viernes, 9 de abril de 2010

Marcelo Leites – Dos poemas de “Tanque australiano”


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LO QUE DIJO EL VIENTO

Las hilachas de luz describen
siluetas diminutas, desnudas.
Hileras verdes en galería
adelgazándose en las sombras.
La luna irradia mi cuerpo
¿Soy todavía?
¿Soy un río que viene y va
o sólo su reflejo?
Estallido de agua.
Nado contra la corriente.
y mis brazos levantan vuelo.
Nadar es apropiarse del agua.
En la costa bailamos unidos
un ritual ebrio y tribal
cuyo ritmo hemos olvidado.

El aguaribay mueve sus ramas
y la lengua absorbe el centro
picante de los pimientos rojos.
El viento entre las ramas del aguaribay.
Arranco una rama
y la rugosidad de mis manos
cede a la suave savia de sus hojas.
Este olor a resina pegajosa me acompañará
en el viaje definitivo.

La superficie iluminada de la costa,
los biguaes y sus círculos sobre el río,
la insistencia del grito de las aves
y los dorados que saltan fuera del agua
deberían bastar a la hora de hacer un recuento.

Cuchilladas de sol en las nubes oscuras.
Las brasas oscilan tenues sobre los restos
del mediodía: el humo de la carne asada:
el pan y el vino y esa canción que quedó
flotando como una revelación
deberían bastarte, aunque más no fuera
como una lacerante, dolorosa maravilla.

¿Y la alegría de la mesa compartida?

¿Aún te dicen algo esas nubes?
Dibujan entre los huecos del cielo
los rostros que creías fieles
con una sonrisa lejana y suficiente.
¿Aún te dicen algo esas nubes
que se disgregaron en el aire?
Pasan
Pasan
Pasan como las plumas
tornasoladas del pavo real.

¿Te dicen algo, todavía?
Ah, la entropía del conocimiento.
Saber no nos salva:
Nos deja al borde
de nosotros mismos:
Los zumbidos de las moscas
nos atraparon como arañas en su tela.
Hemos llevado el universo a nuestra casa
y hemos cerrado la puerta.
Pequeños hombres grandes
Pequeños monstruos maquillados
que acusan con el dedo de dios
y no dejan a nadie en paz.
No se puede tolerar a los intolerantes,
no, Oliverio, no hay que compadecerlos:
hay que ignorarlos.

¿Y la alegría de la mesa compartida?

Todavía el aire bombea tu corazón.
No has muerto en ninguna batalla,
y aunque tu papel en el universo
sea como el paso de una hormiga
sobre una brizna de hierba,
cada día renuevas el salto.
Debería, entonces, alcanzarte.

Ahora, en esta primavera de guerra,
los hijos toman aire de mis pulmones
y cantan una canción.
Estas voces enamoradas del mundo…
Habrá que seguir cantando
y las voces unidas en el canto
deberían, al fin, bastarnos.

Las luciérnagas no saben que iluminan la noche.
Suspendidos en el espacio, los amantes
quedan exhaustos como dos nadadores.
El mundo se cae a pedazos
y todavía estás ahí, del otro lado,
tendida, tendiéndome una mano.

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EL JILGUERO DE LEOPARDI

Todavía se repliega el pájaro solitario.
Es un jilguero que goza de soledad.
Solamente canta en una de las ramas
del álamo.
Todos los días y a la misma hora
canta... y le alcanza.
Canta sin saber quién es
sin saber por qué o para qué
canta.
Nada, ni siquiera la presencia
de otros pájaros
lo distraen de su canto.

¿Dónde quedó ese tenue hilo
que nos deja al borde
de nosotros mismos?
¿En qué lugar olvidaríamos el canto,
la articulación fulgurante de la vida?
La memoria sólo repite los gestos del cuerpo.
Cuando uno rescata sus mejores años
había otros que ya habían crecido
y creían que esos años eran los peores.

El jilguero sigue con su canto ensimismado,
aunque nadie lo escuche.
Sigue cantando aún en el álamo.

El descanso en las escaleras
puede confundirse con el vacío
cuando el pie pierde el equilibrio.

Algún día llegaremos al final de la infancia
y entonces podremos volver a cantar,
cuando el instante tenga la fuerza
de lo permanente.

En “Tanque australiano”, Ediciones Gog y Magog, Buenos Aires, 2007
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Marcelo Leites nació el 2 de marzo de 1963 en Concordia, Entre Ríos. Poeta y crítico literario.
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Foto: Marcelo Leites
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1 comentario:

Rolando Revagliatti dijo...

Requete-bienvenida esta prometedorísima muestra de tu "Tanque australiano".

R. R.
www.revagliatti.net


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