jueves, 9 de abril de 2009

Guillermo Pilía: Algunos poemas de “Segunda memoria”.



_______:

Ojalá el tiempo tan sólo
fuera lo que se ama. Se odia
y es tiempo también. Y es canto.

Claudio Rodríguez


El viaje sentimental


En reunión de familia, el niño escucha hablar de Europa.
Han vuelto de un largo viaje unos parientes lejanos,
se pasan fotos, se despliegan periódicos.
Madrid tintinea en su oído como moneda
en la taza de un ciego, como organillo de Galdós.
Sopla viento en el Sena, en Nôtre Dame
no está Esmeralda. Tras los palacios italianos,
hay un cielo como un paño de bandera
—celeste y tenso— que lo llena de melancolía.
En la reunión se come, se bebe, se ríe. El niño sueña
con ese mundo que aprendió a amar en los libros.
Mañana crecerá, y el recuerdo de ese instante
irá con él por siempre: oscuro como el agua veneciana
o luminoso como la arena de Las Ventas. Nadie
sabrá nunca que esa noche casual
alimentará por años sus fantasías; que su imaginación
repondrá lo que entonces no se dijo;
que en los viajes del cuerpo —que tendrá
ocasión de hacer— buscará, sin conseguirlo,
el mismo cielo, la misma brisa, la misma luz;
que tratará en vano de revivir —en los viajes del alma—
esa soleada tristeza: la del niño que apuntaba a escritor.


Invocación a Coatlicue


Insurgentes, Tacuba, el Zócalo, los libros
de Donceles, la Avenida Reforma,
los murales de Rivera, la sífilis
del marqués de Tierra Firme, los cielos
entoldados de lluvia, los ídolos de piedra...
Bienvenidos a Teotihuacán
—nos decían al pie de las pirámides—
donde los hombres nos volvemos dioses
después de la muerte
... Un día en los bosques
y en el castillo de Chapultepec,
mañanas de Coyoacán, mañanas
en el Templo Mayor, en las iglesias
de Cholula y de Puebla, bajo humeantes volcanes;
Taxco, sus platerías, Santa Prisca,
guitarrón en la noche de Plaza Garibaldi,
Silverio o Armillita junto al mar de Acapulco...
¿Qué es el hombre, qué son los dioses, qué es el tiempo?
Lo que deseé por años, dentro de mí ha corrido
como el agua vertiginosa del Mezcala.
Sólo tú permaneces, Señora de la Falda
de Serpientes, a la que de niño temía a la distancia.
Señora Coatlicue, ruega hoy tú por nosotros.


Documento de identidad


No sé en qué trámite u oficina, junto a qué teléfono
público, se me ha perdido el documento
de identidad. Para tales casos la ciudad prescribe
lo que se debe hacer, apenas una tarde de colas
y de dedos entintados, y ya se tiene uno nuevo.
Nadie percibe que con esa pérdida tan ínfima
se fueron años enteros de mi vida: mi foto
de adolescente sin barba, cuando el mundo me abría
sonriente sus rutas; mi firma que hasta entonces
sólo había rubricado versos, inocencias; el registro
de mi año de soldado; y las constancias
de muchas votaciones: someras esperanzas
de algo mejor, en general defraudadas. Este flamante
documento que ahora llevo, con mi imagen
avejentada, no conoce —como el otro—
las lluvias de Córdoba, los latidos de mi pecho
cuando pasaba el escuadrón militar, la cercanía
de otros cuerpos de mujer: no conoce
el miedo antiguo ni el tempestuoso amor,
es apenas un carnet que identifica
a un hombre que ha nacido viejo, al que amputaron
—aunque sea en efigie— la mitad de su vida.


Marsella, 9 de mayo de 1891


Aquella —mi pierna derecha— cuántas
ciudades recorrió, cuántos países...
Juntos cruzamos los Vosgos a pie;
fuimos tras un circo ambulante desde Hamburgo
hasta Suecia; más tarde a las canteras
de Chipre y a los puertos del Mar Rojo.
Y nunca pensé en ella hasta esa noche
en que el tumor me dijo que no iba a seguirme
ya más, en que entendí que se me haría
desde entonces cada vez más extraña,
del tiempo del ajenjo y de las letras.
Como un paraguas que por torpeza se olvida
al terminar la lluvia, así la veo
ahora solitaria en esa mesa
del quirófano de la Concepción,
envuelta en unos trapos manchados de sangre,
pálida en la borrachera del éter
y empolvada de sol. Quizá una hermana
de hábito blanco más tarde vendrá
para llevarla al crematorio. Poco vale
aquí la pierna cancerosa de un francés
que vivía del comercio en el África.


Los secretos


Detrás de la ventana existe un árbol
al que el otoño lentamente transforma.
Desde su cama lo mira una enferma incurable
y piensa en futuras estaciones, en tardes
de convalecencia, en promesas de salud. Ella ignora
que ya no arribarán tales días, que a su lado
todos fingen porvenires rumbosos, que esas hojas
que caen son la única certeza. Yo la veo
mirar hacia el árbol que el otoño
y la tarde transforman, y no es tristeza
por su destino lo que siento: es más bien
piedad por el niño que yo fui, alimentado
con las mentiras de los moribundos,
con frases a media voz, con miradas
secretas, suspicaces; con palabras ambiguas
que siempre escondían algo sucio o terrible.
La enferma que sospecha de las risas forzadas
y la amabilidad de los médicos, es hoy el niño
que ayer yo fui: temeroso de aquello
que el mundo entonces me ocultaba; temeroso
de la muerte y de Dios, y también de la vida.


Lo que se queda aquí


Es el día de dejar la antigua casa: los muebles
ya han sido retirados, las ventanas
están ya sin cortinas; y los cables de la luz
cuelgan del techo con tristeza de desastre.
Nada importante va a ser olvidado. Pero acaso,
ocultos en un rincón, seguramente queden
fragmentos de uñas, de cabellos, un botón
de una vieja camisa, la hilacha de un vestido,
una moneda de diez centavos que una mañana
saltó de mi bolsillo —poca cosa
como para extrañar su ausencia—, alguna mota
de polvo de un viaje lejano. El resto está ahora
en el camión de mudanza. Menos el tiempo
que imperceptiblemente nos fue apartando de las fotos
que llevaremos a la última casa, las uñas del dolor,
los cabellos de la ternura, los botones
de los días de fiesta. Eso se queda aquí:
las hilachas de las conversaciones, las monedas
perdidas del amor, el polvo que trajimos de otros sitios
en los que rozamos la felicidad. Cáscaras de nuestras vidas
que ignorarán los que vengan, bagatelas sin precio
que a nadie más enseñarán a vivir.


--:
Guillermo Pilía
nació en La Plata en 1958. Estos poemas forman parte de “Segunda memoria”, libro aún en preparación.
Más poemas de GP en POESÍA LA PLATA.
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Foto: Guillermo Pilía en City Bell, archivo de la talita dorada.
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Si estás teniendo inconvenientes en dejar tu “comentario”, envíalo como correo-e a:
jmpallaoro@gmail.com

4 comentarios:

Rosa Avila dijo...

Hola, muy buenos los poemas. Gracias,
Rosa

Unknown dijo...

He leído una cantidad de poemas de poetas escritos compartidos gentimente por José María y por abulía no he comentado, a pesar que muchos rayan la belleza que yo busco todos los días a traves de la memoría, el respiro y expiro que vamos dejando mientras caminamos, hermoso el poema el viaje sentimental, me recuerda a Jorge Tellier, un poeta que aprecio mucho.
Un abrazo a todos

susana siveau dijo...

Guillermo, estos poemas recuperan un aire especial, la infancia en el primer bocado de magdalena de Marcel Proust.
un saludo afectuoso, susana

Anónimo dijo...

Gracias a todos los que han leído estos poemas con el alma abierta, y en especial a los que los han comentado. Un abrazo grande, sigo creyendo en la salvación a través de la poesía.
Guillermo Pilía