martes, 27 de noviembre de 2018

ALBERTO GIRRI Tocar tambores para que llueva




Que el poema no nace, es hecho. Opera ataque artificia, producto del escribir y del arte. En ese acto, vagamente recordar cómo alguna vez el distingo entre artista y artesano no existió. Quizás tal hacer sea ilusorio, jactancia; lo literario atribuyéndose la creación de algo, poema, cuando lo que en realidad ocurre es que el poema “sucede”. No pasaría nuestro trabajo de ser más que una tenaz invocación: tocar tambores para que llueva.

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Según lo anterior, este “sucede” le da al poema el carácter de una presencia, al margen, paradójicamente, de su condición verbal. Y no afectado por la, a la larga, imprecisión y limitación del lenguaje.

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Complicaciones ociosas. Lectores, críticos, exégetas, escoliastas, al especular con la presunta verdad o falsedad de un poema. Por ejemplo, ¿cómo llegar a saber, en el caso de que se presente aspectos engañosos, que el poema se engaña también a sí mismo?

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Utopía igual a embalsamiento. Los que defienden la posibilidad de un arte poética en cuyos logros (arte objetivo, lo llaman), no haya nada accidental, aleatorio, de tal modo que lo que los poemas transmitan permanezcan inalterable, idéntica impresión en cada lector. Cada poema, existiendo de, por y para él mismo, con lo cual nunca moriría. Una suerte de morts vivants, como caricaturas de clásicos.

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Preciosa cualidad de la Atención, infalible conducirnos siempre a metas definidas. Su hacer esquivar el peligro de confundir la imaginación con el ensueño, y su constante advertencia: No tomar los frutos obtenidos por los deseados.
Complemento: “El ensueño es un tributo a la pereza intelectual”.

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En 1989/1990, Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1990. De El motivo es el poema.
Alberto Girri (Buenos Aires, 27 de noviembre de 1919 – 16 de noviembre de 1991). Foto: Jmp

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