jueves, 3 de febrero de 2022

SILVIA EUGENIA CASTILLERO El incalculable lapso de mi cuerpo al tuyo




LOS SAPOS 

     Antes estelas verdeando sobre agua, cada uno a su turno salía boquiabierto para luego internarse en lo profundo. Ahora sacan la cabeza, no vuelven a hundir sus alargados cuerpos. Del espesor del río ninguno zigzaguea para vencer corrientes ya cálidas o heladas. Se abandonan al movimiento quebradizo que los orilla como piedras reblandecidas. Corroídos sus miembros al contacto del sol, la lluvia los arrastra. Las charcas quedan habitadas por estos injuriosos que enturbian las aguas, estos mezquinos sacos de avaro. 


CARACOL 

     De fiebre sobre los pechos, el deseo escurre; rumor de espuma en los poros, la piel se vuelve bramar marino de caracol. Espera la tarde, las calles se alejan en la luz. Sitiados por una eternidad de arena en la escalera, nuestros cuerpos comienzan a curvarse al borde del abrazo. Somos sombras sin color, contorsión perdida en el océano: un remolino obstinado en girar sin fin. En la ciudad que rueda sus aspas de molusco, contrastan como imposibles anémonas amantes, el resplandor de piernas y brazos. 

     Porque partimos al acabar el sueño, el caracol desaparece. 


LA HIEDRA CUBRE EL RECINTO…

     La hiedra cubre el recinto, entreví tu locura en los claros. Ahí demoré toda una tarde, buscaba compañía, alguien como yo varado en el tiempo, con la impronta que el mundo nos impuso. Y hablarte de mi desmoronamiento. En la casa que habitaste la escalera platica de tus cantos, todavía escucho resonar en el agua tu risa. Agua estancada con reflejos de tu boca. Agua tibia. Vine a hacer figuras de barro mientras llegas, las dejo entre baldosas desprendidas. Son pedestales. Sabrás que estuve contándote mi historia. No puedo salir: la ciudad enfureció. Más allá de la muralla en forma de corazón no hay ciudad para mí, ni vías para el tiempo. En esta mansión los ecos y estucos son símbolos tuyos, los dejaste para cuando reclamara tu presencia. Voy recorriéndolos uno a uno, son casi mapas de tu ansiedad. Cuando te sacaron cerraste y nadie ha vuelto.


TIRAR UNA, DOS LÍNEAS…

     Tirar una, dos líneas, palpar los contornos de la ciudad desconocida. Tiendes tus dedos hacia el poniente como un litoral, sedimentos y muros son mi paisaje. Allí me deslizo, caigo, conozco piedra por piedra en las líneas de tu mano. París rasguña mi pecho, anchos los bulevares aparecen en grafito, generosos abren sus esquinas, al centro el movimiento se descubre, latente sobre tu espalda. Parecía esconderse la agitación al interior de los trazos grises, un entrecortado latir, ciego en su ritmo. Era largo el recorrido hacia la ciudad desde el incalculable lapso de mi cuerpo al tuyo. 


ALLÍ ARDEN 

     Túnicas negras. Mantos rojos encendidos. Faldas, sandalias. Telas. Allí arden. En su espalda. Es la hija de Sión, intrépida. Fugitiva del amor y su abandono. Vino a arder en esta lumbre de culpa. Viene de regreso del muelle. Fue columna y fue cetro. Fue un campo de gacelas. Torres púrpura. Cintas escarlata. Centinela. Vino a arder. Cúmulo de voces la atraviesan. Pero calla. Sólo retazos de rumores atildan —requiebran. La dama cae entre montones de tela. ¿Una cortesana? Llena la boca de tierra.


EL ALTO CEDRO 

     El alto cedro se desprende en ramas heridas, ramas desvaneciendo entre savia, ramas ardientes, madera astillada y hueca, vacía su médula por el fuego. Incisivo. El alto cedro posee entre sus ramas un águila, o tal vez un nido de águila; el recuerdo del águila y su nido, el vuelo más alto del águila. No el águila. Posee en la claridad de su brillo, de su incendio —en su propio corazón que arde en cientos de lascas— los rayos del sol, el resplandor del sol, las tribulaciones del recuerdo. El águila madura —en vuelo— alegre en su disolución. Entre el querer y el deseo arde ella, arde en el alto cedro, arde embelesada. En el alto cedro, en el abismo —entre recuerdos— como vuelo de águila. Como en un nido. Arde.




En Luz irregular, Universidad Nacional Autónoma de México Coordinación de difusión cultural dirección de literatura, México, 2016 / 
Silvia Eugenia Castillero (Ciudad de México, 13 de noviembre de 1963) / Poeta y ensayista / Licenciada en Letras, Universidad de Guadalajara, con un doctorado en Letras Hispanoamericanas en la Universidad Sorbonne Nouvelle de París / Directora de la revista literaria Luvina, Universidad de Guadalajara / Foto: jmp

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