lunes, 29 de septiembre de 2008

Homenaje a Roberto Themis Speroni a 86 años de su nacimiento.

Una lectura de “Un poeta en el hueso del invierno”
por Alfredo Jorge Maxit

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La mejor manera de homenajear a un poeta consiste en la valoración de sus textos. He elegido el de Un poeta en el hueso del invierno (1963) porque marca el comienzo de la poesía madura, existencialmente profunda del poeta, que, hasta entonces, se sentía más cercano a la sensorialidad del paisaje provinciano, al canto de los afectos, al mundo nostálgico de la infancia, a la exaltación de los pequeños seres de la naturaleza. Y, sobre todo, porque es un poema que toma hondamente en cuenta “la seriedad del mundo” y ubica a su autor en las búsquedas de la realidad del ser a través de una palabra poética cargada de preguntas, un signo de responsable contemporaneidad.
Recuerde el lector esta señal como un adelanto: unos versos tomados del –a mi juicio- libro más representativo de su período anterior, Tentativa en la luz.

Ven, viajemos. La muerte es sólo un ángel;
un ensueño entre pájaros y estrellas.

(De: Íntimo viaje.)

El poema.

El poema elegido fue publicado por Ana Emilia Lahitte en 1963, en Veinte poetas platenses (1). De este modo son 7 las publicaciones poéticas de Speroni: Habitante único, 1945; Gavilla de tiempo, 1948; Tentativa en la luz, 1951; Tatuaje en el tiempo, 1959; Un poeta en el hueso del invierno, 1963; Paciencia por la muerte, 1963; Padre final, 1964. En otra publicación de Lahitte: Speroni. Poesía completa, de varias ediciones, se encuentra buena parte de los textos poéticos no publicados por el autor, casi todos ellos pertenecientes a los últimos años de su vida, textos que están reclamando una cuidada y difícil edición que completaría el corpus de la poesía speroniana.
Para ser precisos, Un poeta en el hueso del invierno es más que un libro, un poema -algo extenso- escrito en 1962 y publicado un año después.

El título.

¿Qué le sugiere al lector el título de este poema? Por supuesto que cada uno tendrá su respuesta, pero ninguno dejará de considerar los términos que lo componen. Evidentemente que uno podría hacerse algunas de estas preguntas: ¿qué hace un poeta en el hueso del invierno?, ¿qué significa hueso aquí?, ¿invierno es solamente la estación del frío?
Decía un intérprete de los primeros siglos de nuestra era que en los tropiezos está el comienzo de la interpretación. Por cierto que hueso es el primer tropiezo y cualquiera entiende que su significación va más allá del sentido literal. Por otro lado, hueso es como el soporte de la carne, su último sostén. ¿Será el sostén del invierno, en este caso? ¿O sea, su núcleo, su carozo, su secreto? Por último, si uno recurre al diccionario, tal vez prefiera quedarse con lo que se dice del vocablo figuradamente: Lo que causa trabajo o incomodidad, el empleo muy penoso en su ejercicio.
Tal vez no estaría de más considerar que el sujeto del título no es el autor ni el hombre genéricamente considerado, sino un poeta.

La estructura del poema.

Un poeta en el hueso del invierno es un poema en 6 cantos de versos endecasílabos, verso predilecto de Speroni. Son 330 versos y fácilmente se advierte que el pirmer canto es el más extenso (129 versos), el segundo el más corto (23 versos), apenas con un verso menos que el canto cuarto (24 versos). Los cantos restantes son bastante parejos: canto tercero (43 versos), canto quinto (41), canto sexto (40). Versos blancos, sin rima.
Atendiendo un poco a marcas internas se ve que el primer canto es expositivo. En el mismo se habla del invierno y sus misterios. En el segundo canto ocurre un cambio importante. El yo poético se dirige a algunas de las figuraciones personificadas del invierno, galería, laberinto, y le dice: te descubro, recorro tu interior. En el canto tercero se da otro avance: el yo interroga al invierno (tú): ¿en qué lugar ha de morir el hombre? <> Interrogación que cambia en sujeto y objeto plural en el canto siguiente -¿Qué hemos hecho entre tantos de nosotros?- y recae en el yo, en el canto quinto: ¡qué pena,/ qué extraño espanto, qué salvaje impulso/ me guiaba de prisa hacia el invierno ...!. Finalmente, en el canto sexto se pregunta por otros sujetos: ¿Alguno habrá quizá que por el hueso/ se aventure conmigo y con tu rostro? ¿Habrá un hombre con ojos de conquista/ que atravesando el frío se disponga a conseguir su lámpara y la tuya...?/ ¿Habrá algún dios nevado al otro extremo...?

Yo, el poeta.

El poeta se identifica repetidas veces con el yo poético; o viceversa, el yo con el poeta. Un yo que, por otro lado, ofrece muchas posibilidades o vacilaciones de ser, entre repetidos acaso. Junto con los verbos que indican acción –ando, voy internando, avanzo, voy integrando, descubro, sigo paso a paso, etc- y con las figuraciones del hueso del invierno, más las marcas ya señaladas, la reaparición continua de la pareja sinonímica –yo, el poeta- constituye uno de los núcleos vertebrales del poema. Algunos ejemplos:

Del canto I:
Yo, el poeta, el desnudo –el mar acaso,
acaso la montaña, un dios acaso-
yo, el poeta,
-acaso el arenal, acaso el miedo-
Y yo, el poeta, el taciturno –acaso
la sombra de un anillo, acaso el simple
sollozo de un guijarro, acaso el vuelo-

Del canto II:
Yo, el poeta –acaso lo imperfecto,
lo sórdido y terrible, lo espantoso,
acaso una incenciada flor de agujas,
un lívido viajero –

Del canto III:
Yo, el poeta,
el jinete maldito, el señalado,
por tu planicie de estupor transito
acaso como un pájaro en la lluvia <>


Del canto IV:
Y yo, el poeta, el hombre, el astillado,
-acaso la verdad, acaso el signo,
o simplemente el hombre que conoces-


Del canto V
Yo, el poeta, me voy hacia su fondo,
y en el hueso invernal fundo mi torre,

Del canto VI
Yo, el poeta –acaso el hueso mismo,
acaso el hondo tubo donde duermen
las sienes de la escarcha-

Hueso de límites cambiantes.

Necesariamente en esta consideración semántica del poema será preciso resumir un poco su contenido para acercarlo al lector que desconoce el texto.
La acción del yo poético consiste en ir observando, como un huésped curioso en una galería, en ir andando, caminando el hueso,/ lo frío del invierno y sus misterios. Al principio la contemplación resulta aparentemente complaciente o resignada, no dramática:

voy internando mi vejez, mi llanto,
la certidumbre de saber que el hombre
es una forma del amor, del canto,
de la muerte que sopla dulcemente
a través de las grietas del invierno.

Canto I

Sin embargo, al avanzar un poco por el hueso invernal, por el gran tubo, un viento tiritante va ciñendo de lúgubres rumores, de murmullos/ cuyo color castiga el ceño triste, / el triste muro de la frente abierta a la razón, que el universo guarda. Esta pared insalvable ante toda interrogación se hermana con la llaga del poeta. Entonces siente que las cosas amadas y fugitivas avanzan con él dando vueltas al origen de lo que fuera bello <> Todo conmigo va por ese hueso/ de límites cambiantes.
¿Cuál será la tarea del poeta ante la devastación? La respuesta suena a ontológica.

Voy integrando el ser, lo que los años
separan dividiendo, haciendo trizas
junto al hueso constante del invierno.


Canto I

Tal vez la primer ruptura de nivel en el conocimiento del invierno mortal esté en ese vislumbrar momentáneo de otra significación.

Por momentos,
descubro que hay un símbolo terrible,
una inviolable lápida asfixiando
esto que soy y somos, esta ardiente
necesidad de andar, de ver el grito
que el invierno sostiene, que aprisiona
con terquedad de hiedra en lo sombrío.

Canto 1

Destrozado entonces por aguzadas limas, por arañas polvorientas, sigue avanzando por este gran hueso,/ donde el invierno es único monarca,/ dios de cristal, señor de la derrota. A su alrededor le aparecen niños, vírgenes heladas, arqueros de piel blanca que tejen tapices, juegan a la muerte.

me miran, aparecen y se internan
en el gran hueso del invierno hundido
en la mitad del tiempo, en lo callado
del tiempo y su mordida mariposa.

Canto 1

El Canto I finaliza contando lo que a veces el poeta imagina, que el hueso está en mí mismo. Y, entonces, eso le resulta tan verdadero que el hondo hueso/ me suena en la garganta, me golpea/ los apretados dientes del mañana. Es que, como afirma en versos inmediatamente anteriores: es verdad que estoy próximo a lo exacto/ que la muerte difunde <>

El canto II es de transición. El yo ha descubierto al tú, al hueso del invierno y lo recorre interiormente, se apronta -más bien- a recorrerlo por dentro.
En el III, yo, el poeta se acongoja repitiéndole cantos y preguntas. Una de ellas ya ha sido señalada:

¿en qué lugar ha de morir el hombre,
ha de cantar el hombre tanta fiebre,
tanta visión de augusta persistencia?


Recuerda a continuación los inviernos de su niñez con el corazón suelto como si fuera una escala de vuelo. Pero en la actualidad de su viaje, hueso entre ramas, toma nueva conciencia de sí mismo, de su mortalidad.

Hueso de invierno, fémur oxidado,
jardín por el que he vuelto a descubrirme,
a descubrir el límite del hombre,
su conciencia mortal, lo perdurable
y efímero a la vez de tanta historia
repetida en el curso de un remoto
río invernal, corriendo hacia lo eterno.
(Canto III)

En el canto IV, yo, el poeta abre como un paréntesis con el afuera, con el objeto de su contemplación, e ingresa brevemente al hacer invernal del hombre, a la historia, a lo que el hombre ha ejecutado con los hombres, con la naturaleza especialmente.

¿Qué hemos hecho entre tanto de nosotros?...
¿Qué destino impusimos a los mares,
a los peñascos, a la sombra viva
de un tallo entre las dunas de la idea?...
Han crecido ciudades y se han muerto
detrás de los inviernos; el gran hueso
está tendido en su infinita curva
como un pájaro quieto en el salitre <>
(Canto IV.)

En el penúltimo canto (el V), el poeta cae en la cuenta de que él tiene experiencia de este hueso pensativo, de esa inclinación (pensativo es una voz muy reiterada en toda la poesía de Speroni) a reflexionar y conmoverse ante la muerte, cuando lo asalta la fuerza de estar solo. Su amor por el otoño es recurrente en toda su poesía anterior.

Cuando la estrella es limpio y su destello
nítidamente llega del ocaso
luego de abril; cuando la rosa inclina
su desierto de pétalos y el viento
huele a musgo de noria, adelantando,
sonando a seco pino en sus nudillos,
yo el poeta, me voy hacia su fondo,
y en el hueso invernal fundo mi torre,
mi lágrima más clara, mi medalla
para el mañana –tu mañana, acaso.

Canto V

Como puede advertirse, se da como una hermandad entre el poeta y la mortalidad. Por eso la sucesión de acciones en compañía: avanzo y gesticulo, canto y vivo/ como la misma muerte que llevamos/ cada cual a su modo en las pestañas <>

El recorrido por el interior del hueso del invierno ha terminado. Así lo manifiesta el poeta, al inicio del canto VI, después de las preguntas ya transcritas por otros sujetos, por algún dios nevado al otro extremo. Preguntas abiertas.
Precisamente, el viaje de reconocimiento y exploración queda clausurado con un verso que conforma llamativamente una estrofa.

Pero el hueso es profundo, lo repito.

Canto VI

El yo poeta señala sus limitaciones cognoscitivas, metafísicas: apenas si entreveo los pasillos:

¡Oh soledad, invierno, rueda inmensa
en cuyo eje el hombre permanece
como un forzado náufrago al que azotan
rayos helados, críticas mareas
naciendo desde un hueso, resonando
solamente a silencio, en lo perdido...!

Canto VI

Esta es la agónica situación del hombre ante el misterio de la muerte y el destino de los seres, de lo vivo. Náufraga soledad del invierno de la que pareciera sacar la primavera.

Hasta que un día, es cierto, el hueso muere.
se adelgaza, se funde con la hierba,
y un magnífico sol salta y rebota
sobre aquello que fuera sólo un hueso.
Vuelve el árbol a ser árbol de nuevo.
El canto, en pie, abriéndose penetra
los aros de diamantes dilatados
de la cintura elástica del aire.
Y el hombre, al fin, se anima y resplandece
junto a los animales y a las plantas
donde la luz ovilla y desovilla
su música reciente.
Canto VI

Pero no, en los últimos versos del poema, yo, el poeta –y acaso el hueso mismo,/ acaso el hondo tubo donde duermen/ las sienes de la escarcha, o sea, el hombre poeta redescubierto en su mortalidad esencial, deja de lado aquellas imágenes mayores –mar, montaña, dios-, todas aquellas acciones hacia fuera, para ingresar en un proceso de repliegue, de empequeñecimiento, propio de la comprensión y posterior aceptación de un designio no humano e indescifrable, el de el sabio invierno. Aceptación que lo ubica en el lugar del título del poema: yo, el poeta/ un poeta en el hueso y para siempre. Ya no es necesario agregar la construcción del invierno, porque el hueso ha revelado su secreto y carga con toda su significación. Por supuesto, el para siempre, reiterado y final del poema, afirma un resignado y esclarecido futuro sin primavera.

Sin embargo
yo, el poeta –y acaso el hueso mismo,
acaso el hondo tubo donde duermen
las sienes de la escarcha -, me repliego,
disminuyo mi sitio, empequeñezco
mi estatura de sangre, y, tristemente,
aguardo el frío, el lento, el sabio hueso
que dispondrá el invierno para siempre:
para siempre te digo yo, el poeta,
un poeta en el hueso y para siempre.

Coda incompleta.

Claro que resulta patente la consideración distinta de la muerte entre aquellos versos de Tentativa en la luz y los de este poema. Ha cambiado el tono, la visión de la vida y el acercamiento a la realidad, ahora más hondamente misteriosa.
Un poeta en el hueso del invierno fue seguido por Paciencia por la muerte, una obra de 33 composiciones, más un poema introductorio, en el que se notan muchos puntos de contacto, como ya lo resalta el título del libro, con este poema en seis cantos. Lo propio ocurrirá con Padre final, cuyo último poema –el 20- más allá de la coincidencia temática, certifica con plenitud el cambio de mirada y escritura. Poemas de la madurez poética de un escritor de apenas más de cuarenta años, que seguirá ahondándose cuando el invierno lo visite en su propia casa.

Me alojarán en una veta fina.
Harán conmigo una estación yacente,
y me pondrán, al lado de las manos,
un hombre de tres clavos, un antiguo
perseguido de luz.
Ciertas personas,
habitantes del uso y la costumbre,
repararán, al fin, que fui una especie
de cometa infernal, un constelado
errabundo filial, un hongo triste,
un insecto de tórax luminoso.

Ese será el comienzo. Y los cerrojos
se correrán de nuevo, como siempre.

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CITA BIBLIOGRÁFICA.
(1) LAHITTE, Ana Emilia. Veinte poetas platenses. La Plata, Fondo Cultural Bonaerense, 1963.

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Alfredo Jorge Maxit nació en Colón, Entre Ríos, en 1942. Es Profesor en Letras. Ha publicado teatro, narrativa, ensayo y los libros de poemas “Entreluces” (1996), “De lengua y literatura y Poemas de aquí y ahora” (2001), “Con las palabras” (2005), “Des/habitaciones” (2006) y “Sombras de luz” (2007).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por el trabajo que están realizando, un lujo lo de Speroni, tan vital y necesario, un abrazo,
Juan Carlos

Hebe Solves dijo...

Genial, es un análisis muy fuera de lo común para la obra de un poeta maravilloso. Una alegría más que nos regala este blog imperdible.
Hebe Solves