¿SABES COMPAÑERO?
¿Sabes compañero lo que es no tener horizonte?,
-¿y a los veinte y tantos años?
Las manos se crispan en el vacío de los ideales
y alargan las brazadas de la fe.
Tendido en el lecho miro el hilo de humo que consuela.
Nuestra juventud es un hilo de humo que se agita
sin razón.
Algún día se oirá una detonación
en la casa aburrida y el enorme bostezo de sus paredes inhóspitas
te recogerá, arrugado y fláccido
como un muñeco de comedia italiana.
Ya pasa la caravana del tedio por el Sahara del cráneo
hinchado de arena gris de hastío;
los largos albornoces de la inutilidad dan al viento
su caricatura de alas.
Pasan por la linfa de mi cuerpo, arrugado y fláccido,
la corte del hampa de los instintos neutralizados
en la comicidad de la cultura.
¿No oyes al niño que se muere al lado?,
Su sofoco de angustia te da su martillazo en las sienes
y complica tu hastío ciudadano
el andar de oca de las mujeres
el paso de los transeúntes
y el perpetuo gotear de las canillas mal cerradas.
¡Allá! ¡Allá!, es tu interjección eterna.
¡Más allá! ¡Más allá! debe estar la verdadera vida.
Fuma tirado en el lecho, fuma,
y silba el tango sin fin
que comenzó en la esquina del arrabal del mundo...
Hay que justificar nuestra inutilidad de babosa
que se arrastra pegada a los sentimientos.
¡Adiós, poeta! Tu padre, el mío, el del otro,
ronca en la alcoba,
en la misma alcoba donde ronca sus cincuenta años de costumbre
y su lumbre
agiganta tus ideas suicidas
en el pozo negruzco de tu vacilación,
vacilación
que llena al corazón
de ganas de morir
o dormir... o dormir...
Tu padre adelanta su agonía,
-día a día fallece un poco-
y sientes que el oscuro destino que te liga
a su ronquido igual
escarba en tus entrañas,
y tú falleces a ratos, a puchos, a retazos,
sin la parada de tirarte a muerto
como un fardo
en la vía pública
y al pasar la gente diga:
-Era feo y mísero el pobre poeta de la urbe...
-... más feo que un caballo hinchado…
-... que una mosca verde...
-...que un perro sarnoso...
Y pase una mujer que te dé con el pie.
Y pase una señora y te dé un centavo para las velas.
Y pase un fariseo y te robe la cabellera.
Y pase un amigo y te robe las metáforas.
Y pase al fin una figura incierta y borracha,
pálida y claudicante,
te mire implorante
y acaso diga:
-Cuán luminosa, Jesús, era su frente...
Pero mi cuerpo interrumpirá el tráfico
para licuar el asombro de su gesto decisivo,
el grotesco salto del poeta
que buscó vengarse de su ciudad
incrustando sus sesos en los adoquines,
para fijar en la tradición arrabalera,
-arrabal que es la placenta de la Pampa prometida-
el mismo gesto macho
de aquel otro “versolari”, de aquel otro payador,
de aquel otro hermanito en el Mester de Juglaría:
...”Entiérrenme en campo verde
donde me pise el ganao...”
En La musa de la mala pata / El gato escaldado, CEAL, Buenos Aires, 1982. De La musa de la mala pata, 1926
Nicolás Olivari (Buenos Aires, 8 de septiembre de 1900 - 22 de septiembre de 1966) / Foto: jmp