domingo, 7 de diciembre de 2008

Acerca de nuestra leyenda original: “La Plata, ciudad de poetas”



EpA!, 2007

Divagaciones humorísticas en torno al ejercicio legal de la poesía

Por Guillermo Pilía

Mi amigo Juan Pablo Silveiro es un caso extrañísimo dentro de la historia de la literatura platense. Llegó, como tantos otros jóvenes, del interior de la provincia a fines de los 50. Ingresó a la carrera de Letras, y apenas recibido, publicó un sobrio libro de poemas, muy bien impreso, con versos medidos y rimados. Nunca más volvió a editar, y aunque de tarde en tarde despunta el vicio componiendo alguna poesía jocosa, se sentiría muy ofendido si alguien lo llamara “poeta”. Digo que mi amigo Juan Pablo es un ejemplar rarísimo, porque la mayoría de los que pululan en el ambiente literario, con mucho menos antecedentes, no sólo no sienten vergüenza cuando se los llama “poetas”, sino que se sentirían agraviados si alguien se olvidase de hacerlo. En cualquier otro lugar del mundo, quizá la cosa no sería tan grave, pero en La Plata, que es la “ciudad de los poetas”, la cuestión es mucho más peliaguda.

Según las estadísticas, siete de cada diez habitantes de la ciudad se consideran poetas. Cualquiera que haya escrito unas rimas de amor o alguna coplita futbolera se siente en su derecho de ser llamado así. ¿Y quién tiene la autoridad suficiente para denegárselo? Acá la gente nace sabiendo que esta es la “ciudad de los poetas”; nada más natural, entonces, que casi todos nos sintamos con atribuciones para titularnos como tales. Ahora bien, como decía el maestro Domingo Ortega, una cosa es dar pases y otra muy distinta es torear. Pero si en el mundo de los toros esto está muy claro, en el de la literatura, donde las cornadas son a veces peores, la atmósfera es quizás más confusa.

Primero habría que analizar de dónde viene eso de la “ciudad de los poetas”. Sabemos que La Plata es muy joven, apenas 125 años, que en términos históricos es nada. El problema de las urbes recién fundadas es que no tiene leyenda, pero como los hombres no podemos vivir sin esa dimensión que aguije nuestra fantasía, entonces tenemos que inventarla. Un par de hechos fortuitos se conjugaron para armar nuestra leyenda original: el nombre de La Plata surgió de la cabeza de un poeta, José Hernández; después, el día de la fundación, una poetisa escribió un poema alusivo que se depositó bajo la piedra fundamental. El destino de La Plata estaba así, de alguna manera, marcado.

Por aquellos años —1882, 1883— esta era una especie de ciudad fantasma. Pero en 1885 se instaló aquí el primer poeta, Matías Behety, con su tisis, su alcoholismo y su melancolía romántica. Apenas si vivió en la ciudad unos meses. Murió y fue sepultado en el cementerio de Tolosa. El resto de la historia es bastante conocida: cuando se trasladaron los cuerpos a la actual necrópolis, apareció un cadáver momificado y fosforescente, que no era otro que nuestro primer poeta. El pueblo peregrinaba al cementerio para contemplar a la momia y hubo quienes le atribuyeron incluso poderes curativos. La leyenda ya estaba instalada, y hasta con componentes sobrenaturales.

Después de Behety, llegó a La Plata para sobrellevar sus miserias el bueno de Almafuerte; vivió —su correspondencia es bien clara al respecto— malhumorado y dependiente del alcohol, y murió lleno de deudas. Vino después la generación que Rafael Alberto Arrieta llamó “la primavera fúnebre” de La Plata: Abigail Lozano, Pedro Delheye, Héctor Ripa Alberdi, Alberto Mendióroz, Francisco López Merino... Todos murieron muy jóvenes, algunos con demasiada precipitación. El paradigma fue López Merino, quien agregó la nota trágica del suicidio. La Plata no sólo iba cumpliendo con ese destino original azaroso, no sólo era una ciudad de poetas, sino de poetas que la pasaban mal, morían jóvenes o trágicamente.

La leyenda de la “ciudad de los poetas” terminó de sellarse con la “generación del 40”. Ya habían pasado los tiempos románticos de Behety, Almafuerte o López Merino. Por razones económicas, profesionales o intelectuales, llegaron a La Plata un conjunto de escritores del interior de la provincia, que aquí se mixturaron con los bardos locales, que no eran pocos. Este fue un momento particularmente rico para nuestras letras, porque casi simultáneamente estaban escribiendo aquí Albarracín Sarmiento, Amaral, Casey, Catani, Ciocchini, de Isusi, Fiori, Ghida, Granata, Guglielmino, Lahitte, Mombrú, Núñez West, los dos Ponce de León, Pousa, Venturini, Tiberti; e iban afilando los lápices Casalla, Lerange, Alba Swann, Porro, García Saraví, Silvetti Paz, Speroni. Quizás fue este el momento en que la leyenda cobró más visos de realidad.

A los que nacimos después, ya nos contaron de chicos que esta era la “ciudad de los poetas”. Nos mostraban la casa de Almafuerte, el busto de López Merino, la tumba de Behety. De vez en cuando, incluso, llegaba hasta aquí algún poeta ilustre: Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego, Rafael Alberti. Por si fuera poco, abríamos el diario y nos encontrábamos con “Prosa y verso”. Nada más natural que muchos de nosotros —siete de cada diez, según las estadísticas— quisiéramos ser poetas.

Pero ya lo decía el maestro Ortega: una cosa es dar pases y otra muy distinta es torear. Una cosa es escribir versos y otra diferente es ser poeta. Evidentemente, no basta con haber nacido en La Plata, con saber que Panchito se suicidó en el Jockey Club y que Fernández Moreno estuvo aquí de practicante cuando la ciudad todavía era una aldea. ¿A quién hay que dar el tratamiento honorífico de “poeta” y a quién hay que negárselo?

Alguien podrá decir: “Un poeta, para merecer tal título, no sólo tiene que escribir, sino también publicar sus poesías”. Por lo tanto, será más poeta quien más publique, quien demuestre una continuidad en la gaya ciencia a lo largo del tiempo. Pero este criterio, en una ciudad de tan curiosa vida cultural como la nuestra, pronto queda desacreditado. Hubo grandes poetas que publicaron muy poco, por ejemplo Alberto Ponce de León, que editó un solo libro; y sin embargo, a nadie se le ocurriría poner en duda que fue un gran poeta. En contrapartida, hay otros casos de versificadores sumamente prolíficos, que sacan a la luz uno o dos libros por año —también habría que discutir a qué llamamos “libro”— y a los que, no obstante, sería descabellado considerar poetas.

Es evidente que un poeta no se mide por lo que publica. Es más: hubo el caso en La Plata de uno que se resistió heroicamente y durante muchos años a publicar. Su propósito era crear otra leyenda: la del poeta que fue tal y pese a que nunca publicó. Finalmente, un editor amigo se largó a publicarlo y yo mismo hablé en la presentación del libro, con lo que el legendario poeta pasó a engrosar la fila de los poetas que no tenemos leyenda. Todavía queda un caso más asombroso: el de un poeta —en el sentido original de la palabra— que nunca escribió nada, y a despecho de esta contingencia llegó a ser presidente de la Sociedad de Escritores.

Otros podrán decir: “Un poeta se mide por el reconocimiento de los demás poetas”. Si seguimos esta lógica, entonces será más poeta el que tenga más participación activa en la vida cultural, o el que haya obtenido más premios literarios, ya que es fundamentalmente en los concursos donde los escritores más experimentados valoran a los bisoños. Pero pronto nos damos cuenta de que es otra falacia. Hay personajes abonados a la sección de sociales de los diarios —suelen fotografiarse junto a los directores de cultura de turno—, mientras que otros trabajan honestamente en las sombras, al margen de los contratos oficiales. ¿Y los premios? Un poeta como Horacio Preler —poeta cabal y con mayúscula— sólo consigna en sus datos un premio literario, mientras que otros llenan páginas con la enumeración de sus lauros. ¿Es más poeta que Preler uno que obtuvo cuarenta veces la décima mención de honor en los juegos florales de El Zapato? Preler sólo menciona un premio, pero es el premio de poesía de la Academia Argentina de Letras...

Como puede verse, la cuestión no es nada fácil, y el origen del problema es el haber nacido o vivido en una ciudad a la que llaman “de los poetas”. En la práctica de la convivencia literaria, las aguas parecen separarse con mayor claridad. Por ejemplo, los verdaderos poetas tienen mucho olfato para detectar a los que no lo son, o a los que se apartan del buen camino. A una cena a la que se había invitado indiscriminadamente a cualquiera que se considerase versificador, llegó una famosa figura de nuestras letras y, mirando a la sala colmada de gente, me dijo: “Qué lástima que no haya venido ningún poeta”.

Una posible solución al problema sería la de determinar, mediante instrumentos científicos, quién está habilitado y quién no para el ejercicio legal de la poesía. También se llama a La Plata “la ciudad universitaria”, y no por eso el setenta por ciento de los platenses se hace llamar “doctor”; para ello existen las Facultades que examinan a los aspirantes y confieren los títulos de grado o de posgrado. De la misma manera, podría constituirse un Organismo, un Alto Tribunal que otorgue el título de “poeta”. Y un Colegio de Graduados en Poesía que vele por el correcto ejercicio de la profesión, imponga el silencio a quienes no son “poetas matriculados” e incluso inhabilite a los que no son solidarios con sus pares y se dediquen a hacer rosca con el diablo.
Mientras aguardamos la llegada de algún mesías literario que encuentre la solución al problema de la “ciudad de los poetas”, lo mejor es que las cosas sigan como hasta ahora, un poco mezclada la Biblia con el calefón. Cuando La Plata tenga no ya 125 años, sino 1250, quizá todos los que hoy nos consideramos con fueros de poetas estemos en el más absoluto olvido. Y acaso entonces los arqueólogos exhumen la obra inédita de algún ignoto versificador de café y lo declaren ante el mundo como el poeta emblemático de la ciudad.
__

Guillermo Pilía (La Plata, 1958) es profesor en Letras, poeta y escritor. Sus últimos libros son "Herido por el agua" (poesía, 2005), "Días de ocio en el país de Niam" (cuentos, 2006) y "Vicente López y Planes y El triunfo argentino" (ensayo, 2007). Es director de la Cátedra Libre de Literatura Platense “Francisco López Merino” de la Universidad Nacional de La Plata.___

18 comentarios:

Anónimo dijo...

Es tremendo este tema y tiene derivaciones inauditas: los otros días en una conocida fonda de la calle sesenta( frecuentada, por supuesto, por poetas de toda laya), una joven moza voceó todo el menú en rimas alejandrinas!. Me parece que por aquí (la "ciudad de los poetas") hay un típico problema de "oferta y demanda": hay tantos poetas que terminan leyéndose a si mismos y odiando a los entrometidos que solo se dedican a la prosa o a tareas meramente ministeriales; es más fácil conseguir un poeta de ocasión a la vuelta de la esquina, que un buen plomero en toda la ciudad. Conclusión: seguiremos leyendo (¡y escribiendo!) sobre goteras y perdidas (de agua) incorregibles...

Anónimo dijo...

--- Con el correr del tiempo y el andar por muchos lugares insólitos del conocimiento humano, aprendí que un exceso de pudor es también un exceso de orgullo.
Un médico jamás negaría ser médico, sea bueno o malo, ni un artista plástico negaría que pinta.
Pero a los poetas "les da pudor llamarse poetas" ¿porqué? Es contagioso como lepra? o habrá que hablar de prejuicios, de pensar que un poeta es un tipo que se creé dios, así con minúscula, por lo de las huellas( Horderlin). En realidad hay mucho de eso. De prejuicio. También hay mucho ego y competencias varias (mercado). Pero la verdad es que conocí poetas que nunca escribieron ni un verso, ni pintaron un cuadro, ni se propusieron ser poetas y sin embargo lo eran o lo son. Es cuestión de actitud, supongo.
¿No será hora de bajar y andar por el mundo y entre la gente sin laureles molestos en la cabeza?

Anónimo dijo...

Muy bien Pilía, todo muy bien ¿y qué pasa con las últimas promociones? Usted se fue allá lejos y hace tiempo, quizás por no querer jugarse con algunos de sus mayores y de su propia generación.
Ah, y me gustaría saber qué jurado le otorgó a Preler (para mí un poeta menor) el premio de poesía de la Academia Argentina de Letras

Anónimo dijo...

los ojos del poeta, digo, del verdadero poeta, son como sus versos: claros, inconfundibles, puertas para ir mas adentro, de él y de mí; después están los otros, los verseros, a ellos también se les trasluce el orillo en las palabras y los ojos. Lo bueno es que, a pesar de los "asesores" de poesía, la ciudad de los poetas puede dormir tranquila su leyenda porque de los 7, seguramente hay mas de uno que nos salva, yo, por lo menos, conozco a uno, que por estos días debe andar mas feliz porque vino a La Plata pari duraaaa padubaaaaa badiduuuu, jajajajjaja
Besote Negra

marisa negri dijo...

Qué bueno leerte Guille, me hiciste divertir un rato...me apaña el sino de ser extranjera en la ciudad de los poetas y coincido un poco con virginia, y otro poco con el sr Biblioteca (pues que ciudad de poetas que hasta las bibliotecas hablan!!)pero más coincido con madariaga..."se es poeta por una amplia sonrisa de las aguas" por lo pronto dejo la puerta abierta, una hogaza de pan,un buen vaso de vino y
espero que la señora poesía me visite algún día
un abrazo!!

Anónimo dijo...

Buen juego Guille, para reirnos un poco a la hora de la siesta, en este año que se va. Nosotros el tercio que se sabe no poeta y disfruta por lo bueno y también de las peleas de los que se dicen/y/o que son poestas, agradecidos. Pasiones humanas, humanos al fin, pequeñeses y glorias de una ciudad fantástica.

Oliverio

Anónimo dijo...

Amigos poetas, versificadores o felices integrantes del 30 %: mi idea fue darle un poco de humor a una actividad que por momentos parece demasiado seria. Un contrasentido, porque los que escribimos lo hacemos para ser felices, no para sufrir. Los sufrimientos vienen a veces del ambiente enrarecido que nos rodea, lleno de miserias, envidias y traiciones. No ha sido mi intención meterme con nadie (ni de mi generación, ni de los viejos, ni de los nuevos) porque no soy quien para juzgar. Sí puedo juzgar actitudes humanas reprochables, porque de otra manera sería cómplice. Respecto al premio de Preler, lo decidieron los miembros de la Academia, pero tengo entendido que la postulación la hizo Castillo. A mí Preler no me resulta un poeta menor, o será que yo también lo soy. Los verdaderos poetas menores son los que joden a sus camaradas y andan hablando hijaputeces. Menores como poetas y como personas, y de esos tenemos una larga lista en La Plata.
Guillermo Pilía

Anónimo dijo...

Muy buena la contesta del Sr. Pilía acerca de los poetas menores. Hay tanto hdp dando vuelta. Ahora que bajé a tierra me viene a la mente unas líneas del pichón gelmaneano Jorge Boccanera:
“no es que los poetas mientan
es que los mentirosos
quieren hacer poesía”,
o por lo menos dicen hacerla, por eso tanta foto municipal, tanta agachada a la bragueta, tanto cuadernillo publicado con supino palabrerío incoherente (para que solo entiendan los entendidos en no entender nada). En fin, parece que me da calor bajar a tierra...

Anónimo dijo...

Un datito más (y para el Sr. Pallaoro):
bien las fotos de lo libruelos platenses (aunque de muy mala calidad, me parece que va a tener que hacer un curso de fotografía el editor del blog o por lo menos pedir ayuda a alguien que sepa), pero el dato es este: la tapa del libro que ilustra el articulo calenchu/humorístico del Sr. Pilía es “Ciudad de los Poetas”, editado por el Colegio de Escribanos de La Plata en 1967, es un gran cuaderno (lo tengo ante mis ojos) de unos 25 x 35 cm. (no tengo regla a mano, así que la medición es a ojo), colaboró en la edición la Sra. A.E.L., hay muchos poetas de la ciudad (desde Almafuerte hasta Oteriño) y se inicia con un curioso (por lo menos para mi) epígrafe (¿ficticio pero real?) de D. F. Sarmiento que dice:
“La Plata es el pensamiento argentino, tal como viene formándose e ilustrándose hace tiempo, sin que nadie se de cuenta de ello”.
Ahora me pregunto: ¿y dónde están los gorriones? ¡Genial y premonitorio lo del primer maestro! ¡Y todavía no nos dimos cuenta!

Los otros dos libros que se ven en el piso (buena aunque malograda la idea de los libros por el piso ante esas diagonales marcadas entre mosaicos) corresponden a “Veinte poetas platenses contemporáneos” de Ediciones del Fondo cultural bonaerense y es de 1963 y realizada por la Sra. A.E.L. (¡otra vez, parece que es la única que laburó en serio en la ciudad! ¿para cuando el premio Panchito Guerrero a la trayectoria?) y “Primera antología poética platense” editada entre 1956/58 (no puedo precisar el año ya que mi ex mujer expropió mi biblioteca, aunque estoy seguro que en cualquier momento ,lo encuentro en Lenzi). Esta antología creo que tiene selección de Roberto Saraví Cisneros (aunque una vez un viejo poeta de la ciudad me dijo que no fue así).
Dicen que el humor es sano, así que me voy volando y cantando una de Aníbal Sampayo, esa que dice: “Hay hombres como la higuera, nadie la ve florecer.”
Salú, Laplata!!

LAO dijo...

En lo personal, recibí mi inclinación
por la escritura en mis propios genes
a través de mi padre, mi abuelo y desde mis ancestros.Lo hice junto con
la mamadera. No se si tan bien o tan mas o menos. Ni me autocalifiqué de poeta, ni se me dió por hacer libros. Me crié en los ramales de City Bell, donde permanecen mis raices y muchos lazos afectivos.No creo que sea tan fácil catalogar a alguien de poeta o de no poeta.
Tampoco soy muy amigo de los rótulos o estampillados. No obstante ésto de los blogs me estimuló a "salir un poco de la ostra" y desde un tiempo tengo el mío propio. Y, desde ya, me gusta que me lean y opinen, eso me hace bien. Gran parte de mi vida, me crié en calle 3 y Pellegrini, enfrente de lo que con los años se terminó llamando Escuela F.M.Esquiú, lo que para mi terminó siendo una agresión, preguntándome a mi mismo...que si eso es educación, porqué sacaron el Ombú que allí había, lo que también anuló mi identidad local; quedando solamente mis recuerdos del pasado.
Muy interesante el escrito.Saludos.

Anónimo dijo...

Muy divertido el escrito. Y por otra parte, el dilema de quién es poeta o no, y por qué.........es casi un tema tan dificil, como contestar qué es poesìa.

Me parece muy acertado el comentario de Biblioteca Popular........hay todo un "pudor de llamarse poeta......que tal vez no tendrìa que existir. prima la idea de que poeta es alguien......fuera de lo humano, cuando es tan humano como todos los demàs.

Marcelo Juan Valenti.


Ps. Esteeeeeee, la capital de la poesìa es Rosario.

Anónimo dijo...

Yo conozco a un poeta de la ciudad que solo escribe sobre temas humanístico-políticos, pero eso sí, nunca a una marcha, nunca se juega por nada real, ni siquiera es solidario. Cagón de cuarta se le dice a estas personas de este lado del río. Hace un par de días le escuché decir a un novelista que para él este muchacho ya bastante grandulón (pasó holgadamente los 50) era el poeta más importante de los últimos 20 años. Así andamos, en ningún juego en el que poder andar.

Sefiní: ¿los poetas menores son los menores de edad... mental? ¡A dialogar, muchachos, a discutir!! ¿Acaso la poesía no lo vale?? Si, ya sé, no caer en el chismorroteo fácil..., pero por algo se empieza ¿no? Tal vez del encuentro, del diálogo, de la discusión, nazcan mejores poemas y poetas.

José María Pallaoro dijo...

Y bueno, algunas cosas se dijeron. Y como en todas las cosas siempre hay alguito de verdá.
Gracias Vir: no pude estar con “el hombre que amaba a todos las mujeres” por el sol que pegó fuerte ese día en los chaperíos de City Bell.
Marcelo Valenti y Rosarino: Eso dicen, ¿no?, de Rosario; ahora: con el Negro y con Litto ya es sufi... ¿o la quieren todas para ustedes? Jaja
Lao: ¡Yo padecí mi primaria en ese colegio! Ah, el eclesiástico de ese lugar además era capellán del ejercito (y no precisamente de salvación).
Cóndor: Bien lo de las imágenes del blog, las puertas están abiertas para colaborar en mejorarlo. La primera antología poética platense (con selección, prólogo y noticias de Roberto Saraví Cisneros, por lo menos así reza en tapa) tiene pie de imprenta el 30 de julio de 1956 en los talleres de la Editorial Claridad. Y de paso cañazo, un fragmento del poema del gran Edgar Bayley, “La claridad”:

“Y como me ha tentado siempre la claridad
Aquella vez cuando bajo un abierto y extendido sol
Comenzaron a encresparse las aguas de la bahía
Hasta adquirir un tinte violáceo
Y un gran pájaro blanco surgió de repente de entre las nubes
Batiendo sus alas y revoloteando suavemente a mi alrededor
Decidí que era el momento de arrojar estas palabras al mar
Porque la claridad que tanto he buscado
Sólo está en algunos silencios
En algunos espacios en blanco
Antes y después de unas pocas y triviales palabras”

Kosmonauta del azulejo dijo...

Con respecto a lo que contás, te dejo un cuento chino de los buenos, y espero que se entienda:

Keichu, el gran maestro zen de la era Meiji era el abad de un enorme templo de Kyoto. Un día vino a visitarle por primera vez el gobernador de Kyoto.
Su asistente le llevó la tarjeta de visita del gobernador, en la que se leía: "Kitagari, gobernador de Kyoto".
-No tengo nada que tratar con ese tipo-dijo Keichu a su asistente-. Dile que se largue de aquí.
El asistente devolvió la tarjeta con sus disculpas:
-Ha sido culpa mía-dijo el gobernador.
Tomó un lápiz y tachó las palabras "gobernador de Kyoto".
-Pregúntale otra vez a tu maestro.
-¡Ah!¿Es Kitagari?-exclamó el maestro cuando leyó la tarjeta-. ¡Hombre!, dile que pase...

Lo mismo pasa con los poetas y los dentistas, entre otros. Un asunto a tener en cuenta antes de invitarles a tomar unos matecitos.

Un saludo desde Iberia.

Anónimo dijo...

Estimado Pallaoro: soy Juan Pablo Silveiro, el viejo profesor que menciona Guillermo en su artículo. Creo que alguna vez nos habremos visto en algún acto (tengo idea de haber seleccionado un trabajo suyo para el premio Hespérides) pero ya casi no voy a ningún lado. Bueno, quería agradecerle por el artículo en el que se me cita, que no hace otra cosa que decir la pura verdad. Mi amigo Pilía es a lo mejor una persona demasiado buena y ha tenido pudor de mencionar a Francisco Guerrero, a lo mejor no fue pudor, sino asco. También debería haberle puesto nombre y apellido a todos los escritores que se sacan fotos con el director de cultura de turno, acaso entre ellos esté el cagón de cuarta que menciona el amigo de Punta Lara, aunque no hay que ser excesivamente duros con los poetas que no van a las marchas, yo por problemas de salud no puedo, pero tomo partido de otras formas, por ejemplo esta, aunque ¡Yo no soy poeta!. También tendría un par de cosas que decir sobre los que hacen otros comentarios, uno que se queja de que no aparecen los jóvenes. Los jóvenes me tienen un poco podrido, con su urgencia de figuración, cómo van a aparecer si ellos a nosotros no nos dan ni cinco de pelota, sobre todo cuando ya tenemos más de 70 como es mi caso. El que dice que Preler es un poeta menor debe ser seguramente uno de esos jóvenes pedantes, pero por suerte hay otros que lo reconocen como maestro. Preler es un poeta enorme, como dice Guillermo, y es una excelente persona. Y aunque el ser bueno no mejora la obra, admitamos que la combinación buen poeta-buena persona es bastante difícil de hallar. las nuevas generaciones deberían leer más a Preler y no tanto a otros "maestros" que nadie los entiende, y que tampoco se la juegan ni van a ninguna marcha ni firman ningún documento, pero a los que todos respetan porque escriben difícil. Bueno, Pallaoro, yo soy así, me paso meses sin contestar un correo y de repente vomito todo lo que me viene a la boca. Felicitaciones por el blog (así le dicen?) y si le da ganas meta allí lo que quiera de este comentario de su amigo que lo saluda afectuosamente. -Juan Pablo (no II). (No tuvo necesidad de meter nada, porque el viejito aprendió algo más y lo ingresó solo. A ver si me felicitan, che)

José María Pallaoro dijo...

Juan Pablo: ¡Felicitaciones!!!
Lo mejor para usted en este 2009 que se está por iniciar.
Y la seguimos, porque para eso está AROMITO.
Fuerte abrazo, jm

Anónimo dijo...

Qué lindo! Está bueno que se revuelva el avispero y el tema sea la poesía. “Ladran Sancho…! Lástima los golpes bajos...pero, es cierto, somos humanos. Prof. Pilía, se acuerda cuando en Necochea hablamos de que este tema estaba gastado? Bueno, parece que no es así. Sigue generando polémica y está bueno, porque --en mi caso, por lo menos—escucho (bué, leo) y aprendo. Y por el tono de las palabras y la altura de los argumentos también se aprende de la calidad de las personas. Adhiero al que dijo que esto no hace mejor a la obra pero ¡es tan grato encontrar buenas personas que además escriban poesía! Porque, pregunto :1) a cuántos grandes poetas reconocidos por todos podríamos decir –con objetividad y justicia—que es, o fue, una gran hdep.? 2) la poesía no es buena ni mala. La poesía que se precie de verdad está más allá de todos nosotros. Y si sabemos que solamente la posteridad (muuuy posterior) va a decidirlo, ¿para qué preocuparse ahora por otra cosa que no sea el escribir—que debiera ser más importante que figurar-? En fin, ojalá todos seamos buenos para la poesía y en un lejano futuro “entremos por la puerta del príncipe” a la historia de nuestra querida ciudad, pero más que nada aportándole bonhomía, solidaridad, respeto y un anecdotario rico en enseñanzas compartidas entre generaciones. JM, salud! desde la mesa tendida para todos.

Anónimo dijo...

"Yo soy herido, yo soy un poeta" (GONZALO ROJAS. Chile, 1917-)