanta ansiedad y nostalgia por lo que desconozco. Pedacitos de luz sobre las plantas. Es como si me sintiera en el compromiso de apoyar a una mariposa sobre un espejo de agua sin despertarla. Cierro los ojos y tanteo en la memoria. Los sentidos se sacan de encima la distancia. Prolijidad en el riesgo. Aplomo en la soltura. La emoción tiene que estar acariciando. Mirar hasta lo más lejos que se pueda todas las veces que está más grande y como aliviado el silencio. Mis piernas se mueven como si fueran tijeras que quisieran cortar el cansancio de la luz. No puedo dormir. Sueño con que las cosas se viesen disponibles para que yo les perteneciera del todo. Lástima. Empezaban a sonar más débiles los horrores de la radio, y en eso un grito bien grande y sonriente del sol alumbrando de barrida a toda la mesa en donde estaba pensando que ayer yo mismo hubiera diluviado, pero que hoy no soy eso. Hoy estoy acorralado por una música que no puedo traducir. Es como un vértigo más rápido que cualquier presente. Acercamientos. Apenas acercamientos. La cortina hermosa de agua sigue cayendo y se calla, y la metáfora está y late a poca distancia de donde la presiento sin que yo pueda avanzar y rozarla con lo que realmente no deja de volver y quiebra y paraliza al porvenir sentado, escribiendo lo que en un momento más va a empezar a quedarse solo de nuevo, despedazado y flotando sobre las marea chiquita del patio. Suena, no sigue. Ya vuelve la mudanza de lo que digo. Ánimo. El presente como vuelo. Lo breve como delirio. Recuperaciones. Hoy, cuando ya estaba ganando la noche, los árboles danzaban arqueándose hasta dar la impresión de que podrían quebrarse. Era hermosa la majestuosidad temeraria que ofrecía todo el contexto del paisaje. El cielo, cuanto más lejano, más luminosamente quieto en un sólo estado de luz. Las hojas y las ramas, directamente negras. El viento, impactaba en las copas, con un gruñido alargado que repiqueteaba y aumentaba su agudeza en intensidad sonora, hasta que casi a punto de apagarse, volvía a renacer. Belleza y miedo, miedo y belleza, mientras mis ojos no alcanzaban a atrapar todo lo que yo quería decirme. Quietud. Chirrido. Arranque. Situación. Velocidades. Retorno. Miradas. Asociación de cosas. Calor liviano. Brillos. Lentitud de urgencia. Atención memorizada. Llaves galería cerradura evolución reloj insistencia. Cocina. Atención. Tensión. Copa al revés. Voz invertida. Silencio ocupado. Hambre. Comida. Costumbre postergada. Expectativa. Uñas mesa tamborileo. Venas. Corazón. Azar escrito. Apenas latidos. Soltura controlada. Espera y esperanza. Interrupción. Respiración y casi no mucho más. La vida sola. El tren me traía hacia el futuro, y era tan suave lo que nunca vuelve. Otra vez. Todo lo sentido, casi como arrancado. Medio cuerpo reflejado en la ventana. Duele tan lindo el sol. Veamos que me podría haber sugerido la furia imaginaria del planeta. La brisa es una hermosa dignidad, que nunca deja de caer, ni de callarse. Otra vez. Otra vez. Hay momentos en que mis muertos queman. Secreto aparecido. El dolor, es un pan puesto al revés. Doble carril. Áspero y suave. Lisura y tropiezo. Riqueza y nada. Amanecer y oscuridad. Llegada infinita. La silla sola en el patio impregnado de situaciones. El espejo de un auto con gotas de lluvia que interrumpen partes de un lugar que todavía no se despertó y algo así como el color de un malestar en el aire. Cada avión que pasa le incorpora y le extiende un sonido de raya al espacio. El viento todavía deja al semáforo moviéndose como un martillo raro y lento. Una moneda mojada. Un desamparo que está durmiendo inmóvil. Como muerto. Abrir la cara al sol. Sembrar lenguaje. Las flores del jacarandá sueltan vapor y clima de sueño. Los talones se levantan, avanzan y vuelvo a pisar otra parte del cielo en otro charco. Sí. El acolchado quedó como un paisaje anchísimo de montañas terribles. Detrás del cansancio, hay más ansiedad. Ayer caminaba ratificando vísperas. Hoy me siento extraño en las vidrieras. Pétalo ondeándose en el espacio enfurecido. Caída de una solución. Nene que venía acompañado, pero atento para pedir que alguien lo escuchara. No solo estoy cruzando la calle. El ojo tiene otro ojo en su bestialidad, en su coraje inocente. Vuelvo atrás. A la punta del traje que se levantó hasta ponerse en forma horizontal como reacción de la derrota elegante que lo cerraba me parece. Sigue lloviendo. Solapas que me cubren de pensar a fondo. En un cartel, dos puños apretados con poco optimismo. Buscar. Todas las manos derechas de los maniquíes congelados en la mitad del gesto de la señal de la cruz. Estoy acostumbrándome a la muesca en ese árbol. Demora. El sueño se iba cerrando como un alivio. Alejamiento. Pisadas. Doblar. Murmurar. Agua de prioridades. Vacío liviano. Húmedo. Preciso. De un color acero casi transparente. Textura de una piedra o de una reflexión. El día nos empieza y nos termina. Nunca es al revés. Siempre entonces y futuro son casi lo mismo. Presente pasado. Ahora locura de ramas destrenzándose en el temporal. El techo y las sombras de mis brazos mientras estoy escribiendo. No me puedo dormir. La hoja se sigue balanceando ya casi toda desprendida de la luz y en un momento va a ser caída lógica, desprendimiento. Nervadura sola. Parte de una noche, como cualquiera. Menos es más. Duermo pero hablo. Ando, pero me dejo llevar. Otra vez. Memoria colectiva. Presentes ajenos. Luces de un auto que iluminan por un segundo la humedad ambiente. Llovizna invisible del habla. Tenue. Fácil. Pedazo de barrera rota. Aliento en las manos enguantadas. Nube que se deshace. Línea larga en la tierra, como si hubiesen arrancado una raíz infinita. Ruido de pastillas, ruido de semillas. Un pedacito de sonrisa propia flotando en el agua. Algo que no entiendo, me rodea desde el aire y se posa. Pasan y pasan, y yo sigo durmiendo. Otra vez. Otra vez. Me corrí de lugar, entonces la luna quedó cortada. En un afiche arrancado, una mano hacia arriba, quedó como una cresta. Es así. Converso con vos. Te doy mi situación si es necesario. No soporto ser tan poco salvaje. Pensaba que la luz pensaba. No sé. Venía caminando y me tropezaba con una pila de diarios que eran todos del mismo día, y entonces me agachaba, los abría y leía cosas que nunca iban a pasar. Discutían y discutían y cuanto más tiempo pasaba, más se les podía ver ese tejido brilloso de apasionamiento y de cariño en los ojos. Entonces felicitaba, como si te diera un chirlo. Y cuando descubría un jardín lindo, empezaba a preocuparse. Llegar a horario, le traía mala suerte. Cuanto más grande era el agujero en el bolsillo, más se aliviaba. ¡Odiame! Yo lo vi. Eso solo decía el mensaje de texto. Yo me lo decía, el día que el colectivo no muerda el cordón de la vereda cuando dobla, va a haber un desastre. Todos los días trataba de pisar a alguien, porque le encantaba pedir disculpas. Compraba libros nuevos, para verles la cara de desconfianza a los que se los vendía a un precio irrisorio. La cosa era contar la mentira más ridícula, para que el otro se apenara. Cortaba todos los cables, porque quería vivir, él solo, todo lo mal que le había hecho mirar desde tan chico, tanta televisión. Se miró rápido en el espejo, antes de salir. Otra vez. Otra vez. El trébol temblaba, temblaba. El grito de risa tan fuerte a la vuelta de la brisa que le movía el pelo como si lo hamacara, y ahí vino la pregunta. Guiño de luces. Me llamaban a mí. Árbol de tronco retorcido. Atrás del vidrio esmerilado, la gente pasaba como sumergida en agua de secretos. Pájaro que se levanta, pregunta nueva. La avenida larga, el día brilloso. Barniz. Un volante de propaganda dando vueltas sobre una calle nocturna. Una mano con una franela que está limpiando una vidriera y que nos sacó de nuestro pensamiento en cuanto la vimos. Bostezo. Volquete vacío. Cuatro brazos discutiendo. El ruido del motor de un colectivo en el que vamos viajando nos provoca que le inventemos un monólogo de enojo. La sombra de unos chicos saltando. El reloj de la Catedral golpeando la hora. Qué me imaginé que hubiera podido estar sintiendo la luz de la esquina. Preguntas. Otra vez. Otra vez. Una bolsa de nylon dando vueltas como una cabeza decapitada. Ruido del número que tengo en la mano. Qué increíble los nombres de algunos negocios. La pala como encajada en el pastón. Otra vez. Otra vez. Una mano acaricia el suelo de su país, de su ciudad. La crepitación de un fuego intenso. Curvas cerradas de pájaros. El tiempo y el espacio indiscriminados. El lenguaje de los golpes del habla sobre las compuertas del ser que balbucea mejor lo que ya existe, y no se deja anotar. Otra vez. Lluvia calle charco reflejo saltando camino memoria realidad otoño bravura rozar simulaciones ramas ritmos pensamiento inundación hablada oía metáforas resurgimientos gotas nuevas después pedí fuego arriba estrellas milagro conocido agradecí rechacé asumí viento hojas aire frío apagándose encendiéndome mirando dije dudé resurrecciones trébol arqueado inquieto frágil recibí más temblores luna adelante jardín marea perlada puerta llave apuro silla corrimiento ida vuelta situación mesa manos dedos puño sombra papel ojos silencié opacidades paredes ventana vidrio lento borroso continuo escribir relampagueos párpados adentro gente deshaciendo instantes casi vacío mareo profundo mudo remolino sangre sorprendida nada. Molestia voraz. Es un día pálido, y mis ganas de pensar escribiendo empujan y se arrepienten. El país está sometido al humo caprichoso de la ambición. Prueba incesante de que aquel que puede, quiere hacer más plata que preguntas. Nace. Subsiste. Ciega. Corre por las definiciones. Visita. Enmudece o lo explica todo. Está por las dudas. Hace llorar, ahoga; canta, cuenta otra cosa de las cosas. Saber. Soplido. Caricia. Traduce la memoria recién estrenada. Cartel indicador. Refrán. Olvido. Rima. Puente hasta el nombre de lo otro. Fuerte. Débil. Inhallable. Cuánto más voy a decir por vos. Dónde estaba. Se fue. Marea. Agua de sonidos en el cuerpo. Trenza de lluvia en la calle, pero nunca indecisa por sí sola. No sé. Quizás. Tal vez. Que no se someta en lo posible a la necesidad calumniada. Abrazo. Lástima. Dedos en la frente porque no se dice la hija de tundra cuando más la necesito. Pérdida. Idea. Sangre. Hace crecimiento. De repente me entusiasma. Estalla. Me cuida. Me entretiene. No me deja hablar. Reflexión. Trueno. Rayo. Socia muda de lo que vivo. Por qué. Y sí. Pero cómo era. Trabajo. Corazón. Tela de araña que se infla. Alcance. Cielo. Ropa de lo odiado, del amor, o de la referencia. Música. Espacio. Calma. Me interrumpe. Me presenta. La escucho. Trato de cuidarle la importancia. Me llamaba y no estuve. No quise. Me cansaba. Ahí. Despeja. Del otro lado de uno mismo, silencio que se lleva lo que ya no puede ser como se lo hubiera querido. Fastidia. Cumple. Desvanece. Va a terminar de ser, cuando se acabe la comparación. El hombre. Lo desconocido. Al final de una línea secreta del aire empieza a crecer el deseo de un abrazo que cuando cierro los ojos lo despido, diciéndole que sí. La cabeza apoyada sobre el ventanal, mirando la pared casi terminada y tan a mano del cielo. Los obreros como hormigas de movimientos repetitivos. Las nubes con una ternura muerta o atrapada en un bienestar muy antiguo. La correntada de un vértigo insensible. Un cartel que apenas si se mueve y hace un ruido a sonrisa falsa, de desinterés, torcida hacia arriba, como si dejara pasar un secreto no humano, y el olvido que creciera como una estrella imposible de ser verificada. Otra vez. Otra vez. La memoria como vuelo. Lo breve como delirio. Entonces vi que la mano que pedía, se fue cerrando. Cada pregunta tenía sus colores en cada árbol. Las sombras iban delante del apuro, como aguas grises. La despedida se fue desvaneciendo, aunque no hablaran. Yo me callaba la sombra de mi abuelo y el tren venía. Una moneda que gira muy brillosa y me despierta. No sé. Ya es hora de que la espera del poema ensaye su molestia, agregándole a la luz de la cocina ternura y decidir en serio que la esperanza silbe y pueble la resignación deshecha y acumulada sin descanso en las sombras húmedas y las chispas opacas de los árboles cargados de una belleza que se rompe hasta más no poder hacia la soledad que no se mueve, ni pronuncia una sola palabra. Sí. De repente el colibrí empezó a caer como un avión derrotado, y de repente se elevó como si el suelo le hubiera tirado una piedra. Las cañas se doblaban crujiendo y hacían una pena sutil, pastosa y amarilla. Otra vez. Otra vez. El hilo de nada que va haciendo crecer un pájaro cuando se va. Otra vez. Puso la suela sobre una bolsita con agua en la calle, y la última vuelta al pasado explotó y se derramó sobre esa forma arrugada de playa desierta que tenían las nubes. No sé. Mi voluntad sale como una piedra que no se puede saber en qué destino se va a calmar. Soñé despierto que en mil años más, hubiera escrito estas palabras. Del suelo se levanta un murmullo suave que hace un cilindro de unas poquitas hojas y entonces ya sé que lo que sigue es bastante parecido a preguntarme y no responderme nada que se haya atrasado en el aire mientras gira desesperándose porque yo hable en silencio apenas me reorganizo sentado casi encima de las veladuras de mi sombra, que hace como que se retira pero que se arrepiente, cambia y vuelve a ser la misma, moviéndose despacito pero con la furia dormida de un trapo agitado por el aire que tienen los fuegos recién empezados, jóvenes. Las varillas del barrilete muerto, vaciado, cazado por el progreso. Otra vez. Malvinas es una sola gota de rabia perdida y triste que de vez en cuando vuelve se incrusta y se apaga como una flecha. Otra vez. Los brotes como nudos en los que la vida espera y no sabe que va a volver a estallar. Otra vez. No exasperar la certidumbre de que el lenguaje me ayuda con lo que pienso. Un perro a la siesta, totalmente empapado y con los ojos fijos y grandes como si todo lo de alrededor hubiera nacido recién, cuando el chico sacó la última espuma del vidrio, y yo ya estaba dejando de pensar en su inocencia robada. La sombra de la bicicleta subía y bajaba por las esquinas. Sí. Evitar las precisiones evocativas. Ser algo así como un traductor deficiente y caprichoso de la memoria del aire que te envuelve la cara. Eso es. Se escuchan caballos. Las hojas ya están listas. Entonces, cuando todo ya no alcance igual te voy a pensar. Discutamos. El mar te abraza y te erosiona con su historia. Color intranquilo. Mitades. Abrir los días. Arder en los ojos. El cielo que de a ratos fulminaba el camino. Memorizar bien lo que me hablo. Temblar. Aprenderse los nudos de las cosas. Huellas. Alejamiento. Todo vuelve interminable. El agua corre como una cuerda o como un odio. Las sábanas, los pasos. Los pedazos de memoria pegándose otra vez. Despertar en la soledad de lo trabajado. Astillas de pasto sobre la vereda. No me lo imagino. Lo siento. Ahora mismo, voy a escribir en el aire. Me parece que todo este espacio de tiempo es más grande que la vida. Las gotas al rojo de la luz que dejó la tormenta, parecen lágrimas de plomo. Son como salpicaduras conocidas, pero que no esperaba. Cierres branquias llaves ruedas. Engranajes de desplazamiento. Las voces que tengo alrededor se mueven o se callan como queriéndose sacar algo de encima. Otra vez. Solamente los ruidos descansan. Giro la cabeza, y con el futuro nunca se sabe. Una vez la palabra patria apareció en mis visiones como un pájaro que cayó del cielo y se convirtió en el trapo con el que estaba fregando un piso terrible. Esa costura perfecta. Ese viaje del hilo. Qué cosas habrán estado acompañando. Otra vez. A veces, se es la flecha de uno mismo. Ayer las preguntas fueron envolturas que no sirvieron, y en el jardín la suavidad se quejaba bien despacio. Dos chicos empujaban basura, y una puteada corta y nada. Callar. Hablar. Edificarse desde la soledad para arriba. Nubes que dan miedo o tranquilidad. Agua de prioridades. Lentitud para ciertas urgencias. Anotar en el vidrio. Todo lo que importa es frágil. Cuidado. Siempre. Ahora. El día. Sangre de las cosas. Espina de las preocupaciones. El mediodía o la oscuridad en el medio de sentir las arenas de las apariencias. La curiosidad que habla. Sorprende y te deja solo, pensando los fragmentos, los matices. El ataque callado del sol que se mezcla con la mirada que de nada hace carne de espejismos para juntar errores. Unión reinventada por lo que no se ve. Del eco de la luz, un resto de caricia que se va a morir conmigo y elijo usar aire confianza alcances de historia de destino de infancia de temblor de más de lugar de tiempo de mundo difícil de límites de mucho de a poco y así, como de la nada, crecen los escalones de ser. Alimento de las tormentas. Pan de los descubrimientos. Charco con golpes. Deseos. Necesidades. Tener. Encontrar herramientas. Fuga. Parpadeo. Lenguaje cazador. Gesto en los árboles diciéndose que no y por qué falta que un solo entonces de la noche otra vez vacíe lo lejos con lo que nunca vuelve, y el olvido primero es pastoso, después es liso, y al final irrompible. Atención. Tocar. Medir. Ensayarse tejido de duda y membrana de sinceridad. Acostumbramiento. Paseo de los ojos por las paredes del límite humano. Empezar de nuevo. Martillazos a lo que ya se conoce. Se tensa otra vez el hilo, qué linda es la palabra hilo, y aparece una construcción mejor de lo que se esperaba. Apretar. Aflojar. Progresar. Esperarse. Techo de palabras. Cimientos de representación. Clavos que duelen. Clavos que te sacan lágrimas. Clavos que sostienen una sugerencia o una eternidad. Los esfuerzos se agotan y no llego a verme concluido, satisfecho, entero. Hay que hacer más mezcla y seguir esperando. ¿Qué es la guerra papá? Supongo que carne con miedo y desconfianza. No te acerques. Si es púrpura y se defiende, hay una rosa. Ahora se me fue. No es lo que quiero. Todo impacto muere vacío. Vuelto a inundar de lenguaje, pero ya no es el mismo. Después no se sabe. Los acercamientos. Agua arremolinada sobre una alcantarilla. El puente se hizo. Todo es nada pero nadie es algo. Pasó como una sombra de piedra. Aceite cajas quejas raíces. Cerrar los ojos y sentir lo que se desea se niega y se fue todo envuelto y callado y no atrapado como se quería. La llegada de las cosas como la piel de lo que se descubre y estalla sin ruido. Estoy diciendo pero no me alcanzo. Manos en los bolsillos. Agachar la cabeza y patear el aire despacito. Bruma, bruma, bruma. A veces tinieblas. Otras veces, casi todo diáfano. A la vida nunca se la dice a tiempo y en estos tiempos menos. Agujas de nombrar atrasadas por lo pregnante de la indiferencia o la conveniencia. No digas nada. Dejalo pasar ¿Y esa manito sola sin nadie? ¿Y esa necesidad? Yo tengo la conciencia limpia. Ayer me la lavé. Viene un auto. Está el cielo, y el rumor habla por su cuenta y el cuerpo anota. La luz es primordial. Este silencio no se va a morir conmigo nunca. Hoy le pasé la mano a todo lo que va a vivir después de mí y no me asusté. Letras pisos pasos abrazos sombras revoloteos caminos colores. Sentarse y sentirse. Me voy por mis palabras y sé que hay sonidos que cumplen y otros que ayudan con lo que se ignoraba. A mi país una vez lo mataron ¿sabías? ¿De dónde sacás eso? De olvidarme o de descubrirme ¿Hay poesía en los cuerpos? Si no la hubiera, no valdría la pena que estuviéramos ¿Hay palabras para todo lo que representa un pedacito de papel que esté palmeando al cordón de la esquina? ¿Y ahí qué hay? ¿Qué tenés ahí? Una respuesta doble y solamente sincera. Tengo un sueño que está todo sucio de pelearlo. Está cansado de todo lo que lo sueño. Gira, gira, da vueltas, se agarra del final de los árboles, se catapulta me toca y emigra para siempre y me deja cambiado. Es así. La ropa misma está llena de palabras. Ser. Permanecer. Impregnar a una sombra con mucha inmovilidad. Rama quieta. Moneda que vuelve a caer cada tanto desde la imaginación y que ahora está apurando su campaneo antes de quedarse muda un domingo, cerca de una obra quieta sin nadie, salvo una nena que levanta y estira y estira cintas largas de pasto para ir y venir en un viaje de su memoria que me hizo lágrimas como de fueguito extremo de ternura. Le diría vamos, vamos. Seguí. Seguí que los dueños de todo no lo saben. Estoy deseando pan espacio lluvia árbol y viento que ahora mismo está haciendo de las hojas espuma verde agitándose en la fantasía que ahora ya es agua que cruza en diluvio las velocidades de lo que estoy mirando qué hay adentro del frío. Un pájaro que arranca y espesa fuerzas y fuerzas chiquitas que se abren y después son pisadas, doblar, murmurar, y un día, otra vez, no me escribas, no me escribas, alcanzó a decirme lo que quedó de una gota que me estaba picando en la mejilla. Cada palabra entrega algo así como curiosidad, esperanza, oportunidades. Levanté el papel hasta la ventana y la luz le hizo una tormenta que no podía desaparecer. Y cuando lo bajé, llovió, porque es la verdad. Las palabras son chispas encendidas por un rayo que cae sobre cada uno de los giros que dejo atrás con cada letra terminada, y entonces llueve. La voz se va tibia por entre los labios, y vos, yo, cualquiera, alguna vez sentados, estamos pensando el suelo.



 
A mediados del año pasado Néstor me mandó un mensajito: “Hola José María: cómo vas con el tema de la luz. Un abrazo. ¿necesitás algo? Chiflá. Un abrazo.” Siempre generoso. Te recordaré en los hermosos encuentros, alguna vez en casa de Mario, otras en lo de Irina, en las lecturas, sobre todo en esa con Alberto Szpunberg, no recuerdo ahora, ¿en Quilmes, en Bernal? Un gran dolor por no haber subido al tren

En Al cerrar los ojos, Ediciones A Capela, libro digital, Buenos Aires, primera edición 2019
Néstor Tellechea (Quilmes, 9 de octubre de 1962 – Bernal, 27 de marzo de 2020)
Foto: Jmp
Néstor dirigió la revista de poesía El doblaje del aire, editada por el Centro de Arte Moderno. En 2004 fue invitado a participar del Primer Encuentro Nacional de Poesía, organizado por el Centro Cultural Artenpie y la Universidad de Quilmes. En 2005 participó de la organización en las Jornadas de Lenguas Confluentes Tradición –Traducción - Transmisión, organizadas por la Universidad de Quilmes y el Centro Cultural Artenpie. En 2011 participó en el Encuentro de Homenaje a la poeta rusa Marina Tsvetáieva, en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Coordinó talleres literarios. En 2012, la editorial Tiempo Sur editó su libro Cuatro momentos.

1 comentario:

José María Pallaoro dijo...

Tres composiciones poéticas integran este libro.

“Hablado por el agua” es un extenso diálogo con César Vallejo, podría decirse que al abrigo o desabrigo de la lluvia.

“Uno nueve ocho dos” (escrito así, con letras, como queriendo atenuar la elocuencia del título para cualquier lector argentino) contiene dos poemas inspirados en el episodio de la guerra y su contexto. Dos muestras cabales de lo que es posible conseguir cuando las enumeraciones se vuelven poesía.

“Quizás tal vez apenas”, una extensa prosa poética bajo la sombra de Las alas del deseo, la gran película de Wim Wenders, guionada por Peter Handke. Es este texto, sin dudas, el que mayores exigencias propone. El sentido se escurre una y otra vez. Inversamente, la musicalidad crece hasta convertirse en una sinfonía.

Toda la poesía de Tellechea es música. Sonido que cobra dimensión, profundidad y potencia envolvente, sobretodo, al cerrar los ojos.