sábado, 11 de noviembre de 2017

William Heyen, Hasta que estén contados los muertos, o condenados



DESPUÉS DE UNA GUERRA

I

Nuestros generales se aclaran la garganta: bombardearemos
el monzón mismo, o los campos

nunca se agostarán; los arrozales, aunque espesos
de excremento, pescado muerto, nunca devolverán

todos los cuerpos que hemos reclamado.
Quemaremos la tierra hasta hacer de ella un desierto.


II

Principios de abril. Se levantan vientos
en el sudeste, remolinean. Rachas de lluvia

dispersan las vainas de arroz. En aguas
donde los muertos yacen camuflados

e inmóviles, abril empieza en sílabas acuosas. Los ojos,
las lenguas de los muertos se disuelven en las cuencas de sus cráneos.


III

Sí, juntemos los restos:
del oeste, un hueso de muñeca para tocar un tambor;

del sur, unas costillas destempladas por un arado;
del este, los afinados dientes de una mandíbula tañida

como en una caja de música por bueyes que van y vienen;
del norte, el curvo arco de un fémur.


IV

Después de una guerra que nadie podría ganar, vayamos,
honremos a los muertos asiáticos que exhumamos.

Permanezcamos de pie, inclinadas las cabezas, solemnes,
frente a un monumento de piedra envuelto en una bandera.

Oigamos su música áspera, discorde,
hasta que estén contados los muertos, o condenados.



Desde ayer viernes el presidente norteamericano Donald Trump está descansado y con sus "espolones" sanos en Vietnam. Las cicatrices y millones de muertos no descansan. 

En revista Sur, nº 322-323, enero-abril de 1970. Joven literatura norteamericana. Traducción: Enrique Pezzoni.

William Helmuth Heyen (Brooklyn, Nueva York, EEUU, 1 de noviembre de 1940). Fotos: Jmp

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