lunes, 26 de febrero de 2018

Antonio Di Benedetto, Una bocanada de luz se derramó en el cajón de la ropa de hombre




EL ABANDONO Y LA PASIVIDAD

     Una bocanada de luz se derramó en el cajón de la ropa de hombre; pero inmediatamente fue ahogada. La luz fue entonces sobre la ropa femenina, que mudó de continente: del cajón de la cómoda a la valija, sin la pulcritud sedosa que conoció recién planchada. Un viso, despreciado, quedó marchito y encogido sobre la cama. La malla enteriza perdió la compañía de las dos piezas biki­nis.
     Cuando la puerta selló con ruido la salida de la valija, el vaso alto de agua al fin intacta permaneció haciendo peso sobre el papel escrito, asociado, en la explanada de la mesita, a la presencia vertical de un florero de flores artificiales, rojas con exceso, veteadas de un rosa tierno mal conjugado con el color furioso.
     Pero al acallarse la violencia exterior, también la violencia del sol, la vena rosa se extinguió y las flores comenzaron a ser una revuelta e impalpable mancha acogida a las discretas som­bras. Entonces, sólo el despertador mantuvo la guardia, una rela­tiva espera, espera de luz de velador, de transformarse el orden de algunos objetos, su integridad tal vez.
     Porque todo era pasivo —o mecánico, el reloj—, pero dis­puesto para servir en cuanto la puerta se abriera.


*

     El vaso, casi repentinamente, alarga su sombra, una sombra liviana y traslúcida, como hecha de agua y cristal; luego, despa­cio, la contrae y más tarde, con cautela, la extiende de nuevo, pe­ro con otro rumbo.
     Otra vez cuando en el cielo, afuera, hay nubes y ruidos co­mo derrumbes subterráneos, el vaso está aterido y tiende a ser algo neto, conciso, también, si es posible, levemente impregnado de azul.
     El despertador ha caducado.
     Por su inercia cobra vigencia una mosca, entre un sol y otro, entre un sol y otro, pero no más de dos.
     El agua se enturbia en el vaso y se hace nido. Como una flor ha sobrenadado su superficie un mosquito y adentro, ahora, prueban profundidad las larvas.
     No obstante, este mar manso es cuna letal, agua sin alimento, y al cabo manda arriba los débiles despojos.
     La atmósfera quiere desprender su peso creciente sobre las cosas y es una amenaza de todos los días que no puede temerse.


*

     Una piedra, una piedra vulgar de acequia, sin aviso ni apo­yo de congéneres consigne lo que antes no logró su familia menor, blanca y efímera: la del granizo.
     Rasga la castidad del vidrio de la ventana y trae consigo el aire, que es libertad, pero pierde la suya, cayendo prisionera del cuarto.
     Sin la unidad que contribuía a hacerlo estable, el vidrio se descuelga de prisa y arrastra a su perdición al hermano hecho va­so. Lo abate con su peso muerto y se confunden las trizas entre una expansión desordenada de agua que, tan de improviso sin claustro, no sabe qué hacerse, va a todas partes, ante todo al pa­pel que resultaba intocable vecino.
     La tinta, que fue caligráfica, se vuelve pintora y figura, en azul, barbas, charcos, estalagmitas...


*

     En adelante la ventana a nada se opone. Expedita al aire, una vez permite la brisa que elimina de la mesa el papel, seco y prematuramente viejo; otra, el viento zonda, que atropella el flo­rero y, por si fuera poco, arroja tierra a él y sus flores.


*

     La luz, que sólo fue diurna y venía por la ventana, retorna una noche manando de los filamentos de la lámpara del medio. Las cosas, opacas bajo el polvo, recuperan volumen y diferenciación.
     Uno de los dos zapatos que avanzan entre ellas va sobre el papel como a corregir rugosidades, en realidad únicamente a ensu­ciarlo. Así, decrépito y embarrado, el papel sube crujiendo hasta la proximidad brillante de unos anteojos. Desciende hasta la mesa de noche y después, con otra luz encima, la del resurrecto velador, tiembla un rato inacabable ante los lentes redondos. Pero no se entrega. No es más un mensaje.


*

     La pureza de la luz solar triunfa sobre el amarillo tenue, ya extemporáneo, que permanecía derivando de los dos focos.
     La luz solar, consecuente inspectora, encuentra que todo es­tá. Hay menos orden: la colcha arrugada, cajones abiertos… pero todo permanece. Faltan del cajón de la ropa de hombre una ca­misa, un pañuelo y un par de medias; pero encima de una silla que­dan otra camisa, otro pañuelo y un par de medias, sucios.

Escrito en 1955



En Declinación y Ángel, Gárgola, Buenos Aires, 2006.
Antonio Di Benedetto (Mendoza, 2 de noviembre de 1922 – Buenos Aires, 10 de octubre de 1986)
Nota de ADB: “El abandono y la pasividad” está compuesto solo con cosas, pero no simulándoles vida y lenguaje como en las fábulas. El florero es florero y la carta carta. Si el vidrio y el agua hacen estragos es en función meramente pasiva. El drama humano se halla implícito.

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