miércoles, 1 de febrero de 2023

LASSE SÖDERBERG Después de todo lo que he leído



LLULL 

A Cristóbal Serra

          Después de todo lo que he leído están cansados mis ojos, como dos caballos cansados que bajan al agua para beber. Y fijate que el agua aún fluye. 

          Después de todo lo que he escrito está cansada mi mano, es como un perro sabueso que cierra los ojos. Pero fijate, aún husmea a Dios. 

          Después de todo lo que he predicado está cansado el pensamiento. El pensamiento quiere sosegarse bajo el árbol de las preguntas, pero fijate, de repente florece el árbol. 

          Después de todo lo que he leído y escrito y predicado sin embargo yo no he leído, escrito o predicado suficientemente. Es como si las palabras nunca hubieran sido vertidas en alguno de los dos alfabetos sagrados, el que me siguió desde mi feliz niñez y el que aprendí del esclavo sarraceno. 

          Mi obra es una: palabra y hecho. El ermitaño se encuentra más cerca de la vida que de la cátedra. Cada esquina que busco se convierte en un lugar sagrado. 

          Yo mismo me llamo loco cuando estoy en la plaza de un país extranjero y grito. Pero cada piedra y cada insulto que me lanzan me dan la razón. 

          Los insultos de los creyentes no son menos fuertes que las piedras de los infieles. 

          Pero son las piedras que ellos me lanzan las que me ponen a sangrar. Aterrorizado y lleno de alegría veo la sangre colorear mi ya rojo escarlata atuendo. 

          Ahora soy un hombre viejo y tengo miedo de la anhelada muerte. 


LA CASA ARRIBA DE LA PENDIENTE
 
          No era la lámpara del estudioso que ardía en la casa arriba de la pendiente, eran mis sentidos encendidos. 

          Objetos sencillos me llamaban la atención, como si rogaran a mis instintos terrenales, sábanas fragantes, vasijas de barro transpirando en la sombra, canastos trenzados de la misma ingeniosa manera, como pensaba y pienso, que las palabras se pueden entrelazar.

          Es como si aquellos objetos se hubiesen quedado de otro tiempo cuya densidad me envolvía, me daban la impresión de ser mi propio doble.

*

          Tomé como un honor tener sandalias rotas, como si hubiera llegado caminando desde muy lejos. ¿No estaba hecho el polvo de los caminos para reflejarse en él?

          Pero me hacía falta el Bastón de caminante puesto que no pude encontrar uno lo suficientemente nudoso.

*

          El silencio también reinaba aquí. Soltaba un fuerte olor agradable, como algunas plantas cuando uno las toca. Pensándolo bien tal vez era el silencio aromático y sólo eso que de vez en cuando me ofuscaba.

          Poema: roces livianos de mariposa.

          Había signos tan secretos que su contenido parecía permanecer irremediablemente oscuro. 

          ¿Habían caído las granadillas, que de manera desafiante se abrían en el suelo afuera de la casa, desde el árbol del placer? 

          ¿Tenían las vasijas forma de cráneos o caderas de mujer? ¿Aún tenía el café de la mañana sabor a oscuridad?

          ¿Se parecía el pan a los huesos o los huesos al pan? 

          ¡Todos esos signos secretos!

          No estaba solo: en el jardín del frente estaba un hombre confundido con las manos llenas de colores y miraba por encima de  los techos de las casas como hermano del Arco iris.

          Los muertos descansaban no muy lejos de la casa, blancuzcos partidos en la pendiente como tripulantes de la eternidad.

*

          Yo era un tardío, un fugitivo de la joven literatura, en todo poco emprendedor menos en la misma fuga. Mis palabras querían tener alas pero no raíces.

          Había extraviado las seis primeras y las cinco últimas letras de mi nombre, quedaba lo inevitable.

          Pertenecí a una raza anémica que no sólo había venerado la belleza sino que en la práctica la había adquirido. En cambio tenía las manos llenas de quehaceres que ni siquiera había empezado. Escribí con la tinta transparente del mar.

          Había extraviado la primera letra y las últimas once de mi nombre, quedaba lo esencial.


EL POZO
  
          El que quiere recordar y está lleno de oscuridades tiene que estar al borde de sí mismo como al lado de un pozo, 
 
          tiene que estar recostado contra el pozo con una piedra en la mano y preguntarse qué oculta el pozo, cuán profundo es, cuan largo penetra la luz,
 
          y tiene, para calcular la profundidad y oscuridad, que tirar la piedra y verla caer despacio, como reflexión, como colgada en la oquedad hasta que esté fuera del alcance de la vista 

          y quedarse de pie y esperar al borde del abismo, inclinado hacia adelante, hasta que la piedra encuentre la aún más indistinguible superficie del agua
 
          y aquel que quiere recordar ve la profundidad centellear de repente, atrayendo la luz, volverse animada como cuando un párpado se abre y es reconocida por un ojo más abajo. 



No recuerdo cómo conocí a Lasse Söderberg. Fue en un Festival de Poesía, ¿dónde? Caracol de Europa me lo regaló él. Aunque ya empiezo a dudarlo. Dentro del libro hay un par de tickets de un viaje a Rosario, ¿leyó en Rosario, estuvo en Rosario? ¿Un 10 de abril de 2004? Hay un pequeño volante de La Casa, un teatro resto bar en Mendoza al 850 (¿en qué ciudad?), para un domingo 14 de abril a las 21 horas. “Poética de lo efímero”, dice. Cada vez recuerdo menos, olvido las cosas al momento de producirse. Sé que tengo que “disfrutar” los días buenos. Disfrutar el día. Carpe Diem. 
En Caracol de Europa, Simon Editor, Colombia, 2003 / Traducción de los colombianos Giovanni Rojas y Víctor Rojas / Selección de poemas y fotos: jmp / 
Lasse Söderberg (Estocolmo, Suecia, 4 de septiembre de 1931) / Poeta, editor, traductor / 
Los autores y textos forman parte de estudio en ejercicios de taller, y su destino es solo para este objetivo.- 

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