PEQUEÑA BATALLA
Los conquistadores les vienen pisando los talones. El pueblo caimare huye porque ya los conoce. Ya cruzó las coloridas bienvenidas, las arduas negociaciones, las obscenas traiciones. Ahora solo quiere alejarse.
Ellos van a pie. Y tienen pies pequeños, adultos, lentos, enfermos, medios pies también tienen. Los conquistadores montan sobre cuatro patas que relinchan y les ganan en velocidad sobre tierra llana. Pero son torpes en altura, se quiebran, se desbarrancan. Por eso el pueblo caimare asciende. Mira hacia arriba y avanza. Van orillando un arroyo. "Por dónde cae el agua, subiremos", dicen. Entonces llegan a una cascada. Empinada, imposible. Le cuentan a las sierras sus razones de huida y ellas entienden. Transforman en piedra el chorro, le dan forma de camino, de escalera. Pueden subir todos ahora: jóvenes de zancadas amplias, hombres con pasos chuecos, sabias milenarias, aprendices de guerreros, animales mansos, semillas húmedas, frutos secos.
Los conquistadores los ven ascender y apuran la marcha. Casi pueden tocarlos, desmontan para atrapar al último, para tirar de él y hacer caer al pueblo entero. Pero dos pasos antes de llegar, la piedra retoma su consistencia líquida. La cascada de agua abrupta los cubre. Quedan debajo, mojados, maldiciendo en dirección al cielo.
Sé lo que van a decir: los conquistadores finalmente vencieron. Ocuparon las sierras y sus ríos, etiquetaron animales y personas, devoraron los frutos frescos, vendieron los secos. Ya lo sé. Pero aquella pequeña batalla, la perdieron.
City Bell, 26 de enero de 2023
EL MAR
El Silvio cuida su mar desde una silla alta. Mide la dirección del viento, la multiplicación de las algas, el paso doloroso de las embarcaciones. Le toma la temperatura al agua, como madre a la orilla de la cama. Examina la espuma, cuánto hay de agitación marina, cuánto de blanqueador. Le pide calma en tardes turbulentas mientras reza: "sana, sana, colita de rana”.
El Silvio detiene el ingreso de baldes, palitas, comida, flotadores. La arena es para jugar, el mar no. Saca tarjeta roja a los bañistas que lastiman las olas. Les corrige la brazada: “no es un bofetón”, explica. “Es un movimiento de remo, una mano que mira hacia afuera e ingresa siguiendo al más gordo de los dedos. Se hunde sin dañar. Se impulsa pidiendo ayuda al mar, no atacando su ritmo parejo”.
Después lo deja ser, confía. Como buena maestra, como buen guardavida.
Cuando el sol ya fue tragado por el agua, baja de su silla alta y saluda a su pedacito de océano. Se despide hasta el día siguiente, prometiendo volver. El mar se estira con paso lento, sólo para acariciar los pies del Silvio. Es su forma de decir “hasta mañana”, de decir "gracias”, de decir “te quiero”.
City Bell, 19 de enero de 2023
LEE
Si al protagonista le va bien, el desayuno es más abundante. Si la racha no es buena, Encarna pela tanto las papas que sólo queda un corazón pequeño y poco rendidor. Y es necesario agregar arroz en el último momento.
María Encarnación lee al acostarse. Los domingos, un rato a la mañana. Cuando termina de juntar las cosas del desayuno y aún es temprano para cortar las papas del almuerzo. Lee cuando finge dormir la siesta. Y un poco a la tarde, si el ritmo de la casa lo permite.
Lee novelas que saca de la biblioteca. Sabe que no son de ella, por eso no las marca ni las ensucia. Sólo las sufre, las vive y las disfruta. Si el personaje principal triunfa, prepara buñuelos para la merienda. Y coloca almíbar tibio en una salsera, por si alguien le quiere agregar. Si la heroína viaja a la playa, ella se siente tostada. Si vuela, tiene vértigo y roba algún sedante del botiquín. Si se enamora, Encarna se ríe. Tampoco la pavada.
Cuando hay un muerto, la casa toma un aire de velorio que nadie entiende. Las cortinas permanecen cerradas, los espejos desaparecen. Si es un niño el que la novela lleva, ella recuerda al suyo y llora desconsoladamente. La azucarera rebalsa de sal, el pan se quema y la manteca se derrite amarga en la alacena. “Está grande”, susurra la señora y Encarnación busca, entonces, un libro con título divertido, para no perder el trabajo.
City Bell, 12 de enero de 2023
ONÍRICO
Hay una escalera apoyada en nada, que va hacia la nada. Pongamos que es un sueño, para no impacientar al lector atolondrado. No hay quien la suba. No hay quien la baje. Está mal estacionada a mitad de cuadra. Aunque tiene algo de recién llegada, no sé. Estoy segura de no haberla visto antes.
Tengo frío, tiemblo. Noto que el sol avanza acelerado por el cielo. La escalera proyecta una sombra cambiante. De allá para acá. Y es lo único que se mueve. Tal vez es lo único que miro. Inclino la cabeza siguiendo la silueta sobre el piso.
Me acerco mientras carcomo las uñas que aún quedan en los dedos. Espío para arriba, dudo. Los pies se hunden en una arena cálida, es agradable. Creo que podría dejarme tragar. Llegan pájaros que se asientan en los escalones superiores. Uno me pregunta la hora. Otro me dice que es tarde sin decírmelo. Su trinar parece un llanto, una alarma, un despertador.
Lo peor no es abrir los ojos y despabilarme en una habitación sin sol ni cielo. Lo realmente espantoso es descubrir/asumir que en ningún momento intenté subir la escalera.
City Bell, 5 de enero de 2023
TIRONES
Mamá desenreda el pelo y Alejandrina protesta. Las tardes de tirones suelen ser así. Mamá toma mechones chicos y pasa el peine con delicadeza (o eso intenta, porque de vez en cuando se traba en un nudo y se reinician los reclamos). Alejandrina tiene el pelo más largo que su nombre y es un lío cuando llega el turno del peinado. Mamá le cuenta la historia de Rapunzel, para que se quede sentada. “Era una princesa que tenía una trenza de ocho pisos, por la que subía un príncipe a rescatarla”. “Eso debe doler”, piensa Alejandrina y lo dice, justo cuando una sacudida le recuerda lo difícil que es permanecer quieta si un nudo se atascan entre los dientes del peine. “Así es el cuento”, responde mamá. “No me gusta”, protesta Alejandrina y lo cuenta de otro modo.
“Había una vez una princesa que tenía una trenza de ocho pisos. Y como son muchos pisos para una trenza, decidió contarla. Luego la ató al borde de la ventana (porque ahora la trenza se parecía más a una soga que a un peinado), por si alguien quería visitarla. Y así como servía para subir, también era buena para bajar. Por eso la princesa-pelo-largo, -dice Alejandrina, sin recordar su nombre- trepó al revés y llegó al piso. Se fue, entonces, a recorrer el mundo y listo”.
“¿Y el príncipe?”, pregunta mamá colocando un moño al final de la trenza. Alejandrina inventa: “Se dejó crecer el pelo y escribió el cuento del rescate una tarde de tirones, mientras lo peinaba su mamá”.
29 de diciembre de 2022
FELICIDAD
Ya antes del último gol tenía la sonrisa instalada en la cara. A tiempo completo. A todo terreno. En esos casos resulta sencillo reconocer la felicidad. Excede el cuerpo, embriaga sin alcohol cada uno de los movimientos. Por eso la alegría es torpe, desaliñada, un tanto áspera en sus formas. Pero también es buena compañera, solidaria. No le gusta salir sola en las fotos.
Él baja corriendo las escaleras para sumarse a la calle. Para mezclarse. Y hay algo matemático y algo físico en el asunto. Saluda desconocidos, corea, abraza y se deja abrazar. Y hay algo místico en este punto. “La felicidad invertida en el conjunto aumenta las ganancias”, piensa (o siente, no puede el Contador estar seguro).
Ya tarde, vuelve tarareando a la soledad de su casillero. Y tal vez mañana olvide la letra que se oyó cantar, el roce multiplicado, el carnaval desclasado. “Todo es efímero”, publicarán. “No serán visibles los síntomas en veinticuatro, o cuarenta y ocho horas”, diagnosticará el médico. Pero él sabrá (ahora sabrá) que hay un tipo distinto de felicidad. Un cosquilleo que hace sentir como propia la risa ajena. Una celebración propia que se deja sentir como ajena. Algo que (por fin) está bien repartido.
22 de diciembre de 2022
SUS PREGUNTAS
-¿Cómo llego hasta al centro? -preguntó un hombre a otro en una parada de colectivos.
-Cansado -fue la respuesta.
-Hablo del modo -dijo el primero.
-Yo de adjetivos -agregó el segundo.
-Pregunto por la forma de arribar al centro de la ciudad.
-Puede arribar cansado, si decide ir caminando, transpirado, si lo hace corriendo, o apretado, si lo hace en colectivo.
-¿Y qué línea me lleva?
-Sin dudas no será la línea recta.
-El número quisiera saber.
-Yo suelo apostar por el 16.
-¿Y sabe el precio?
-Eso dependerá de la ubicación.
-¿De la ubicación dentro del colectivo?
-No, de la ubicación en la apuesta.
-¿Y el precio del colectivo, lo sabe?
-Desconocía que estuviera en venta.
-Del boleto.
-¿De boleto de quién?
-Del mío.
-Pues eso debería saberlo usted. ¿No le parece?
-Pregunto por el costo del viaje.
-Todo viaje tiene sus costos: las cosas que uno deja, el cambio de ambiente, las personas conocidas. Pero también está la ganancia de explorar lugares nuevos.
-Bien, no hablemos de precio.
-Buena conclusión: la vida no es sólo dinero.
-¿Y sobre el tiempo?
-Lluvias, anuncian la próxima semana.
-El tiempo de espera.
-Ese es el peor, sin dudas.
-¿Demora mucho en pasar el colectivo?
-Normalmente anda rápido, pero si usted le hace señas, aminora el paso y puede subir. Despreocúpese.
-¿Y cada cuánto pasa?
-Cada vez que completa la vuelta.
-¿Y es grande?
-Treinta y tres asientos tiene el colectivo. Pero no se inquiete, también se puede ir parado.
-Hablaba de la vuelta.
-¿La vuelta? Y, no sé... la vuelta será a la noche, cuando regrese.
-¿Lo espero acá o en la vereda de enfrente?
-¿A mí? Espérenme acá, no más… ya estoy llegando, ¿no me ve?
-¡Al colectivo, digo!
-Ah, perdón, entendí mal. ¿Usted quiere tomarse un colectivo?
-¡Sí! ¡Por favor!
-Pregunte en la esquina, esta calle está cerrada por obras, hace meses que no pasa nada.
-Gracias…
-De nada. Un placer poder responder sus preguntas.
15 de diciembre de 2022
AJEDREZ
El caballo no quiere ser caballo, pero tampoco reina, pero tampoco alfil. Dice que quiere ser aviador. Por eso sobrevuela encima de la mesa, sostenido por la mano de Lote, quien parece estar a cargo de sus estudios de aeronavegación. El segundo caballo, en la orilla del tablero, espera que nunca llegue su turno pues le aterran las alturas. Un alfil se llama Lorenzo y el otro Vanina. “No son hermanos -aclara Lote-, sólo se parecen porque usan la misma ropa”. Uno intenta ser alpinista y el otro sueña hacer buceo. Entonces, a este último, le agrega un salvavidas naranja pintado con fibrón indeleble. “Para que no se borre bajo el agua”, explica. La reina sí quiere ser reina, pero reina de verdad. Y mandar: esto se puede hacer y esto no. Por eso trepa a lo alto de una repisa. Dice Lote (que dice la reina) que desde allí controla todo mejor. Los peones tienen nombres como Raíz, Siete, Dobladillo, Ventana o Marrón. Y hay uno que es Adán, como su hermano (que se llama Adrián). Porque Lote (en su casa conocida como “Lore”) nombra todo lo que se encuentra en su camino, con una pronunciación desafiante de cuatro años y una lógica indestructible de cuatro años. Hay peones malabaristas, los hay almaceneros, dos son violinistas y hay tres que se fueron de vacaciones (lo cual explica porqué están en el suelo).
“¿Y el rey?”, pregunta la profesora de ajedrez. Lote sacude los ojos con algo de culpa y algo de inocencia. “Lo estaban esperando en otro lado”, responde mientras termina de organizar un partido de fútbol sobre el tablero. No necesita haber estudiado la revolución francesa para comprender que descabezar a un rey puede llegar a desagradar a algunas personas. Por eso guarda silencio y espera que la profe no revise hoy el tacho de basura.
8 de diciembre de 2022
RENACER
No renacerás al tercer día, ni al cuarto, ni al quinto. Primero será necesario que caiga mucha tierra sobre tu cuerpo inerte. Mucho barro. Mucha mierda. Para que nadie imite tus actos, replique tus palabras, interprete tus letras. Luego, cuando no quede uno parecido a vos, podrás volver. Sacudirte el polvo del olvido, podrás. Refinar tus modos, filtrar tus decires, también. Blanquearte un poco, ya que estás. Y renacer. Hervido, ornamentado y mudo. De gran tamaño, tallado. Para ocultar a los que vendrán doscientos años después, a proponer las mismas revoluciones por las que a vos te mataron. Pues eso de tapar el sol con un dedo (contrariando el sentido común), nunca les ha fallado.
1 de diciembre de 2022
LA PIEZA
La pieza de mis abuelos
un día se detuvo.
Paula Martini
La pieza se desprende de la casa. Como fruta madura cae del árbol, pero cerca del árbol. La pieza de los abuelos se separa y toma su propio rumbo, pero no lejos de la pieza de los hijos, de la habitación de sus nietos. A veces aparenta estar quieta, y es engaño. Avanza marcando rumbo, soltando estela, o más bien polvo. Porque no tiene patitas la pieza, repta y deja huellas que, vistas de lejos, parecen caminos.
Yo me subo, de tanto en tanto, y me voy en viaje de pieza. Si miramos por la ventana, me señalan la lluvia. Si observamos fotos, me explican cosas en blanco y negro. También comemos en la cama, y nadie nos reta. Después me piden que me baje, porque hay algo que sólo es de ellos, y llaman “siesta”.
Los abuelos no están siempre en la pieza, se van a pasear, a hacer los mandados, a visitar al médico, dicen, como si de verdad hubieran sido invitados. Por eso, en algunas ocasiones, queda estática la sábana, inmóvil la cortina y duros los retratos, aguantándose la risa. Cuando mis abuelos salen, la pieza se detiene a esperarlos. Se amarra al puerto de las obligaciones cotidianas y aguarda, en silencio, que ellos vuelvan para ponerse en marcha.
24 de noviembre de 2022
PEDACITO
El muerto se aburre y se endereza. Se acomoda en el cajón y disfruta el placer de no sentir. Ni un tirón en la cintura, ni una pierna dormida, ni siquiera un tímido dolor de cabeza. Acodado en el borde del cajón saluda a los deudos.
Se muestra poco interesado en explicaciones trascendentales, gritos lazarinos o cuestiones forenses. Sólo se aferra a este pedacito de vida que le faltó gastar. ¿Alguien conoce una parrilla cerca?, pregunta. ¡Yo invito!, dice seguro de no tener que pagar.
Brinda, rememora, planifica. Poco importa. Al rato, los otros que toman, olvidan el motivo primero de la reunión. También brindan, rememoran y planifican. “Seguimos el próximo jueves”, propone un primero. “Todos los jueves”, arriesga un segundo. “De jueves a jueves”, dice un tercero que se está por dormir. El muerto aprueba cada propuesta seguro de no tener que asistir.
Al final de la tarde un enterrador pide orden, caballeros, más respeto, por favor. Que retornen a sus lugares los que lloran y el llorado, manda. Pero el finado tiene un bis por consumir aún. “Andá, yo te cubro”, dice un amigo y se acuesta con gesto de eternidad. Dispuesto a improvisar una siesta hasta que decida volver el titular.
17 de noviembre de 2022
RUTINA
Miriam espera el colectivo por última vez. Por última vez escribe el horario de entrada. Por última vez almuerza sola en el pasillo, mirando la gran ventana. También serán últimos los pasos del regreso, los rituales nocturnos, el sueño ligero que precede al definitivo.
Todo es mentira. Ella lo sabe, pero le gusta andar por la vida con ánimo de despedida. Cada mañana, en la parada del colectivo, se relata en tercera persona su última jornada. Saluda, sin saludar, un mundo que ya es ajeno, que casi no está. Pinta de funerales la cotidianeidad. Mastica la rutina con algo de arsénico, de sátira, de saliva.
Tiene vocación de suicida, pero no tiene descaro. Le agrada más escucharse, cada mañana, contando su tic-tac terminal. Imaginando el obituario que redactaría la familia. Aunque siempre está abierta a la opción de que, tal vez, un día cualquiera, la pise un auto, se enamore o gane la lotería.
10 de noviembre de 2022
MENTIRA
Engendran una mentira en la mesa del bar. No es un mal lugar, después de todo, para verla crecer. Sólo basta subir la voz, mirar en todas direcciones, gesticular con alevosía. Luego es cuestión de esperar que adquiera nombre, que tome cuerpo. Siempre da un poco de orgullo notar cómo se estiran los vástagos, cómo maduran y cruzan, sin girar siquiera, la puerta de su nacimiento. Aunque alguien observe la salida, tres mesas más allá, con cierta envidia o enojo incierto.
Una mentira sabe desenvolverse en sociedad. Se adapta, se amolda, se agranda. Suele vestirse de sabia respuesta a previas mentiras. Por eso es (y hace) feliz, además de tener una buena esperanza de vida. Se encuentra capacitada para camuflarse hasta hacerse imprescindible e invisible, un pilar fundamental en la comunidad educativa.
Mientras tanto en el bar, tres mesas más allá, la verdad almuerza. Estira el menú económico con bocados pequeños y largas pausas que le permiten mirar por la ventana. Ignoramos todo sobre sus padres. De ella sabemos nada. Tal vez espera que alguien la pase a buscar. Quizá hoy. Por qué no, mañana.
3 de noviembre de 2022
MANCHÓN
Para contarte la historia de la misteriosa isla tengo que empezar diciendo que el mapa era de América. Maitena tenía que ubicar los países y averiguar sus capitales. Primero se enchinchó, (porque no le gusta hacer tareas), después se preparó un sándwich de jamón y queso con mucha (mucha) mayonesa, y se puso a comerlo encima del trabajo sin terminar. Fue en ese preciso momento que una gota gorda, amarilla y sustanciosa, cayó sobre el mapa. En algún lugar del Atlántico sur, frente a las costas de Brasil (más o menos). La gota chocó contra el papel celeste, se expandió apenas un poco, y delimitó para siempre los contornos de una isla de mayonesa.
Los barcos que deambulaban por la zona fueron los primeros en descubrirla. Una montaña amarilla y cremosa en medio del mar. ¿Un iceberg de mayonesa? Por las dudas, las embarcaciones se corrieron, los peces se alejaron y los cruceros se limitaron a sacar fotos a buena distancia. Las olas lamieron un rato el borde de la isla y luego (empachadas) la dejaron ser. ¡Qué le hace una mancha más al océano! (debe haber pensado alguien).
Navegantes intrigados desembarcaron para hundir sus pies en esa nieve gastronómica. Pero terminaron chupándose la punta de los dedos, la mano y el codo. Más tarde llenaron frascos vacíos y volvieron a sus barcos antojados de saborear un sándwich de jamón y queso. Arribaron científicos con anteojos, buscadores de tesoros, comedores compulsivos de mayonesa y mirones con tiempo libre. Finalmente se tomó la decisión irrevocable de hacer un documental.
Menos mal que todo este asunto salió en los diarios, (y lo pasaron en la tele y lo multiplicaron con memes). Porque, de lo contrario, Maitena hubiera recibido una mala nota al presentar su mapa con los nombres de los países, sus capitales y un manchón aceitoso en el Pacífico sur.
27 de octubre de 2022
CIRCULACIÓN EQUINA
Pasean caballos por el barrio hipódromo, mientras Mireya los cuenta desde la ventana. Uno blanco, dos manchados, tres que miran hacia el costado y cuatro que fingen indiferencia. “Un día de estos se van olvidar que los vigilo y desplegarán las alas”, piensa. Morderán sus riendas hasta romperlas, sacudiéndose, para liberarse de sus pequeños cuidadores. Luego se dejarán crecer extremidades aladas y remontarán vuelo. Perforarán las nubes encapotadas y dejarán siluetas de pegasos para rellenar con celeste cielo.
No procrean arcoíris ni tienen cuernos únicos en la frente. “Eso no es posible”, dice Mireya al silencio de su pieza vacía. Estos son caballos comunes, que compiten y ganan, que combaten y pierden. Sólo que, de tanto en tanto, escalan al firmamento. Ella lo sabe. Y ellos saben que ella sabe. Por eso miran hacia el costado, por eso fingen indiferencia.
Antes que vengan a buscarla para sembrarla delicadamente en una silla que rueda, Mireya espía caballos y los cuenta. Espera el día que se muestren tal cual son, que emprendan vuelo, invitándola (¿por qué no?) a dar una vuelta.
20 de octubre de 2022
MONTAÑAS
Juana sale en las fotos con sus montañas detrás. Siempre. Porque las montañas siguen a Juana. Cada vez que ella va a la ciudad llana, las fulanas puntiagudas se le suben en la espalda. Y asoman la nariz por la mochila, porque son curiosas además. Van saludando en el camino y comentando al pasar: “¡Mirá, un edificio con ascensor!”, dice una. “¡Pobre! -responde la otra-, con lo lindo que es escalar”. “¿Viste esa avenida recta?”, pregunta una. “Capaz que no sabe que es posible doblar”, piensa la otra.
Suena divertido, pero no resulta tarea fácil andar haciendo mandados por el centro con dos montañas en la espalda. Hay que cuidarse de las puertas bajas, los puentes angostos, las publicidades excluyentes y los piropos discriminatorios. Además siempre hay que pedir comida para tres, porque no se pierden la oportunidad de probar cosas nuevas. Y más de una vez también hay que pedir disculpas, pues comentan en voz alta lo primero que les viene a la cabeza.
A las montañas no les gusta pasar desapercibidas (lo cual es de público conocimiento), por eso se presentan donde van, averiguan hasta lo que ya saben y asoman sus picos cuando alguien saca fotos. Además son coquetas, entonces (de tanto en tanto) le piden a Juana que les acomode el verde-musgo, el gris-piedra, los amarillos-reflejos y los celestes-agua. Después se miran entre ellas y alguna pregunta: “¿Estoy peinada?”.
Pero también hay que decir que extrañan. Así que al tercer o cuarto día de paseo, ya tironean desde la mochila para que Juana emprenda el regreso. Dicen adiós varias veces (porque tienen eco) y guardan en su memoria las cosas que vieron. Al llegar se acomodan en su terrenito y duermen una buena siesta. Pues cansa mucho eso de andar desbaratando el paisaje.
13 de octubre de 2022
DOMICILIO
Es misionero, correntino, cordobés, con algo de porteño. Nació allá y después se mudó dos o tres veces. Cuatro o cinco. Bueno, tal vez seis. Tiene tonada variada, se come las eses y, de tanto en tanto, las palabras se estiran antes de terminar de salir de su boca. Roberto Matías tiene los ojos del padre, la nariz de la abuela, la paciencia de la bisabuela y dos nombres que heredó de unos tíos que nunca conoció.
Tuvo a la seño Bety, a Lucía, a Sandra, al maestro Antonio y se enamoró perdidamente de la profesora de música de tercer grado, (el tercer grado que hizo en una escuela, porque después terminó en otra en donde había clases de pintura, en lugar de canto). Nunca se tomó la molestia de aprenderse una dirección de memoria.
Si dibujara un mapa lo llenaría de abrazos, que es lo que más le gusta. Abrazos de abuelos junto al río, de los tíos en la ciudad, de la prima en la sierra, de la tía abuela que vive al lado de un ruta ancha y de los amigos que hizo cuando iba a club que se llamaba San Martín.
A veces le dijeron Beto, a veces Mati, también chueco y en más de una oportunidad fue “El nuevo”. A él le gusta escuchar todo su nombre y su apellido, como si fueran esas las coordenadas de su domicilio.
“¿Dónde está tu casa?”, preguntó un día la directora al ver que tardaban en venir a buscarlo. Roberto Matías encogió los hombros. “¿Pero dónde vivís?”, insistió la señora. Él hizo un recuento de casas, paisajes y pasajes, de piezas, de escuelas, de amigos y enemigos, para elegir contestar: “Vivo en donde viven los que más me quieren”.
6 de octubre de 2022
GARANTÍA DE VISTA
Las ventanas no vienen con garantía de vista, y es una pena. No se limitan a dar entrada a la luz, marcan el largo que los ojos tienen para creer en la vida eterna.
Matías recién llega a la ciudad y ha descubierto que tiene un hueco. Además del hueco en el alma, digo. Un hueco en su habitación. Mira de costado, muy de costado, pegando la nariz sobre el vidrio, para entrever algo de calle, algo de claridad. De cualquier manera todo le suena extraño, desconocido. El vecino de enfrente ha decidido opacar los cristales, por lo que ni vale la pena sonreír. Ve cables, tubos, humedad. Entiende, así, que nadie ve. Que esta ventana no está pensada para mirar.
Siente el cansancio de la mudanza, pero antes de acostarse corre los vidrios y asoma buena parte de su cuerpo. Logra ver el sol. Entonces imagina que lo enlaza y lo arrastra hasta su pieza. ¿Dónde lo pondría? Sobre aquella pared, a los pies de la cama. Con fines de calefacción y para salvar los ojos del alma. Piensa que debería ser fuerte el tirón, no resultará fácil remolcar semejante bola amarilla. Tal vez caiga alguna antena, en el empujón. Tal vez se enganchen un par de calzones casi secos, también algunos pájaros. Un barrilete, por qué no.
Cuando Matías despierta de la siesta descubre que alguien dibujó los vidrios de su ventana sin salida. Ahora hay un sol amarillo que viene con antenas, calzones, pájaros y un barrilete rojo, verde, violeta. La luz que llega torcida de la calle se cuela de refilón, calcando el dibujo sobre la pared. Matías lo mira desde la cama mientras estira las piernas. Se hace largo para que el sol proyectado caliente sus pies.
29 de septiembre de 2022
LA TRISTEZA
Armando quiere llorar. Así, de golpe. Le agarraron unas ganas fuertes de llorar con todo el cuerpo y le cuesta disimular. Piensa que es porque olvidó hacer la tarea, pero no puede ser... pues la seño también olvidó pedirla. Quizás es por dolor, pero hace un recorrido rápido que va desde la cabeza a los pies y todo parece estar en orden. A lo mejor la tristeza saltó por la ventana y se le vino encima porque sí, porque es el que está sentado más cerca del patio. No tiene la respuesta, sólo un nudo en el estómago y unas lágrimas que empiezan a asomarse. Por eso espera el recreo y busca un rincón donde nadie lo vea.
Flora sí lo encuentra. Porque lo conoce, lo encuentra. Y enseguida descubre el llanto acumulado y le pregunta las razones. Armando encoge los hombros. Dice que no sabe, y en serio no sabe. “Bueno, llorá”, responde Flora mientras termina de comer una factura. Y las lágrimas brotan en catarata, como si hubieran estado esperando la orden de salida.
“Ahora pensemos qué hacer con ellas”, dice Flora con la boca llena. Armando está demasiado ocupado gimiendo como para contestar, por eso vuelve a encoger los hombros. “No hay que desperdiciar agua”, afirma muy seria. Comenzando, así, un listado de ideas para ocupar “racionalmente” (y usa esa palabra Flora) las lágrimas saladas.
“Podemos armar una laguna. Una de esas que tienen botes con pedales y vendedores de helados en las orillas”. “También un acuario para peces marinos. Con algas, cangrejos y caballitos de mar”. “Hipocampos, se llaman”, aclara Armando mientras se limpia la nariz con la manga del guardapolvo. “Una fuente podría ser”, sigue Flora. “Una fábrica de olas”, dice él. “Una reserva de mar”. “Un reloj de agua (que es como el de arena pero con lágrimas)”.
Antes que toque el timbre, la lista habrá crecido en siete u ocho puntos más. Armando ya no llorará en un rincón del recreo y la tristeza habrá salido a buscar a otro desprevenido para saltarle encima.
22 de septiembre de 2022
HOY
Sembraron una semilla en la pared y creció un árbol dibujado. En el fondo del aula fue, para que lo vean bien quienes miran al revés. “Tema uno” y “tema dos”, se escuchó decir. “Tema tres”, también. “Copien”, “indiquen”, “señalen”, “resuman”, se oyó repetir. “Justifiquen”, más de una vez. De todo eso se alimentó el verde ramificado, con todo eso se extendió por la pared. Juntando el poco gusto de escuchar, el amplio encanto de correr. Los timbres de salir, los timbres de volver.
Estoy en el frente y hago un poema (disfrazado de prosa sobre el papel). Veo cómo se estiran las hojas dibujadas, trepan al techo, vencen la pintura descascarándose. Regado con ganas (muchas) de huir y no retroceder, el tronco tallado con fibrón verde sigue hacia el dintel. Ayer sembramos una semilla de cansancio, hoy creció un plano de fuga sobre la pared.
15 de septiembre de 2022
LA LISTA
Elena estrena su primer día de jubilada listeando el futuro. “Viajar a Mendoza”, pone. Porque siempre quiso y nunca pudo. “Ir a clases de pintura”, pone. “Caminar tres veces a la semana”. “Hacer una huerta”. “Arreglar la casa”. Además escribe: “huevos, aceite, manteca y pan”, (porque uno sabe cómo empiezan las listas, pero ignora hacia dónde pueden derivar).
Por costumbre se levantó temprano, por eso son las ocho y está bañada y desayunada. Estirando el mate en la punta de la mesa, mientras enumera lo que hará primero, lo que ya no hará. “Comprar una casa rodante”. “¿Vos viste lo que cuestan?”, se dice. Después tacha esa línea y otras dos: “Conocer un crucero”, “Aprender a manejar”. No da el presupuesto, argumenta. No tiene sentido tener carnet sin auto, razona. También tacha dos o tres cosas más.
Entonces se queda mirando el reloj. A sus excompañeras aún les falta llegar al primer recreo. Una vez tamizada, la lista no queda muy larga. ¿Tuvo sentido dejar todo para después? Prende la tele llenando el silencio. Apenas son las nueve y diez de la mañana.
8 de septiembre de 2022
LA RADIO
Hacía girar el dial buscando personitas. Era como en el cine pero sin ver. Voces impostadas, fuertes, que hablaban de tú y no sabían putear, pobrecitas. A ella le gustaban las canciones fáciles de aprender, aunque ofrecieran maizena, toddy, geniol o jabón federal.
Ya sabía que no eran personas pequeñas dentro de una caja. Pero aún así solía imaginarse directora, diciéndoles: “¡Ahora!”, cuando elegía la señal. Sólo entonces ellos comenzaban a hablar, simulando distracción, como si la conversación ya estuviera empezada.
A veces no la dejaban tocar. Eso no era divertido. Con ceños fruncidos corrían el dial buscando entender. Como el día en que la hermana iba y venía de una esquina a la otra, girando la perilla con rabia y espanto. Al final la rompió y quedó fija la voz, diciendo todo aquello que hubieran preferido no saber. Por última vez se oyó hablar al general. Después fue preciso esperar dieciocho años junto a la radio para volverlo a escuchar.
1 de septiembre de 2022
Julián Trovero,
Silvana Babolin, Laura Sáenz, José María Pallaoro, Amor Perdía, yPaola Boccalari / City Bell, circa mayo de 2012 |
Te fuiste Amor. Hace un rato te fuiste. ¿O estás solo dormida?
"Amor duerme, y yo, en mi insomnio de frío, espero su despertar. Espero, con la esperanza del también dormir." jmp
Amor Perdía (Santa Fe, 1973 – City Bell, 24 de mayo de 2023) / Profesora de Historia / Escritora / Últimos microrrelatos subidos a JUEVES DE MICRORRELATOS /
Los autores y textos forman parte de estudio en ejercicios de taller, y su destino es solo para este objetivo.-
Textos y reseñas de Amor: Microrrelatos en POESÍA LA PLATA / MARINA MORETTI Y LOS LUGARES RECOBRADOS / TRES POETAS ESLOVENOS / Microrrelato METÁFORA en POESÍA CITY BELL /