La tarde bajaba por esa calle junto al puerto
con paso lento, balanceándose, llena de olor,
las viejas casas palidecen en tardes como ésta,
nunca es mayor su harapienta melancolía
ni andan más tristes de paredes,
en las profundas escaleras brillan fosforescencias como de mar,
ojos muertos tal vez que miran a la tarde como si recordaran.
Eran las seis, una dulzura detenía a los desconocidos,
una dulzura como de labios de la tarde, carnal, carnal,
los rostros se ponen suaves en tardes como ésta,
arden con una especie de niñez
contra la oscuridad, el vaho de los dáncings.
Esa dulzura era como si cada uno recordara a una mujer,
sus muslos abrazados, la cabeza en su vientre,
el silencio de los desconocidos
Era un oleaje en medio de la calle
con rodillas y rostros de ternura chocando
Contra el "New Inn", las puertas, los umbrales de color abandono.
Hasta que la muchacha se asomó al balcón
de pie sobre la tarde íntima como su cuarto con la cama deshecha
donde todos creyeron haberla amado alguna vez
antes de que viniera el olvido.
De: “Velorio del solo” (1961). En: “El juego en que andamos / Velorio del solo / Gotán”, opcional con Página/12 de hoy y en kioscos de revistas.
Juan Gelman, Buenos Aires, 1930.
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