LA INFORMACIÓN
Martes cuatro, la ley nueva
todavía se discute, 99 por ciento
de humedad. El depto huele a coliflor,
en cientoveinticuatro planchas la grasa
crepita, las familias se desplazan hacia la mesa
y juegan con el cuchillo, el tenedor, el vaso, la cuchara.
Estoy liquidado. Mi hijo también,
por otra parte; pero él
no debe saberlo, debe pensar que aún hay lugar
entre ésos que son, van, vienen,
se mueven, edifican. Para salvarlo
del tedio vecinal yo mismo edifiqué
un búnker en el living; sentados detrás
de la metra soviética miramos todo el día
televisión por cable.
Jueves ocho, la ley no salió, media ciudad
respira aliviada, la otra mitad
se pincha el ojo al tratar de ensartar
otro bocado de carne. Sábado seis
o sábado siete, el nene ya gatea, resistimos
con la última tira de munición; tengo miedo
a que corten la luz, bajen el martillo
y el anuncio llegue en forma de aullido
de lechón desangrado hasta donde estoy
con la mochila a los pies, el bebé a la espalda,
mordiendo comida fría.
LA VIDA Y EL CANTO
Esos, los de antes, decían que, sobre todo
en la autopista y en, de noche, las bocas tapiadas
del subte nuevo, algo parecía
moverse.
Efectivamente se movía.
La capital de Suroccidente es ahora una grande y hermosa
ruina; entre pilares
de monumentos fachosoviéticos se pasean filigranas
humosas, turistas, periodistas, carteristas,
animales de una y tres patas. Los rapsodas ciegos
se recuestan en vergeles virtuales y chuponean cigarrillos
Virtuales, es así, el viento tañe solo entre las hojas.
Está el ritmo, las letras, partes sueltas
de melodías, arreglos mil, pero ante el público
se les traba la lengua, callan, dicen no saber,
no poder, no querer; se consuelan con eso
de que la Historia, émula del tiempo, testigo
de lo pasado, ejemplo y aviso
de lo presente, advertencia...
CONTINUANDO
A partir de ahí no quiso escuchar más nada:
se guardó, cortó las líneas, se dedicó a regar las plantas
y, en la sombra su cara de entendido, a leer la revista
del cable, aunque por las canillas seguía saliendo
el dolce licor de óxido, y continuaban afuera
con la emisión de noticias y los niños y los púberes
por el jardín y la plaza corrían
con las manitos abiertas, bailaban, cantaban canciones
pornográficas, dejaban hojas de afeitar
en el tobogán, ahora también se llevan
las cadenas de la hamaca, en fin.
En Música mala, Vox, Bahía Blanca, 1997 /
Alejandro Rubio (Buenos Aires, 1967) / Selección y fotos: jmp /