lunes, 10 de septiembre de 2018

CLARICE LISPECTOR Sí, creo que yo también te amo





1968
¿INTELECTUAL? NO

Otra cosa que no parecen comprender los otros es cuando dicen que soy una intelectual y yo digo que no lo soy. De nuevo, no se trata de modestia y sí de una realidad que ni de lejos me hiere. Ser intelectual es usar sobre todo la inteligencia, lo que no hago: lo que uso es la intuición, el instinto. Ser intelectual es también tener cultura, y yo soy tan mala lectora que, ahora ya sin pudor, digo que no tengo realmente cultura. Ni siquiera leí las obras importantes de la humanidad. Además de leer poco: sólo leí mucho, y leía ávidamente lo que me cayera en las manos, entre los trece y los quince años de edad. Después pasé a leer esporádicamente, sin orientación de nadie. Esto para no confesar —y esto lo digo con algo de vergüenza— que durante años sólo leía novelas policiales. Hoy en día, a pesar de tener muchas veces pereza para escribir, llego de vez en cuando a tener más pereza para leer que para escribir.
Literata tampoco soy porque no hice del hecho de escribir libros “una profesión” ni una “carrera”. Los escribí recién cuando espontáneamente me surgieron, y sólo cuando realmente quise. ¿Soy una aficionada?
¿Qué soy entonces? Soy una persona que tiene un corazón que a veces se da cuenta, soy una persona que quiso poner en palabras un mundo ininteligible y un mundo impalpable. Sobre todo una persona cuyo corazón late de levísima alegría cuando logra en una frase decir algo sobre la vida humana o animal.


¿CÓMO SE ESCRIBE?

Cuando no estoy escribiendo, yo simplemente no sé cómo se escribe. Y si no sonara infantil y falsa esta pregunta que es de las más sinceras, yo elegiría a un amigo escritor y le preguntaría: ¿cómo se escribe?
Porque, realmente, ¿cómo se escribe? ¿qué se dice? ¿cómo se dice? Y ¿cómo se empieza? Y ¿qué se hace con el papel en blanco que nos enfrenta tranquilo?
Sé que la respuesta, por más que intrigue, es esta única: escribiendo. Soy la persona que más se sorprende al escribir. Y todavía no me habitué a que me llamen escritora. Porque, salvo las horas en que escribo, no sé en absoluto escribir. ¿Será que escribir no es un oficio? ¿No hay aprendizaje, entonces? ¿Qué es? Sólo me consideraré escritora el día en que yo diga: sé cómo se escribe.


1969
¿QUIÉN ESCRIBIÓ ESTO?

Anduve revolviendo papeles viejos y encontré una hoja donde estaban escritas, entre comillas, algunas líneas en inglés. Lo cual quiere decir que yo copié las líneas de tan bellas que me parecieron. Pero no estaba anotado el nombre del escritor, algo imperdonable. Voy a intentar traducirlas y no sé si la traducción conservará ese algo que tanto me afectó:
“Entonces por un momento los dos se apagaron en la dulce oscuridad tan profunda que ellos eran más oscuros que la oscuridad, por unos instantes ambos eran más oscuros que los negros árboles, y después tan oscuro que, cuando ella intentó levantar hacia él los ojos, sólo pudo ver las ondas salvajes del universo por sobre sus hombros, y entonces ella dijo: ‘Sí, creo que yo también te amo’.”


LA PELIGROSA AVENTURA DE ESCRIBIR

“Mis intuiciones se vuelven más claras con el esfuerzo de trasladarlas a palabras.” Esto escribí cierta vez. Pero está equivocado, pues, al escribir, pegoteada y pegada, va la intuición. Es peligroso porque nunca se sabe qué ocurrirá —si se es sincero. Puede venir el aviso de una destrucción, de una autodestrucción por medio de palabras. Pueden venir recuerdos que jamás se habría querido vieran la luz. El clima se puede volver apocalíptico. El corazón tiene que estar puro para que se presente la intuición. Y ¿cuándo, mi Dios, se puede decir que el corazón está puro? Porque es difícil reconocer la pureza: a veces en el amor ilícito está toda la pureza en cuerpo y alma, no bendecido por un padre, sino bendecido por el propio amor. Y todo esto puede llegar a verse —y haber visto es irrevocable. No se juega con la intuición, no se juega con la escritura: la caza puede herir mortalmente al cazador.


AMOR A LA TIERRA

Naranja en la mesa. Bendito el árbol que te parió.


LIBERTAD

Con una amiga llegamos a un punto tal de espontaneidad o libertad que a veces le telefoneo y ella responde: no tengo ganas de hablar. Entonces yo le digo hasta luego y hago otra cosa.


1970
LA COMUNICACIÓN MUDA

Lo que nos salva de la soledad es la soledad de cada uno de los otros. A veces, cuando dos personas están juntas, a pesar de estar hablando, lo que ellas comunican silenciosamente una a la otra es el sentimiento de soledad.


ESCRIBIR

Escribir para un diario no es imposible: es algo leve, tiene que ser leve, e incluso superficial: el lector en relación al diario, no tiene ni ganas ni tiempo de profundizar.
Pero escribir lo que después será un libro exige a veces más fuerza de la que aparentemente se tiene.
Sobre todo cuando se tuvo que inventar el propio método de trabajo, como yo y muchos otros. Cuando conscientemente, a los 13 años de edad, asumí mi deseo de escribir —yo escribía cuando era niña, pero no había asumido un destino—, cuando asumí mi deseo de escribir, me vi de pronto en un vacío. Y en ese vacío no había quien me pudiera ayudar.
Yo tenía que erguirme de una nada, tenía que entenderme, inventarme a mí misma, por decirlo así, mi verdad. Empecé, y no era ni siquiera el comienzo. Los papeles se juntaban uno con otro —el sentido se contradecía, la desesperación de no poder era un obstáculo más para realmente no poder. La historia interminable que entonces empecé a escribir (con mucha influencia de El lobo estepario de Herman Hesse), qué pena no haberla conservado: la rompí, despreciando todo un esfuerzo casi sobrehumano de aprendizaje, de autoconocimiento. Y todo se hacía en secreto. No le contaba a nadie, vivía aquel dolor sola. Una cosa ya adivinaba: era necesario intentar escribir siempre, no esperar un momento mejor pues éste simplemente no llegaba. Escribir siempre me costó, aunque hubiera partido de lo que se llama vocación. Vocación no es lo mismo que talento. Se puede tener vocación y no tener talento, es decir, se puede ser convocado y no saber cómo ir.


1971

Estoy escribiendo con mucha facilidad, y con mucha fluidez. Hay que desconfiar de eso.

*

Un domingo a la tarde sola en casa me doblé en dos hacia delante —como con dolores de parto— y vi que la niña en mí estaba muriendo. Nunca olvidaré ese domingo. Para cicatrizar me llevó días. Y heme aquí. Dura, silenciosa y heroica. Sin niña dentro de mí.


ESCRIBIR LOS SOBREENTENDIDOS

Entonces escribir es el modo de quien tiene la palabra como cebo: la palabra pescando lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra —el sobreentendido— muerde el cebo, alguna cosa se escribió. Una vez que se pescó el sobreentendido, se podría con alivio lanzar la palabra afuera. Pero ahí termina la analogía: la no-palabra, al morder el cebo, la incorporó. Lo que salva entonces es escribir distraídamente.


RECORDAR LO QUE NO EXISTIÓ

Escribir es tantas veces recordar lo que nunca existió. ¿Cómo lograré saber lo que ni siquiera sé? así: como si lo recordara. Con un esfuerzo de memoria, como si yo nunca hubiera nacido. Nunca nací, nunca viví: pero recuerdo, y el recuerdo es en carne viva.


1972

(…)
Querría superarme en 1972 y caminar delante de mí misma. Sin dolor. O sólo con dolores de parto que den un nacimiento de cosa nueva. También porque, al superarse, se sale de sí y se cae en el “otro”. El otro es siempre muy importante.
El verano está instalado en mi corazón.
Y de todo —queda esta última frase que me vino aislada, suelta y sin explicarse. ¿Así somos nosotros? ¿Sin explicación?
Si así somos, amén.
¿1972? Amén.
Me rehúso a ser un hecho consumado.
Por ahora floto en la pereza. Adiós.


ESCRIBIR PARA EL DIARIO Y ESCRIBIR LIBROS

Hemingway y Camus fueron buenos periodistas, sin menoscabo de su literatura. Guardando las debidísimas y significativas proporciones, era esto lo que ambicionaría también para mí, si tuviera el aliento.
Pero tengo miedo: escribir mucho y siempre puede corromper la palabra. Sería más protector vender o fabricar zapatos: la palabra quedaría intacta. Lástima que no sé hacer zapatos.
Un periodista de Belo Horizonte me dijo que había constatado algo curioso: ciertas personas encontraban mis libros difíciles y, sin embargo, perfectamente fácil entenderme en el diario, aun cuando publico textos más complicados. Hay un texto mío sobre el estado de gracia que, por el asunto mismo, no sería tan comunicable y no obstante supe, para mi espanto, que fue a parar dentro de un misal. ¡Qué cosa!
Le respondí al periodista que la comprensión del lector depende mucho de su actitud en el abordaje del texto, de su predisposición, de su ausencia de ideas preconcebidas. Y el lector del diario, habituado a leer sin dificultad el diario, está predispuesto a entenderlo todo. Y esto simplemente porque “el diario se entiende”. No hay duda, sin embargo, de que yo valoro mucho más lo que escribo en libros que lo que escribo para diarios —esto sin, no obstante, dejar de escribir con gusto para el lector de diario y sin dejar de amarlo.


1973
UNAS PALABRITAS SOBRE TAXISTAS

¿Será que una persona es taxista por vocación? A veces creo que sí, tan a gusto generalmente se los ve. De pronto, en medio del silencio, me preguntan cuando encienden un cigarrillo: ¿quiere fumar uno de los míos? Yo nunca me niego. ¡Y cuántos hijos tienen los taxistas! Pero ellos dicen que el dinero alcanza. Y cuántas preguntas indiscretas me hacen. Respondo casi todas. A veces estoy de mal humor y no respondo ninguna. Lo más gracioso es que, con los taxistas, no se dan conversaciones tontas. Todavía no entendí por qué. Se dan, a causa de mi mano, muchas conversaciones sobre incendios. Por lo que veo, todos ya se quemaron un poco, o por lo menos sus conocidos. Me dicen: duele mucho. Lo sé. Por otra parte, después de que sufrí el incendio, cuánta gente encontré que se había incendiado. Parece que es un hábito.


JAZMÍN

Después volveré al mar, siempre vuelvo. Pero hablé de perfume. Me acordé del jazmín. El jazmín pertenece a la noche. Y me mata lentamente. Lucho en contra, y desisto porque siento que el perfume es más fuerte que yo, y muero. Al despertar, soy una iniciada.


APENAS UNA BASURITA EN EL OJO

Y de repente aquel dolor intolerable en el ojo izquierdo, el lagrimeo y el mundo volviéndose turbio. Y tuerto: pues al cerrar un ojo, el otro automáticamente se entrecierra. Cuatro veces en el transcurso de menos de un año un objeto extraño agredió mi ojo izquierdo: dos veces basuritas no identificadas, una vez un grano de arena, otra una pestaña. Las cuatro veces tuve que acudir a un oftalmólogo de guardia. La última vez le pregunté al que cumple su vocación cuidando por así decirlo de nuestra visión del mundo: ¿por qué siempre el ojo izquierdo? ¿Es simple coincidencia?
Respondió que no. Que por normal que sea la vista, uno de los ojos ve más que el otro y que por eso es más sensible. Lo denominó ojo director. Y éste, por ser más sensible, toma el cuerpo extraño, no lo expulsa.
Quiere decir que el mejor ojo es aquel que al mismo tiempo es el más poderoso y el más frágil, el que atrae problemas que, lejos de ser imaginarios, no podrían ser más reales que el dolor insoportable de una basurita que hiere y araña una de las partes más delicadas del cuerpo. Me quedé pensativa.
¿Será que esto sucede sólo con los ojos? ¿Será que la persona que más ve, por lo tanto la más potente, es la que más siente y sufre? Y la que más se desgarra con dolores tan reales como una basurita en el ojo. Me quedé pensativa.
Pues, como iba diciendo, me acordé del Año Nuevo, así, de pronto. Nos deseo un 1974 muy feliz a cada uno de nosotros.



 
En Revelación de un mundo, crónicas 1968-1973 Journal do Brasil, Adriana Hidalgo, 2004. Traducción de Amalia Sato.
Clarice Lispector (Ucrania, 10 de diciembre de 1920 -¿1925? – Brasil, 9 de diciembre de 1977). Foto: Jmp

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