miércoles, 1 de diciembre de 2021

EUGENIO MANDRINI Alguien se pasea sin paraguas bajo la lluvia




    CONEJOS EN LA NIEVE

    Alguien se pasea sin paraguas bajo la lluvia. ¿Para apagar la locura que lo sigue como una sombra en llamas? ¿Para gozar como nadie, en ese instante, el cielo sobre su cabeza ¿O para tocar la lluvia con todo el cuerpo y ahogarse en su perfume?

Instantáneamente después de haberse amado, un hombre y una mujer quedan en silencio. ¿Angustiados al intuir que allí algo se ha roto para siempre? ¿Temerosos de presentir que es la muerte quien ordena esos pequeños cataclismos? ¿O felices de escuchar el eco de los gemidos que aún perduran en la penumbra?

Un padre y su pequeño hijo van por la calle tomados de la mano. ¿Quién elige el camino, quién el regreso? ¿Quién esa noche soñará que llevó de la mano al otro? ¿Y quién, al despertar, sabrá que él es el camino?

Un gorrión –ave deslucida– salta obsesivo de un árbol a otro y a otro. ¿Qué busca? ¿El espíritu del bosque? ¿La razón de su inquietud? ¿O escapar de los abismos del aire?

El otoño ensombrece a los árboles y se lleva al olvido la luz de las hojas. ¿Qué quiere demostrar? ¿Qué es el secuaz de la tristeza? ¿Qué es la tristeza misma engastada en el tiempo? ¿O que es el alimento irresistible de los exiliados del mundo?

Quien a menudo se interroga en el espejo, ¿qué espera? ¿Una respuesta que lo haría añicos? ¿Multiplicarse para repartir las penas? ¿O llegar al fondo de su maltratado corazón?

La nostalgia, antigua dama que sólo sabe dar opacidad al ojo y palpitación a la voz, apoya la cabeza en el hombro de una nueva víctima. ¿Qué hacer entonces? ¿Cortarle los cabellos llorosos y arrojarlos al fuego? ¿Morderle los labios hasta apagarle los suspiros? ¿O seguirla, enternecido, hasta su alcoba de niebla?

Cumplida su faena, un estafador llora repentinamente sobre un crucifijo. ¿Qué pretende? ¿Lavar de sombra el aire? ¿Humanizar el rito hasta hacerlo arte o leyenda? ¿O creer que es posible la ilusión sin término?

 Los que regresan al barrio después de haber vagado por los mundos de este mundo, ¿adónde regresan realmente? ¿A esa mujer en cuyos ojos se adivina un corazón helado? ¿Al patio del tiempo inmutable en que el sol deliraba? ¿O al infierno del que huyeron, para que alma y últimos días dejen de tititar?

Un poeta escribió cierta vez que una mujer tenía en la voz la flor de una pena. ¿Dónde encontrar esa flor? ¿En los pantanos que el alcohol refleja en los vasos sin fondo? ¿En la memoria de algún colibrí que libó de esa flor hasta dejarla sin luz? ¿O en alguien que soñó con los jardines del paraíso y, puesto a morir, se hizo tatuar esa flor en el consuelo del pecho, para iluminar el ataúd?

Interminablemente los perros aúllan a la luna. ¿Es acaso un homenaje a sus ancestros, los tenores olvidados? ¿Es el aullido un arpón y la luna el linde oscuro de la ballena de Ahab? ¿O simplemente es un lamento que imita la voz de la vida?

¿Y si de pronto al doblar una esquina o mirar al fondo de un aljibe, como un sobresalto o un estallido, aparece la Belleza? No importa si en forma de revelado amor, de cielo en un prado nunca visto o de pájaro posado sobre una rama invisible. Importa que es ella, desnuda en toda su luz, invasora como el diluvio, real como la sangre de la historia. ¿Qué hacer entonces? ¿Cerrar los ojos y ordenar a la lengua el olvido del grito para no enloquecer? ¿Arrodillarse como el sediento ante el último espejismo? ¿O seguir de largo, imperturbable o con cierto vaivén de soberbia en los pasos, dado que la Belleza es sólo un reino fugaz?

Ahora bien: ¿qué miro yo tan fijamente en la llanura blanca cuando quiero escribir y el poema se niega? ¿Conejos en la nieve?




En Conejos en la nieve, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2009
Eugenio Mandrini (Buenos Aires, 16 de diciembre de 1936 – 30 de noviembre de 2021) / Fotos: jmp

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